viernes, 8 de agosto de 2014
CAPITULO 91
Aquél fue un día muy difícil.
Tal y como se lo había advertido Federico, el abogado de Rachel se preparaba para declararla enferma
mental.
Recordarlo todo con minuciosidad y dos veces en el
mismo día había sido agotador.
Primero había tenido que hacerlo con el abogado, rememorando detalles ínfimos, y luego, en un tono más escabroso, con el detective, que la atosigó a preguntas y resultó, incluso, despiadado en su manera de investigar. Finalmente, Paula, con la recreación de todos los hechos, terminó llorando desconsolada en brazos de Pedro y de su madre.
—Creo que es suficiente, detective. Ella es la víctima, ¿lo ha
olvidado? No es justo que la trate de esta forma. Mire lo angustiada que está —le gritó Pedro, mientras intentaba acabar con aquella situación—. Lo acompaño a la salida, Paula ya le ha contado todo cuanto quería saber.
—Lo siento, señor Alfonso, era inevitable repasar todos los
hechos con detalle, no ha sido mi intención incomodarlos.
—Puede que no, pero lo ha hecho. Mire en qué estado se
encuentra Paula por su culpa. Ha sido cruel, ¿le parece que no ha pasado por demasiado ya?
—Estoy bien, Pedro; entiendo que era necesario, pero aun así ha sido muy fuerte volver a revivirlo todo. Todavía puedo sentir el olor a pólvora y el ruido del disparo, fue como volver a experimentarlo de nuevo.
— Detective Clark, mi cliente ya le ha dicho todo. Creo que si, en algún momento, considera que debe ampliar su declaración no habrá ningún problema, pero lo expuesto
es más que suficiente para que presente los hechos ante el fiscal del distrito.
—Así es, letrado Parker.
—Señorita Chaves, créame que lamento haberla hecho recordar tan penoso momento, pero era imprescindible. Además, como ha pasado un tiempo, necesitaba comprobar que su declaración era correcta y que no estaba omitiendo
ningún detalle. Entiéndame; es necesario que usted esté segura de los hechos que me ha relatado.
—Lo sé. Puede estar convencido de que fue como se lo
he contado, aunque desee borrarlo de mi mente, jamás olvidaré esos momentos.
El detective se retiró y Paula,ayudada por Ale, regresó a la
cama. Mientras tanto, Pedro se quedó en el salón hablando con el abogado, aunque no tardó en despedirse de él para volver junto a Paula y terminar de consolarla.
Desde la mañana, había estado acongojada. Desde que el abogado les plantease la defensa y la estrategia para evitar que Rachel ingresara en un psiquiátrico, en vez de en una cárcel común, no se había sentido en paz.
—Pedro, no voy a poder vivir tranquila si ella no está presa.
—Calma, Paula, ya viste lo que nos explicó el abogado. Por
más que sea un hospital mental, es un lugar de máxima seguridad.
—No, pero no es lo mismo. Viviré inquieta.
—Paula, aún no es seguro que eso ocurra. Ya oíste al detective; el fiscal del distrito también hará lo imposible para que eso no ocurra
—Lo sé. Además no sería justo; no me importa que esté loca, ¡casi me mata! Era lo que quería, quería matarme, era lo único que ansiaba; loca o cuerda, ése era su deseo
.— ¡Hey! No me lo tenés que decir a mí o ¿acaso creés que yo sí quiero que salga de la cárcel? Pero si así fuera no tenemos que desesperarnos, porque ella estará encerrada de todos modos.
—Pero eso no sería una condena. ¿Y si dicen que está
curada y sale? ¿Cuándo se va a acabar esta pesadilla? Pedro, no quiero vivir con miedo. —Él la
abrazó con fuerza y cerró los ojos, intentó calmarse por ella, pero también sentía miedo, aunque no podía dejar escapar sus temores, necesitaba mostrarse íntegro para infundirle seguridad.
Estaban terminando de cenar y Paula seguía muy irritada. Por momentos, se quedaba abstraída e inmersa en sus pensamientos. Había insistido en cenar en el comedor,
alegando que le dolía demasiado la espalda de tanto estar en la cama.
Para no contrariarla, Pedro y Alejandra la habían acomodado en uno de los sillones del salón y habían cenado ahí con ella, pero Paula casi ni había tocado la comida.
—No cenaste nada, ¿no te gustó lo que te preparé, querés que te haga alguna otra cosa?
—No, mamá, no es eso, solamente estoy desganada. —Alejandra y Pedro se miraron, no dijeron nada.
—Tenés que alimentarte bien, así te recuperarás antes —le habló él sin mirarla, mientras cortaba un bocado y se lo llevaba a la boca.
—Estoy bien, Pedro, no te preocupes. Sólo es que no tengo
hambre, no hagan un problema por nada.
Terminaron de comer, Alejandra retiró los platos y Pedro se puso de pie y fue hasta la nevera. De allí, trajo una porción de gelatina con frutas, se paró junto al sillón y le enseñó lo que traía. Se rió tentándola y haciendo ruiditos con la boca para demostrarle que estaba muy rica. Paula frunció la boca y negó con la cabeza, pero él no le hizo caso. Se sentó a su lado sobre la alfombra del salón y le ofreció una porción.
Parecía una niña caprichosa que no quería abrir la boca, pero Pedro tuvo paciencia hasta que ella la engulló.
—Mejor así. —Pedro se estiró y la besó.
—Sos muy insistente.
—Muy insistente, cabezón e insoportablemente testarudo. Sabés que siempre me salgo con la mía, seguí comiendo.
—Bueno, pero me das otro beso.
—Primero te comés otra porción. —Paula se rió, abrió la
boca y entonces él la besó—. ¡Ah, de haber sabido que te robaría tantos besos hubiera hecho lo mismo con la otra comida que ni tocaste!
—¡Aprovechado! —Pedro le guiñó un ojo. Alejandra no dejaba de sonreír desde el fregadero de la cocina. Le encantaba ver a su hija tan feliz y no podía disimular su alegría. Había pensado que nunca vería a Paula así de enamorada,pero Dios era misericordioso y la había escuchado. Por fin había puesto en su camino a un hombre bueno y comprensivo que, además, la amaba con locura.
—Siempre que pueda tener tus labios, no me importa la forma en que los consiga —dijo él.
—¿Me querés?
—Te amo, Paula, te amo con desesperación.
—Y yo a vos.
CAPITULO 90
La noche había llegado.
Pedro había terminado de darse una ducha y estaba secándose enérgicamente el pelo con una toalla mientras tenía otra enrollada en la cintura. Paula lo admiraba desde la cama. Su hombre era muy deseable y se lo estaba comiendo con los ojos. Él sintió que ella no lo perdía de vista, lo estaba repasando de pies a cabeza. Entonces,
Pedro se dio la vuelta, sonrió y le guiñó un ojo. ¡Menuda sensación la que le causaba que la pillara!
Ella también se rió y se llevó un dedo a la boca mientras su mente la trasladaba al día en que se habían conocido; su memoria retrocedió, precisamente, al momento en que él la había pescado observándolo embobada, mientras hablaba por teléfono en el Bistró del Faena.
Aquel día parecía tan lejano y, en realidad, tan sólo habían pasado unos pocos meses, aunque si lo pensaba un poco, todo lo que había sucedido entre ellos había sido increíblemente intenso.
Pedro fue al vestidor y salió con un bóxer negro, preparado
para meterse en la cama con ella.
Se sentó contra el respaldo y la invitó a acurrucarse bajo su abrazo, mientras le besaba la coronilla.
—¿Estás cansada?
—No —negó ella con la cabeza—, dormí toda la tarde.
¿Sabés? Estoy muy feliz de estar en casa.
—Yo también estoy feliz, y me encanta que digas «en casa»: me fascina saber que lo sentís así. — Ella aún se movía con dificultad por los tironcitos que le daban los
puntos de la herida, pero eso no le impidió darse la vuelta y olerlo.
—Hum, ¡qué bien olés siempre, mi amor! —le dijo y le
besó el cuello. Él se retorció con el gesto—. No soportaba más esa cama de hospital, no hay nada mejor que esto, extrañaba mucho tu contacto.
—También yo, aunque sólo podamos mimarnos así. —
Profundizó su abrazo—. Sentir tu cuerpo es de ensueño.
—Te amo, Pedro, te amo tanto..., mi amor. Tuve tanto miedo
de no poder decírtelo nunca más...
—Hey... —la apartó y la miró —. ¿Otra vez con esa angustia? Preciosa —le dijo, e hizo una pausa para abrigarla más aún entre sus brazos, con posesión y el
convencimiento de que nada más podría pasarle—, no pensemos más en cosas tristes.
—Pero necesito hablar. Sé que no querés que recuerde el ataque de... —dudó antes de decir su nombre— Rachel, pero necesito hacerlo, me urge contártelo y quitarme de encima todas esas sensaciones horribles que tengo
guardadas adentro. Ahora recuerdo bien todo; los primeros días me sentía aturdida y sólo rememoraba algunos momentos, pero ahora tengo todo más claro.
—A ver, dejame decirte algo.—La miró a los ojos profundamente —. Hoy no, Paula. Mañana vendrá
un abogado y vas a tener que hacerlo con todo lujo de detalles.
Después, por la tarde, se acercará a casa el detective Clark para tomarte declaración. ¿Es necesario que la primera noche que volvemos a casa lo repasemos también? —Paula dio un respingo.
—¿Mañana tendré que declarar?
—Sí, preciosa, ya no podemos postergarlo más, ¿te parece que podrás?
—Sí, por supuesto, lo haré.
—Bien. De todos modos, el abogado nos instruirá por la
mañana; me lo ha recomendado Federico, que ya se enteró.
—¿Cuándo se enteró?
—Hoy, y se enfadó mucho porque no los habíamos avisado,
pero... ahora vamos a acostarnos y a dormir en la paz de nuestro dormitorio. —Ella asintió con la cabeza y se deslizó en la cama con dificultad. Pedro la ayudó y esperó
pacientemente para arroparla, luego se acostó a su lado.
CAPITULO 89
Habían llegado al apartamento de la calle Greene y Pedro estaba terminando de arropar a Paula,después de ayudarla a que se acostara. Tras siete días en el hospital, por fin le habían dado el alta, pero debía seguir guardando reposo para recuperarse completamente; aún era todo muy reciente.
—Al fin en casa, preciosa.
Ahora, poco a poco, retomaremos la normalidad y todo pasará a ser un mal recuerdo.
—Sí, mi amor, no veía la hora de salir de ese hospital. Además, yano soportaba verte un día más durmiendo mal e incómodo:primero en la silla de la UVI y luego en el sillón de la habitación.
—Hey, nunca duermo mal si estoy a tu lado.
—Dame un beso, pero de los que me gustan a mí, no de los que me das cuando hay gente.
Pedro poseyó sus labios con ternura pero con intensidad. Cuando entraba en su boca sentía que tocaba el cielo con las manos. El contacto de sus lenguas iba más allá de un momento erótico; se necesitaban como el aire para respirar.
Alejandra aún estaba en Nueva York e, instalada en una de las habitaciones libres del apartamento, pensaba quedarse hasta que Paula estuviera repuesta.
—Perdón, no quise interrumpirlos. —Ale se apenó por
entrar mientras estaban en pleno beso. Ambos se rieron.
—Tranquila, Ale, nos encanta tenerte acá. Además, tu compañía me permitirá trabajar un rato. El chico de los recados me trajo un cúmulo de papeles de la oficina; con Alison de luna de miel, está todo descontrolado.
—Amor, sólo soy un problema.
—¡Ah, no! Paula Chaves, que sea la última vez que me decís eso —le advirtió con el cejo fruncido y le puso un dedo sobre los labios para hacerla callar—.Vos no sos un problema en mi vida, todo lo contrario. Sos mi bendición,
el problema soy yo en la tuya, sino mirá por todo lo que estás pasando por mi culpa. —Paula negó con la cabeza y le mordió el dedo con el que le acariciaba los labios.
Pedro las dejó un rato solas y aprovechó para atender algunos asuntos pendientes.Alejandra le había llevado a Paula una compota de frutas, pues necesitaba comer pequeñas cantidades, varias veces al día. —¿Estás cansada, hija?
—Un poquito. La verdad es que el viaje me cansó, pero no se lo digas a Pedro; está tan asustado que casi ni duerme.
—Lo sé. No te preocupes, que no se lo mencionaré. Yo también lo noto agotado, necesita imperiosamente serenarse y descansar. Esperemos que, ahora que ya estás acá, consiga hacerlo.
Ese hombre te quiere más que a su vida y te lo ha demostrado.
—Lo amo, mamá.
—Mi vida,Pedro es un amor. Estoy feliz de que lo hayas
conocido. A pesar de todo esto que está pasando, creo que es la persona adecuada en tu vida.
—Pedro es maravilloso. — Paula cambió de tema con
brusquedad—. ¿Avisaste a Mati y a Ezequiel de que ya salí del hospital?
—Sí, tranquila, anoche hablé con Mati y le dije que era muy
probable que hoy te dieran el alta.
Llamaron a Pedro o a mí a diario, querida, preguntando por vos.
—Lo sé. Pedro me pasó con ellos cada vez que lo llamaban,
hablé con ambos
Pedro estaba abriendo sus correos en el despacho cuando sonó su teléfono.
—¿Qué mierda tienen todos en la cabeza? —Era Federico—. ¿Por qué me entero de todo recién ahora?
—Tranquilo, ya pasó todo.
—Ya sé que ya pasó, papá me lo contó. No puedo creer que
hayamos estado todo este tiempo acá sin saber nada,¿cómo pudieron ocultarnos lo que estaba ocurriendo? ¡Parece que no perteneciéramos a la familia!
—Estás de luna de miel, Federico. Yo les pedí que fuera así.
Paula ya está bien, gracias a Dios.
—No es posible que nos hayan tenido al margen y ustedes pasando por todo eso. No puedo creer lo de Rachel. Alison está tanto o más atónita que yo.
—Pues créanlo. Es una jodida y ya sé, no me lo digas, tendría que haber mantenido mi bragueta cerrada.
—No te lo voy a decir, pero sí. Igualmente, no hay justificación para lo que hizo.
—Jamás le prometí nada. Fue sólo una vez y cuando estaba
separado de Paula. Se metió en mi casa, en fin... Aunque le he dado vueltas a esto, creo que, por más que no hubiese pasado algo entre ella y yo, este asunto hubiera terminado así de todas formas.
Rachel llegó a llamar a Paula a Buenos Aires, amenazándola, cuando todo lo nuestro comenzó.
—Nos hemos enterado, y Alison está muy apenada. Se siente muy culpable, porque fue ella la que cometió el error de contarle sobre Paula y vos.
—Decile que no se preocupe, sé que lo hizo sin maldad. ¿Sabés? Rachel no está bien, estoy casi seguro de que está desequilibrada mentalmente.
—Eso no es bueno para la causa.
—¿Cómo?
—De comprobarse que no está en su sano juicio, la sacarán de la cárcel y la enviarán a un psiquiátrico.
—¿Estás seguro?
—El derecho penal no es mi especialidad, pero eso lo sabe
cualquiera. Te enviaré el teléfono del mejor penalista de Nueva York.
Fue mi profesor, pero tiene un bufete particular. Mejor aún... lo llamaré, dejame hablar con él para intentar por todos los medios que lleve el caso de Paula y no lo delegue en nadie. Creeme, Pedro, si él no consigue que Rachel quede
presa, podés estar seguro de que nadie lo conseguirá. Es,
sencillamente, el mejor. ¿Paula ya declaró?
—No. Lo he estado alargando por su estado. Es que no tenía cabeza para pensar en otra cosa que no fuera verla bien, y ni siquiera tenemos abogado todavía, pero no creo que pueda dilatarlo más; ya está en casa.
—Sí, papá me dijo que le habían dado el alta, y me alegro de que esté reponiéndose; pero, escuchame bien, que no declare hasta haber hablado con un abogado. Necesitan guiarla en su declaración, una palabra de más o una de menos y Rachel saldrá en seguida.
—Así lo haré. ¿Sabés? Papá se peleó con Bob, quería que
retirásemos la demanda, decía que él la internaría.
—¿Cómo se atreve a usar su amistad de esa manera? ¿Te das cuenta de lo que te digo? Van a intentar probar que no está en su sano juicio, si ya el tío avanzó eso...
—Yo también me peleé con papá, Federico, está furioso conmigo, y yo con él. No me dejó explicarle, no me habla. Por supuesto, Paula no está enterada de eso, no quiero
angustiarla o empezará a tejer en su cabeza que, por su culpa, estoy distanciado de papá.
—No te preocupes, eso se arreglará. Debe de estar dolido por lo del tío Bob; ellos se conocían de toda la vida y terminó agarrándosela con vos. —Pedro hizo una mueca de disgusto.
—Gracias por llamar.
—Lo hubiera hecho mucho antes si no me lo hubieran ocultado.
—Ni loco podía arruinarte la luna de miel.
—Era necesario que estuviéramos allá, acompañándote
en lo que pudiésemos. ¡Podríamos haber reanudado el viaje en otro momento, hermano!
—Sé que es lo que hubieran hecho y, aunque no estaban, los sentí a mi lado en todo momento.
Pero ese viaje, en otra ocasión, no hubiera sido igual.
—¡Bah! Sos un pendejo testarudo. —Pedro se rió.
—Ya me conocés. ¿Cómo está Alison? ¿Qué tal la Polinesia?
—Un paraíso. Alison está acá, junto a mí. —Federico la abrazó mientras lo decía.
—¡Hola, cuñado! —saludó ella acercándose al teléfono.
—Saludala también de mi parte.
—También está muy enojada porque no nos avisaron.
—Decile que disfrute y no se preocupe más. Es un momento único en sus vidas que no debe empañarse por nada. Además, Paula ya está bien, en unos días le
quitarán los puntos.
—¿Por nada? ¿Que a Paula le hayan disparado y casi pierda su vida te parece nada? Me siento inútil a tantos kilómetros de distancia.
—Ya pusiste tu granito de arena, hermano. Aun en la distancia, me acabás de decir que vas a contactar con el mejor penalista, ¿te parece poco? No le des más vuelta
de miel, que me salió por un ojo de la cara.— ¡Maldito engreído! —se carcajearon y se despidieron.
Pedro trabajó un rato más, pero le costaba concentrarse después de lo que Federico le había dicho. Las alarmas habían empezado a sonar.
Durante todos aquellos días, sólo se había preocupado por la salud de Paula y había pensado muy poco en Rachel y en su condena, pero ahora no tenía su mente en paz. Estaba ansioso porque su hermano le enviara el teléfono del abogado.
Que Rachel pudiese salir de la cárcel no había estado nunca en sus planes. No la quería en un psiquiátrico, la necesitaba entre rejas, en un lugar bien seguro.
Dejó lo que estaba haciendo y se fue al dormitorio a ver a Paula.
Ella, ajena a todo el calvario que se había desatado en su cabeza, dormía con placidez. La admiró desde el resquicio de la puerta, luego sigilosamente se recostó a su lado, y así permaneció mirándola por unos instantes, adorándola.
Parecía tranquila y él no quería que nada la alterase. No le contaría nada sobre lo que Federico le había insinuado. Le apartó con suavidad un mechón de pelo que le cubría la
cara, para admirar mejor sus facciones. Desde que la habían atacado, le encantaba ponerse muy cerca de ella y sentir su respiración en el rostro; eso lo tranquilizaba,
era la forma que tenía de comprobar que ella seguía viva, un
hábito que había adquirido en el hospital, cuando le habían sacado el respirador.
Su teléfono vibró dentro del bolsillo del pantalón, se apresuró a cogerlo para no despertarla. Se levantó con prontitud y caminó hacia el salón. Era un número
desconocido, pero igualmente contestó.
—Hola.
—¿Pedro Alfonso?
—Sí, ¿quién habla?
—Buenas tardes, mi nombre es Jason Parker. Su hermano Federico me ha pasado su número, soy el abogado de quien le habló hace un rato.
—¡Oh, un placer, letrado!Muchas gracias por tomarse la
molestia de llamar.
—El placer es mutuo. Federico me ha explicado un poco la
situación y, como nuestra relación de profesor-alumno traspasó esa frontera, voy a aceptar el caso.
Estaría bien que nos viéramos cuanto antes: es necesario que pactemos un encuentro para que pueda hablar con la señorita...
—Paula. Es mi mujer.
—Sí, estaba buscando su nombre, lo tengo aquí apuntado,
Paula Chaves, ¿verdad?
—Ella misma, pero hay un problema. Paula aún no puede
trasladarse, hoy mismo ha salido del hospital y no creo que pueda postergarse mucho más su declaración. Mi hermano me aconsejó que, antes de que lo hiciera, consultara con un abogado.
—Por supuesto, eso es primordial. Hagamos una cosa,
mañana a las diez en punto iré a su casa para montar una estrategia y, por la tarde, haremos que Paula declare.
—Perfecto, señor Parker, le estoy muy agradecido por las
molestias. ¿Anota la dirección?
Después de concretar la cita con el abogado, Pedro estaba más preocupado que antes. Era evidente que no podría ocultarle a Paula lo que Federico le había insinuado, pero esperaría a que el doctor Parker se lo dijera, no iba a angustiarla antes.
Se quedó pensativo junto al ventanal que daba a la calle,
mientras se daba golpecitos con el móvil en sus labios, cavilando.
—¿Pasa algo, Pedro? Disculpame que te pregunte, no es
que quiera meterme, pero te veo preocupado. Y, además, fue inevitable oír que hablabas con un abogado. —Alejandra, que estaba en la cocina, no había podido resistirse; notaba que algo no iba bien y se lo hizo saber. Pedro se acercó a la encimera.
—Lo siento, Alejandra, no quiero preocuparte pero necesitaré tu apoyo. Presiento que Paula no va a tomarse esto bien cuando se entere.
—Me estás asustando.
Él la miró fijamente y, luego, intentando mostrarse calmado, le habló:— Es muy probable que intenten probar que Rachel es una enferma mental para evitar que vaya a una cárcel común, y presiento que lo lograrán, puesto que yo también creo que está perturbada.
—Dios, Pedro, ¿significa eso que no se quedará en la cárcel?
—No nos precipitemos, pero es una posibilidad.
—Pedro, por favor, mi hija seguirá en peligro si ella sale.
—Conseguí un muy buen abogado. Según mi hermano, es el mejor penalista.Alejandra, no voy a permitir que no pague por lo que ha hecho, tranquila —le dijo clavando sus ojos en los de ella y acompañando su afirmación con un movimiento de cabeza—. Confiá en mí, debemos tranquilizarnos, porque no quiero que Paula se altere ahora. Intentemos que, al
menos en esta primera noche en casa, permanezca serena, que disfrute de que salió del hospital, quiero que se sienta a gusto. —Ale secó las lágrimas que se le habían escapado.
—Tenés razón, somos sus pilares y no podemos permitirnos el lujo de ponernos mal: ella no necesita íntegros.
—Exacto, sé que es difícil. Y sé también lo que estás sintiendo, porque, a pesar de que quiero mostrarme íntegro, me paraliza el mismo temor que a vos. Pero poniéndonos nerviosos no solucionamos nada; las cosas no se pueden revertir, así que sólo debemos encontrarle una solución.
Tenemos que mirar hacia adelante.
Paula aún no está repuesta del todo y lo más importante de toda esta mierda que nos tocó vivir es que ella esté bien de salud. Además, mañana por la tarde tendrá que declarar frente a un detective, así que nos necesitará más que nunca.
Será muy duro recordar todo de nuevo y es muy probable que deba hacerlo con todo lujo de detalles.
—Lo sé, Pedro, sólo te ruego que no permitas que esa mujer salga en libertad.
—Es lo que menos deseo, Ale, yo también quiero que lo
tengas claro. —Pedro abrazó a su futura suegra ofreciéndole contención.
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