jueves, 14 de agosto de 2014

CAPITULO 110




Era viernes por la noche y Chloé estaba tendida en la cama de su apartamento pensando en Pedro.


Ese hombre se estaba convirtiendo en una obsesión y, además, lo había conocido en un momento de su vida en que se sentía débil emocionalmente; necesitaba que la
cuidaran y que la hicieran encontrarse bien. La caballerosidad de Pedro la cautivaba, le parecía un hombre enigmático y quería conocerlo más íntimamente.


El teléfono la sacó de sus pensamientos, miró la pantalla y era Damien. Lo atendió a desgana.


—Allô?


—¡Por fin te dignas a atenderme!


—Damien, por favor, ¿para qué me llamas?


—Hoy te he visto, ibas muy bien acompañada en tu coche.
¿Quién es ese tipo? ¿Es tu nueva conquista?


—No tengo por qué darte explicaciones, tú decidiste terminar con nuestra relación.


—¿Tan pronto me has encontrado un reemplazo? ¿Ése es
el amor que decías tenerme?


—Piensa lo que quieras, realmente me tiene sin cuidado.
Después de todo, tú también vives tu vida, ¿no?


—Chloé, te echo de menos. Hoy cuando te he visto
acompañada, me he dado cuenta de que ese tiempo que te pedí no tiene sentido.


—Lo siento, ahora la que necesita un poco de tiempo soy yo.


—¿Me estás hablando en serio?


—Muy en serio.


—Voy para tu casa.


—No, no vengas, no quiero verte.


—Chloé, estoy diciéndote que te echo de menos.


—No, Damien, tú echas de menos que yo viva desesperada por ti, mientras te dedicas a ignorarme.


Le cortó, pero estaba segura de que Damien ya estaba en camino, así que después de colgar, Chloé se levantó de la cama con ímpetu y se metió en el vestidor. Se quitó el pijama rápidamente y se puso un vestido de punto que resaltaba sus sinuosas curvas, se subió la cremallera a toda prisa y buscó un calzado adecuado. Fue hasta el baño, donde cepilló su cabello, se maquilló sutilmente para resaltar la luminosidad de sus profundos ojos azules, aplicó bastante brillo para destacar sus labios y salió. Después
de coger su bolso, bajó al aparcamiento. Vivía en la avenida
Foche y Trocadéro. Ya en el coche, se desvió hacia la Rue du Courson, donde aparcó un momento frente a Nicolas para comprar una botella de La Grande Dame Rosé.


Nunca había hecho lo que estaba a punto de hacer, pero la
empujaba una sensación de asfixia, de placer y de mareo; no le importaba saltarse todas las reglas, sabía que estaba actuando a ciegas, pero confiaba en sus encantos.




Pedro había terminado de cenar en su habitación.


El hotel tenía piscina y sauna, así que con esas comodidades a su alcance, se dispuso a disfrutarlas.


Subió a la azotea para dar unas brazadas, cansarse un poco y así poder conciliar mejor el sueño.


Después de nadar durante unos treinta minutos, salió de la piscina y regresó a la habitación. Le había llegado un whatsapp de Paula:
—Hola, mi amor... ¿qué estás haciendo?


—Tuvimos el mismo pensamiento, estaba por enviarte un whats, recién regreso de la piscina del hotel. ¿Qué hacías vos?


—Estoy esperando a Liliam; vamos a ir de compras y luego nos encontramos con Jacob,Luciana y Ruben para cenar en Per Se.


—¡Qué buen plan!


—Ah, no creas que tenía demasiadas ganas, me tuvieron que insistir bastante para que aceptara.

— Disfrutá, es un bonito lugar, apuesto a que cenarás muy bien. Te recomiendo que pruebes la degustación de verduras, estoy seguro de que te encantará. Cuando voy a ese lugar es lo que pido siempre.


—De acuerdo, lo pediré por vos. Pedronecesito contarte algo, esperá que te llamo.


Paula respiró hondo y marcó el número de Pedro.


—Hola, bonita, ¿qué pasa?


—Hola, mi amor, nada, no te alarmes. Sólo quería comentarte algo que, por un motivo u otro no hice hasta ahora, pero no quiero dejar pasar otro día sin hacerlo. No
tiene importancia, pero quiero que lo sepas.


—¿Qué es Paula?


Ella cerró los ojos e intentó utilizar un tono despreocupado.


—El día que viajaste, cuando estaba a punto de salir del
aeropuerto, me encontré con Gabriel Iturbe que llegaba en un vuelo desde Mendoza.


Con sólo oír ese nombre, las alarmas y los celos de Pedro se pusieron a flor de piel, aunque quiso disimularlo.


—Y...


—Y nada, se había encontrado con mi hermano en San Rafael y Gonzalito le contó lo que me había pasado, estaba preocupado.


—Le dijiste que estabas bien y te fuiste, supongo.


De los ojos de Pedro salían chispazos y apretaba con fuerza su puño.


—Insistió en que tomáramos un café y fuimos al Starbucks del aeropuerto.


—¡Vaya, qué bien! ¿Te divertiste? —comentó él con
socarronería.


Pedro, no pienses nada raro.
Sólo estaba interesado en mi estado y, además, me contó que su padre no estaba bien, que por eso había viajado. Se limitó sólo a eso, además Oscar nos acompañó, podés preguntarle, si querés, porque él lo presenció todo.


—¡Me importa una mierda! Tardaste dos días en decírmelo,
¡andá a otro con el cuento de que te habías olvidado! —le gritó Pedro.


—Me estás gritando, no te comportes como un estúpido
irracional.


—No, ya sé que soy un estúpido, no hace falta que me lo
digas. Yo, en París, trabajando y la señorita tomando un café con su examante.


—¡Pedro, sos un grosero! Sabés de sobra que Gabriel no fue mi amante y, si aún tenés esos pensamientos a pesar de que te dije hasta el cansancio que entre nosotros no pasó nada, bueno, en ese caso... no sé qué mierda hacés a mi lado si no confiás en mí.


—Ahora comprendo todo, ya entiendo por qué me lo contás,
porque estaba Oscar, si no hubiera sido así, te habrías hecho la despistada, ¿verdad?


—¿Pensás eso de mí? Claro,lo que pasa es que el señor
Alfonso mide a todos con su misma vara. Eso es lo que vos
hubieras hecho, ¿verdad? Contame, ¿no fuiste a comer ni a cenar aún con Chloé? Porque esa francesa, a pesar de que asegures que tu relación con ella es sólo profesional, tiene ganas de hincarte el diente. ¿O me vas a decir otra vez que estoy equivocada? Porque esa postura tuya la reconozco muy bien, la aprendí con Rachel. — Paula también gritaba y hablaba sin parar—. Y a mí también me importa una mierda lo que me digas, no soy estúpida, sé darme cuenta de los
signos que lanza una mujer cuando está interesada en un hombre. Pero ¿sabés qué? ¡Creo en tu amor y creo en vos por encima de todo! ¡Y andate a cagar, Pedro, me hartás con tu desconfianza! Me están tocando el timbre. Ciao.


Paula cortó y lo dejó con la palabra en la boca. Pedro estaba furioso; si hubiese estado en Nueva York habría ido hasta la casa de Gabriel Iturbe para dejarle bien claro que se alejara de Paula. Tenía ganas de molerlo a palos porque parecía no entender que con ella no podía tener nada.


—¡Maldición, cuando llegue a Nueva York, ese bróquer de mierda me va a escuchar!


Marcó el número de Paula, pero ella no le atendió. Le envió un whatsapp.


—Atendeme, Paula, porque me estás cabreando mucho.


—Ja, ja, ja, yo también estoy enfadada y no quiero escucharte. Andá a hacerte otros largos a la piscina, así se te pasa la calentura,chulito.


Llamaron a la puerta de la habitación de Pedro. «¿Quién mierda será? No he pedido nada...», pensó.


Abrió la puerta con tanto ímpetu que casi la arrancó del
marco. Al abrirla, se encontró allí con quien menos esperaba: Chloé estaba allí, de pie, de manera provocativa con una botella de champán en la mano; entró sin permiso, caminó hasta la sala y dejó apoyada la botella de La Grande Dame Rosé en la mesita baja, junto a su bolso. Se dio la
vuelta y se quedó quieta mirándolo.


Pedro se pasó la mano por el cabello, pero no dijo nada. 


Ella, con un rápido movimiento, llevó sus manos a su espalda y se bajó la cremallera del vestido, que cayó al
suelo. Salió de dentro con habilidad y lanzó ligeramente la prenda en dirección a Pedro.


Había quedado desnuda frente a él; no llevaba ropa interior. Sus senos redondos y turgentes quedaron apuntando hacia
Pedro. Decidida a conseguir lo que había ido a buscar, se agachó con elegancia y cogió la botella que descansaba en la mesita, caminó hacia Pedro y le habló muy de cerca.


—¿Lo destapamos antes o después? —le dijo con una voz muy seductora, casi hablándole sobre sus labios.


Pedro le quitó la botella de la mano y después caminó hacia donde había quedado su vestido; se agachó y lo cogió. Chloé permanecía expectante de espaldas a él, con los ojos cerrados; lo esperaba ansiosa. Lo oyó aproximarse tras ella, pero Pedro la sorprendió colocándole el vestido sobre los hombros y hablándole al oído.


—Eres hermosa —le dijo mientras le pasaba su mano por el
brazo y la hacía estremecer—. En otro momento, ni siquiera hubieras tenido que venir de esta forma y desnudarte tomando la iniciativa, porque lo hubiera hecho yo; y créeme que lo hubiera hecho hace tiempo. Me siento muy halagado, de verdad, pero estoy enamorado de Paula y voy a casarme con ella en unos pocos meses.


Ella cerró sus ojos con fuerza y frunció sus labios. Jamás hubiera creído que Pedro la rechazaría teniéndola desnuda frente a él, expuesta y entregada. Se dio la vuelta y lo miró fijamente a los ojos; posó su mano en uno de los hombros de Pedro y con el dedo índice de la otra le recorrió el puente de la nariz, bajó a sus labios y le robó un beso sutil, apoyando sus carnosos labios en él. Pero no obtuvo respuesta, él se apartó y enarcó una ceja; luego, sin hablar,
frunció su boca, entrecerró los ojos y negó con la cabeza.


—Si quieres podemos tomarnos el champán —le propuso
Pedro mientras la recorría con la mirada de arriba abajo; Chloé tenía un cuerpo armonioso imposible de no admirar—. Es todo lo que podemos disfrutar juntos.


—No conozco a Paula, pero siento envidia de ella —suspiró con desánimo—. ¡Ay, Pedro, nos hubiéramos podido divertir mucho!


Chloé cogió el vestido que él tenía aún en sus manos y se lo puso.


Después le dio la espalda y le pidió ayuda con la cremallera;
caballerosamente, Pedro cogió el cierre intentando no tocarla y lo subió con prontitud.


—Me siento triste.


—No pienses mal, Chloé. Eres una mujer muy bella, es mi
responsabilidad, no la tuya.


—Creo que es mejor que me vaya, Pedro. Es una pena porque podríamos haberlo pasado muy bien sin que Paula se enterase: hubiera sido nuestro secreto.


Cogió su bolso y salió de la habitación. Estaba contrariada y
rabiosa, aunque no quería demostrarlo frente a él. No podía
creer que Pedro la hubiera rechazado después de que ella se le ofreciera en bandeja.


En el pasillo, sacó una foto de la puerta de la habitación con su móvil y se marchó

CAPITULO 109



Una llamada telefónica lo despertó y, adormilado, cogió el
iPhone y atendió.


—Hola, mi amor, ¿te he despertado?


—Me había quedado dormido,aún tengo el horario cambiado.


—Lo siento, Ojitos.


—No lo sientas, no hay nada más maravilloso que despertarme con el sonido de tu voz.


—¡Adulador! Sabés bien cómo decir marrullerías.


—No son marrullerías, es lo que me provocás, entre otras cosas.—Paula lo escuchaba embobada—.¿Cómo te fue con el doctor?


—Me dio el alta a medias.


—¿Cómo es eso? —Pedro se acomodó en la cama, sentado contra el respaldo.


—Puedo hacer todo lo que quiera, mientras sienta que no estoy forzando la herida; eso significa que los límites los pondrá mi cuerpo.


— ¿Sexo? ¿Podemos tener sexo? —le preguntó ansioso.


—Casi me muero de vergüenza por preguntarle eso
delante de tu mamá. —Pedro se carcajeó—. Y no vas a creerme. Al ver lo que intentaba plantear, Ana se anticipó y formuló ella la pregunta. Casi me da un infarto,
creo que mi rostro en ese momento se puso carmesí.


—Dios, claro que te creo, con mi madre todo es posible.


—Incluso me regañó adelante del médico, y me dio un sermón, diciéndome que no me preocupase, que era lo más natural, que era obvio que tengo esa intimidad con vos... Hasta que le dije: «Ana, por favor, es suficiente, me estoy poniendo violeta de vergüenza, no aclares más», y ahí entonces paró.


—En el fondo tiene razón, Paula, es obvio que tenemos una
intimidad juntos, despreocupate por eso.


—No me apeno porque ella sea consciente, sino por el papelón que me hizo pasar frente al médico.
Ya sabés cómo es tu mamá: cuando empieza con un tema no para. Pero, en fin, el doctor dijo que lo intentásemos sin miedo, que mi cuerpo ya dirá lo que tolera. Y, escuchá bien, porque no vas a dar crédito a lo que voy a contarte. ¡Tu
madre le preguntó si sugería alguna postura que fuera menos brusca! — Pedro estaba desternillado al otro lado de la línea—. Dejá de reírte, te aseguro que para mí no fue nada gracioso, me sentí muy incómoda.
Te juro que yo, en ese momento, sólo quería que Callinger no volviera a hablar del tema, porque entonces tu madre sabría de qué forma lo hacemos. —Pedro seguía riéndose, pero intentó seguir averiguando.


—Bueno, dejando de lado la desfachatez de mi madre, ¿podemos o no?


—Sí, el médico me aseguró que podemos con total tranquilidad.


—Quiero tomarme un avión de regreso ya, Paula, mandar todo al demonio acá para llegar y hacerte el amor. Estos días van a ser una tortura, mientras espero para perderme en vos, mi amor.


—Yo también quiero que vuelvas, no puedo pensar en otra
cosa.


—No me digas eso nena, no seas cruel.


—No soy más cruel que vos, ¿acaso no oíste lo que acabás de decirme? ¿Cómo creés que reacciona mi cuerpo a tus palabras?
Mejor cambiemos de tema, Ojitos, me estoy poniendo colorada de nuevo. ¿Cómo te fue con los locales? Contame, ¿qué tal están?


—¡Perfectos! Hasta el de Lafayette lo es. Dentro del marco
imponente de esa galería pasan desapercibidas sus dimensiones. De todas formas, nos cambiaremos a otro más grande en cuanto se desocupe uno.


—¡Ah, qué ganas de estar ahí viendo todo con mis propios ojos!


—Para la inauguración, vendremos juntos. Mañana nos
reuniremos con los arquitectos y los diseñadores de interiores. El local de Faubourg Saint-Honoré, por su
tamaño, da para crear un proyecto bien pretencioso, como me dijiste que querías.


—Estoy superemocionada, Pedro, mañana, cuando salgas de la reunión, quiero que me lo mandes todo.


—Lo haré, preciosa, pero tomatelo con calma.


—Tranquilo, el doctor me dio permiso para trabajar media
jornada. Me sugirió que retomase, poco a poco, todas mis actividades para no someterme a tanta presión y que mis órganos no se estresaran.
Pero también valoramos que me vendría bien para despejar mi mente, pues le comenté que quería hacer terapia. Le expliqué que me costaba conciliar el sueño y me dio el nombre de un terapeuta, el doctor Kessel. Tengo acá su tarjeta, pero hoy hablé con Hernan y, ¡vas a ver qué coincidencia!, me recomendó el mismo que Callinger. Me dijo que es especialista en traumas posviolencia y que es un excelente profesional, que no dude en acudir a él. Me disculpé por no escogerlo a él como terapeuta y me dijo que
lo entendía, que, además, siendo mi cuñado, no era muy adecuado. Así que le pediré una cita, porque quiero que recobremos por completo nuestras vidas.


—Lo haremos, mi amor, claro que sí, todo pasará. Dentro de poco, sólo pensaremos en nosotros y en la felicidad que nos espera a lo largo de nuestra vida, porque seremos muy felices, Paula, de eso no me cabe la menor duda. Lo malo va a terminarse, vas a ver.


—Sí, Pedro, tiene que pasar esta fase, aunque aún nos queda afrontar el juicio. El doctor me dijo que la terapia me ayudaría también en eso.— Perfecto, pedí una cita cuanto antes.


—Lo haré, claro que lo haré.


Paula fue cobarde y no se atrevió a mencionarle nada sobre
Gabriel. Después de cortar, la invadió una culpa muy honda por no haberlo hecho. Temía que Pedro se comunicara con Oscar y terminara enterándose así de aquel desafortunado encuentro, que la había dejado con muy mal sabor de boca

CAPITULO 108




Pedro dio el visto bueno a todos los locales, aunque seguía sin estar demasiado convencido del de Lafayette Haussmann.


—¿Sabes si el contrato de algún local está a punto de vencerse a corto plazo en esas galerías? —le preguntó Pedro a Chloé.


Ella decidió llamar a un amigo, que era el agente
inmobiliario que había conseguido los locales. Él les respondió:
—Hay tres, pero lo más probable es que dos de ellos se
renueven; el tercero, que corresponde a un local más grande incluso que el de Faubourg Saint- Honoré, es del que no estoy seguro, pero aún faltan algunos meses para
que se acabe. Os aseguro que estaré atento y tendréis prioridad; os doy mi palabra de que si se desocupa será para vosotros.


—Perfecto, es importante que sus dimensiones sean mayores que las de éste —le contestó Pedro.


Finalmente, había decidido seguir el consejo de Paula y esperar a encontrar un mejor lugar una vez ya estuvieran situados dentro de la galería.


Chloé lo invitó a almorzar,había hecho una reserva en un
restaurante. Pedro estaba famélico y ni siquiera pensó en rechazar la invitación. Se trasladaron en el Porsche Panamera de ella hacia la zona de Champs Elysées, a
L’Atelier Étoile de Joël Robuchon.


Pedro se sorprendió de que el lugar no fuera un típico restaurante francés, sino un local emplazado en el sótano de una farmacia. Estaba decorado en tonalidades rojas y
negras, con una iluminación puntual y un tanto estrambótica, que le daba al ambiente un intenso dramatismo.


Aunque había mesas, lo mejor era la experiencia de vivir todo el proceso del arte culinario contemplando la preparación de los platillos, como en un bar de sushi.


El mejor emplazamiento, por tanto, era en la barra, así que el personal de recepción constató su reserva y, tras esperar unos breves instantes, los acomodaron en un lugar privilegiado.


Como atención de la casa por la espera, mientras decidían lo que iban a pedir, los invitaron a una copa de champán. Ambos se decidieron por el menú degustación y el sumiller les sugirió que lo acompañasen con un Touraine- Azay-le-Rideau 2009 Château de la Roche. Mientras les preparaban el pedido, Chloé levantó su copa para realizar un brindis.


Pedro, tú y yo nos llevaremos muy bien, presiento que haremos muchas cosas juntos. —Lo miró con picardía y una clara doble intención se desprendió de su comentario; luego agregó—: Haremos grandes negocios.


Él le sonrió y levantó su copa respondiendo al brindis que ella había formulado.


—Por el nacimiento de Mindland Francia —agregó Pedro—; conseguiremos que la marca se posicione en el primer puesto frente a la competencia que, sin duda, ya debe de estar enterada de que hemos desembarcado también en París. —Ambos se rieron satisfechos.


La seducción femenina es siempre un tema muy complejo,
pero Pedro era un experto en advertir las señales. Chloé le había dado signos, durante toda la mañana, de estar interesada en él más allá del ámbito de los negocios; su lenguaje corporal así se lo había demostrado. Se cruzaba
de piernas de manera provocativa e intentaba rozarlo cada vez que encontraba la oportunidad de hacerlo; cuando le hablaba, se inclinaba una y otra vez aproximándose a él y hasta se había atrevido a cogerlo de la mano en diversas ocasiones. Pero aunque a Pedro le parecía divertido, no estaba en sus planes sucumbir a sus intentos de conquista; sólo se mostraba agradable para tener un buen marco de negociación. En realidad, en esa situación, se sentía como pez en el agua. La conversación se centró mayormente
en los negocios, pero ella, en más de una ocasión, lo había llevado a un terreno más íntimo, deseosa de averiguar detalles sobre su vida personal. Pero Pedro encauzaba en seguida la conversación y la retornaba al campo laboral, sin resultar incorrecto ni descortés.


Chloé era una mujer realmente hermosa y muy seductora. Su agraciado rostro estaba rodeado de un bonito cabello castaño oscuro; su boca tenía unos labios carnosos perfectos y más que apetecibles y su mirada era de un azul profundo muy sugerente. Tenía todas las
características físicas de una supermodelo de Vogue. Se
mostraba segura de su cuerpo; era consciente de que sus curvas exquisitas eran irresistibles para cualquier hombre; llevaba la blusa desabrochada hasta el nacimiento de sus senos y, en más de una ocasión, se arregló el escote
esperando que los ojos de Pedro se centraran en él. Además, le hablaba paseando su vista por sus labios de
forma sensual; sin embargo, por más que la seducción de Chloé fuera más que evidente, él mismo se desconocía. En otros tiempos, no hubiese dudado en llevarla hasta la
habitación del hotel para enterrarse en ella, sólo por el hecho de descargar su poderío de macho alfa.


No obstante, en ese momento, sólo deseaba que existiera una mayor distancia entre ellos, le hubiera gustado estar comiendo en un restaurante más tradicional, para poner una mesa, al menos, de por medio. Pensó en su chica y la
diversión que había sentido en un primer momento por la abierta entrega de Chloé se esfumó de inmediato. Paula había intuido que esa mujer tenía otras intenciones con él y se asombró de su sagacidad. Por otra parte, Chloé era
perseverante y estaba decidida a obtener lo que más anhelaba de Pedro. Se sentía muy atraída por ese hombre y no iba a desaprovechar la oportunidad de desplegar, a su
lado, todas sus armas de seducción.


—¿Tienes planes para esta noche? Quizá podríamos ir a cenar y luego a alguna disco; me encantaría enseñarte el ambiente nocturno de mi ciudad.


—Quizá otro día Chloé, estoy cansado. Creo que estoy empezando a notar el jet lag. Desde que bajé del avión, no he descansado nada y he dormido muy poco durante el
vuelo.


— Jure-moi... qu’avant que tu ne partes, nous sortirons.


Pedro sólo sonrió, porque,aunque su francés no era muy
bueno, la había entendido perfectamente. No le contestó.


Después de comer, ella se ofreció a llevarlo a su hotel, pero él adujo que necesitaba despejarse con un poco de aire fresco y que prefería caminar las pocas manzanas que lo separaban de Le Bristol. A ella no le hicieron mucha gracia sus continuos desplantes, pero tuvo que acceder. Se
despidieron en la entrada de L’Atelier Étoile. Chloé se montó en su vehículo y partió. Cuando ella se hubo alejado, él comenzó a caminar por los Champs Elysées hasta que se encontró, de pronto, frente a la Place de la Concorde. Sacó su móvil, estiró su mano y se sacó una foto con el obelisco al fondo y mandando un beso. Abrió el whatsapp y le envió la foto y un mensaje a Paula.


—La próxima vez vendremos juntos. Te amo.


—Hermoso, te tomo la palabra. Te extraño, mi vida, me encanta esa foto. Estoy con Ana de camino al médico, cuando salga de la consulta te llamo.


Siguió por la Rue de Rivoli, pasó la Terrasse des Feuillants y
llegó hasta la Rue Castiglione que lo llevaba hasta la Place de Vendôme, donde estaban las más prestigiosas joyerías y la emblemática columna napoleónica.


En cuanto Pedro mandó esa foto, supo lo que quería hacer; no podía irse de Francia sin llevarle un obsequio para compensarla por haberse alejado de su lado. En la plaza, entró en la famosa boutique de Frédéric Boucheron, un elegante local con paredes revestidas de nogal, arañas de caireles y orlas. El diseño interior era una exquisitez y
conjuntaba a la perfección con las joyas que allí se exhibían. 


Se acercó a las vitrinas donde las alhajas se exponían sobre paños de color púrpura y quedó fascinado. El solícito vendedor le enseñó las piezas de orfebrería y Pedrodespués de imaginarlos puestos en Paula, sin preguntar siquiera el precio sacó su Morgan Palladium y
le indicó que se llevaba unos pendientes largos y también un brazalete con numerosos diamantes redondos.


—Por favor, preferiría que me los enviaran al hotel Le Bristol, no quisiera andar por la calle con esto encima.


—Por supuesto, monsieur Alfonso, se lo haremos llegar.


—Parfait, merci beaucoup.


La distancia que lo separaba del hotel no era demasiada pero, debido al cambio horario, su cuerpo comenzaba a sentir el cansancio, así que prefirió coger un taxi. En el camino, sintió que los párpados le pesaban y hasta le
pareció dar un par de cabezaditas mientras esperaban en un atasco.


Llegó al hotel y se acercó a conserjería para avisar al gerente de que le llegaría un envío de Boucheron; luego, subió a la habitación, se quitó la chaqueta, la corbata y los zapatos y se dejó caer,rendido, en la espaciosa cama.