viernes, 22 de agosto de 2014

CAPITULO 136




Durante su última tarde en Los Cabos, fueron a Todos Santos, un pueblecito que originalmente había sido una misión y plantación jesuita, y donde en la actualidad
había emplazada una comunidad artística, con galerías y tiendas diversas. Allí compraron joyería de plata hecha a mano, candelabros de hierro forjado y algunos tallados en madera que a Paula le habían gustado, entre otras cosas típicas de la región.


Por la noche, Pedro la dejó elegir, así que, entusiasmada, ella optó por ir a un club nocturno. El Pink Kitty era un nightclub vip al mejor estilo de Las Vegas, donde bebieron un poquito de más: tequilas, mojitos y champán; sin duda, una mezcla vigorosa.


—¡Bailemos, esta canción me encanta! —Ambos estaban de muy buen humor y se habían divertido mucho con la salida.


Pedro se levantó para complacerla y la llevó hacia la pista, donde disfrutaron al ritmo de Blurred Lines, el tema de Robin Thicke con T. I. & Pharrell. Como siempre, él se movía con sensualidad y la hacía bailar de manera sinuosa a ella también.


—Nena, me calentás si movés el culo de esa forma. —Paula
sonrió pícaramente y continuó bailando. Cuando la canción
terminó, ella se aferró a su cuello en el medio de la pista y le plantó un escandaloso besazo en la boca.


—¡Cómo me gustan tus besos,Pedro!


—¿Te gustan mucho?


—Demasiado. —Volvieron a besarse.


—Vamos, Paula, regresemos al resort. Te aseguro que lo que tengo ganas de hacerte en este momento, acá es imposible.


—¿Y qué tenés ganas de hacerme? Contame, quiero saber si es un plan mejor que quedarnos en este nightclub.


Él la miró y se rió licencioso, luego se acercó a su oído.


—Para empezar, voy a darte muchos más besos, porque recién me dijiste que te gustaban.


—Pero eso también podemos hacerlo acá.


—Sí, pero tengo planeado quitarte toda la ropa mientras te
beso y, además, prometo que no dejaré ni un solo rincón de tu cuerpo sin lamer.


—Hum, eso sonó muy tentador, aunque aún no me convence, señor Alfonso. Siga explicándome, inténtelo un poco más, pues sé que su imaginación es muy creativa.


Pedro volvió a reírse, le mordió los labios y volvió a
acercarse para hablarle.


—Voy a enloquecerte entrando y sacando mis dedos de tu vagina, mientras te doy mordisquitos en el clítoris; sé que eso te gusta. — Paula abrió los ojos como platos y le plantó un beso.


—Debo reconocer que eso ha sonado irresistible, incluso, ha
provocado que me latiera la vagina con fuerza.


Pedro miró a todos lados y, cubriéndola con su cuerpo, tomó su mano y se la puso sobre la bragueta.


—Estoy muy duro, Paula, quiero follarte, quiero meter mi
pene en vos y contonearme sin parar hasta que lleguemos juntos al orgasmo.


—Definitivamente, creo que me ha convencido, señor Alfonso.Accederé a irme con usted.


Se devoraron con un beso húmedo e impetuoso y luego se
retiraron de la disco.
Llegaron al resort riéndose y hablando en voz un poco alta para la hora que era.


—¡Chis! —la regañó Pedro mientras la dirigía agarrada por la cintura.—Señor Alfonso... Pedrocreo que no debiste dejarme que bebiera tanto, pues no puedo parar de reírme y me siento un tanto volátil. —Cuando no se carcajeaba uno lo hacía el otro y Paula arrastraba un poco las palabras—.
Si seguimos riéndonos de esta forma nos van a echar antes de tiempo por romper la tranquilidad en Las Ventanas. Vamos a tener que dormir en el aeropuerto, esposo mío.


—Creo que yo también bebí de más. Por Dios, qué manera de reírnos, me duele cada músculo de la cara de tanto hacerlo. Hablá bajito o nos van a echar en serio.


Cuando entraron en la residencia, tropezaron y fueron a
parar de narices al suelo; otro motivo más para reírse durante un buen rato. Se desternillaron de risa hasta tal punto que se quedaron revolcándose en el piso y cogiéndose la barriga.


—Creo que estoy un poco borracha, Pedro.


—Yo también, tomamos demasiado tequila.


De pronto, la risa se transformó en pasión y comenzaron
a besarse. Pedro le pegó un puntapié a la puerta y sus manos deseosas reptaron por el cuerpo de Paula. Se ayudaron a despojarse de la ropa y terminaron haciendo el amor en el suelo.

CAPITULO 135


Aunque el lugar era tentador para quedarse día y noche en él, el resto de las jornadas no pararon. Había tantas actividades para hacer que no querían privarse de nada. Por otra parte, Pedro había planificado todo muy bien. Durante el día, salían y disfrutaban de las atracciones de la región y, por la noche, no paraban de amarse y de entregarse a esa pasión descontrolada que anhelaba sin saciedad la fusión de sus cuerpos.


Les quedaban dos días allí y luego partirían hacia un nuevo
destino, así que decidieron prepararse para disfrutar de la
sorpresa de la jornada. Pedro había reservado una travesía en velero. A bordo, se dejaron llevar, a la velocidad del viento tropical, por las aguas azul turquesa hacia las playas naturales del mar de Cortés. En el trayecto, avistaron
delfines, que parecían atraídos con la estela de la embarcación.


Saltaron un rato sobre ella, ofreciéndoles un espectáculo
fascinante, hasta que finalmente se alejaron cansados. El velero se detuvo mar adentro, en una zona propicia para tirar el ancla, y Pedroentusiasmado, animó a Paula a hacer snorkeling. Ella nunca lo había probado, pero como no podía negarse a nada que él le pidiese, aceptó gustosa.


—Confiá en mí y nos lo pasaremos genial. Además estaré a
tu lado y no permitiré que te pase nada, verás que te encantará. — Pedro mojó bien su pelo y se lo echó hacia atrás. Le pasaba las manos con entusiasmo y, como siempre que se ponía a hacer algo, su cara de concentración era un poema. Con ahínco, le despejó el rostro y, luego, hábilmente le colocó la máscara—. Tranquila, mi amor, respirá un poco por la nariz, así provocás que se adhiera a tu piel y quede bien sellada. Ahora relajate para poder disfrutar mucho más. — Ella asentía con la cabeza, entregada a su experiencia, mientras él, con conocimiento, le ajustaba la correa en la parte ancha de la cabeza—. ¿La sentís demasiado ajustada?


—No, está bien ahí.


Luego le colocó el tubo, asegurándose de que estaba en
buena posición, junto a la parte delantera de la oreja. Después, la ayudó a ponerse las aletas.


—Bueno, ahora colocate la boquilla en la boca y practiquemos la respiración. Tratá de respirar por el tubo. —Paula, como una buena alumna, hizo todo como Pedro le indicaba—. Bien, bonita, ¿ves qué sencillo? —Ella asintió y él volvió a quitarle la boquilla—. Lo mismo será cuando tu cara esté sumergida bajo el agua, te juro que te sentirás igual.


—Sí, parece fácil.


—Lo es, mi amor —le aseguró y la besó—. Por último, cuando patalees, hacelo desde la cadera. ¿Te animás a probarlo? —Paula asintió de nuevo, así que Pedro se colocó su equipo con rapidez y se lanzaron al agua—. Bien, primero, hasta que te acostumbres a respirar, lo haremos sólo con el tubo fuera del agua y disfrutaremos de la vista hacia el fondo. Cuando me indiques que te sentís confiada, nos sumergiremos y entonces contendrás la respiración. Luego saldremos para volver a respirar, pero no levantarás tu cabeza hasta cerciorarte de que has vaciado bien toda el agua del tubo, ¿de acuerdo?
Soplarás bien fuerte para expulsarla y, si hemos visto algo que nos ha interesado, no dejaremos de mirarlo, porque, si no lo vigilamos, se nos perderá. Respiraremos unas cuantas veces más y volveremos a sumergirnos para seguir
contemplando lo que nos había gustado. Sólo descenderemos unos poquitos metros; así que tranquila:
el aire con el que puedas llenar tus pulmones, te alcanzará de sobra, ¿me entendiste? ¿Querés preguntarme algo?


—No, creo que he entendido todo, quiero probar ya.


—En ese caso, ponete la boquilla y aventurémonos. Abajo
nos hablaremos con señas, dame la mano, no te soltaré.


Paula, fascinada, no quería salir del agua, y no paraba de sacar fotografías y de filmar.


—¡Me encanta, Pedro, me encanta! —Se impulsaban con las aletas en el agua mientras se abrazaban y se besaban.


—Ah, ¡me alegra mucho que lo estés disfrutando! Cuando
regresemos a Miami, perfeccionaremos tu técnica y te
prometo que iremos a bucear.


Después de la aventura, se tendieron en las tumbonas sobre la cubierta del velero para disfrutar del sol. Se tomaron unas bebidas bien heladas y, entre besos y caricias, comieron unos aperitivos de camarón, ceviche, tacos y guacamole.


Luego, Paula se puso a revisar lo que había filmado en el fondo del mar y, al rebobinar la cinta, se encontró con una filmación que no sabía que existía. Se ruborizó de inmediato y Pedro notó su cambio de expresión.


—¿Qué pasa? —Ella se cubrió la boca y dejó escapar una risita—. ¿Qué, Paula? —insistió él. Paula le pasó la cámara para que Pedro viera las imágenes y, en cuanto las miró, volvió sus ojos hacia ella, su mirada se oscureció y su
entrepierna comenzó a latir.


La joven se acercó a su oído mirando la pantalla junto a él.
—Señor Alfonso, por lo que puedo ver, cuando dejó la cámara en la mesilla de noche olvidó apagarla. Tengo la sensación de que estaba usted muy desencajado a la mañana siguiente de nuestra noche de bodas y hasta me atrevería a decirle que perdió su autocontrol.


Pedro sonrió y le dijo muy bajito: —Nena, tu cara era un primor; acepto que me descontrolé un poco, pero vos también estabas bastante perdida, mi vida. —Se quedaron mirando las escenas en que ellos eran los protagonistas durante un rato y luego Pedro la miró fijamente a los ojos y le habló en un tono casi marcial—: Bajá al camarote y esperame en el baño.


Paula dudó un momento, pero se sintió tentada por la propuesta de su esposo, así que sonrió con picardía e hizo lo que él le pedía.


Pedro no tardó demasiado. Ella lo esperaba expectante, con su corazón latiendo desacompasado por la ansiedad. De
pronto, oyó unos golpecitos en la puerta y Paula abrió para que entrara.


Pedro, está toda la tripulación arriba en la cubierta. Se
darán cuenta. No sé si hemos hecho bien en venir aquí.


—Están todos muy entretenidos, tranquila. Vamos,
nena, lo haremos rápido.


Con premura la giró, le corrió el biquini y le acarició su hendidura. Paula estaba húmeda: era obvio que la filmación también la había excitado a ella. Sin pérdida de tiempo, Pedro se bajó el bañador y la penetró; él también estaba sólido y preparado para enterrarse en ella. Se hundió de una estocada y comenzó su vaivén, al mismo ritmo que el oleaje que mecía al velero. Pedro se aferró a sus caderas mientras se movía cadencioso y se bamboleaba sin parar. Después de unas cuantas idas y venidas, Paula giró su torso para que él se apoderase de su boca, y él la besó carnal y desesperadamente. De repente, apartó sus labios, le dio una palmadita en la nalga y le dijo entre dientes:


—Levantá la pierna sobre el inodoro, nena, quiero entrar más profundo en vos.


Así comenzó una despiadada intromisión que perseguía el rápido alivio para ambos.


—¿Te gustó vernos follando? —le preguntó él.


—Fue muy excitante, Pedro, me encantó mucho vernos en esa intimidad. ¿Y a vos?


—¿No se nota, nena, cuánto me gustó? Me puso loco verme
perdido en vos, y sólo deseé volver a estar así, enterrado en tu sexo. — Hablaban entre susurros.


Pedro se movió unas cuantas veces más hasta que ambos se corrieron, se guardaron los gemidos para sí y apretaron los dientes cuando consiguieron el ansiado orgasmo. 


Cuando la adrenalina del momento se pasó y Paula reflexionó un poco, se sintió un poco avergonzada.


—Mi amor, tranquila, somos recién casados. De todos modos, te prometo que nadie se dio cuenta, aunque te juro que esta gente debe de estar más que acostumbrada.


—Si me decís eso, no voy a poder salir de este baño.


—Venga, nena, fue muy lindo. Además, es tarde para
arrepentimientos y soy tu esposo, mi vida. —Le guiñó un ojo—Como en Lupa, ¿sí?, primero salgo yo con mi mejor cara de póquer y después vos. Te amo, nena.


Pedro subió a cubierta y, después de unos minutos, lo hizo
Paula. Volvieron a tumbarse al sol, cogidos de la mano; a ratos, se miraban con complicidad. Pasaron el resto del día relajados con los sonidos balsámicos del océano de fondo. Divisaron ballenas jorobadas y se deleitaron con el
atardecer más bello que jamás habían imaginado contemplar. Los tonos rojizos y dorados en el cielo inundaron el ambiente y el sol desapareció lentamente en el horizonte, hasta casi quitarles el aliento por la belleza del momento.

CAPITULO 134




Como tenían mayordomo propio, decidieron cenar en la
habitación y pidieron una degustación gourmet. Después de la cena, el personal, muy atento y discreto, supo retirarse en el momento justo y de manera muy amable. Antes de irse, el empleado les indicó que no dudasen en llamarlo si necesitaban cualquier cosa.


—Gracias, Carlos, es usted muy atento —le dijo Pedro.


—Buenas noches, señor y señora Alfonso, sepan que es un placer para mí estar a su entero servicio. Espero que disfruten de su primera noche en nuestro resort.


—La cena era exquisita, Carlos, y la atención es inmejorable
—lo halagó Paula, satisfecha y agradecida.


Se quedaron solos en la terraza interior bebiendo unos
margaritas que Carlos les había preparado.


—¿Tenés frío?


—Un poquito, no sé si es por el cansancio de todo el trajín de estos días previos o si es que el viento del mar se hace sentir.


—¿Preferís que vayamos adentro?


—No, prefiero que me calientes vos con tu cuerpo.


—Señora Alfonso, está usted muy pedigüeña.


—Es que mi esposo ha hecho de mí una mujer insaciable.


—¿Muy insaciable? — preguntó él. Ella bebió un sorbo de
su margarita, dejó la copa sobre la mesa baja y se sentó a horcajadas sobre sus piernas.


—Muy insaciable —corroboró Paula mientras le lamía el lóbulo de la oreja—. ¿Creés que vas a poder saciarme al menos por un rato?


Pedro la recorrió con la mirada, de su boca a sus pupilas, y de pronto el azul de sus ojos se tornó muy brillante. Se inclinó para dejar su copa y luego metió la mano bajo la camisa de Paula.


—Creo que sé muy bien cómo saciarla, señora Alfonso. Ahora le voy a formular una pregunta muy simple. ¿Está usted dispuesta a dejarme hacer lo que quiera? Porque para eso necesito su completa entrega.


—¡Señor Alfonso! Usted sabe que no hay nada que me agrade más que ponerme en sus manos para que usted haga y deshaga con mi cuerpo a su antojo. —Se dieron un
beso.


—¡Qué bien sabe ese margarita! —exclamó él.


—¿Todavía tenés ganas de beber margarita? —insistió ella y Pedro frunció el cejo sin entender la pregunta.


Entonces, Paula, sin decir ni pío, se dio la vuelta y cogió la copa de la mesa baja para beberse un sorbo, se arrodilló sobre él y buscó su boca para depositar la bebida que guardaba entre sus labios. Él tragó y saboreó su lengua; se
deleitó con ella, mientras que con sus manos se apoderaba de los botones de su blusa. El ambiente había cambiado con rapidez y los dos se mostraban urgentes. Pedro abandonó su boca y se apropió de sus senos, los lamió en toda su redondez, succionándolos y mordisqueándolos por encima del encaje. Luego levantó su vista para mirarla; ella tenía la cabeza echada hacia atrás y se movía sobre su sexo, la costura de sus pantalones le producía una brutal caricia en su clítoris y estaba tan cegada de placer, que no podía dejar de hacerlo. Pedro le bajó los tirantes del sujetador, sacó los senos por encima de la copa y se adueñó de ellos con su lengua, los rodeó una y otra vez. En ese instante, levantó la cabeza de nuevo y le ofreció una sonrisa irresistible.


Acto seguido, se movió junto a ella para depositarla sobre el sofá. Se arrodilló en el hueco que quedaba entre sus piernas, le desprendió el vaquero y enganchó también la tanga para quitárselos a la vez. Así quedó Paula, desnuda y expuesta para él. Pedro, insaciable, le acarició el monte de Venus con la palma abierta y palpó la sedosidad de su pelvis depilada. Le recorrió la hendidura con su dedo corazón mientras Paula se retorcía de placer. Pedro tiró de la abertura de su camiseta y se la sacó por encima de su cabeza, desabrochó sus vaqueros con extrema rapidez y también se deshizo de ellos.


—Mi amor, sos mía, sólo mía. Me fascina disfrutarte de todas las formas posibles —le dijo al oído y el cuerpo de Paula reaccionó al instante. Mientras se aferraba a su espalda, lo notó tenso, le recorrió los omóplatos con sus dedos y lo hizo estremecer. Él bajó una mano y tanteó la humedad de su vagina, le introdujo un dedo, dos, tres, hasta que se dio cuenta de que estaba muy expandida, los retiró y, en su lugar, metió su pene despacio, probando
su hechura y profundidad. Dejó que ella lo acomodara en su nido, la miró a los ojos y dejó escapar el aliento contenido en su boca; luego le susurró sobre sus labios—: Me encanta, jamás tendré suficiente de tu cuerpo, jamás me saciaré de esta pasión que me provocás. Tu olor me calienta, parezco un animal en celo que no piensa, no razona, y que sólo vive para amarte.


Cuando terminó de hablarle, ella se movió de tal forma que su pelvis se estrelló contra la de él.
Paula quería provocarlo para que comenzara a moverse, pero él sólo se dedicaba a oprimirla, enterrándose siempre un poco más profundo, un poco más adentro.
Paula le clavó las uñas en la espalda y le dijo apremiada sobre sus labios.


—Movete, Pedro, por favor, ya... movete de una vez, follame, follame sin parar, hacelo ya, necesito que me folles.


Su voz se oyó tan apremiada que Pedro no pudo más que ceder a su petición. Él también lo necesitaba, lo deseaba del mismo modo, así que comenzó de inmediato a moverse brutalmente, se enterraba y salía con furia, la asía por las nalgas y se las apretaba con fuerza. El olor a sexo y los gruñidos de ambos invadieron el ambiente. Entregados a su pasión incontenible, se movían desbocados para encontrarse, para que sus sexos se friccionasen y les dieran el placer que anhelaban. Tomándolo por sorpresa, Paula se apartó hacia atrás y sacó su pene de ella, se dio la vuelta bajo su cuerpo y se arrodilló; entonces Pedro volvió a enterrarse. Hundió nuevamente su miembro en su abrigo, la apresó con el brazo por la cintura y se recostó ligeramente en ella. Sus latidos eran tan fuertes que redoblaban en su espalda. Así trepado movía su pelvis para entrar y salir sin parar, a la vez que Paula se contoneaba al mismo ritmo para
encontrarlo. Cuando ella sintió el primer espasmo de su cuerpo, clavó sus dedos en el sofá e intentó contener sus gritos, pero estaba demasiado excitada, demasiado caliente. Un fuego abrasador le recorrió su interior, un subidón se
apoderó de todos sus sentidos y tembló de placer. El orgasmo de Pedro no fue menos, porque al sentir que se hacían agua sus entrañas, también se licuó en su interior, le mordió un hombro, graznó y resopló mientras se vaciaba, mientras conseguía su atenuante. El deseo los envolvía y los desmembraba. Paula dejó caer su cuerpo y él se derrumbó agotado sobre ella, aflojó sus brazos y los dejó descansar a los lados mientras recobraban el aliento. Se quedaron tumbados durante un rato, el uno junto al otro; Pedro le acariciaba los brazos y le besaba tiernamente el hombro.


—Me estoy durmiendo, Pedroel día ha sido demasiado largo.


—Hum... —musitó él de manera ininteligible.


—Vayamos a dormir.


Se levantaron a desgano y se trasladaron hasta la cama.