sábado, 23 de agosto de 2014

CAPITULO 139



El tiempo pasaba a toda velocidad. Ellos parecían no tener
descanso. Pedro había planeado una luna de miel en la que nada quedara al azar; cada día estaba proyectado a la perfección. Habían llegado ya a la mitad del viaje y se trasladaban hacia Mérida, un lugar con mucha historia.


—En breve aterrizaremos,Paula, éste será el único tramo de la luna de miel en que estaremos alejados de la playa, pero, habiendo venido a México, me parecía imposible obviarlo; los tesoros arqueológicos de esta ciudad son maravillosos.


—Tu decisión me parece perfecta, mi amor. Todo lo que vos
decidas sé, sin duda, que es lo mejor; confío plenamente en vos.


Llegaron a la hacienda Xcanatún, que estaba situada a tan
sólo cinco minutos de la ciudad de Mérida, en la carretera a Progreso, y a sólo diez kilómetros del centro histórico. Cerca de allí, había diversos atractivos turísticos: emplazamientos arqueológicos, playas y ciudades coloniales que también tenían pensado recorrer.


En la hacienda, los aguardaban con un recibimiento muy cálido y personalizado. Los invitaron con unos margaritas y, de inmediato, les mostraron las instalaciones. Tras un breve recorrido por el lugar, los acompañaron hasta la Master Suite para que pudieran acomodarse y refrescarse.


El encanto de lo antiguo y la comodidad de la modernidad
hacían de esa lujosa habitación, con acabados y materiales naturales y exquisitos, un lugar de ensueño que los transportó a principios del siglo XVIII. Pedro y Paula estaban fascinados con el lugar, que a ella le hacía recordar mucho a la vida en la plantación. La hacienda estaba emplazada en un enclave muy silencioso, rodeado de una espesa vegetación. En definitiva, aquél era un ambiente idóneo para desconectar de la vida cotidiana de la ciudad y disfrutar de la naturaleza; ideal para sumirse en su mundo propio, el que habían creado juntos y en el cual no les hacía falta más que su mutua compañía.


La primera noche, cenaron en el restaurante una combinación perfecta de comida francesa y caribeña que Pedro y Paula disfrutaron de pleno. 
Mimosos,románticos y muy atentos el uno hacia el otro, intercambiaron tiernas cucharadas en la boca. Paula había pedido, como plato principal, frijoles con cerdo, una receta tradicional de Yucatán; Pedro, en cambio, probó los chiles en nogada, otra especialidad típica de la cocina mexicana. 
Después de cenar,decidieron caminar por los jardines, abrazados y seducidos por la belleza del paisaje y la pasividad del lugar. Regresaron a la terraza privada de la habitación un poco más tarde y se recostaron en una de
las hamacas.


—Hum, me encanta el rumor de los insectos en la noche, me recuerda a Mendoza.


—Cuando hice la reserva en Xcanatún, me imaginé que te
gustaría, porque yo también lo relacioné con el ambiente de tu tierra. Sinceramente, eso fue lo que me hizo decidir; a punto estuve de reservar plaza en un hotel de la ciudad.


— Qué bien que no lo hicieras,porque me atrae mucho este lugar, me fascina el contacto con la naturaleza; además, ya estuvimos en muchos hoteles. —Se besaron acariciándose la espalda. Ambos tenían las manos metidas bajo la ropa del otro y sus palmas zigzagueaban con ternura sobre su
piel.—Blue eyes, no me sonrías así que estamos afuera. Mi amor, si metieras en este momento tu mano bajo mi tanga te aseguro que podrías saber el poder que tiene tu sonrisa. —Él se pegó a su cuerpo, y le apoyó su sexo para que ella lo
notara.


— Mirá lo que tu boca me provoca, nena, ¿sentís lo duro que me ponés?


Pedro, quiero que siempre sea así entre nosotros, es lo que más me gusta de nuestra relación: esta atracción física. Además, quiero que el profundo amor que siento por vos nunca se acabe.
¿Sabés? Antes siempre hablaba con Mati, bueno, no es un secreto para vos que con él hablábamos de todo, incluso de sexo, y yo siempre le refutaba cuando él me argumentaba que el sexo es una de las cosas más importantes en una pareja. Uno puede sentir cariño hasta por su mascota, pero la atracción sólo sirve cuando la piel te llama. Ahora entiendo lo que él pretendía explicarme; tu piel me atrae, me estremecés tan sólo con rozarme, me excitás cuando te reís y lo que más me asombra es la manera en que puedo expresarte esto que siento.
»Transformaste mi vida en todos los sentidos, Pedro, a tu lado me desinhibí por completo; descubrí en mí a una persona que no sabía que existía. Al principio de nuestra relación, cuando pensaba en esto, la atracción física incluso me asustaba. En cambio ahora, deseo que todo sea siempre así, no quiero que sólo permanezca el afecto y que nos acostumbremos a estar al lado de la otra persona; no ansío eso para nosotros. Deseo que vivamos cada día como el primero, porque así es como me hacés sentir cuando estoy entre tus brazos. Para mí, cada vez es como la primera vez que me hiciste tuya.


—Mi amor, yo anhelo exactamente lo mismo. Cuando
estoy entre tus brazos me enamoro nuevamente de vos. Cuando te miro, dejo de razonar, me paralizás. Tu piel es como un bálsamo para mí, tenerte y poseerte es todo lo que necesito. No tomes a mal lo que voy a decirte, pero es imposible no comparar. Estuve con muchas mujeres, Paula, pero jamás sentí con nadie lo que siento con vos, lo nuestro va mucho más allá de todo.
¿Sabés? A veces pienso... ¿Cómo explicarte? Creo que el hombre es más carnal que la mujer; ustedes cuando conocen a alguien son más platónicas, pero el hombre lo único que espera, en un primer momento, es satisfacer sus instintos animales.
Con vos, eso se une al estremecimiento que me provoca el
solo hecho de que me mires, me hables o me dediques una sonrisa.
Yo tampoco quiero que nuestra relación cambie, me encanta cómo nos complementamos en todo, hasta en el trabajo. Y en la cama, ¡uf!, nena, cada vez que hacemos el amor encontrás una manera nueva de sorprenderme. Siempre lo noto diferente, cada día confirmo que podés hacerme sentir más y más intensamente. —Pedro la besó y Paula se perdió en la danza de sus lenguas. Después, Pedro añadió—:No veo la hora de que pasen esos diez meses que dijo Callinger que debíamos esperar para tener un bebecito.


—Yo también sueño con eso, ¿te imaginás? ¿Vos y yo papás?
¡Oh, Dios! Escuchar sus ruiditos y ponerlo a dormir en medio de ambos.


—Bueno, eso no sé. Después se acostumbran y, la verdad, es que en la cama sólo te deseo para mí.
No sé si eso estoy dispuesto a compartirlo.


—¡Celoso! —Pedro le mordió la barbilla—. ¿Serás un padre
consentidor, Pedro?


—Supongo que sí, pues creo que me enloquecerá tanto como vos; creo que tampoco podré decirle a nada que no.


Pedro, quiero que lleguemos a viejitos juntos.


—Yo también lo deseo, mi amor.


—Prometeme que, cuando surjan inseguridades, siempre
vamos a intentar superarlas.


—¡Eso es obvio! ¿Qué ocurrencia es ésa?


—Es que seguro surgirán complicaciones, Pedro, porque,
aunque hace un tiempo que estamos muy bien, aflorarán conflictos. La vida no es siempre color de rosa, ésa es la realidad.


—Pero espero que, por ahora, no surja ninguno. Me gusta mucho estar así con vos y anhelo que los problemas sólo sean provocados por cosas cotidianas de convivencia que podamos superar con facilidad.


—Prometeme que si alguna vez se acaba nuestro amor, jamás nos engañaremos, que siempre nos diremos las cosas de frente —le pidió ella.


—¡Paula, recién acabamos de casarnos y estás pensando en que se puede acabar el amor! ¿Tan poco amada te sentís por mí? ¿Tan poco es el amor que sentís por tu esposo?


—No, mi amor, no es eso. Tu amor es tan enorme como el mío, sólo que no sabemos qué vueltas puede dar la vida. Yo me casé con vos para amarte por toda la eternidad, pero ¿cómo predecir el futuro? Sólo te pido que jamás me
engañes, no podría soportar un golpe tan bajo por tu parte.


—Paula, te amo y sé que así voy a sentirlo toda la vida. ¿Por qué esos miedos? Quiero que mi amor te dé seguridad.


—Así lo siento, Pedro. No hay lugar donde me encuentre más segura que junto a vos y entre tus brazos. Es más, mirándome como lo estás haciendo ahora, me siento la mujer más afortunada. Pero deseo ser realista y no descartar nada de lo que podría ocurrirnos.


—Jamás voy a engañarte, Paula. Jamás podría faltarte tanto al respeto, nunca más pasarás por esa humillación y, menos, por mi culpa. Mi vida, te lo prometo. —Puso los ojos en blanco y prosiguió—: Y no es porque vaya a creer que nos va a pasar, pero si alguna vez se termina nuestro amor, antes de estar con otra persona, te lo diré de frente.


—Gracias. Yo también... —Le tapó la boca con un beso.


—No me lo prometas, porque para mí no cabe la posibilidad de que nuestro amor se termine.


Se besaron con pasión y, en ese instante, desde otra habitación, empezaron a oírse los acordes de una canción que ambos se quedaron escuchando abrazados: Es poco decir que eres mi luz, mi cielo, mi otra mitad.



Es poco decir que daría la
vida por tu amor y aún más.
Ya no me alcanzan las
palabras, no, para explicarte
lo que siento yo.
Y todo lo que vas causando
en mí, lo blanco y negro se
vuelve color y todo es dulce
cuando está en tu vos y si
nace de ti.
Te voy a amar y hacerte
sentir que cada día yo te
vuelvo a elegir.
Porque me das tu amor sin
medir, quiero vivir la vida
entera junto a ti.


—¿Sabés quién canta? — preguntó Pedro.


—¿Te gusta?


—Me parece una letra muy emotiva y, además, creo que resume de forma increíble todo lo que acabo de decirte.


—¿Qué sorprendente, no, que después de la charla que acabamos de tener suene este tema? Quien la canta es Axel, un cantautor argentino, y la balada se llama Te voy a amar.


Se quedaron mirando mientras la letra seguía.


—Es poco decir que en un beso tuyo siempre encuentro mi paz —recitó Pedro; era la última estrofa de la canción.


Se acercó despacio para salvar la mínima distancia que los
separaba, le acarició el mentón, le delineó los labios con el dedo y, al final, le mordisqueó el labio inferior y le lamió la boca pidiéndole entrada. Su lengua pulposa la desarmó por completo y Paula accedió. Pedro se apartó ligeramente para admirarla en ese estado: estaba con los ojos cerrados y la boca entreabierta.
Entonces Paula abrió los ojos y lo miró; la respiración de ambos había cambiado y, sin poder dilatar más el momento, se entregaron a la caricia sanadora del beso, al lametón que sus lenguas se regalaban con pasión.


—Vamos a la habitación, haceme el amor, Pedro. Adorame
con tu cuerpo como hacés cada noche, dame todo lo que estoy deseando.


Él le volvió a atrapar los labios, se bajó de la hamaca y la
ayudó a levantarse. Cuando se tendieron en la cama, Pedro intentó serenarse, pero la desesperación que se apoderaba de él era difícil de contener. Le quitó la ropa, se quitó la suya y se enredaron en la cama con urgencia, acariciándose, besándose y rozándose. La cogió del pelo y tiró su cabeza ligeramente hacia atrás para poder chuparle el cuello. Perdido en su piel, la lamió y la enloqueció con la lengua; ella estaba aferrada a su musculosa espalda e intentaba, con la respiración entrecortada, tomar bocanadas de aire que le permitiesen nutrir de oxígeno los pulmones. Él trazó un camino con la boca hasta su pecho. Paula notaba el calor de su aliento en la piel y la ansiedad le carcomía el alma y hacía que su vientre palpitara.


—Te amo, mi amor; te amo, bonita —le decía Pedro mientras le daba chupetoncitos en los senos.
Cogió un pezón con la lengua y lo rodeó una y otra vez, lo atrapó entre los dientes y la observó. Paula se arqueaba abstraída.Pedro la aturdía y Paula comparaba sus sensaciones con lo que había experimentado entre otros brazos, pero no existían palabras suficientes para describir las vibraciones que Pedro le provocaba.
Antes de él, jamás se había sentido así. Rodó sobre él y se subió a horcajadas, inclinó su cuerpo y lo besó con lujuria y apremio mientras ondeaba su sexo sobre el de él.
Pedro la seguía, agarrada por la cintura, y la aprisionaba contra su piel. En aquel momento, invadido por el deseo, bajó su mano y cogió su sexo dirigiéndolo a la entrada de su vagina, tomó impulso y se enterró en ella. Paula tensó sus músculos y se conmovió ante la intrusión, apretó los ojos con fuerza porque no quería perderse ninguna de las sensaciones que su cuerpo experimentaba. Se sintió volar,
levitar, su cuerpo estaba más receptivo que nunca.


—Look at me, look at me always. I need you, I need to see it
in your eyes that you caused [Mírame, mírame siempre. Que
necesito, necesito ver en tus ojos lo que te provoco] —le pidió él.


Pedro, you are my downfall! Pedro, eres mi perdición!] —A Pedro le encantaba que ella le hablase en inglés cuando hacían el amor; lo hacía estallar—. Estoy muy caliente.


Pedro la empezó a embestir alocadamente, aferrado a
su cintura y totalmente descarriado.


—I need you, I love you too, baby, you’re my doom too! [Te
necesito, yo también te quiero, pequeña. Tú también eres mi
perdición.]


—No aguanto más, Pedro, voy a correrme.


—Dale, bonita, hacelo, dejame mirarte así perdida y entregada.


Paula llegó al orgasmo y su cuerpo se sacudió, tembló y la hizo bramar de pasión. Pedro seguía acometiéndola y castigándola con su sexo; movía su pelvis y se enterraba en ella una y otra vez.
Paula comenzó entonces a comprimirlo de nuevo, se apoyó en su pecho, le clavó las uñas y lo miró fascinada, se inclinó y le mordió el labio, mientras le decía:
—¡Gracias, mi amor, tengo otro orgasmo!


—Lo sé, nena, lo estoy sintiendo; me encanta verte así.
Pedro apretó los dientes, resopló y gruñó de forma ronca y
varonil; cerró los ojos con fuerza y se abandonó mientras eyaculaba. Se entregó a la pasión y luego abrió los ojos otra vez, para encontrarse con los de Paula, que lo miraban extasiada y orgullosa, a sabiendas de que era ella la causante de ese placer. Pedro contuvo la respiración mientras dejaba que las más brutales sensaciones se abrieran paso a través de su carne.
Se levantaron para ir al baño y luego se acurrucaron juntos en la cama. Pedro la abrazaba por detrás y le hablaba extenuado con un hilito de voz:
—Mañana nos espera un día largo, iremos a visitar Chichén Itzá.


—Hum, tengo entendido que hay muchísimas historias y mitos en esa zona. Pienso enviarle muchas fotos a Mati y a Ezequiel, para que envidien el lugar donde estoy.


—Dormí, porque necesitaremos estar energéticos para hacer todo el recorrido.


—Si no tengo fuerzas, vos serás el único culpable, me agotaste haciéndome el amor.


—Me encanta extenuarte de esa forma —dijo, y le besó la nuca

CAPITULO 138



Al día siguiente, fueron a practicar surf. Se habían levantado
muy temprano para trasladarse hasta El Anclote, un paraje frente a los condominios de Punta Mita que le habían recomendado a Pedro como el sitio ideal para un principiante, teniendo en cuenta que Paula jamás se había subido a una tabla. El oleaje allí era suave, lento y largo.


Llegaron a las playas y se vistieron con los trajes de
neopreno. Pedro le ató la cuerda al tobillo y, con paciencia, comenzó a explicarle. Tras indicarle varias veces cómo moverse, se internaron en el mar. Sin embargo, para Paula fue muy frustrante al principio, pues hasta le resultaba difícil mantenerse sentada sobre la tabla. Después de un rato, lograron remar hasta el lugar donde rompían las olas


—No lo conseguiré, mi vida, creo que esto no es para mí.


—Vamos, Paula, sí lo lograrás. Prestá atención a cómo
coloco mis manos para ponerme de pie. Debés situarlas muy planas y sin cogerte de los bordes, así. — Pedro lo hacía parecer muy fácil, pero cuando ella lo intentaba, no le salía y terminaba tumbándose y, por consiguiente, cayéndose al agua; el esfuerzo estaba resultando agotador


—. Mirá mis piernas. Te parás y apoyás ambos pies en la tabla. ¿Ves cómo flexiono las rodillas y tiro ligeramente el torso hacia adelante? Venga, intentalo ahora.


—No voy a poder, mi amor.


—Vamos, bonita, sí podrás, juntos lograremos todo.


Descansemos un rato y volvamos a intentarlo después.


Pedro la tenía asida por la cintura y flotaba por los dos. Luego la ayudó a trepar a la tabla para que se recostara y descansar un poco más. Al final, con mucha paciencia y tesón, Paula lo logró y pudo alcanzar su primera ola de pie. El ejercicio de compartir ese deporte era fascinante, pero Pedro se había quedado con ganas de coger una buena ola, así que hizo unas rápidas averiguaciones y se trasladaron hasta Sayulita, a sólo veinte minutos de donde se encontraban. Allí llegaban con fuerza y parecía un lugar muy divertido, con un ambiente excelente.


Paula se quedó en la playa haciendo fotos y grabando en vídeo las habilidades de su hombre.
Después de haber pasado todo el día en la playa, por la tarde, regresaron al hotel exhaustos.
Allí, por más que el día hubiera sido muy intenso, hicieron
el amor en el jacuzzi y, luego, por la mañana, antes de partir, volvieron a repetir en la ducha, de donde salieron empapados para llegar al éxtasis final en la cama.


—Lo estamos mojando todo.


—No importa, Paula, nada importa. Sólo quiero saciar esta sed que tu cuerpo me provoca.


Pedro estaba perdido en el cuerpo de su hermosa esposa. La había colocado en todas las posiciones posibles. Primero en el baño, donde habían conseguido un orgasmo increíble, y cuando estaban a punto de secarse, un casto beso desembocó en otro desmedido y la pasión volvió a aflorar en
ellos. Se perdieron el uno en el otro, de forma incansable. Pedro volvió a enterrarse en Paula, hasta que ella lo tendió de espaldas en la cama y, mientras trepaba hasta su sexo y se apoderaba de su boca, lo hizo llegar a un éxtasis que lo hizo enloquecer.Pedro gritó y rugió como nunca, con el último aliento expelió su nombre y eyaculó temblando, consumido y aferrado a sus nalgas.

CAPITULO 137




Se despertaron con un fuerte dolor de cabeza. Paula ni recordaba cómo habían ido a parar a la cama.
La resaca era tremenda, pero nadie podía quitarles lo bailado. Después de desayunar, partieron hacia el aeropuerto, donde los esperaba el jet que los llevaría al próximo destino.


El viaje fue corto; llegaron a Nayarit y se alojaron en el hotel
Saint Regis, uno de los más exclusivos de la zona, construido en la parte natural de Punta Mita. Al entrar, Paula se quedó fascinada por la armonía que emanaba del lugar.


—¡Pedro, esto va in crescendo! ¡Otro paraíso, mi amor!


—Sólo deseo que jamás olvides nuestra luna de miel, quiero
agasajarte con todos mis sentidos.—La abrazó y la besó mientras le hablaba sobre los labios—. Mi hermosa esposa sólo merece lo mejor.


Vos sos lo mejor, mi cielo,¡lo mejor de mi vida!


Después de comprobar la reserva, los acompañaron hacia la
habitación que Pedro había elegido, la Suite Presidencial. Era un espacio voluptuoso, que combinaba a la perfección y con un gusto exquisito el arte provenzal con el mexicano. 
Las texturas utilizadas creaban un entorno sumamente
distinguido. La suite estaba ubicada en una villa privada y les ofrecía una vista panorámica y extraordinaria de la playa, un espectáculo fenomenal para disfrutar del maravilloso romance de su luna de miel. Tenían una terraza privada con piscina, jacuzzi y ducha al aire libre, y un servicio personalizado de mayordomo. El entorno natural donde estaba ubicado el hotel era hermosísimo: el mar, la playa, la vegetación, los atardeceres con los pelícanos, cada
detalle que sus ojos podían captar era inolvidable, como los días que iban a pasar allí.


Estaba cayendo la tarde y Pedro se sentó a hablar por teléfono con Federico. Aprovechando que Paula se estaba dando una ducha, decidió llamar a su hermano para ver cómo evolucionaba el asunto de la demanda.


—Tranquilo, Pedro, dejá de preocuparte y disfrutá de tu luna de miel. Cuando regreses, hablamos.
Te aseguro que no tenés que preocuparte más de la cuenta. Esto lo hicieron sólo para joderte la vida, pero no pueden conseguir nada.


—¿Me estás diciendo que puedo quedarme realmente
tranquilo?


—Hermanito, confiá en mí, sabés que si existiera algún motivo de preocupación no te lo ocultaría.


—Federico, ponete en mi lugar, no puedo dejar de angustiarme. No deseo tener esos hijos. Estoy convencido de que fecundar esos óvulos fue la estupidez más grande que hice en mi vida. Ahora sé que jamás amé a Julieta y un hijo debe venir al mundo rodeado de amor y no en estas circunstancias.


—Tranquilo, no hay jurisprudencia alguna en el estado
de Nueva York que avale el nacimiento de esos embriones. Tus exsuegros quieren molestarte y utilizaron eso porque no sabían de qué otra forma hacerlo. Sólo intentan fastidiarte, aunque ellos también saben que no llegarán a nada. Pretenden no dejarte en paz, sobre todo porque no pudieron seguir disfrutando del «paquete social Alfonso». Vos, mejor que nadie, sabés que esto siempre se movió por dinero. Pedro, no les des el gusto de tenerte en un sobresalto continuo, disfrutá de tu vida, de tu esposa; el resto es pura banalidad.


—Lo sé, Federico, pero necesitaba oírlo de tu boca. Hasta
ahora, sólo habían sido amenazas, pero tener esa citación en la mano minutos antes de salir de luna de miel me desestabilizó; no me lo esperaba y menos del modo en que lo hizo. Te juro que Rose se arrepentirá de ese acoso y de meterse con Paula, que nada tiene que ver en este asunto. Te aseguro que me voy a cobrar con creces el hecho de que le haya enseñado esa foto a Pau.


Pedro, hermano, entiendo que necesitaras hablarlo con alguien y que me llamaras por eso, pero no le hagas caso a esa perra que sólo quiso opacar tu felicidad. Esa mujer es una resentida, no la tengas en cuenta, no vale la pena. Enterrá tu pasado de una vez, Pedro. Paula merece que lo hagas.


—Te juro que lo intento y sé que Paula merece que lo haga, pero esa infeliz no me deja continuar con mi vida.


Estaba tan ensimismado en la conversación con su hermano que no oyó que ella se acercaba, hasta que notó que sus brazos se aferraban a su cuello.Pedro estaba sentado en el sofá de la terraza y Paula no había podido evitar oír la conversación. Empezó a besarlo sin parar, mientras él terminaba de hablar. Después de que él se despidiera, dio la vuelta, se acurrucó en su regazo y hundió la cara en su cuello para inspirar con fuerza ese olor que la fascinaba.


—No quiero que te preocupes,no quiero enterarme de que algo te angustia de ese modo y que no lo compartís conmigo.


—Lo siento, no quería transmitirte mi malestar.


—¿Por eso esperaste a que me metiera en el baño? ¿Para qué yo no escuchara? —Lo cogió por el rostro. —No quiero que te angusties más de la cuenta, Paula.


—Tus preocupaciones son las mías, Pedro, ahora somos esposos.


—Lo besó con ternura—. Debemos compartir todo, lo bueno y lo malo, eso nos prometimos cuando recitamos nuestros votos. Mi amor, analicemos juntos la situación.


—¿Qué querés que analicemos?


—Todo, hagámoslo de la misma forma que procedemos
cuando analizamos juntos un negocio.


—No es necesario.


—Sí lo es, ¿recordás la conversación en Miami?


—Sí, la recuerdo bien.


—Bueno, entonces dijimos que confiaríamos el uno en el otro para aliviar nuestros pesares.


—Pero no quiero mezclarte en esto.


—¿Y cómo creés que no voy a involucrarme si te amo tanto?
Decime, ¿cómo vas a hacer para dejarme de lado, si vos y yo convivimos a diario? ¿De qué método te valdrás para ocultarme lo que leo con claridad en tus ojos?


—Te amo, nena, te amo con toda mi alma y lamento mucho este sinsabor.


—Yo también lo lamento,Pedro, pero ¿sabés qué? Estos
sinsabores que nos tocó afrontar nos ayudan a que nos unamos más.
Debés tranquilizarte, mi amor. Ahí están los contratos firmados por Julieta, y ella estaba en perfecto uso de sus facultades mentales cuando lo hizo. Además está todo dentro del marco legal, ¿no es así? —Él asintió—. Entonces, pensemos en positivo. —Paula le acarició la frente para borrar las arruguitas que se le habían formado cuando adoptaba ese rictus de preocupación. Le pasó los dedos por la frente una y otra vez hasta que él se relajó—. Sin embargo, también estaría bien que contempláramos el peor escenario, pues es una posibilidad que no debemos dejar de considerar.
Juntos es más llevadero todo, mi vida, ¿no te parece? —Pedro esbozó una mueca y asintió con su cabeza —. Supongamos que ellos lograran forzarte a dar tu consentimiento para que ese bebé naciera. Bueno, después de todo, sería tu hijo o hija y yo lo querría de igual forma,
porque llevaría tu sangre. Y estoy segura de que vos también llegarías a quererlo, porque tu alma es muy generosa. Una vez te dije que te quería completo, con todo lo que viniera con vos.


—Entiendo lo que estás intentando decirme y te lo agradezco; sé que tus sentimientos son buenos, de eso no tengo dudas.
Yo también sé que lo querrías y que yo acabaría dándole mi amor; soy consciente de que no estás hablando por hablar, pero no es tan sencillo,Paula. Nuestra vida se convertiría en un verdadero fastidio con Rose cerca de nosotros. Creeme, vos no la conocés, esa mujer es una arpía.
Nos pondría pleitos y nos mortificaría por cualquier cosa;
sería una situación que, a la larga, podría acabar desgastando nuestra pareja. Por otra parte, ella no se conformaría sólo con ese nacimiento; estoy convencido de que después me llevaría a juicio por la custodia y nos haría la vida imposible. Rose busca dinero y no se quedaría satisfecha sólo con tener un nieto que adorar, como
quiere hacernos creer ahora; iría a por todas, pretendería criarlo y no permitiría que vos lo hicieras. Lo que ella desea, de verdad, es tener acceso a mi dinero; lo único que le importa es acceder a determinado estilo de vida.


—¿Tan desmedida es su ambición? ¿No creés que quizá lo
haga sólo por tener un pedacito de su hija?


—Rose no tiene sentimientos, Paula. El nacimiento de Julieta fue, para ella, el pase a una vida medianamente acomodada. Mi exsuegra tuvo una hija para poder casarse y Audrey nació para que ella pudiera cobrar una herencia.
Esa mujer jamás amó a sus hijas. No sabés lo perra que es; es fría, calculadora, hace y deshace con todo lo que tiene alrededor. Las personas son objetos para ella. Mi exsuegro es un pelele sin carácter que sólo hace lo que ella le ordena
y que permitió durante toda su vida que su esposa dilapidara su dinero en apariencias. Mi excuñada... ésa es otra zorra, bastante parecida a su madre, que si hubiera podido, se habría acostado conmigo para quedarse embarazada. En determinado momento de mi vida, en que Rose se dio cuenta de mi desequilibrio emocional, también
me intentó controlar y yo casi accedí a esto que hoy pretende por los tribunales. Es por ese motivo por el que no se conforma, porque una vez estuvo a punto de conseguirlo; en cierto momento, me manipuló de tal forma, Paula, y me
hizo sentir tan culpable por la muerte de Julieta, que sólo creía que podía redimirme cediendo a todo lo que su madre me pedía.
Pero, por suerte, reaccioné a tiempo y me di cuenta de lo que en realidad pretendía.


—Tranquilo, no te angusties. Sólo fue una pregunta, necesito saber bien a qué debemos atenernos.


—Paula, mi amor —empezó a decir Pedro y le dio un sonoro beso —, en todo esto, lo más importante para mí, lo más válido y el único motivo real y fehaciente es que no deseo ser padre de un hijo de Julieta. No quiero tener un hijo con
una persona que murió hace más de dos años, no lo deseo y, es más, creo que nunca lo quise. Si puedo evitarlo, lo haré. Cuando accedí a esa fecundación, sólo tenía en cuenta su enfermedad y, en mi afán por hacerla sentir bien, no pensé en mí y en lo que verdaderamente anhelaba. Por eso permití que fecundaran esos óvulos con mis espermatozoides; sé que es una opción un tanto controvertida, pues esos embriones, aunque estén congelados, significan una vida en suspenso, pero para mí no tenía un valor emocional especial, sólo eran
procedimientos de criogenia. Sólo ansío tener hijos con vos, Paula, no voy a permitir que esos embriones nazcan.


Finalmente lograron distenderse y decidieron comer en
la suite. Por la noche, se entregaron a sus besos y abrazos sanadores.