lunes, 11 de agosto de 2014
CAPITULO 101
Habían emprendido el camino de regreso al Club House.
—Mi amor, Mikel estará con María Paz esta noche y, por lo que entendí, él y Michelle...
—No te preocupes, esos dos están acostumbrados a verse con otras parejas, pero creo que Mik está muy enganchado con Mapi. Me parece que Michelle es historia antigua... Además, no nos entrometamos, es su rollo. ¿Te cayeron bien mis amigos?
—Sí, me hicieron sentir muy bien, salvo...
—¿Qué?
—Tu cuñada —Pedro respiró hondo y la miró por encima de sus gafas oscuras.
—¿Cómo sabés que Audrey es mi excuñada? —remarcó mientras fruncía el cejo.
—Ella se encargó de explicármelo. Fue bastante grosera
y desagradable.
—Quiero saber qué te dijo exactamente.
—No tiene importancia, la puse en su lugar y tus amigas me
apoyaron; terminó marchándose.
—Lo siento. ¿Te das cuenta ahora de por qué dudaba en
acercarnos?
—Lo que sé, Pedro, es que otra vez me encontré en desventaja.
Podrías haberme advertido —le recriminó Paula.
—No creí que se comportara así. Quiero saber exactamente lo que te dijo.
—Podrías haberlo considerado, puesto que es la
hermana de tu mujer; era obvio que no le sentaría bien verme con vos.
—¿Acaso adoptó el papel de hermana dolida? ¿Me estás
queriendo decir eso?
—Quiso hacerme sentir mal, utilizando a su hermana.
—Esta conversación no vale la pena, te aseguro que es una
hipócrita.
—¿Por qué decís eso?
—Dejemos esta charla sin sentido, Paula, estamos perdiendo el tiempo hablando de Audrey; no me interesa hablar de ella ni de nadie de su familia.
—¿Te referís a tus suegros?
—Mis exsuegros y mi excuñada; basta, por favor.
—¿Tenés una mala relación con ellos? —preguntó Paula
recordando lo que Luciana le había contado de forma confidencial.
—No tengo ni buena ni mala relación con ellos. Desde que
Julieta falleció, no me hicieron la vida muy fácil, por así decirlo; no quiero ponerme de mal humor, no deseo hablar de ellos.
—Nunca querés hablar de tu pasado.
—De acuerdo, ¿querés que hablemos de mi pasado? —Pedro detuvo la marcha—. ¿Y qué hay del tuyo? ¿Qué me dirías si, en este momento, te pidiera detalles de cuando encontraste a Guillermo en la cama con tu mejor amiga? ¿Él
estaba arriba y ella abajo? ¿Cómo fue?
Paula le clavó la mirada y él se la sostuvo. Paula se había puesto muy pálida, no era necesario que la hiriera de esa manera; aunque era un tema superado, dicho de esa forma sonaba brutal. De todos modos, envalentonada, le contestó:
—Ella estaba arriba, él la sostenía por las nalgas y
escuchaban una canción que normalmente poníamos nosotros cuando follábamos. ¿Qué más querés saber? ¿Te gustaría que te contara si la tenía más o menos grande que vos? ¿O, tal vez, querés saber cuántos orgasmos me
provocaba? —prosiguió con sorna, mientras se tocaba la sien—. Dejame hacer memoria de cuánto fue lo máximo en una noche. —Se quedaron mirándose en silencio.
Pedro se la hubiera querido comer por ese último comentario y ella estaba colérica por lo grosero e hiriente que se había mostrado.
«Tomá, chupate ésa, te creés muy listo y terminaste más cabreado que yo», pensó Paula con rabia.
Siguieron caminando en silencio.
—Si estás demasiado apurado caminá solo, porque yo no puedo ir a ese paso, me tira la herida y me causa dolor. —Ella le soltó la mano bruscamente, también muy enfadada.
Pedro siguió la marcha a su lado, pero aminoró el paso. No
volvieron a hablarse durante todo el trayecto hasta el Club House.
—¡Hey, aparecieron! — exclamó Mati.
—Nos encontramos con unos amigos de Pedro —explicó Paula.
Pedro se había tirado en una de las tumbonas y no había dicho ni mu.
—¿Con quién? —preguntó Mikel intrigado.
—Jacob, Liliam, Brandon, David, Michelle y Brenda —
contestó él.
—Y Audrey —agregó Paula con sorna y se quedó mirándolo; él también la enfrentó—. Esta noche van a venir a cenar.
—¿Audrey también? — preguntó Mikel con inocencia y
algo extrañado.
—Dejá de decir idioteces,¿por qué no pensás antes de
preguntar? —espetó Pedro y, a continuación, se levantó y se zambulló en el mar. Mientras él se alejaba, Paula ocupó su lugar en la tumbona y se tiró al sol; estaba que se la llevaba los demonios. Nadie entendía nada, pero Mikel intuía lo que había ocurrido, así que, casi en un susurro, les explicó lo que suponía. Sabiendo que se habían encontrado con Audrey, no era difícil imaginar por qué el mal humor.
Tras unos minutos, Paula se había quedado algo adormecida. Se despertó sobresaltada al sentir que las gotas de agua se esparcían sobre ella; Pedro estaba todo mojado, sentado en la tumbona a su lado refrescándola con el agua que se escurría por su cuerpo y su cabello.
Entonces se acercó hasta que la distancia entre ellos fue ínfima y le habló al oído.
—Nena, tenés una lengua muy afilada.
—Vos también.
—Estuve grosero, lo sé. — Pedro cerró los ojos al hablar y le dibujó una mueca con la boca que le demostraba cuánto lo sentía.
—Muy inoportuno.
—También. Luego, en casa, hablamos; hay algo que quiero
contarte.
—¿Qué cosa?
—En casa te explico, ¿sí? Ahora sólo quiero que sepas que mi intención no era herirte, pero soy un tonto y siempre termino haciéndolo.
—Te pido disculpas, yo también fui muy poco delicada.
—Yo te provoqué. —Se besaron.
Después de pasar toda la tarde en la playa, regresaron al ático. Se bañaron y cambiaron, y Pedro fue hacia la cocina donde estaba Berta preparando todo para la barbacoa.
Había hecho varias ensaladas y unos taquitos mexicanos.
—Gracias, Berta, ya puede desentenderse del resto, nosotros nos encargaremos de lo que falta.
Después de cambiarse, Paula bajó a la sala y, guiada por el
bullicio de las voces, salió a la terraza. Allí se encontró con todos,menos con Pedro, y decidió preguntar por él.
—Está en la cocina, recién lo dejé ahí —le informó Mikel, que estaba preparando la parrilla junto a los demás.
Ella volvió a entrar, cruzó la sala, se metió en la cocina y lo vio, con una mano en el bolsillo del vaquero, junto al ventanal. Su ancha espalda estaba en tensión mientras
discutía con alguien por teléfono. Paula se quedó en la puerta, él no había advertido su presencia.
—Me importan una mierda tus motivos, que además no me creo. Han pasado dos años desde que Julieta murió y, si decidí rehacer mi vida, no tengo que darte explicaciones, ni a ti ni a nadie.
¡Encima te atreves a pedirme esto porque yo he vuelto a formar una pareja! Ya decía yo que, tarde o temprano, Audrey te iba a ir con el chisme. Ésa es otra desvergonzada,
mejor no me hagas hablar, aunque creo que no te asombraría mi opinión. Apuesto que sabes muy bien a lo que me refiero sobre tu hija.
—Veo que pretender tener un diálogo contigo es inútil, careces de sentimientos —contestó su interlocutora.
—¿Sentimientos? Parece un chiste; me hablas de sentimientos cuando, en verdad, no te importa un carajo lo que tu hija deseaba. ¿Qué se te pasa por la cabeza para
hacerme semejante proposición?
—Mi hija quería tener hijos contigo, ella anhelaba esos niños
que hoy tú me niegas. ¡No entiendo cómo no te conmueve mi dolor de madre!
—¿Que yo te niego? ¿He escuchado bien? Por Dios, ¿de qué me estás hablando? Julieta ya no está y no puedo hacer nada frente a eso. Un hijo es una decisión de dos
personas y ella ya no está aquí para decidir. Murió y yo no quiero tener hijos con una persona muerta, olvídate de que esos embriones existen y no te hagas la víctima conmigo.
—Lo que pasa es que tú nunca quisiste a mi hija.
—No me vas a hacer sentir culpable, eso ya no funciona.
¿Acaso tú sí la querías? ¡No me hagas reír! Sé que, cuando nos peleábamos, la obligabas a venir a rogarme que volviéramos. Para ti valía mucho más mi cartera que la
felicidad de Julieta. El amor por tu hija se te despertó demasiado tarde.
¿Tan desesperada estás? ¿Qué pasa? ¿Han dejado de invitarte a las fiestas? ¿La gente no te quiere en los círculos que frecuentabas cuando mi familia y la tuya estaban
vinculadas? Hum, qué extraño, ¿verdad? Aunque tú consideres lo contrario, no creo que sea por tu estatus. ¿Por qué será, Rose?
—No te voy a permitir que me hables así. Eres un insolente que cree que todo lo mido con dinero.
¡Tú eres así, el que piensas que todo se soluciona con tu abultada cartera!
—No, por supuesto que no todo se arregla con dinero. De ser así, tu hija no estaría muerta, porque habría dado toda mi fortuna para mantenerla viva.
—Perfecto, no quieres que esos embriones nazcan. Pues quiero que tengas claro que te voy a hacer la vida imposible, te voy a poner una demanda y conseguiré los óvulos. Hundiré la clínica de tu adorada hermana.
—Hazlo, interponme las demandas que quieras, pero no
podrás conseguir nada. Infórmate, tu hija firmó un contrato que te va a hacer caerte de espaldas. Te vas a dar de cara contra la pared. Ve a un psiquiatra, Rose, porque
verdaderamente creo que no estás bien.
Pedro cortó, la dejó con la palabra en la boca y luego se
guardó el teléfono en el bolsillo.
Estaba tan contrariado que Paula dudó en entrar. Él se había quedado apoyado con las dos manos en el vidrio, con la cabeza colgando.
Permaneció así unos instantes y, cuando se dio la vuelta, la vio de pie en la entrada.
—Lo siento, no pude evitar escucharte.
Pedro se cogió la frente y suspiró de manera audible; sus ojos buscaron los de ella con impaciencia.
—¿Estarás preguntándote dónde te metiste? —le preguntó con angustia. Su mirada estaba apagada, taciturna—. Te arrastro hacia todos mis problemas, Paula. Lo siento. Siento mucho tener una vida de mierda que ofrecerte.
Paula recorrió la distancia que los separaba con premura y se echó en sus brazos, lo abrazó con fuerza, con ímpetu; necesitaba demostrarle cuánto lo amaba y cuánto podía
contar con ella para lo que fuera.
Levantó sus manos y le cogió la cara, le acarició la frente para despejarla del pelo.
—Amo todo lo que viene con vos, lo bueno y lo malo, estoy a tu lado de forma incondicional. ¿Pedro, te acordás de lo que me dijiste anoche? ¿Querés que también te recite mis votos de matrimonio ahora? Porque a mí tampoco me
interesa dónde lo hago; me da lo mismo hacerlo acá o frente a un sacerdote, lo único que necesito es que lo sepas vos, mi amor. —Lo miró con mirada sincera—.Prometo cuidarte en la salud y en la enfermedad, en los buenos y en los
malos momentos, prometo amarte y respetarte siempre, acompañarte en tus logros y en tus desventuras, en tus alegrías y en tus angustias mucho más, prometo ser tu apoyo y tu sostén, siempre que lo necesites.
Él la acalló con un beso, se encontraron con desesperación,
como si ése fuera el último que fueran a darse. Pedro no quería soltarla, le acariciaba la lengua con la suya con urgencia, mientras la ceñía entre sus brazos. Necesitaba
que ella sintiera en ese beso todo el amor que le profesaba... Muy pronto el deseo empezó a consumirlos: parecían descontrolados, una pasión desmedida los ahogaba. Se apartó despacio para hablarle, sin dejar de
besarla.
—Te amo... Te amo... Sos increíblemente especial para mí,
sos la cura a todos mis males, mi paz, mi razón. Sos mi amor, Paula.
—Y vos el mío, Pedro. Sos todo y más para mí, sos mi vida.
—Te necesito tanto, Paula, abrazame por favor, abrazame
fuerte. —Permanecieron así, en silencio, hasta que Pedro decidió hablar—. ¡Dios, nena, cómo necesito hacerte el amor! ¡Cómo te deseo! Me urge demostrarte con mi cuerpo cuánto te amo, siento que si te lo digo no es suficiente —le confesó mientras le besaba la cabeza y le acariciaba la espalda en toda su extensión.
—Yo también te deseo, Ojitos, necesito tenerte dentro de mí, sólo vos me hacés sentir viva. —Pedro se separó y apoyó su frente en la de ella, mientras emitía un profundo suspiro—. ¿Es esto lo que me querías contar? ¿Es a lo que te referías en la playa?
—Sí, temo que tendré que afrontar un juicio muy pronto, pero no quiero tener hijos que no sean tuyos.
—Se solucionará, tranquilo, no te angusties. Estoy segura de que algo se podrá hacer. Hay que asesorarse y estar preparados. — Sonó el timbre—. Creo que ahí llegan tus amigos. Vayamos ahora a disfrutar de su compañía y de la
barbacoa, y desliguémonos por un rato de los problemas, mi amor.
Más tarde, si aún tenés ganas, lo hablamos. Prometo no forzarte a que me cuentes.
—Soy tan cerrado a veces... Me cuesta tanto compartir lo que me pasa..., pero no lo hago por dejarte a un lado. Siempre resolví las cosas por mi cuenta, Paula, siempre fui muy independiente y nunca compartí con nadie la intimidad que hoy tengo con vos.
—Yo tampoco tuve esta relación tan íntima con nadie, Pedro.
Quizá te cueste creerlo, puesto que estuve a punto de casarme, pero lo nuestro es diferente. El vínculo que
nosotros tenemos es auténtico, porque sale de acá. —Le tocó el pecho—. Aun así, entiendo que tenemos formas distintas y, por eso, intento entenderte, pero también me
gustaría que me comprendieras a mí.
—Lo intento, Paula. Sin embargo, a veces, mi naturaleza
hace que, por el simple instinto de protegerte, te deje a un lado. Te lo dije muchas veces, sólo ansío hacerte feliz.
—Pero la felicidad no es completa si no hay total confianza.
—No quiero que desconfíes de mí.
—No se trata de desconfianza. Hablo de que debemos tener la certeza de que nos podemos decir todo y la seguridad de expresar nuestros sentimientos sin necesidad de privarnos de ninguna de nuestras emociones. Podés confiar en mí,
quiero ser tu compañera de vida.
Los problemas compartidos siempre son más llevaderos, porque podemos apoyarnos el uno en el otro. Y las discusiones, en fin, los sinsabores también son parte
importante de una pareja, porque cultivan la relación y nos vuelven más tolerantes. No quiero decir que nos conformemos, me refiero a que aprendamos a darnos espacio, físico y emocional.
—¡Cuánto tengo que aprender de vos, mi amor! ¡Sos tan sabia en tantas cosas...!
—No, Pedro, no soy sabia, soy una gran improvisadora, pero me gusta meditar un poco las cosas.
Vos, en cambio, sos más apasionado, más visceral, quizá ésa sea la razón por la cual nos atraemos tanto, porque nos
complementamos.
—¡Y decís que no sos sabia! En mi vida, sólo he admirado a dos personas: a mi padre y a mi madre; y, ahora, a vos.
—¡Uf! Eso es mucho, no exageres! No quiero decepcionarte,
es mucha la presión que me imponés. ¡Ojitos, decís cada cosa cuando decidís expresarte...!
—Sé que jamás vas a fallarme, Paula, conozco tu alma como tu cuerpo.
—¡Dios, cómo no amarte, si me dejás tambaleante con tus halagos! Me tenés comiendo de tu mano, Ojitos, sos tan seductor. Me atarantás, me nublás la razón; con sólo mirarme, me derretís. —Pedro se reía y enarcaba una ceja por la vehemencia con que Paula describía sus emociones—. Además, cuando me ofrecés esa sonrisita de perdonavidas, se me cae el tanga, ¡me hacés decir cada
estupidez! ¡No te rías! —Paula se abanicó con la mano—. Pedro, vayamos con tus amigos, salgamos a la terraza porque necesito aire, quiero salir de esta situación. ¡Sos
un irrespetuoso! ¡No podés decirme eso sabiendo que estoy
convaleciente! —Paula lo cogió por la mano y lo arrastró afuera.
—Esperá.
—¿Qué?
—Dame un beso. Estás loca, pero me encanta tu locura.
—Vos me volviste loca ¡y encima me pedís un beso, con el
calor que siento!
—Yo también me muero por vos, me tenés totalmente
enamorado, sos la dueña de mi voluntad.
Le sostuvo el rostro y la besó despacio, con muchísima ternura.
AVISO: HOY SUBO 4 CAPITULOS POR QUE MAÑANA NO SUBO,EL MIERCOLES TAMBIEN VOY A SUBIR UN CAPITULO MAS
CAPITULO 100
—Hum, qué maravilla despertar con tantos besos.
—¡Dormilón, es casi media mañana!
Pedro se desperezó y abrió los ojos a desgano. Una mesa con ruedas estaba al lado de la cama y, sobre ella, había un desayuno variado al que no le faltaba absolutamente nada.
—¿Y todo esto? ¿Cómo lo subiste?
—Chis, no me regañes, todo el esfuerzo lo hizo Berta, yo sólo lo acarreé de la entrada hasta acá.
Sentate, hoy me toca mimarte a mí.
Desayunaron en la habitación.
Zumo de frutas, café, té, diferentes tipos de rosquillas, otras piezas de bollería, donuts, mantequilla, queso cremoso, jalea, mermeladas, también había frutas frescas, cereales secos con yogur, gofres, cruasanes, huevos revueltos con
tocino, crepes, sándwiches, tostadas francesas con jarabe de arce y chocolate, huevos fritos sobre tostadas y algo de jamón.
—Cuánto hacía que no comía porridge —dijo Pedro refiriéndose a una especie de papilla de avena.
Paula le daba de comer en la boca y, con cada cucharada, recibía un guiño y un beso—. ¡Mi amor, cuánta comida!
—¡Ah! Es que te quiero fuerte.
Hoy estoy exigente y ese cuerpo hay que mantenerlo bien alimentado...
Yo he adelgazado y vos también.
—Es que no quiero ser menos que vos —se rieron—. ¡Te
despertaste de muy buen humor!
—Sí, despertarme a tu lado me pone de buen humor. ¿Sabés? Se me ocurrió que, después de desayunar,
podríamos bajar a la playa a caminar un rato, ya que el doctor dijo que debía hacerlo.
—Me parece una idea perfecta, pero iremos a recorrer las
playas del Soho que son más tranquilas que las de acá. Luego podemos ir a almorzar al Soho Beach House.
—Como siempre, me pondré en tus manos.
—Me gusta cómo suena eso. —Pedro se incorporó ligeramente en la cama y se quedó a centímetros de
ella. Se la bebió con la mirada—.¿Te gusta ponerte en mis manos? — le habló seductoramente mientras enarcaba una ceja y clavaba sus profunda mirada azul en la de ella,
y recorría con sus ojos la boca de Paula.
—Amo ponerme en tus manos,confío plenamente en ellas.
—Hum, cómo quisiera, en este momento, poder hacerte con ellas todo lo que estoy imaginando; pero mejor me voy a bañar, así salimos; presiento que estos días van a ser
cada vez más tortuosos. —Le comió la boca de un beso, luego se apartó y se levantó.
Ya estaban listos para salir y se dirigieron al garaje del edificio.
Felipe se había encargado de devolver la furgoneta con la que habían llegado desde el aeropuerto, así que estaban esperando que trajeran los dos coches de Pedro y el
BMW Serie 6 que normalmente usaba la familia cuando estaba en Miami; tenían planeado ir a las playas del norte. Cuando el aparcacoches aparcó el Bugatti Veyron azul y negro de Pedro,Ezequiel y Mati no podían creer lo que estaban viendo; se habían quedado alucinados con el
automóvil.
—¡Noooooo, esto es una nave!
—Tomá, Mati, conducilo vos —lo invitó Pedro mientras le daba las llaves.
—¿Yo voy a ir en este bólido?
—¡Ah, bueno! Me voy a poner celoso, creo que tenés preferencia por Matias...
En ese preciso momento, llegó el aparcacoches de nuevo con un Lamborghini Veneno rojo que rajaba la tierra.
—¿De qué te quejabas? — ironizó Pedro mientras le arrojaba las llaves al aire para que las pillara al vuelo—. Nosotros iremos en el BMW y, de regreso,cambiamos. ¿O preferís éste?
—¡Pedro, sos un condenado presuntuoso! Durante el vuelo,
cuando Mikel dijo que nos moriríamos cuando los viésemos,
nunca creí que tenías estos coches.
Ezequiel y todos los demás no salían de su asombro; Paula no tanto: ya había empezado a acostumbrarse a la familia
Alfonso.
—Tranquilos, no es para tanto; son sólo automóviles. Espero que disfruten del paseo... Sé que los dejo en buenas manos; yo iré adelante para guiarlos.
Llegaron al Soho Beach House, un hotel situado en el paseo
marítimo de Miami Beach, entregaron las llaves a los
aparcacoches y entraron. Pedro se presentó en la recepción donde, por supuesto, ya lo conocían porque era miembro del Club House; los demás entraron como sus invitados.
—Buenos días, señor Alfonso, bienvenido; es un gusto
tenerlo aquí nuevamente.
—Buenos días, he venido a pasar el día con unos amigos y voy a necesitar que registren como miembro también a mi prometida.
—Por supuesto, será un honor contarla entre nuestros socios.
Pedro hizo todos los trámites para que pudieran acceder al
exclusivo club, aunque el verdadero pase para todos era su Morgan Palladium.
—Adelante, les deseamos una magnífica estancia en el Club House.
El lugar era un paraíso, con tumbonas y cabañas de playa entre el paseo marítimo y el océano Atlántico. Se acomodaron y en seguida se les aproximó un camarero.
Después de consultar brevemente con todos, Pedro hizo el
pedido: frutas frescas, salpicón de mariscos, guacamole y patatas fritas, agua mineral para Paula, pues no podía beber alcohol, daiquiris de la casa y un Perrier Jouet Grand Brut; la atención en el lugar era excelente. Todos decidieron bañarse en el mar, pero ellos se quedaron recostados en las
tumbonas, cogidos de la mano, bajo una sombrilla.
—¿Dónde te gustaría ir de luna de miel, Paula?
—La verdad es que no lo sé, no lo he pensado, pero me
encantaría viajar a un lugar con playa; me encanta el mar.
—¿Querés ir a Europa? Me dijiste que no la conocías.
—Pues no lo tengo claro, porque ahora, con Mindland en
París y en Italia, supongo que iremos seguido para allá; creo que preferiría un lugar caribeño. No sé, sorprendeme, me fascina que lo hagas.
—¿De verdad no querés elegir el lugar?
—Pedro, mi amor, aunque lo pasemos bajo un puente, si es con vos, no me importa dónde. Ya te expliqué más o menos mis gustos, decidí vos, pues estoy segura de que allá donde me lleves me placerá.
—Muy bien, intentaré sorprenderte, veré qué puedo hacer.
¿Tenés ganas de caminar un rato?
—Sí, por supuesto.
—Dejame pasarte un poco de protector solar y poneme un poco a mí también, por favor; el sol está muy fuerte. —Salieron caminando hacia el norte, cogidos de la mano por la orilla del mar—. En cuanto te canses, me avisás y volvemos.
—Sí, tranquilo, recién empezamos a andar.
—Acá se casó Luciana, en el Fontainebleau. —A medida que avanzaban, él le describía los lugares que iban dejando atrás; parecía que se los conocía todos.
—¡Vaya, es muy bonito!
—Durante la semana, vendremos para que lo conozcas;
hay tiendas donde podés comprarte cosas muy bellas. También hay restaurantes; iremos a cenar a Scarpetta, te encantará. Y podríamos alquilar algún bote y salir a navegar. Aquí hay uno de los clubes nocturnos más famosos de Miami... En fin, aún nos quedan varios días para disfrutar.
—¿Estamos muy lejos de Hollywood?
—No, ¿querés que vayamos?
—Sí, me gustaría.
—Muy bien, también iremos; quiero que te distraigas y que dejes de pensar en cosas feas, porque todo lo que nos espera de ahora en adelante es felicidad; ya verás, voy
a hacerte la mujer más feliz del mundo.
— Soy la mujer más feliz del mundo sólo con despertar a tu lado cada día.
Se detuvieron un instante, él cogió su rostro entre las manos, la besó y reanudaron la caminata.
—¡Pedro...! —llamó alguien desde lejos—. ¡Pedro Alfonso! —volvieron a repetir.
—Es a vos a quien llaman. —Paula se detuvo para ver de dónde venían los gritos; se hizo sombra con la mano para evitar el sol y divisar a la persona—. ¿Quiénes son? —Él agitó su mano y quiso seguir la marcha.
—Unos amigos.
—¿No querés saludarlos?
—No, está bien, sigamos. —Él frunció la nariz, pero aquellos individuos siguieron vociferando.
—¡Vamos! No seas descortés con tus amigos, parece que se alegran de verte. Además, el único amigo tuyo que conozco es Mikel, ¿tan desagradables son que no querés presentármelos? —Pedro aceptó ir a desgano.
—¡Pedro, estabas perdido! — Una rubia se acercó a saludarlo a medio camino.
—Hola, Audrey, te presento a Paula.— ¡Hola, Paula!
—¡Hola!
Se saludaron con un beso en la mejilla y él siguió con las
presentaciones.
—Brenda, Michelle, Liliam, Brandon, David, Jacob, os presento a Paula, mi prometida.
Pedro la mantenía aferrada de la cintura; ella advirtió que la
primera rubia buscaba el anillo de compromiso en su mano.
—¡Vaya, felicidades! Ahora entendemos por qué estabas tan
ausente —lo palmeó Brandon en la espalda.
—Gracias.
—¿Dónde os hospedáis? — preguntó Michelle.
—Estamos en mi casa, pero hemos venido a pasar el día al
Soho.
—¿Mikel? —se interesó Jacob. —Se ha quedado en el Club
House.
—¡No me ha llamado! —se quejó Michelle y Pedro sonrió.
—Suelta a tu novia, Pedro, no le vamos a hacer nada —bromeó la rubia, que lo había llamado insistentemente, y a quien él había presentado como Audrey.
—¡Qué ocurrencias, Audrey! —le dijo Pedro pausadamente.
—Paula es un nombre latino, ¿verdad? —preguntó Liliam.
—Sí, soy argentina —le contestó ella.
—Ven, Paula, siéntate —la invitó Brenda, mientras se
incorporaba en la tumbona y le dejaba un sitio.
Pedro se quedó hablando con sus amigos y las mujeres
rodearon a Paula, le ofrecieron champán y los cócteles que bebían, pero ella los rechazó.
—Te lo agradezco mucho, Liliam. ¿Es ése tu nombre?
—Sí, así me llamo.
—Es que no puedo beber alcohol —les explicó—. Me
operaron hace poco y aún no me lo permiten.
—¿Hace mucho que conoces a Pedro? —se interesó Audrey, mientras bebía un cóctel y la miraba por encima de sus gafas de sol.
Paula se dio la vuelta y admiró a su hombre antes de contestarle.
—Casi cinco meses.
—Pedro dijo que estáis comprometidos, pero ¿no te ha
regalado un anillo?
Paula levantó la mano y les enseñó que no lo llevaba. «Sabía que me estaba mirando la mano», pensó para sí misma y respondió:
—Me lo robaron en un asalto en Nueva York —sintetizó. No
tenía ganas de dar demasiadas explicaciones. Todas se azoraron.
A Paula no le gustaba la forma en que Audrey la interrogaba.
—Pedro es un hueso duro de roer... ¿Cómo has conseguido
atraparlo, nena? Porque mira que a Julieta le costó y, pobrecita, cuando lo consiguió...
No terminó la frase. «¡Qué comentario tan odioso y fuera de
lugar. Sabía que no me había equivocado con esta tipa. Menuda grosera. ¿Acaso habrá tenido algo que ver con Pedro? ¿Se habrá acostado con ella?», caviló Paula con rapidez y, después de mirarla de hito en hito, le contestó:
—¿Atraparlo? No, no lo considero así, nos hemos enamorado —le respondió con serenidad y sorna.
—Sabías que Pedro estuvo casado, ¿no?
—Sí, Audrey, estoy a punto de casarme con él, sé todo acerca de su vida. —Paula fue muy tajante. Las otras tres mujeres se notaban incómodas ante la falta de tacto en los comentarios de su amiga.
—¿Cuándo os casáis? — preguntó Liliam.
—En agosto. —No quiso dar la fecha exacta.
—¡Ah, no falta nada! Supongo que estarás a tope con los
preparativos.
—Ahora estoy en un impasse, precisamente vinimos a Miami para terminar de recuperarme de mi operación y luego poder continuar con todo lo que falta. ¿Hace mucho que conocen a Pedro?
—¡Uf, nos conocemos desde el bachillerato! —le aseguró Brenda.
—¡Ah...! —Paula comenzaba a entender: «Quizá por eso Pedro no quería que nos acercáramos; todas eran amigas de Julieta».
—No tienes ni idea de quién soy, ¿verdad?
—¿Debería? Ilumíname, Audrey.
—Basta, Audrey —la amonestó Michelle.
—¿Qué? ¿Acaso no acaba de contestarme que está a punto de casarse con él y que sabe todo de su vida? —Se quedó mirándola desafiante e hizo una pausa—. Soy su cuñada, la hermana de Julieta.
Paula, en un primer momento, se sintió turbada, pero en seguida intentó recobrar la calma.
—Creo que Pedro no tenía obligación de hablarme de ti; sí de tu hermana, por supuesto. Aunque no me creas, siento mucho lo que le pasó. —Se puso de pie.
—Paula, nos encantará contarte entre nuestros amigos,
apreciamos mucho a Pedro.
—Gracias, Brenda.
Audrey dio media vuelta y se alejó sin despedirse.
—Lo siento, no ha estado bien lo que ha hecho. Ya han pasado dos años, Pedro tiene derecho a ser feliz.
—¡Qué puedo decirte, Michelle! Supongo que hay que
entenderla, para ella debe de ser doloroso verme con el marido de su hermana.
—Pedro no se merece esto — afirmó Liliam—. ¡Por favor!
Además, ¿se hace la ofendida? Si Pedro le diera una mínima oportunidad, te aseguro que de inmediato se olvidaría de su hermana muerta... ¡No la soporto cuando se pone en plan de mártir!
Como si no supiéramos que siempre le quiso quitar el novio a Julieta — Paula no podía creer de lo que se estaba enterando.
—Bueno, bueno, cambiemos de tema —sugirió Michelle—.
Estamos incomodando a Paula, que nos acaba de conocer. A este paso, presiento que no querrá vernos más.
—¡Mira, Michelle, que no me toquen a Pedro porque me pongo como una fiera! Él merece ser feliz —le espetó Liliam mientras cogía de una mano a Paula—. ¿Sabes,Paula? Lo aprecio mucho, es una gran persona y sólo hace falta ver
cómo te mira para darse cuenta de lo que siente por ti. Yo, que lo conozco, te lo puedo garantizar.
Audrey estaba aquí por casualidad, no vino con nosotros; sólo se había acercado a saludar. Ya me he dado cuenta de que Pedro dudaba en acercarse cuando ella lo ha llamado. No sé a vosotras, pero a mí no me interesa caerle bien a ella: si no me habla más, no me importará; en cambio a ti, que serás la esposa de mi amigo, sí quiero conocerte. No voy a seguirle el juego a esa zorra... Ella buscó nuestra complicidad para hacerte sentir mal y no lo voy a permitir.
Déjame decirte que, además, no pudiste contestarle de mejor manera.
Paula se quedó en silencio, sonrió incómodamente sin saber
muy bien qué decir, pero notó que Liliam era muy sincera con ella.
—Dime, ¿así que Mikel está con vosotros? —la interrogó
Michelle—. Como te habrás dado cuenta, me vuelve loca.
—Sí, él también ha venido, estamos con otros amigos —
contestó Paula con timidez, no sabía cómo decirle que Mikel estaba con su amiga.
—Hace meses que no lo veo,pero ¿cómo explicarte?, la relación con él es así. Paula, ¿no me digas que está con alguien?
Ella se mordió los labios e hizo un mohín; no quería meterse en la vida de Mikel, pero tampoco iba a ser cómplice de una aventura; no estaba bien para María Paz.
—No te aflijas, Paula, entre él y yo funciona así, es una ida y vuelta continua; yo también tengo lo mío.
—¿Alguno de ellos es vuestra pareja? —preguntó Paula para cambiar de tema.
—Jacob y yo somos pareja — contestó Liliam—, estamos
casados.
—¿En serio? ¡Felicidades! ¿Y hace mucho?
—Dos años, nos encontramos en bachillerato; todos somos
amigos desde ese entonces.
—¿Cómo conociste a Pedro? — la interrogó Brenda.
—Por casualidad. Mikel es primo de uno de mis mejores
amigos.
—¿En Nueva York?
—No, Michelle, en mi país.
—¿Pedro y Mikel estuvieron en Argentina? Esos dos, de un tiempo a esta parte, se han vuelto inseparables —dijo Liliam con convicción.
—Sí, creo que se llevan muy bien. Pedro fue por trabajo y Mikel lo acompañó y aprovechó para visitar a su familia.
—¿Interrogatorio exhaustivo? —Pedro se había acercado y abrazó a Paula por detrás; los demás también se arrimaron.
-no estaba contando como os conocisteis —le contestó Brenda.
—Nos presentó Mikel — corroboró él.
—Sí, Paula nos lo estaba contando.
—Así que les estabas contando... —La miró y le besó el
carrillo—. ¿Les estabas contando todo?
—No, chismoso, no se lo he explicado todo.
—Hablad, quiero saber.
—¡Ah, Liliam! Nos conocimos un fin de semana y pensamos que no nos veríamos más, pero luego nos encontramos en la empresa y resultó que yo era su jefe.
—¡Noooo, me muero! —Las tres mujeres no podían salir de su asombro.
—¿Y de qué hablasteis para no daros cuenta?
—Piensa, mi amor, piensa un poquito; es obvio que no hablaron demasiado —le dijo Jacob a Liliam. Paula estaba tan roja como el Bloody Mary que Brandon se tomaba
—¡Oh, Dios mío! ¡No hablaron, claro!
—No te avergüences, amor, son de confianza; ellos, para mí, son como tus amigos para ti.
—Sí, Paula, no te sientas mal,somos de confianza —intentó
tranquilizarla Jacob.
—¿Por qué no venís a cenar a casa esta noche? ¿O tenéis otros planes? —Todos se apuntaron a la invitación de Pedro—. Perfecto, haremos una barbacoa.
Pedro se mostró entusiasmado y Paula se puso feliz al verlo tan contento y distendido.
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