jueves, 21 de agosto de 2014

CAPITULO 133



Todo estaba preparado de manera exquisita: Pedro había
especificado que iban de luna de miel cuando efectuó la reserva, así que habían dispuesto la habitación para agasajarlos de forma especial.


La cama tenía esparcidos pétalos de rosa sobre las sábanas de algodón egipcio, mientras que, a petición de Pedro, una botella de La Grande Dame los esperaba en la mesa, junto a la cama. El ambiente estaba iluminado por candelabros y
lámparas bajas; las cortinas, que los separaban de la terraza, estaban abiertas y eso les permitía contemplar una majestuosa panorámica del mar de Cortés.


—Mi amor, esto realmente es una ventana al paraíso. ¡Me trajiste a nuestro paraíso particular! — Paula se había arrodillado encima de los sillones y miraba por la barandilla.


—¿Te gusta?


—¿Que si me gusta? Creo que estoy en un sueño, no me despiertes nunca, por favor. —Paula se volvió, lo abrazó y lo besó—. Gracias, mi vida, siempre pensás en maravillarme.


—Te dije que veníamos al paraíso, deberías haberme creído.


—Para mí el paraíso es estar a tu lado.


Ídem. —Le rozó la punta de la nariz con la suya y le dijo—: Vení, recorramos el resto de la residencia.


Entraron al baño, que estaba decorado de la misma forma que la habitación, con velas y pétalos de flores en el jacuzzi. Luego exploraron la cocina y después bajaron por una escalera trasera hasta una terraza más baja con piscina propia. Allí, había una cama emplazada sobre un plinto
donde, si lo deseaban, podían dormir bajo las estrellas.


—¿Nos quedaremos el mes entero acá? —le dijo aferrándose a su cintura, mientras Pedro permanecía quieto, con las manos en los bolsillos.


—Hum —exclamó él entrecerrando los ojos y luego le
contestó—: No, mi vida, sólo estaremos una semana; luego iremos a Punta Mita. Pero no te adelantaré nada más, quiero volver a sorprenderte.


Los ojos de Paula estaban chispeantes como los de una niña con un juguete nuevo.


—¿Y ahí nos quedaremos el resto del tiempo?


—¡Qué preguntona estás! — dijo él haciendo un gesto con la boca en señal de reprobación.


—No te quejes, me aguanté mucho más de la cuenta, ¡recién empiezo a preguntar ahora!


—Lo sé, sé que te esforzaste —le habló al oído—. Luego iremos a Mérida y, por último, a Cancún.


—¡Ah,Pedro! ¡Me encantan los lugares que elegiste! —gritó
mientras se colgaba de su cuello.


—¡Qué bien, mi amor! Me dijiste que querías playas para
nuestra luna de miel, así que espero que realmente te impacte el recorrido que escogí.


—¡Me encanta, todo me encanta! —Trepó hasta su cintura
de un salto y lo rodeó con las piernas mientras se apoderaba de sus labios—. ¡Tengo el esposo más complaciente del mundo! 


Pedro la sostenía de las nalgas y se carcajeaban.

CAPITULO 132


Estaban listos para partir. Oscar acababa de avisar a
Pedro que los esperaba abajo para llevarlos al aeropuerto.


Bajaron en el ascensor, muy risueños y felices.


—Nos espera un mes muy intenso para amarnos mucho.


—Estoy deseando llegar de una vez a esas playas soñadas.
Ojitos, gracias por mimarme tanto.


Ya en la planta baja, se detuvieron en conserjería para
firmar la cuenta. Pedro se aproximó al mostrador y Paula siguió caminando para esperarlo junto a la salida. Cuando él terminó de pagar, se dio la vuelta para ir en busca de su esposa y, en ese mismo instante, la vio hablando con una mujer a la que reconoció de inmediato; le estaba entregando un sobre. Caminó hacia ellas con premura y, después de dar unas pocas zancadas, llegó con el rostro desfigurado y la respiración entrecortada. Estaba preso de una mezcla de sofocación e ira.


—¿Qué mierda quieres de mi mujer, Rose?


—Simplemente, he venido a desearos muchas felicidades,
querido yerno, y a entregaros mi regalo de bodas. —Pedro la cogió del brazo y la fulminó con la mirada, pero aquella elegante mujer no se amedrentó: sus ojos destilaban el mismo veneno que los de Pedro—. Ahí le he dejado mi obsequio a tu nuevo caprichito, espero que lo disfrutéis tanto como lo haré yo. Querida, ojalá que Pedro no se canse muy pronto de ti, pues suele ser muy inestable con sus sentimientos.


—¡Lárgate de una vez o te juro que te saco a empujones de aquí!


La mujer se soltó toscamente de Pedro y se dispuso a salir del hotel, pero antes de hacerlo se dio la vuelta y volvió a hablarles:
—Happy honeymoon! Bye bye, dear!


Paula ya había abierto el sobre que Rose le había entregado y encontró en él una citación formal del Tribunal de Justicia de Nueva York, donde se especificaba el inicio de una demanda a Pedro reclamándole los óvulos y embriones fecundados. Grapada a la citación había una elocuente
fotografía de Pedro y Julieta besándose de forma muy
escandalosa; se notaba que la foto la había hecho Pedro con el móvil extendiendo la mano. Paula se puso pálida, pues ver esa imagen era realmente desagradable. Las cuchilladas que le produjo la hicieron sentir como si nadara en el hielo y, aunque le dolió en el alma, intentó serenarse y encontrar cierta mesura. Pedro se la arrebató de las manos y maldijo una y otra vez, mientras insultaba en voz alta a su exsuegra. Cerró los ojos con fuerza y sólo atinó a disculparse:
—Lo siento, preciosa.


—Tranquilo —le contestó ella con la voz temblorosa—. Verlo es muy diferente a imaginarlo, pero ya sé que es tu pasado y no se puede borrar. —Él hizo ademán de romper la fotografía, pero ella se lo impidió—. ¡No! ¿Qué hacés?
Entrégasela a Federico, se la daremos a Oscar para que se la haga llegar. —Miró hacia arriba y le señaló una cámara que había en la entrada del hotel—. Ahí está la prueba de su acoso. Tranquilo, mi amor, estamos juntos en esto.


—Sos increíble, Paula. —Él estaba verdaderamente
amedrentado.


—Te amo, mi amor. Definitivamente, hoy las cámaras
seguirán siendo nuestras cómplices. —Sonrieron recordando lo vivido en la habitación—. Vamos, Ojitos, o perderemos nuestro avión. No dejemos que nada empañe nuestra felicidad.


—Estoy asustado, no deseo tener hijos que no sean tuyos.


—Es nuestra luna de miel, Pedro —le cogió el rostro con las
manos y lo acunó y besó—. Borrá toda esa basura de tus
pensamientos; Federico se encargará de eso. Ahora no pensemos en nada más que en nosotros, no permitamos que esa mujer consiga lo que vino a buscar.


Pedro se pasó la mano por la frente, asintió con la cabeza y se fundieron en un abrazo gigantesco y sanador. Se colocaron sus Ray-Ban y salieron del hotel. Oscar los estaba esperando para llevarlos al JFK.


—Buenas tardes, señor Pedroseñora Paula.


—Buenas tardes, Oscar — contestaron ambos a la vez.


Paula entró en la camioneta y se acomodó en ella. Su ánimo, por más que intentara levantarlo, estaba amilanado; no podía borrar de su mente la imagen de Pedro besando apasionadamente a Julieta.
Pedro, antes de subir, intercambió algunas palabras con su
empleado y le entregó el sobre.


—Necesito que hoy mismo le facilites esto a mi hermano y le
refieras lo sucedido. Y, por favor, coméntale lo de las cámaras de seguridad del hotel, donde seguro que quedó grabado lo que acaba de acontecer.


—Puede estar tranquilo, señor, que así lo haré. Lamento el mal rato que seguramente han pasado. He visto salir a la señora Rose, pero no la he visto entrar; si no, lo hubiera puesto sobre aviso.


—No te preocupes,Oscar. Ahora llévanos a tomar nuestro
vuelo. —Pedro subió a la camioneta y abrazó a Paula con fuerza; en seguida, notó su cambio de humor, por más que ella intentara disimularlo—. ¿Estás bien, mi amor?


—Sí, no te preocupes, tratemos de olvidarnos de lo
ocurrido.


—Yo también quiero eso, pero te noto triste y no deseo que estés así. Te amo, nena, te amo mucho.


—Lo sé, Ojitos, no te aflijas, ya pasó todo.


—Siento que hayas visto esa fotografía, pero...


—Chis, mi amor. No tenés nada que explicarme, besame y
haceme sentir que tus besos son únicos y que son solamente míos; con eso me bastará, porque cuando me besás me olvido del mundo.


Pedro no le costó mucho trabajo acceder a su petición y muy pronto recobraron el buen humor, pues juntos sentían que todo era posible, siempre.
Llegaron al JFK y Oscar se ocupó del equipaje. En la pista, ya los estaba esperando un jet privado para llevarlos en su vuelo al paraíso.


—¡Sorpresa, mi amor! Te presento la nueva adquisición de
Mindland Inc.


—Oh, my God! ¡Pedrofinalmente te has dado el gusto! —
Él sonrió con autosuficiencia, mientras Paula exclamaba, se
tapaba la boca y se aferraba a su cuello.

Federico y yo acabamos convenciendo a papá, ¿te gusta?


—¡Es genial! —aseguró ella ante el pasmo que le producía el Gulfstream G650 que había en la pista—. ¡Ay, Dios! Qué bien queda el nombre de la empresa en él, ¡me encantaaaa! —gritó Paula emocionada.


Sabía que Pedro ansiaba hacía tiempo que la empresa poseyera un jet privado, porque se lo había comentado en varias ocasiones.
Horacio y ella, por su parte, siempre se habían mostrado un poco reticentes a una inversión de esa índole; su suegro mucho más que ella, aunque también era cierto que la empresa podía permitirse ese pequeño lujo.


—Espera a verlo por dentro, te fascinará.


—¿Cómo es que no me enteré antes de esto?


—Era una sorpresa que me ayudaron a mantener en secreto
para vos.


—¡Tramposo, no cambiás más! —Se besaron.


En cuanto se acercaron a los pies de la aeronave, la tripulación les dio la bienvenida. Ascendieron por la escalerilla e inmediatamente se encontraron con la cocina, ubicada en la parte frontal del jet; después, estaba el sector de descanso de la tripulación y, separado por una división y una puerta de exquisitos acabados en madera lacada oscura, se hallaban los asientos, una mesa, un sofá cama y, al final, el baño. Paula miraba todo embelesada y Pedro se mostraba muy divertido, escudriñando el interior junto a ella. La nave estaba equipada con la última tecnología y muchas comodidades, incluso podía realizar viajes transatlánticos.


Después de ese primer contacto, se colocaron y despegaron. Hicieron el itinerario en la mitad de tiempo que si hubieran viajado en un vuelo comercial. Llegaron al aeropuerto de Los Cabos, en San José del Cabo, ciudad ubicada en la Baja California Sur, de México. Tras los trámites migratorios, subieron a un vehículo que los esperaba fuera del aeropuerto para llevarlos al complejo turístico donde Pedro había hecho la reserva. Rodaron por la carretera federal no más de veinte minutos y, después, se desviaron hacia la transpeninsular.


Estaba cayendo la tarde cuando llegaron al resort Las
Ventanas al Paraíso. En cuanto entraron, percibieron que allí hallarían paz, relax y disfrute, pues el lugar conjugaba a la perfección la belleza natural del espacio con la propia de la región. Allí los estaban esperando; todo parecía muy bien
organizado. De muy buen ánimo y con acentuada cordialidad, el personal del hotel los guió a la residencia que tenían reservada con vistas al océano. Ingresaron en la amplia sala de estar y comedor, donde el lujo y la calidez los avasallaron. La persona que los había acompañado se retiró muy discretamente, tras dejar las maletas donde le habían indicado.

CAPITULO 131




La cama de pronto se movió a su alrededor, pero cuando quiso abrir los ojos, la luz que se filtraba por uno de los ventanales que daban a la Quinta Avenida le produjo una ceguera parcial. Intentó acostumbrarse abriendo primero un ojo y se los restregó, obligándose a separar sus párpados mientras se desperezaba. Frente a él, se encontró de pronto con la lente de una cámara que lo apuntaba. Paula estaba desnuda, de pie y con ambos pies a cada lado de su cuerpo, capturando su sueño en vídeo.


—Hola, ¿qué hacés? —le preguntó Pedro adormilado con la
voz pastosa.


—Buenos días, esposo mío, estoy grabando tu despertar, tu
primer despertar siendo mi esposo.—Él sonrió, le sacó la lengua y le hizo una carantoña mientras le lanzaba un beso—. Hum, esto de tener una cámara de vídeo en la mano es sumamente poderoso y sugerente.


—¿Ah, sí?


—Sí, en estos momentos estoy viendo una boca muy tentadora, es una boca perfecta. Apuesto a que esos labios besan muy bien. —Él volvió a sonreír y le guiñó un ojo—. Hum, esa sonrisa enamora.Ahora estoy viendo una nuez de Adán que me dan ganas de lamer.


—Eso sonó muy apasionado—le dijo Pedro mientras le
empezaba a acariciar las piernas—. ¿Y qué más ves?


—Ahora estoy viendo, ¡uf!...unos pectorales mayores ¡que me vuelven loca! y donde me encantaría enterrar mis uñas.


—Guau, eso sonó muy... vehemente y hasta un tanto
licencioso, señora Alfonso.


—Esta lente es muy poderosa,creo que me está subiendo la
temperatura, ¡madre mía! Acabo de descubrir unos abdominales rectos, que parecen una tableta de chocolate, y tengo el antojo de pasarles por encima mi dedo corazón, ¿o, tal vez, sea mejor mi lengua? Hum, creo que me apetecen ambas cosas.


—¡Uf!... nena, me estoy poniendo muy febril. —Ella apartó
las sábanas con el pie.


—¡Dios! Ansío pasar mi mano por esas crestas ilíacas, quiero perderme en esos huesos innominados, son los más exquisitos que he visto jamás. — Movió un poco la cara y lo miró a los ojos, que se habían oscurecido increíblemente; los de ella también.
Volvió sus ojos a la lente—. Creo que estoy rozando el pecado con el objetivo de la cámara, señor Alfonso.


—Hum, esto se pone realmente interesante, ¿dijiste «pecado»? Creo que mi esposa es una chica muy mala. ¿Qué deseás? Contame más.


—Deseo... pasar mi lengua para recoger esa gotita que escapa de tu glande.


—Definitivamente, está usted por arder en el infierno, señora
Alfonso; me ha provocado una erección con sus palabras.


—Yo sólo digo lo que deseo, estimulada por lo que veo. Su pene está muy hinchado, señor Alfonso.—Paula hizo una pausa analizando sus emociones—. Y mi vagina está... empapada.


—¡Dios, Paula, vas a hacer que me corra sin tocarte siquiera! Dame eso —le quitó la cámara—, ahora es mi turno. —Se arrodilló en la cama y la obligó a recostarse, aunque primero la besó con vehemencia. Después adoptó la posición que ella tenía segundos atrás, pero en vez de ponerse de pie se quedó con ambas rodillas rodeándola. Paula le tiró un beso y sacó la lengua relamiéndose los labios; se mostraba descarriada, entonces Pedro apartó la cámara y la miró a los ojos mientras elevaba una ceja conmovido por su desenfado.


—Bueno, señor Alfonso,estoy esperando que me describa lo que ve.
Pedro sonrió y volvió a colocar el ojo frente a la lente.


—Estoy viendo, naturalmente, el rostro de la mujer que amo, que tiene una boca muy carnosa y una sonrisa que me quita el aliento.


—Le aseguro que esta boca es capaz de hacer muchas cosas que le encantarán.


—Hum, no lo dudo, sé muy bien lo que esa boca puede llegar a hacer.


— No se distraiga, por favor,prosiga y cuénteme. ¿Ahora qué ve?


—Muy bien. Puedo divisar el nacimiento de unos pechos que, si no los hubiera acariciado ya, no podría decir a ciencia cierta si son naturales u operados. —Él estiró su mano y apresó uno de sus senos.


—¿Qué hace, señor Alfonso? Eso es trampa, el juego no era ése, sólo tenía que ver con el lente de la cámara.


—¡Al diablo con la cámara,Paula! Sólo quiero perderme en tu cuerpo, me calentaste demasiado y no doy más, te aseguro que la erección que tengo es muy dolorosa.


Dejó la cámara sobre la mesilla de noche, pero olvidó
apagarla. Después se movió para apresar su boca. Enterró su lengua ardiente en ella y la rodeó una y otra vez de forma desmedida, se la tragó con el beso y apresó sus manos. Se las llevó hacia arriba estirando sus brazos y, como una hiedra, buscó entrelazar sus dedos con los de ella, mientras restregaba su sexo caliente y húmedo contra su pelvis. 


—Así te quiero, Pedro. Me encanta saber que te excito de esta manera —le dijo Paula apartándose para tomar aire.


Hicieron el amor apasionadamente; eran una fuente
inagotable de deseo. Entre jadeos, gruñidos, lametazos y embestidas llegaron al punto álgido. Mientras vertían sus fluidos, Paula crispaba su cuerpo, lo arqueaba y se arrebujaba entre las sábanas, y Pedro la miraba embobado con los dientes apretados y resoplando hundido en ella. Habían conseguido juntos un orgasmo espectacular y, aunque estaban agotados, se quedaron mirando por unos instantes.


Pedro sostuvo su cuerpo con la ayuda de sus brazos tambaleantes y le dijo:— Sos increíble, nena.


Pedro le besó la punta de la nariz y ella levantó sus manos. Le retiró el pelo de la frente con un gesto tierno, le recorrió la cara con el dedo índice y se lo posó en los labios. Él se lo mordió y le regaló una esplendorosa sonrisa.


—Sos mi caballero con armadura de acero,Pedro, eso
mismo pensé cuando te conocí. Ahora puedo afirmarlo.


Él aún permanecía en su interior y ella estaba con las
piernas enroscadas en su cintura.