viernes, 15 de agosto de 2014

CAPITULO 112




Paula había dormido realmente muy poco. Se sentó en la cama y, de pronto, recordó la tarjeta que Gabriel le había dado y se sintió tentada de llamarlo. No paraba de pensar en lo que él le dijo en el aeropuerto; Pedro era realmente la
persona que Gaby había descrito.


Se sentía confusa y odió con todas sus fuerzas que él tuviera razón; inmediatamente desistió de llamarlo: no tenía sentido recurrir a él por despecho; ella no era así. No conseguía entender cómo después de todo, él se había comportado de esa forma. ¿Dónde había quedado todo el amor que decía sentir por ella?


Luciana preparó una bandeja con el desayuno y se fue a
despertarla, al no verla se asustó, pero la encontró en el baño; entonces, respiró aliviada.


—Hola, Pau, te traje el desayuno.


—No tengo apetito, gracias.


Paula estaba ojerosa y demacrada, tenía los ojos hinchados; se notaba que había seguido llorando.


—Vení. —La cogió de la mano y la llevó hacia la cama; hizo
que se sentara y ella se acomodó a su lado. La abrazó y le acarició la espalda para reconfortarla, porque Paula parecía un cachorrito indefenso—. Anoche hablé durante largo rato con Pedro. Creo que nos precipitamos con ese mensaje. Sé
lo que parecía pero estoy convencida de que no pasó nada.


—Luciana, por favor, leíste el mensaje y viste la foto.


—Lo sé, lo sé, pero no te ciegues. —Cogió sus manos y le
habló mirándola a los ojos—. No cometas el mismo error que cuando no permitiste que Pedro te explicara en Buenos Aires.


—Yo entiendo que él es tu hermano y que vas a abogar por él, pero no puedo seguir pasando por tonta. Pedro se cagó en mis sentimientos, en nuestro amor. Se ha mofado de todo cuanto teníamos, le importaron una mierda todos nuestros planes. Por unas tetas y un culo, se olvidó de todas nuestras promesas, Luciana.


—No es así, tenés que tranquilizarte. No se trata de pasar
o no por tonta, se trata de escuchar lo que tiene que decirte y luego decidir si le creés o no. Paula, vos sabés que mi hermano es lindo, es un bombón, el desgraciado, y siempre habrá mujeres al acecho; es algo con lo que vas a tener que aprender a convivir, pero anoche lo noté muy sincero cuando me hablaba. Yo, más que nadie, sé cuándo Pedro está mintiendo y creeme que si hubiera metido la pata, no lo consentiría. En ésta, estoy de tu lado, Paula. —Llamaron a la puerta y Ruben les habló desde afuera. —¡Paula, está sonando tu móvil en el bolso!


—Pasánoslo, amor, debe de ser mi hermano. Paula, atendelo, escuchalo, después de todo, no perdés nada. Según vos, a estas alturas, está todo perdido, ¿no? — le dijo mientras la cogía por los hombros. Paula no sabía qué hacer, pero quizá era cierto que debían hablar. El móvil dejó de sonar, pero ella titubeante le devolvió la llamada.


—¿Qué querés? —Luciana se levantó y la dejó sola.


—Hola, mi amor, ¿te sentís mejor? Anoche Luciana me dijo
que no te habías sentido muy bien.


—Te pregunté qué querías. — El tono de Paula era muy distante.


—Que hablemos, estoy desesperado, no dormí nada, sólo
quiero sacarte de la cabeza todos esos pensamientos que tenés, Paula... Jamás pondría en riesgo nuestra relación después de todo lo que ha pasado, de que creí que podías morirte. ¿Cómo pensás que podría arriesgar nuestro amor por una simple aventura? —Pedro estaba en el balcón con una mano en el bolsillo mientras hablaba, mirando hacia el patio del hotel con la vista perdida—. Te amo, sólo quiero estar con vos, no necesito una aventura con nadie, vos hacés que me sienta completo.


—Son sólo palabras bonitas,pero yo me remito a los hechos.


Un profundo silencio se instaló entre ellos, un silencio que helaba el alma, que hacía más largas las distancias. Paula necesitaba creer lo que él acababa de decirle, pero debía ser realista. Inspiró con fuerza y continuó hablando:
—Me llegaron por error una foto y un mensaje que no iban
destinados a mí. De no ser así, nunca me habría enterado, ¿o me equivoco?


—No, quizá no te equivocás del todo —le contestó Pedro
intentando parecer sereno; estaba muy apenado y utilizó un tono más grave de lo normal—. Quizá tengas razón. No creo que me hubiera atrevido a contarte que ella llegó a mi habitación sin invitación, porque te juro que no la invité ni la alenté para que creyera que podía presentarse así. —Paula agitaba su cabeza, con la vista fija en el techo; se había dejado caer en la cama—.Llamó a mi puerta y entró sin que pudiera decirle que no, y en cuanto entró se quitó el vestido. Venía decidida a hacerlo, pero la rechacé.
Te juro que eso fue todo lo que pasó. Le dije que jamás te
traicionaría, que te amaba y que iba a casarme con vos y se fue. Paula, mi amor... —Ella seguía en silencio, pero él escuchaba su respiración. Pedro le hablaba suplicante—: Decime algo, por favor. 


—¿Qué puedo decirte? No sé, todo resulta muy difícil de creer.


—Creeme.


—Una parte de mí quiere hacerlo, Pedro, pero no sé si debo.


—¿Acaso en ese mensaje decía que yo la había invitado?


—No tenía por qué decirlo, somos adultos y ambos sabemos que, a veces, uno no precisa invitación para leer entre líneas.


—No le di ninguna señal para que creyera que podía hacerlo, Paula.


— Es evidente que tu habilidad para hacérselo entender no fue muy exitosa.


La rudeza de sus palabras y la entonación de su voz dejaban claro que Pedro no estaba siendo muy convincente.


—Paula, yo te entiendo, te juro que te entiendo, pero te pido que me creas. No pasó nada. Entró, se desnudó frente a mí, cogiéndome por sorpresa, le alcancé el vestido para que se cubriera y le pedí que se fuera. Estuviste en mis pensamientos todo el tiempo; te juro que no me movió ni un pelo verla desnuda frente a mí. —Él le hablaba con toda la tranquilidad que podía; intentaba calmarse, pero sentía que la voz le temblaba.


—¡Qué historia más estúpida! ¿Y pretendés que te crea?


—Paula, por Dios, tenés que creerme, nunca le rogué nada a ninguna mujer, pero con vos todo es diferente, no me importa hacerlo.
Me tenés loco de amor, si me pedís que me vuelva y deje todo esto a medias, te juro que lo hago. Y, cuando vos puedas viajar, ya te encargarás. Si pudiésemos rescindir el contrato con su compañía, también lo haríamos; sólo
deberíamos buscar la forma, aunque tuviésemos pérdidas, no me importa. Si te pierdo, no sé lo que haría, no puedo imaginar cómo sería mi vida sin vos. Mi amor, mi vida, te amo, bonita, no puedo arriesgarme a perderte; además, no me interesa otra mujer que no seas vos. Paula, te juro que no son sólo palabras lindas, te estoy hablando desde el corazón, estoy expresando mis sentimientos como nunca lo hice con nadie. —Ella lo escuchó sin interrumpirlo, no había pronunciado una sola palabra.


—Dejá de vacilarme, Pedro¿cómo podés creer que voy a
tragarme el cuento de que se te puso enfrente desnuda y la rechazaste? Tu historia es grotesca.


—¡Fue así, mierda! ¡Te juro que fue así! —le gritó y Paula se despabiló de repente.


—¿Qué estarías pensando vos, en este momento, si hubieses leído un mensaje como el que leí yo? — le gritó ella más fuerte.


—Probablemente lo mismo que estás pensando vos, lo sé, pero no es lo que parece. No pasó nada y no ocurrió porque no quise, porque no lo necesito.


—Siempre va a ser así, Pedro.
No sé si voy a poder soportar que cada mujer que se te acerque quiera tener algo con vos.


En el fondo, Paula necesitaba creer que Pedro le estaba siendo sincero.


—En ese caso, estamos a la par, Paula. Decime que el estúpido del bróquer no volvió a insinuarse.


—Se hizo un silencio—. Paula, contestame, no te quedes callada.


—Sí, lo hizo, claro que lo hizo, pero lo frené y me fui.


—¡Desgraciado, lo sabía!
Cuando regrese a Nueva York le voy a romper la cara... Te juro que se la voy a partir, porque parece que no entiende.


—No estábamos hablando de Gabriel.


—No, pero, ya ves, vos también guardás tus trapos sucios
debajo de la alfombra.


—Pero mis trapos sucios no son comparables a los tuyos.


—Pero son trapos sucios, al fin. —Se quedaron de nuevo en
silencio.


—¿Estás ahí?


—Sí, acá estoy —le contestó Pedro de mala manera.


—Gabriel no me interesa,nadie me interesa, sólo vos y nunca nadie podría llegar a tanto conmigo, Pedro. Yo te respeto.


—Yo también te respeto, a mí también sólo me interesás vos. — Volvieron a quedarse callados—. Paula, decime qué creés de mí, no soporto tus dudas.


—Es evidente que no me respetás lo suficiente, porque una
mujer se metió en tu habitación y se te ofreció, según tu versión, claro está.


—No dudes, Paula, fue así como te digo.


—¿Cómo no tenerlas, Pedro?
Todo lo que nos pasa tiene que ver con vos y resulta que siempre sos inocente —le dijo ella con sorna y él suspiró sonoramente.


—Quiero saber algo, Paula.Algo que me da vueltas en la
cabeza desde anoche y que, quizá, pueda demostrar que lo que te digo es cierto.


—¿Qué cosa?


—Luciana me llamó a las tres y media de la madrugada, pero Chloé vino a mi habitación a las diez de la noche y no pasó adentro más de diez minutos. ¿A qué hora te mandó ese mensaje? Por lógica, si se lo envió a su amiga cuando
estaba entrando, tuvo que haber llegado antes de las diez, o sea antes de las cuatro de la tarde de Estados Unidos. Paula, en conclusión, tiene que haberte llegado al rato de que nosotros cortáramos, porque no pasó mucho tiempo entre que nosotros hablamos por teléfono y ella llegó a mi
habitación. —Paula se quedó pensando—. ¿Me has oído?
Contestame.


—Me llegó en el restaurante, pero me acabás de hacer un lío con los horarios en la cabeza.


—¡Lo hizo a propósito! ¿Te das cuenta? ¡Se vengó porque la rechacé!


—El mensaje pudo haber llegado más tarde, eso no tiene nada que ver; además, es tu palabra contra la imagen y el texto que yo recibí. —Paula, por favor, no le busques cinco pies al gato, ¿qué más pruebas querés que los horarios?


—En realidad, lo que querría es que nada de esto hubiera
pasado... Es un sentimiento horrible no poder confiar en vos, no saber a ciencia cierta si me estás hablando en serio o si me estás vacilando.


—¿Qué hago para que vuelvas a confiar en mí? Nena, no hice nada, te juro que nada pasó entre Chloé y yo. Esto es agotador, no sé cómo justificar algo que nunca ocurrió.


—No sé, Pedro, dejame procesar un poco todo esto; dejame
pensar en todo lo que ha sucedido, suponiendo que nada haya pasado...


—¡No pasó nada! —la cortó él.


—Suponiendo que nada haya pasado —retomó la frase Paula— cuando ella se desnudó.


—Pero ¡yo no la desnudé, Paula, se quitó el vestido antes de que pudiera reaccionar!


—¡Ah, sí, claro! Pedro, te conozco.


—Precisamente porque me conocés, tendrías que saber que te amo.


—Sí, pero vos y yo... hace tiempo que no tenemos intimidad y seguro que ella te excitó.


—Aunque suene chistoso e increíble, me dio miedo; ésa fue mi reacción, porque sólo pensaba en vos, en que podía perderte.


—Son mentiras.


—No seas necia, Paula, estoy que me muero por follar, pero sólo quiero hacerlo con vos. Pensá en lo que te dije de los horarios, por favor, nena. Ahora mismo cojo un avión y me vuelvo, sólo quiero estar a tu lado. ¿Tan mierda me creés como para pensar que, después de que te hayan pegado un
tiro, puedo pensar en acostarme con otra, cuando ni siquiera estás repuesta del todo? ¿Tan poco creés en mis sentimientos? ¿Qué hacés a mi lado, entonces?


—Dejá de atacarme, ahora resulta que la víctima sos vos. —
Paula intentó calmarse—. No sé, es todo muy confuso, no sé... necesito pensar.


— Supongo que no tengo otra opción. —Aunque estaba cabreado por no poder convencerla, por la situación y porque ella desconfiaba, tenía que ser realista. Había un motivo claro para que Paula dudara Pedro tuvo que obligarse a pensar las cosas al revés para poder entenderla.


—Creo que no tenés otra opción —repitió ella.


—Sólo me queda una reunión el lunes por la tarde y, para que te quedes tranquila, pediré que sea con su padre. Exigiré seguir tratando con Luc Renau.


—Hacé lo que quieras.


—No me hables así, con tanta frialdad.


—¿Y cómo querés que te hable? Pensé durante toda la noche que te habías revolcado con ésa; ahora te escucho muy predispuesto, me decís que no pasó nada, pero que se desnudó delante de ti. No sé qué creer, Pedro Alfonso, todo es... ¡es tan confuso!


—No me llames Pedro Alfonsome hacés acordar a Ana cuando me regañaba. —Paula puso los ojos en blanco.


—¿Y encima pretendés que te trate como si nada hubiera pasado? ¿Por qué no sos más coherente? ¡Te pusiste furioso porque me tomé un simple café con Gabriel!


—Ni lo nombres, no quiero que pronuncies su nombre. Te juro que ese malnacido se va a enterar.


—¡Ja! ¿No querés que lo nombre? ¿Imaginate, entonces,
cómo estarías si lo que supuestamente te pasó a vos me
hubiese ocurrido a mí? ¡Me hubieses metido en la guillotina
como a María Antonieta!


—Dejemos de pelearnos ya. No pasó nada más que lo que te he contado, sólo eso. —Volvieron a quedarse en silencio—. Te llamo más tarde, ¿puedo? —Le pareció que era bueno dejarla procesar toda la conversación, aunque se moría de ganas por escucharla convencida, sabía que debía
permitirle pensar un poco.


—Te llamo yo. —Paula colgó e inmediatamente él volvió a
llamarla.


—¿Qué querés? —preguntó ella con sequedad.


—Sólo decirte que te amo, no me dejaste despedirme.


—Adiós.


—¡No, Paula, adiós no! Prefiero un ciao deslucido, pero
«adiós» suena a «nunca más». Voy a estar esperando tu llamada. Ella volvió a cortar la comunicación.


Pedro colgó con ella y llamó a Chloé.— ¡Pedro, no esperaba tu llamada! ¡Qué sorpresa!


—¡Cínica! Te ha salido todo mal, no previste el horario en que mandaste el mensaje y subestimaste a Paula. Pensaste que se cegaría y que no se daría cuenta. —En realidad, no había sido exactamente así, pero Pedro pretendía que lo creyera.


—No entiendo de qué hablas.


—No te hagas la despistada,¡fue muy estúpido lo que hiciste! Me has demostrado muy poca inteligencia, de todos modos ni a mí ni a Paula nos interesa. La realidad es que te llamo para exigir que, de ahora en adelante, las negociaciones prosigan con tu padre, porque si no es así, rescindiremos el contrato con Renau Société. No quiero verte el lunes en la reunión o te juro que revocaré todas las negociaciones con vosotros.


—¡Pedro, cálmate, no es para tanto! Mandé un mensaje por
equivocación y no sabía cómo disculparme, me siento apenada por todo lo que ha pasado.


—No lo hiciste por equivocación, la hora delata tus
intenciones. Te vuelvo a repetir que no te he llamado para discutir sobre eso. Lo que tengo con Paula es muy grande y puro como para malgastar mi tiempo polemizando sobre algo que, ni con el pensamiento, pudo haber ocurrido. No quiero verte el lunes allí, ¿está claro? Así que ve pensando en una buena excusa para darle a Luc, porque ni Paula ni yo queremos negociar contigo. — Pedro colgó.

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