lunes, 25 de agosto de 2014
CAPITULO 145
Habían pasado dos semanas desde su regreso del viaje de luna de miel.
Esa mañana, se estaban preparando para salir hacia la
empresa y Pedro se encargaba del desayuno en la cocina, mientras Paula terminaba de arreglarse. De pronto, ella apareció como una tromba, cogiéndose la cabeza con expresión de pasmo y tragando saliva.— ¿Qué pasa? —le preguntó Pedro.
—Hace veinte días que tendría que haberme venido el período.
—¿Qué?
—¡Que hace veinte días que tendría que haber tenido mi regla!
—Pero ¡si estás tomando anticonceptivos! ¿Estás tomando
anticonceptivos?
—Sí, los estoy tomando.
—¿Y no te olvidaste de ninguno?
—No, estoy segura de que no —afirmó ella de manera muy
convincente—. Lo que olvidé es la fecha en la que estábamos. ¡Entre la luna de miel, el regreso y la reincorporación a la empresa, además de todos los asuntos pendientes en el trabajo, no reparé que, en Cancún, tendría que haber tenido el período!
De pronto, empezó a sonar la alarma del detector de humo, puesto que ellos estaban tan enfrascados en la conversación que ni cuenta se habían dado de que se les quemaban las tostadas. La cocina parecía una postal de Londres: las tostadas se habían carbonizado y el humo no dejaba ver nada a veinte centímetros. Así que Pedro fue a desconectar la alarma, mientras Paula sacaba las tostadas de la tostadora y las ponía bajo el chorro de agua.
—Debe de ser algún desfase hormonal, nena —le dijo Pedro cuando volvió de la cocina—.Tranquilicémonos.
—Pedro, yo siempre soy muy regular y más con los
anticonceptivos. —Se quedaron mirando durante unos instantes.
—¿Querés que vaya a comprar un test de embarazo?
—Sí, por favor, no soporto esta incertidumbre.
—Bueno, tranquila, arreglá este desastre mientras yo voy a
buscar un Predictor. Acabamos de quedarnos sin desayuno, nena.
Pedro cogió las llaves del coche y salió. Paula permanecía
inmóvil de pie junto a la encimera,mirando todo y nada, pensando en que era muy posible que estuviera embarazada. Se había quedado en blanco, no podía reaccionar. De pronto, levantó la vista y vio que Pedro volvía.
—¿Qué pasa? —le preguntó Paula.
—Te infinito, mi amor.
—Te infinito, mi vida — respondió ella.
—Tranquila, bonita.
Le guiñó un ojo, le encajó un sonoro beso y volvió sobre sus
pasos, pero cuando estaba saliendo Paula le pegó un grito.
—¡Pedro!
—¿Qué pasa?
—Voy con vos, no aguanto quedarme acá.
—Muy bien, dale, vamos.
Él la esperó, la cogió de la mano y salieron.
Fueron hasta la farmacia más cercana y estaba cerrada, así que se trasladaron hasta la de la calle Broadway. Paula se quedó en el coche y Pedro bajó bastante ansioso, entró en el establecimiento y no tardó demasiado en salir, aunque a
Paula ese rato le pareció interminable. En seguida regresaron al apartamento. Se metieron en el baño y leyeron las instrucciones.
Pedro había comprado dos pruebas,una digital y otra común. Paula siguió las indicaciones, primero con una y después con la otra, y se los pasó a Pedro para que los
sostuviera hacia abajo, mientras permanecía atento a la evolución de los test.
—¿Y? ¿Hay algún cambio? — quiso saber ella.
—El digital aún parpadea, aunque acaba de parar, y el otro se está tiñendo de rosa, pero aún no se nota cuántas rayitas hay.
Sus corazones palpitaban incesantes, les faltaba la
respiración; las manos de Pedro, que sostenían ambas
pruebas, temblaban. Paula se puso a su lado, expectante, y, de pronto, el digital arrojó un resultado e inmediatamente el otro también.
Ambos se miraron y luego volvieron los ojos a los test.
Sin soltar los aparatitos, Pedro la abrazó y comenzó a besarla;Paula estalló en sollozos, embargada por la emoción.
—Estoy asustado, mi amor, es una imprudencia. Tendríamos que haber esperado cinco meses más, pero, de todas formas, no puedo dejar de sentirme feliz. —Él le
hablaba sin dejar de besarla.
—A mí también me preocupa un poco, pero no puedo dejar de alegrarme, Pedro —le dijo, aferrada a su cuello—. Dejame ver los resultados otra vez.
Él se los mostró; el digital decía «pregnant + 4» y el otro tenía dos rayitas rosas.
—Dice que estoy de cuatro semanas o más, entonces ha sido en la luna de miel, pero yo estoy segura de haber tomado todos los anticonceptivos. —Paula inspiró, contuvo la respiración y se llevó las manos al vientre—. ¿Habrá
perjudicado al bebé que haya estado tomando anticonceptivos?
Pedro palideció.
—¿Y a vos? ¡Hace tan poco del disparo!
—Pedro, pero yo me he cuidado mucho.
Él le puso los dos capuchones a los test y salieron del baño. Se sentaron en el borde de la cama, cogidos de las manos.
—¿Te sentís bien?
—Me siento perfectamente.
Él sonrió y sus lágrimas empezaron a resbalar sin control
por su rostro. Ella, al verlo lloriqueando así, también se echó a llorar. Abrazados, se dejaron caer sobre la cama, se besaron de forma desmedida y se acariciaron los rostros. A ratos, los embargaba la emoción y a ratos se reían sin parar.
Luego Pedro se apoyó sobre uno de sus codos, sorbió su nariz y le dijo:
—Voy a ser papá, mi amor.
—Y yo mamá.
—La mamá más hermosa del mundo. —Pedro reptó hacia abajo en la cama, le levantó la blusa y comenzó a besarle el vientre—. Te amo, te amo, hijo, te amo —decía entre beso y beso, exultante. Paula se reía y le arremolinaba el pelo.
—¿Por qué «hijo»? No seas machista, podría ser una niña.
—No importa lo que sea, pero lo amo. —Siguió dándole besos en el vientre, luego gateó en la cama y la miró con un amor incalculable—.Te adoro, Paula, estoy feliz, pero
también estoy asustado. No quiero mentirte, me desespera pensar que pueda pasarte algo.
—No me ocurrirá nada, Pedro.
—Quiero creer lo mismo que vos, pero hasta que no hablemos con Callinger no estaré tranquilo.
Hoy es lunes, ¿tiene consulta?
—No —respondió ella con una mueca de decepción—. Martes, miércoles y viernes son sus días de visita, pero tenemos sus teléfonos.¿Y si lo llamamos?
—Sí, hagámoslo. No puedo esperar hasta mañana. ¿Dónde tenés su teléfono?
—En mi bolso tengo una tarjeta.
—Yo la busco.
—Está en el vestidor. Voy a por agua.
Mientras Pedro buscaba la tarjeta del médico, encontró una de Gabriel Iturbe y no pudo evitar ponerse colérico. Sintió la tentación de romperla, pero la volvió a dejar en su lugar e intentó dejar a un lado su rabia. No podía permitir que el
broker le arruinase ese momento.
Paula regresó con la botella de agua y hablando por teléfono con Alison.
—Sí, Ali, ya sé que tengo una reunión dentro de veinte minutos, pero no voy a poder ir hasta después del mediodía. —Se quedó pensando—. Mejor cancelá toda mi agenda de hoy y pasalo todo a mañana y al resto de la semana.
Organizala, por favor, fijate donde tengo huecos y me avisás. Es que no sé si hoy voy a poder ir a la empresa.
—¿Pasa algo, Paula?
—No, Ali, no pasa nada, sólo que cuando estaba saliendo hacia la oficina me acordé de que tenía una cita con mi médico y sabés que no puedo postergar eso por nada.
—Ah, entiendo. No te preocupes, yo organizo todo. Besitos.
—Besitos, Ali, nos vemos mañana.
Cuando Paula cortó, sonó el teléfono de Pedro que volvía del vestidor.
—Mandy.
—Señor Pedro, disculpe que lo moleste, pero en veinte minutos llegan los españoles.
—Lo sé, pero te pido que los llames y les digas que no vengan. Acabamos de recordar con la señora Paula que teníamos cita con su médico y hoy no iremos a la empresa. Reorganiza mi agenda, por favor, y cancelá todo lo que tenía programado para hoy.
—Pero vienen por los contratos...
—¿No me has escuchado, Mandy? Suspende todo ¿o es que estoy hablando en un idioma que no es comprensible para ti? —Pedro estaba nervioso—. Sé perfectamente para qué vienen los españoles, pero no hay nada más importante que la salud de Paula.
—Perfecto, señor, como usted diga. Y disculpe, no quise cumplir su orden.
—Está bien, Mandy, perdóname tú también; te he
hablado de forma muy arrogante, sabés perfectamente que no soy así.
—No se preocupe.
En cuanto Pedro cortó, le entregó la tarjeta a Paula para que llamase al médico; ella marcó su número y puso el altavoz del teléfono.
—Callinger.
—Hola, doctor, buenos días, soy Paula Chaves. Disculpe la
molestia, sé muy bien que hoy no atiende...
Pedro hizo una mueca y la corrigió en voz baja.
—Paula Alfonso —Ella puso los ojos en blanco y le tiró un
beso.
—Hola, Paula, ¿estás mal?
—No, no, me encuentro perfectamente, bueno, ¡bah!, eso
creo.
—¿Cómo que «eso creo»?
—Acabo de hacerme un test de embarazo porque tengo un retraso de veinte días y me ha dado positivo.
—¡Vaya! Felicidades a ti y a Pedro.
—Gracias —contestó éste—, pero no han pasado los diez meses que usted nos recomendó que esperásemos y estamos un poco asustados.
—¿Y qué podemos hacer ahora? Es un poco tarde para
arrepentimientos, ¿no creéis?
—Me siento mal —añadió ella —, hemos sido muy imprudentes, pero yo no he dejado de tomar mis anticonceptivos. ¿Cómo ha podido ocurrir?
—Paula, dudo mucho que ese embarazo sea justo el 0,01 por ciento de error que tienen los anticonceptivos. Lo más probable es que hayas olvidado tomar alguna píldora.
—Eso no importa —sentenció Pedro—. Como ha dicho, doctor, ya es tarde para lamentaciones. Lo que nos tiene más inquietos, bueno, en realidad más a mí que a ella, son los riesgos que puede correr Paula por no esperar un tiempo prudencial después de la operación.
—Bueno, Pedro, en sucesivos estudios hemos visto que la herida ha cerrado muy bien. Paula no ha presentado inconvenientes de ningún tipo a lo largo de estos meses, así que no seamos fatalistas.
Venid mañana, que quiero hacer una ecografía para ver el hígado de Paula.
— Pero ¿entonces no hay riesgo y podemos estar tranquilos?
—Tranquilos, tranquilos...todo lo tranquilos que un embarazo os permita estar. Yo, con mi primer hijo, viví ansioso durante los nueve meses. No os veo, pero parecéis bastante asustados. Os sugiero que respiréis hondo y disfrutéis de esta maravillosa noticia.
—¡Uf!, nos ha quitado un peso de encima —dijo Pedro—, al menos a mí.
—¡Claro, hombre, disfruta, que uno no se entera a diario de que va a ser padre!
—¡Ya lo creo que no!
—Paula, es importante que no experimentes excesivos aumentos de peso, al menos durante los primeros meses. Así le daremos tiempo al hígado para que siga sanando, será indispensable una consulta con un nutricionista.
—Lo que usted diga, doctor.
—¿Ya has ido a ver a un obstetra?
—No, acabamos de enterarnos y nos ha dado tanto miedo que sólo pensamos en llamarte a usted.
—Bueno, tranquila; en cuanto conciertes una cita con el
ginecólogo, coméntale todo esto también.
—Perfecto, así lo haremos — afirmaron ambos al unísono.
—De acuerdo, ahora os dejo.
Os espero mañana en el consultorio.
Se despidieron del médico y se quedaron mirando. De pronto, comenzaron a reírse como locos.
Paula se echó en los brazos de Pedro, se aferró con fuerza a su cuello y lo besó.
—¡Soy feliz, mi amor, soy muy feliz!
—Tengo miedo de despertarme y de que esto sólo sea
un sueño, bonita.
—No, mi amor, es verdad y nos está ocurriendo a nosotros.
—Vamos a la clínica, quiero que te vea un ginecólogo ahora
mismo, para quedarnos tranquilos de que todo está bien.
—Pero comamos algo primero, por favor, estoy muerta de
hambre y más ahora que sé que somos dos. —Volvieron a reírse.
CAPITULO 144
Por la noche, tenían una cita impostergable en el Belaire con la familia Alfonso, en la que Paula siguió repartiendo obsequios para todos. Ofelia estaba exaltada con su huipil yucateco, el vestido tradicional bordado de la península del Yucatán.
—Mi niña, hermosa, te juro que cuando me enteré de adónde iban, rogué para mis adentros que me trajeran uno de éstos. ¿Qué te pareció mi tierra?
—¡Hermosa, Ofelia! Me encantó cada rincón que recorrimos
y lo más fascinante es la historia que guardan esas tierras.
—¿Así que fueron a Todos Santos? Ése es mi pueblo.
—Sí, Pedro me lo dijo cuando estuvimos allí.
—¿Te gustá tu hamaca,Ana? Es para que te recuestes a leer en Los Hamptons.
—Me encantó. Todo lo que trajeron es bellísimo, esas estatuas y las artesanías también lo son. Me fascina lo que le regalaron a Horacio. Estará muy apuesto con su camisa guayabera.
En ese momento, entraron en la sala Luciana y Ruben, que eran los únicos que faltaban por llegar.
Paula pegó un grito cuando vio la enorme barriga de su cuñada y se levantó a abrazarla.
—¡Me muero, Luciana, cómo te creció! —Paula se tapó la boca y se agachó para besársela.
—¿Viste? Y, además, ¿saben qué? Pedro ya podés empezar a pagarme tu apuesta, porque perdiste: ¡es una niña!
Todos se reían y se mostraban muy felices.
—¡Ay, Dios! Te compadezco, cuñado, ¡dos mujeres cuando mi hermana ya vale por tres! —bromeó Pedro.
—Y embarazada todo se potencia, ¡no te imaginás lo
histérica y caprichosa que está! — afirmó Ruben y Luciana lo miró fulminándolo.
—¡Qué hermoso bronceado caribeño traen! —añadió Alison.
—Mi hijo está hermoso —dijo Ana, mientras se acurrucaba entre sus brazos—. ¡Sus ojos están de infarto con ese bronceado!
—Mejor no toquemos ese temita —sugirió Paula—, ni te
imaginás los piropos que recibía en la playa y cómo lo miraban en todas partes. No me hagas recordar, porque yo hervía de celos y él se desternillaba de risa.
—Lo más importante es que lo disfrutaron —intervino su otra
cuñada.
—Ni te imaginás, Lorena. Lo pasamos espectacularmente bien cada día, a veces no nos alcanzaban las horas para todos los planes que hacíamos.
—Hermanito, te veo muy bien, creo que el matrimonio te sienta de maravilla, se te ve muy feliz. — Pedro chocó las manos con Federico.
—¿Muchos temas pendientes en la empresa? —le preguntó
Pedro a Alison.
—¡Ah, no! Hoy es domingo y acá ninguno es mi jefe. Ni se te ocurra pensar que voy a ponerme a hablar de trabajo ahora; mañana arrancamos.
—Mi esposa tiene razón, durante el fin de semana, nada de
hablar de trabajo. Vos vendrás muy descansado, pero nosotros no.
—Y nosotros, Ana y Ofelia, ahora que Pedro y Paula ya
están acá, mañana mismo nos mudamos a Los Hamptons — aseguró Horacio.
—¡Qué buena noticia, querido!
—Lamento el juicio que están teniendo que afrontar en la clínica —les dijo Pedro a Hernan y Luciana, muy apenado; ese tema lo tenía bastante inquieto.
—Me tiene sin cuidado la zorra de tu exsuegra, sólo es una
pérdida de tiempo, quiere hincharte las pelotas —dijo Luciana y Hernan le dio un puñetazo a Pedro en el brazo.
—¡Cambiá esa cara! Los contratos que firmó Julieta son
legales, no conseguirán nada, sólo que perdamos el tiempo nosotros y ellos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)