lunes, 18 de agosto de 2014
CAPITULO 122
Faltaba poco más de un mes para la boda y ambos intentaban continuar con sus vidas y, aunque las pesadillas nocturnas de Paula habían regresado, no eran tan
habituales.
Durante el día, estaban abocados al trabajo y a las
entrevistas para concretar los últimos detalles de la fiesta.
La relación entre ellos era perfecta: cada día se entendían
mejor, el amor crecía y la pasión parecía no poder ni querer
apagarse.
Aunque eran inseparables, cada uno se responsabilizaba de sus obligaciones laborales. Se acercaba la inminente inauguración de Mindland en Francia y eso significaba que Paula debía ausentarse del país. Si bien, en cierto momento, pensaron en hacer ese viaje juntos, los compromisos de Pedro en la empresa lo impidieron.
Paula y Pedro estaban abrazados en la penumbra,
iluminados sólo por las luces que se colaban por los ventanales de la habitación.
Al día siguiente, ella viajaba a París, aunque no lo haría sola; se iba con Ana y con su madre, que volaría hasta la Ciudad de las Luces directamente desde Buenos Aires.
La actividad laboral de Paula le iba a impedir estar en Nueva
York el día en que tenía pactada la entrevista con los diseñadores que confeccionarían su vestido de boda.
Dado que ya casi no quedaba tiempo para nada, Paula decidió comprar su vestido en París.
Resolvería allí todo lo que le había quedado pendiente, sin cambiar siquiera de firma, puesto que también tenían una sede allí. De paso, aprovecharía para elegir el resto del ajuar. Le hubiese encantado que Mariana y Luciana la acompañaran, pero sus sobrinos habían pillado la varicela y su cuñada no podía dejarlos solos.
Luciana, por su parte, tenía un congreso en Vancouver donde le habían propuesto ser una de las principales oradoras.
—Hum, voy a extrañarte; sabés que no puedo estar mucho
tiempo sin tu cuerpo.
—Serán pocos días. —Él la apretaba contra su pecho.
—Sos mi medicina, Paula, cuando me pierdo en vos, se disipa todo mal.
—¡Decime que me amás! Me encanta cerrar los ojos y que me lo digas de cerca y sentir las cosquillas de tu aliento.
—Te amo, mi amor.
Se perdieron entre besos y caricias y se amaron
interminablemente. Pedro entró una y otra vez en ella, devorando su cuerpo, sintiéndose dueño absoluto de cada una de sus sensaciones.
Paula sabía que sólo ella podía hacerlo vibrar así.
Alcanzaron el éxtasis, lograron el encantamiento mágico y la unión perfecta. En pleno orgasmo, sus sentimientos se
volvían profundos y únicos; el fuego los abrasaba y los
transformaba, durante unos instantes, en un solo ser.
Aquella noche, hicieron el amor dos veces, a modo de despedida, porque necesitaban que esas caricias quedaran grabadas en sus cuerpos durante unos cuantos días
El jueves, Pedro tenía una reunión muy importante a la hora en que partía el vuelo, así que no pudo acompañarlas al aeropuerto. En su lugar, fue su padre que, para entonces, ya estaba casi por completo alejado de la empresa.
—¡A punto de embarcar, mi vida! ¡Te amo!
Pedro recibió un whatsapp de Paula, se disculpó unos minutos y salió de la sala de juntas para llamarla.
—Nena, no vas a irte sin oír mi voz. ¡Te amo, preciosa! —le
dijo él en cuanto ella atendió.
—¡Yo también! —le respondió ella.Ana también se acercó al teléfono.
—Adiós, hijo, la cuidaré muy bien. —Paula puso el iPhone en la oreja de su futura suegra.
—Besos, mami, disfruten mucho. Me encanta que te vayas con Paula.
—¡Qué hijo tan celoso tengo!
—No es por eso, confío plenamente en mi mujer. Lo digo
porque me encanta lo bien que se llevan ustedes dos; eso me hace enormemente feliz.
—Lo sé, era un chiste, Pedro. A mí también me colma el alma la relación que tengo con esta preciosidad. —Le acarició el carrillo a Paula—. Te la paso para que puedan hablar unos minutos más.
Siguieron despidiéndose, diciéndose bobadas y enviándose
besos hasta que Pedro consideró que debía regresar a la reunión.
Además, habían vuelto a llamar a los pasajeros del vuelo por megafonía.
CAPITULO 121
Se metieron en el Competizione de Pedro y él condujo
por Madison Avenue, buscó aparcamiento y la llevó hasta el
interior de la catedral de San Patricio. Paula estaba extrañada, pero él estaba tan acongojado que no se atrevió a preguntarle y se limitó a seguirlo.
—Sabés que no soy un creyente ferviente, sólo practico lo
justo y necesario, pero después de que esa bala se hundiera en tu cuerpo, empecé a creer que las manos de Dios habían guiado a las de los médicos para que hoy yo pudiera estar acá diciéndote todo esto.
—Tranquilizate, Pedro.
—No puedo. Estoy asustado y me duele sentirme así, porque sé que debo ser tu sostén; pero la angustia se ha apoderado de mí. Te traje hasta aquí porque creo que es oportuno pedirle a Dios que bendiga nuestro amor.
Se sentaron en uno de los bancos del frente y Paula acarició a Pedro.
—Todo irá bien, porque nuestro amor es muy grande.
—Lamento haberte fallado.
—No me fallaste, Pedro; a veces las cosas pasan porque sí, y se nos hace difícil encontrarle una explicación lógica. Lo aprendí con la muerte de mi papá. Mi amor,Dios nos puso a prueba con lo que nos está pasando para unirnos más.
Él asintió con la cabeza y cerró los ojos, mientras ella seguía
sosteniéndole la cara; ladeó el rostro y le besó la mano. Emitió un suspiro y sacó una caja de joyería del bolsillo de su americana.
—Deseo reafirmar mi promesa de pedirte matrimonio, creo que es un día especial para hacerlo, porque hoy, más que nunca, quiero que sepas que defenderé nuestro amor con mi vida.
—Mi amor, nunca imaginé que llegaría a vivir momentos como éste. Cosas así son las que hacen que el resto se vuelva insignificante; no sabía que se podía amar tanto a alguien. —Él abrió el estuche, sacó el anillo y cogió su mano.
—Sólo deseo convertirte en mi esposa.
—Sólo deseo serlo.
—En tus brazos... y huir de todo mal. —Pedro leyó la
inscripción que había hecho grabar en la sortija, se la puso en el dedo y la besó.
El anillo era más impresionante que el anterior. Se trataba de un auténtico Harry Winston, con un diamante central en corte esmeralda, flanqueado a cada lado por unos más pequeños del mismo formato y contenidos por una hermosa banda de platino, también adornada con diminutas gemas.
Paula se quedó extasiada mirando la exclusiva pieza de joyería que Pedro había colocado en su dedo.
—¿Te gusta?
—Me fascina, me gusta incluso más que el anterior.
—¡Qué suerte, porque me costó mucho decidirme! El otro
tenía un valor emocional diferente; estuve tentado de comprarte el mismo, pero nos hubiera traído malos recuerdos, así que opté por uno distinto, para que su historia también se diferenciase.
CAPITULO 120
Había hecho un mes de tratamiento y la habían sometido a
diferentes evaluaciones psiquiátricas. Ese día, se había
dispuesto una nueva revisión de la salud mental de Rachel Evans, solicitada por el juez, para decidir su curso legal.
Una psiquiatra del sistema médico correccional junto con otros profesionales que representaban a ambas partes, acusado y demandante, habían diagnosticado a Rachel y su resultado era devastador, claro e irrefutable: tenía esquizofrenia de tipo catatónico, paranoide no residual y un trastorno bipolar importante.
El criterio para el diagnóstico de este tipo incluía: la poca
reacción a los estímulos y el mutismo presentado en ciertas
ocasiones; la inmovilidad que implicaba la resistencia a ser
físicamente trasladada; las formas extravagantes, bizarras y de exaltación que se le habían manifestado durante el brote; y la desconfianza, delirios y alucinaciones que seguía manifestando aún medicada. Entre los síntomas evidenciados, presentaba ansiedad, enfado y violencia ocasional, sin motivo aparente, contra el personal que la atendía y a quien confundía a veces con otras personas. Sospechaba continuamente y manifestaba ideas extrañas y falsas. Demostraba, además, falta de contacto con la realidad, pues se quejaba de que los médicos intentaban leerle el pensamiento para conchabarse contra ella; o decía que, por las noches, la vigilaban en secreto y urdían un plan, junto a Paula, para matarla. Por último, manifestaba
que los enfermeros la amenazaban para someterla. Todo era producto de su imaginación perturbada.
Jason Parker había decidido transmitirles el veredicto del juez personalmente. Tras la audiencia, se trasladó a Mindland y fue recibido por todos los Alfonso y por Paula en la sala de juntas. Alison y Ruben también los acompañaron.
El letrado fue lapidario y categórico a la hora de informarles
de la decisión tomada con Rachel,basada en los informes médicos.
Había sido declarada mentalmente insana y no iba a ser sometida a juicio, pues la conclusión era que el estado actual era idéntico al que presentaba en el momento del ataque contra Paula. Por consiguiente, quedaba en libertad aunque la obligaban a cumplir un tratamiento psiquiátrico que incluyera informes periódicos a los médicos judiciales. Por último, también quedaba expresamente asentado que Rachel debía permanecer confinada en un centro mental de máxima seguridad para continuar el tratamiento.
—Pero, si se mejora, ¿saldrá de ahí? —preguntó Paula con un hilo de voz y Pedro le cogió la mano con fuerza.
—Lo siento, Paula, es muy probable, no quiero mentirte, pero ten en cuenta que los médicos también han sido categóricos al decir que su estado mental es prácticamente irrecuperable.
Ella asintió con la cabeza.
Alison, que estaba sentada a su lado, le acarició la espalda.
Horacio, de pie junto al ventanal, miraba hacia afuera con las manos en los bolsillos. Pensaba en los sobresaltos que amenazarían siempre la paz en la vida de su hijo y su nuera, pero también tuvo un recuerdo para su amigo y se apenó por él, desde el lugar de padre. Su familia había quedado destrozada.
—Paula, de todas maneras y llegado el caso, un juez tendrá que dictaminar su salida del establecimiento y seremos
pertinentemente informados,¿verdad, Jason? —intervino su
cuñado.
—Así es, Federico.
Pedro había permanecido en silencio, impávido y con la
mandíbula apretada. Pegó un grito que retumbó en la sala, se levantó furioso tirando la silla y le dio una patada a una papelera. Después cogió la silla volcada y la arrojó incrustándola sobre la puerta vidriada que se hizo añicos.
Todos saltaron de sus asientos, atónitos ante la intempestiva reacción de Pedro. Paula se angustió, tembló,pero en vez de abandonarse a la desesperación, reunió fuerzas y se abrazó a la espalda de Pedro.
Él se dio la vuelta y la abrazó, las lágrimas empezaron a brotar incontenibles, y la separó para mirarla a los ojos.
—Perdoname, mi amor, te fallé. Te prometí que no iba a dejar que saliera y no pude cumplirlo.
—Chis, no permitamos que esto paralice nuestras vidas.
Anoche lo hablamos, Pedro; sabíamos que podía pasar algo así.
Ella le cogió con dulzura el rostro angustiado y lo acunó entre sus manos.
—Tenemos planes, mi amor, pensemos en ello. Quizá no tuvo el castigo que pretendíamos, pero tampoco lo está pasando bien: su mente está perdida.
—Lo sé, pero tenía esperanzas de que ocurriera un milagro. ¡Sos tan buena persona!
—No es verdad, no entiendo mucho lo que está pasando, pero debemos continuar con nuestras vidas y aceptar las cosas como son.
Siempre me dices, que no debo permitir que el miedo me obnubile y ahora estás dejándote llevar vos.
—No es justo, Paula, que vivamos todo el tiempo con miedo.
Horacio se acercó y acarició la espalda de su hijo para
tranquilizarlo.
—Ya has escuchado a tu hermano y también al doctor Parker.
En caso de que se presente una modificación, nos avisarán. —Pedro levantó la vista y, sin soltar del todo a Paula, miró a Parker.
—Necesito esa tranquilidad, Jason.
—Calma, Pedro, nos notificarán cualquier cambio en la situación. Y, si no lo hacen, patearemos muchos traseros.
—No quiero patear el trasero de nadie, Parker —le dijo en un tono nada amistoso—. Sólo quiero tener la seguridad de que me enteraré en seguida. Quiero tener la certeza de estar siempre un paso por delante de este sistema de
mierda.
—Tranquilo, mi amor, el abogado dice que así será.
—Parker me ha dicho muchas cosas que, al final, no se han
cumplido.
—Pedro... Jason ha hecho su trabajo de manera impecable, no seas injusto —intervino Jeffrey—. Con el giro que ha dado la salud de Rachel, era poco lo que podía hacerse.
—Tranquilo, entiendo el estado emocional de Pedro —
le explicó el letrado, evitando un enfrentamiento entre ambos hermanos—, y también entiendo que él, en su profesión, se maneja con cifras exactas —se justificó sin dejar de mirarlo—. Esto también es exacto, el Estado debe notificar a los damnificados cualquier cambio
—Eso espero. —Volvió su vista a Alison—. Liquídale los
honorarios al abogado —le indicó a su secretaria—; Paula y yo nos vamos.
Cogió a Paula de la mano y fueron a que recoger sus cosas en sus respectivas oficinas.
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