sábado, 16 de agosto de 2014
CAPITULO 116
Cuando terminaron de comer, él apartó la bandeja y se sentó más cerca de ella. Acto seguido, le pidió que cerrase los ojos.
—Ahora podés abrirlos.
Cuando Paula lo hizo, se encontró con una caja de cuero con las letras grabadas de Boucheron, que descansaba sobre la palma de la mano de Pedro.
—Es para vos, ¡abrila!
Ella cogió la caja, la miró unos instantes, estudiándola,
levantó la vista y apartó el estuche, cogiendo por sorpresa a Pedro. Se movió con rapidez, se aferró a su cuello, se acurrucó en su regazo y le habló desde muy cerquita:
—Vos siempre sos el mejor regalo para mí.
Se besaron y luego él tomó la caja nuevamente e insistió para que la abriera. Paula lo hizo y se encontró con el fulgurante brillo de las piezas de joyería exclusiva.
—¿Te gustan?
—Son hermosas, exquisitas, me encantan los pendientes y el brazalete. ¿Qué decirte, Pedro? Vi a muchas actrices en las revistas que los llevan puestos; y siempre los admiré.
Pedro sonrió.
—Entonces acerté con el regalo. Y lo más importante es que
éstos son tuyos y ya no tendrás que admirar más los de las fotografías.
—Gracias por hacerme sentir siempre tan especial.
—Sos especial para mí, por eso necesito demostrártelo. —Se besaron—. Aún debo comprarte una sortija de boda; prometo encargarme de eso con celeridad.
—Que sea algo sencillo.
—Chis. —Le guiñó un ojo—.Te dije que me encargo yo.
—Yo también tengo un regalo para vos.
—¿En serio?
Ella asintió con la cabeza.
—Te salvaste porque te lo compré antes de todo ese mal rollo.
—¿Creés que no me lo merezco?
—Pues creo que sí, te lo merecés.
Él le besó la punta de la nariz y le mordió un carrillo.
Luego Paula se levantó de la cama y fue hacia el vestidor. Volvió con dos sobres azules: un estuche de joyería y otro paquete mucho más grande, que acarreó con dificultad.
Primero, le entregó uno de los sobres. Pedro lo abrió y sacó
un certificado emitido por el Global Star Registry, que indicaba el nombre dado a una estrella, «Pedro y Paula»; también testificaba que el registro se había realizado en la oficina de la propiedad intelectual de Estados Unidos y señalaba, además, sus coordenadas astronómicas.
—¡Mi amor! ¿Una estrella con nuestro nombre?
—Sí, tal vez es un poco cursi, pero me gustó mucho la idea — admitió ella encogiéndose de hombros—. Después de todo, dicen que el amor es ñoño. —Dejó escapar una risita.
—¿Cursi? ¡No digas eso, me ha encantado! Me parece fantástica la idea de que haya una estrella que lleve nuestros nombres, ¡gracias! Vení acá, ñoña. —La cogió por la nuca y besó sus labios con pasión, los succionó y los lamió con mucha ternura.
—Hay más —dijo Paula señalando el otro sobre. Entonces,
Pedro extrajo del paquete un mapa que proporcionaba un trazado exacto para poder navegar por el cielo con un telescopio y localizar la estrella. En aquel momento, y después de que Pedro desplegase el mapa, Paula gateó sobre la cama para levantar el paquete que había llevado hasta allí con dificultad, pero como era muy pesado,Pedro se movió rápidamente para ayudarla. Entre los dos,abrieron el envoltorio y la caja quedó al descubierto: le había regalado un telescopio astronómico computarizado.
—¡Vaya! ¡Nena, qué regalo tan fantástico! —exclamó con asombro al descubrir el reluciente aparato de color blanco y cromo.
—¿Te gusta?
—¡Me encanta! Me muero por aprender a usar esto y ubicar
nuestra estrella. Vení acá, te merecés otro beso; yo también me siento ñoño. —Se carcajearon y, después, él le rodeó el cuello y volvió a tomar sus labios por asalto.
—Me explicaron que se usa muy fácilmente, sólo hay que orientarlo en la línea norte-sur, y con la inclinación de la latitud del lugar, algo que se obtiene fácilmente con un reloj. Creo que con tu Hublot podrás conseguirla fácilmente. —Él asintió—. Luego hay que cargar las coordenadas de las estrellas más brillantes en este ordenador, para calibrarlo. —Paula sacó de la caja un aparato que parecía un mando a distancia pero que, en realidad, era el ordenador del telescopio, y se lo enseñó—. Trae un software explicativo con las instrucciones. —Mientras ella le explicaba, los ojos de Pedro bailoteaban extasiados del aparato a su rostro.
Esa mujer tenía un poder increíble sobre él, lo tenía
fascinado o, como ella misma decía, atarantado—. Bueno y esto forma parte del kit de la estrella — dijo ella entregándole la caja de joyería, que Pedro abrió con
impaciencia. En ella encontró un llavero de plata, donde estaba grabado el nombre de la constelación y sus coordenadas exactas.
—Sos increíble, Paula, jamás se me hubiese ocurrido algo así; sólo tu mente pudo haber volado hasta este regalo tan especial.
—Tenía miedo de que no te gustase, es que... ¡tenés de todo!
—No tengo de todo.
—No seas modesto. —Paula se recolocó la bata de seda, que se le había abierto dejando escapar uno de sus senos, y se acurrucó entre los brazos de Pedro. Él la recibió gustoso—. Me dijiste que tenías una fantasía con tu regalo,¿no?
—Así es.
—¿Cuál es?
—Hum, despejemos la cama.—Quitaron todas las cosas que había encima de ella y luego Pedro le pidió que lo esperase ahí. Se dirigió resuelto hacia el vestidor, llevándose consigo la caja de Boucheron. Al regresar, le explicó que había dejado preparado allí lo que deseaba. Paula lo miró sin entender demasiado, pero se levantó para darle el gusto.
—¡Es ropa! —chilló Paula desde allá y regresó. Pedro estaba sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabezal—. ¿Adónde vamos?
— Quiero que te vistas y que, después, te desnudes para mí.
—¡Me da vergüenza!
—Pero ¡si ya lo hiciste en el Faena!
—Pero eso nació de forma espontánea.
Pedro juntó sus manos y apoyándolas en su boca le suplicó:
—Quiero que me vuelvas loco como aquel día y que te quedes sólo con las joyas y los zapatos puestos.—Paula gateó sobre la cama.
—¿De verdad te volví loco?
—¡Muy loco! Me enardeciste y me pusiste tan duro que creí que me iba a correr sin necesidad de tocarte.
Paula le lamió los labios, luego lo estudió mientras decidía y
él le dedicó una mirada tan pícara que la tentó.
—Esperame acá, Ojitos, ya vuelvo. —Pero cuando ella quiso
alejarse él la cogió por la nuca y la miró oscuramente.
—No tardes —le dijo con voz grave y sensual.
—Lo bueno se hace esperar y mi imaginación se acaba de
despertar, así que paciencia. Si querés un espectáculo, dejame prepararme. —Le mordió el labio y se marchó.
Regresó con un pañuelo de seda negro entre sus manos, aún no se había cambiado—. Tenelo a mano —le dijo y le guiñó un ojo—, cuando te indique quiero que te vendes los ojos. —Pedro se quedó pasmado y superexcitado.
—Hum, esto se está poniendo muy interesante.
Después de unos minutos, y antes de aparecer en el dormitorio, Paula le gritó a Pedro que se vendara los ojos, pero no se quedó ahí.
—¿Adónde vas? —Pedro oyó sus pasos.
—¡Chis! Ya vuelvo, no hagas trampa y te destapes los ojos. ¡Ah! y quitate esa bata.
Pedro se rió divertido e hizo lo que ella le indicaba. Paula fue hasta la cocina y, tras unos minutos, regresó con una copa de champán, fresas en un recipiente y un bote de nata.
Apoyó todo con mucho cuidado en una mesilla, intentando
no hacer ruido para no delatarse, y luego conectó su iPod al sistema de sonido del dormitorio. Se reía en silencio por todas las travesuras que su mente estaba maquinando; la vergüenza se le había esfumado: Pedro la desenfrenaba y le hacía vivir y sentir como nunca. Estaba excitada, nunca hubiera pensado que un juego como ése la podía poner en ese estado. Se había vestido con las prendas que Pedro
había elegido de entre su ropa: un corsé, unas ligas color caramelo que sostenían sus pantis y un vestido muy ajustado con escote palabra de honor, con lentejuelas
negras y plateadas. Se había calzado unos Louboutin con
purpurina asimismo plateada y llevaba puestas las joyas que Pedro le había regalado. Entonces, sin más demora, apretó el play para que Etta James comenzara a cantar
A sunday kind of love, una melodía muy sugerente que hizo que Pedro se removiera sobre el lecho y se pusiera en una actitud expectante.
Notó en seguida que la cama se movía y supuso que Paula se había subido a ella, pero como tenía los ojos vendados no pudo verlo. Ella gateó hasta él, le separó las piernas para hacerse un hueco entre ellas, se le acercó y le respiró sobre el rostro. Él estaba muy receptivo. Se acercó a su oído y le habló susurrando:
—Prohibido tocar, Ojitos. — Con una voz más oscura aún, le preguntó—: ¿Entendido?
—Entendido —le contestó él.
Ella había trasladado todos sus complementos a la mesilla de noche; se estiró, tomó una fresa que sumergió en La Grande Dame, la roció con abundante nata y se la colocó en la boca, sosteniéndola entre los dientes; se acercó a la boca de Pedro y la apoyó en la de él.
Se sorprendió; encendido, abrió la boca y la aceptó. Paula introdujo su lengua junto a la fresa y lo besó; lo succionó tomando plenamente el control. Pedro ya estaba enloquecido, porque Paula sabía cómo ponerlo a mil; su erección había crecido: estaba duro y muy excitado.
Luego cogió la copa de champán y repitió la maniobra
anterior, sólo que esta vez le puso la fresa a él entre los dientes para que se la pasara a ella.
Pedro estaba deseoso de levantar sus manos y asirse a su
cuerpo, atraparla y aprisionarla contra él, pero ella no se lo
permitía.
—No, señor Alfonso, usted pidió jugar a este juego, así que
ahora tiene que aguantarse.
—Nena, estoy muy caliente.
—Tranquilo, vas a tener todo lo que ansías. —Se acercó a su oído de nuevo y le habló muy cerca —. Lo prometo, mi amor, te daré todo lo que tu mente está imaginando. Te amo, Ojitos.
Pedro sonrió con ese gesto de perdonavidas que tan bien
le sentaba y que a ella la descolocaba. Paula no pudo
resistirse a los encantos de su hombre y se aferró a su nuca para poseer sus labios; luego se apartó de él. Pedro respiraba entrecortado, intentando oír los movimientos de Paula, pero la música se lo impedía. De pronto, sintió que ella enganchaba su dedo en el pañuelo que le cubría los ojos. La seda se desató con facilidad y pudo disfrutar de una imagen incomparable de Paula caminando de espaldas a él. El vestido resaltaba todas sus curvas, como si estuviera impreso en su cuerpo; su culo, que lo enloquecía, parecía realmente grande enfundado en él.
Ella se detuvo junto al jacuzzi que estaba incorporado en el
dormitorio, abrió las piernas y se agachó cogiéndose de los talones.
Después se levantó despacio, de manera muy sensual, mientras se acariciaba las piernas. Cuando llegó con sus manos al bajo del vestido, fingió que iba a levantarlo, pero sólo le mostró el muslo, la puntilla de sus medias de seda y el broche de sus ligueros; luego volvió a cubrirse. Llevó entonces su mano a la cremallera del vestido y la bajó unos centímetros; después se dio vuelta para mirarlo de forma seductora, volvió al cierre y terminó de bajarlo. Sostuvo la prenda a la altura de sus senos con un brazo, para evitar que se viera más de la cuenta, y jugó con su pelo. Lo tiró hacia un costado y se pasó un dedo por los labios. Acto seguido bajó sus manos despreocupada y dejó que el vestido se deslizara por su cuerpo.
Pedro la miraba alucinado, respirando con dificultad. Paula se quedó en corsé y tanga, dos prendas de encaje transparente que dejaban apenas cubiertas, tras el tul, sus partes más íntimas, esas que él tanto deseaba. Desinhibida y excitada, se pasó la mano por el cuello y lo exhibió ante Pedro echando su cabeza hacia atrás. Embriagada por el momento, hundió los dedos de su otra mano en su cabello. A esas alturas, a Pedro ya le costaba tragar; su mirada la recorría y seguía cada uno de sus movimientos.
Paula enderezó la cabeza y clavó la mirada en la increíble erección que Pedro presentaba ante sus ojos. Lo deseó, sintió electricidad en su cuerpo, un hormigueo en su vientre y una punzada en su sexo; instintivamente, se llevó la mano al pubis y se acarició por encima de la ropa interior, mientras se relamía.
Entonces, sin poder contenerse más, se aproximó a su hombre, se apoderó del pañuelo y volvió a arrastrarse sobre la cama de manera muy sensual. Mientras gateaba, la cabeza de Pedro iba a mil por hora:
Paula se había convertido en fuego,pasión, delirio y Pedro se movió un poco esperando recibirla, pero ella lo sorprendió y le pidió,con una voz muy gutural, que se acostara. Le indicó que levantara ambos brazos por encima de su cabeza y lo ató de las muñecas con el pañuelo; después se sentó a horcajadas sobre él. Pedro estaba entregado, abandonado a sus exigencias. Ella se acercó y le pasó la lengua por los labios; él los quiso atrapar, pero Paula fue muy rápida y se apartó. Se estiró, cogió el bote de nata y escribió «I love» en su torso con él.Pedro la observaba fascinado; Paula se inclinó despacio y posó la lengua en su piel mientras lo miraba con verdadera lascivia, hasta que comenzó a lamerle la nata con la que había impregnado su cuerpo. Él se sintió sumamente excitado y cerró los ojos dejando escapar un hondo gemido; imaginó que se iba a correr porque estaba muy caliente,pero intentó serenarse.
Paula enderezó su cuerpo y admiró a su hombre, que yacía
vulnerable, entregado. Al notar el movimiento de su cuerpo, él abrió los ojos para verla y, entonces, ella se desabrochó el corsé y le ofreció sus pechos. Inmovilizado, pero deseando tocarlos, le rogó que le permitiera besarla, pero ella se había convertido en una chica muy mala y negó con su cabeza. Se arrodilló en la cama, cogió las tirillas de su tanga y comenzó a deslizarlas, subiéndolas y bajándolas por sus muslos, hasta que, finalmente, de un tirón las rasgó mientras dejaba escapar un gritito de placer contenido.
—¡Dios, Paula, voy a morir en esta cama!
Paula se había transformado en Afrodita, una deidad del deseo, del amor, de la lujuria: era su diosa de la belleza, la sexualidad y la reproducción; era su divinidad personal, emergida de la espuma del mar y creadora de su propio
universo, la única capaz de enamorarlo, de hacerlo sucumbir, de volverlo ciego de amor. Se sintió Ares, dios de la guerra, amante de la deidad que tenía sentada sobre su cuerpo.
Recordando la mitología griega, creyó que tendría que invocar la clemencia de Poseidón por desearla tanto, por claudicar ante ella como un simple mortal sin voluntad que sólo pensaba en amarla, en hacerla suya, en entregarse lujurioso a su cuerpo.
— Dejame tocarte, nena, dejame fundir mis manos con tu
piel.
—Aún no —le negó ella.
Paula se movió con poderío y levantó ligeramente su sexo para introducir el pene en su cavidad, y ambos gimieron aliviados ante ese contacto tan íntimo. En ese preciso instante empezó a mover las caderas; las hizo girar una y otra vez, mientras Pedro emitía sonidos desconocidos para ella. Estaba tan extasiado que parecía otra persona y empezó a arquear con violencia su pelvis para enterrarse más en Paula y encontrarla en sus bamboleos. Sus ojos le suplicaban de tal forma que ella se apiadó y desató sus muñecas. Con extrema premura, Pedro movió sus manos ávidas para tomarla de la nuca y la besó: necesitaba
empaparse de su sabor, devorarla por completo.
Se movió con astucia hasta dejarla bajo su peso, se apoderó de sus muñecas y la penetró nuevamente, la enloqueció con sus embestidas y se sintió un Adonis sobre su cuerpo. La adoró y se enterró en ella hasta caer rendido, saciado. Paula, por su parte, sintió que las fuerzas la abandonaban, que su cuerpo no le pertenecía y que sus sensaciones eran irreales, míticas.
Satisfecha, dejó escapar su nombre entre sus labios y también se dejó ir.
CAPITULO 115
Pedro no permitió que ella se levantara, se colocó una bata y fue hasta la cocina a preparar algo de comer. Antes de regresar a la habitación, caminó hasta la entrada del apartamento donde habían quedado sus maletas y buscó el
estuche con el regalo que le había comprado en París. Lo metió en el amplio bolsillo de su bata y fue al dormitorio. Paula estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas y hablaba por teléfono con Mati.
—Sí, cabezón, te digo que estoy bien. Lamento no haberte
contestado los mensajes, pero tuve unos días muy intensos y desconecté el móvil. —No quería contarle nada de lo ocurrido en Francia. Pedro se sentó frente a ella imitando su postura y puso la bandeja en medio de ambos.
—Te llamaba porque tengo algo que contarte —le dijo Mati.
—¿No me digas que rompiste con Daiana?
—No, todo lo contrario, nos fuimos a vivir juntos. —Paula pegó un grito y Pedro se sobresaltó. La miró con el cejo fruncido—. ¡Me acabás de dejar sordo!
—Lo siento, es que me cogiste por sorpresa. Acá,Pedro está
haciendo un montoncito con los dedos porque no entiende mi efusividad. —Le contó rápidamente a Pedro qué pasaba para incluirlo en la conversación.
—¡Hacele saber que los felicito!
—Ya oí, muchas gracias; estoy un poco asustado, porque ya tuvimos nuestra primera pelea de convivencia.
—Tranquilo, Mati, al principio es normal. No es lo mismo que verse de vez en cuando para compartir alguna que otra noche
— Sí, eso espero, aunque me parece que vamos a chocar por todo.
—Te digo que es normal.
Ahora comparten más horas al día juntos, sus caracteres y costumbres deben amoldarse.
—Tengo miedo de que nos hayamos apresurado y de que lo que teníamos se vaya al garete.
—No seas gallina, Mati, no te rindas ante la primera dificultad.
—¡No soy gallina, pero no quiero perderla!
—Sí la perdés es porque el amor entre ustedes no es verdadero. —Paula extendió su mano para buscar la de Pedro y entrelazar sus dedos con los de él—. Pero, antes de llegar a eso, tenés que luchar.
No debe de haber sido tan grave la pelea, Mati, estoy segura de que se trata de algo que pueden superar.
—Bueno, pero ¡tampoco está bien que crea que puede manejar mi vida porque estamos viviendo juntos!
—De eso se trata la convivencia, de ceder un cincuenta y un cincuenta, sin perder la esencia de uno mismo, con equilibrio. — Mientras hablaba, Paula fijó sus ojos en Pedro y él levantó su mano para besarle los nudillos.
—Te amo —le dijo él gesticulando y mordiéndole un
dedo; ella le sonrió.
—Ya veo que estás de su lado —protestó Mati.
—Escuchame, chiquito, yo no estoy del lado de nadie, sólo te estoy aconsejando, pero si no te sirve y estás enojado con Daiana, podés decirme, simplemente:
«Paula, quiero que me digas esto y esto», ¡y así puedo repetirte, como un loro, lo que deseás escuchar!
—Bueno, bueno.
—¿Y por qué fue la discusión?
—Porque después del trabajo me fui de copas y no la avisé.
—¿Y qué cuernos querías? ¿Que te aplaudiera por irte de picos pardos?
—Pero ¡no me fui de picos pardos!
—Bueno, Mati, es una manera de hablar... Pero tendrías que haberla avisado, ahora ya no vivís solo.
—Pero me fui a tomar una cerveza, sólo eso, y no llegué tan
tarde como para que me montara el escándalo que me montó.
—¡Estás cegado! Cuando estás así, no pensás y no escuchás.
—Cuando ella salió del gimnasio, también se fue con sus
amigas a tomar algo y no vino directamente. Además, cuando llegó, yo ya estaba en la cama.
—¿Eso fue antes o después de que vos lo hicieras? —Mati no respondía—. ¡Hey! ¿Reformulo la pregunta?
—Después.
—Entonces no te quejes, te pagó con tu propia medicina.
—Lo sé, lo sé.
—¿Entonces?
—Nada, que si lo hablo con vos me cuesta menos reconocer que Daiana tenía razón.
Paula se rió en silencio para que su amigo no se cabreara.
—Ay, yo también extraño nuestras charlas... Podés llamarme cuando lo necesites, Mati. Sabés que estaré siempre ahí.
—Boba.
—Bobo.
—Gracias por escucharme.
—Gracias por llamarme y seguir considerándome tu amiga.
—Sabés que siempre será así.
Terminó de hablar con su amigo y volvió a centrar toda su
atención en su amor.
—Lo siento. Mati necesitaba que habláramos.
—No te preocupes. Él es tu amigo y yo... yo sé que tengo toda tu atención —le dijo clavando sus ojos azules en los de ella y utilizando una voz muy dulce.
—Vos tenés más que mi atención, Pedro. Tenés todo mi amor,mi alma y mi vida —le aseguró Paula mientras se estiraba sobre la bandeja para acariciarle la mejilla y apoderarse de sus labios. Metió la otra mano dentro de la abertura de la bata y lo cogió por la cintura.
En ese momento, sintió algo duro sobre la mano y se alejó con curiosidad—. ¿Qué tenés ahí?
—Hum, algo que compré para vos. ¿Recordás que te envié una foto en el obelisco? Estaba yendo a buscar esto.
—Quiero mi obsequio. —Ella quiso sacarlo de su bolsillo pero él no la dejó.
—Primero comamos. —La esquivó Pedro mientras mordía su sándwich—. ¡Estoy hambriento!
—¡Pedro! ¡Sabés que soy muy ansiosa!
—Chis, comamos, luego te daré el obsequio, porque tengo una fantasía en mi cabeza y creo que es mejor que nos alimentemos.
—¿Fantasía?
—Ajá. —Asintió con la cabeza—. Comé y después te
cuento. Necesito que recuperes tus fuerzas.
Paula frunció el entrecejo mientras masticaba un bocado.
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