El resto de los días se dedicaron a tomar el sol. Aquella
última semana gozaron bastante de la privacidad de la habitación, ya que contaban con una amplia terraza para ellos solos, un salón, un comedor, un bar y un jacuzzi.
Algunos días, sin embargo, decidieron bajar a la playa, donde alquilaron una cabaña privada y se deleitaron con las bebidas que Mauro, el asistente privado, les servía muy atentamente. La música chill out del disc-jockey del lugar
invadía el ambiente y llegaba discretamente hasta sus oídos.
Una de aquellas noches cayeron en un antro de lo más
exclusivo y cosmopolita de Cancún,el Mandala, donde disfrutaron debebidas y buena música. El resto delos días, ya fuera para comer o cenar, probaron las viandas de todos los restaurantes del resort, pero para la última noche habían
reservado mesa en el MB. Allí, la exquisita cocina de autor hacía un énfasis especial en los ingredientes mexicanos.
Cuando terminaron de cenar, Paula se levantó al baño.
—¿Tomamos unos mojitos antes de irnos?
—Dale, mi amor, pedilos que regreso en seguida.
Cuando salió del baño, pasó por una mesa donde dos mujeres miraban a su marido sin ningún disimulo y comentaban lo apuesto que se le veía vestido de blanco con ese bronceado. Ella, sin ninguna diplomacia, las miró de
mala manera y cuando llegó a la mesa, cogiéndolo desprevenido, tomó a Pedro por la barbilla y le encajó un besazo que le quitó el aliento a más de uno de los que estaban allí sentados. Después se sentó en su sitio y, adrede, se aferró a la mano de su esposo, entrelazó sus dedos con los suyos y le besó la alianza. Acto seguido, regaló a las mujeres una mueca de desprecio que les demostró con claridad que él no estaba disponible.
—¿Qué mirás? —Pedro dirigió sus ojos hacia el lado donde Paula miraba con tanto ahínco y se encontró con la fisgona mirada de ambas damas—. ¿Paula, te estás peleando con esas mujeres?
—Son unas atrevidas. Llevan toda la noche mirándote de forma descarada.
Él sonrió, se acercó a ella y le habló muy cerquita.
—Sos vos quien me calienta,bonita.
Ella se rió satisfecha, apresó sus labios y se los mordió con
posesión.
Terminaron de tomarse el mojito y Paula le pidió que
caminaran por la orilla de la playa.
Se quitaron el calzado, Pedro se levantó los bajos de los pantalones y empezaron a pasear.
—No quiero irme de nuestro paraíso personal —le dijo él—,
¡ah, tendremos que regresar al mundo real mi amor!
—Yo tampoco quiero, Pedro, pero debemos de tener miles de asuntos pendientes en la empresa.
Además, estaría bien que empezáramos a buscar un
apartamento más grande para mudarnos.
—Sí, lo sé, de todos modos, aunque me encantó que
estuviéramos este mes tan juntos, también es bueno regresar a la realidad.
—Así es, mi amor, a nuestra realidad y a disfrutar del día a día, porque eso también forma parte de nuestra vida como pareja.
Habían caminado lo suficiente como para alejarse de las luces del hotel y estaban en una zona bastante solitaria y oscura; Paula miró hacia todos lados y, después de besarlo, le dijo:— Quiero que me hagas el amor acá, en la playa.
—¡Señora Alfonso, está usted muy osada! —Pedro miró
hacia todos lados también, pero el lugar estaba realmente muy desolado—. Vení, alejémonos un poco de la orilla.
Resguardados junto a la vegetación de la zona,Pedro se quitó la camisa y la tendió en la arena para que Paula se acostara. Él se tendió sobre ella, la oprimió con su cuerpo y empezó a besarla con desenfreno. Su mano reptó despacio
para comprobar las esculturales formas de su esposa, le recorrió cada curva hasta que dio con el bajo del vestido. Celoso de que nadie que pasara viera más de la cuenta, Pedro metió su mano bajo el tanga y descubrió que Paula estaba empapada. Resbaló un dedo por su vagina, lo giró y exclamó:
—¡Mi amor, estás muy excitada!
—Sí, Pedro, creo que este lugar me estimula en demasía.
Mientras atrapaba nuevamente su boca, Pedro llevó la mano a su bragueta, se desprendió el botón y bajó su cremallera liberando su miembro. Sin demasiados preámbulos, pues el lugar donde estaban realmente no lo permitía, y empalmado como estaba, hábilmente apartó el tanga y la penetró. Una exhalación se escapó de la boca de ambos, disfrutaron
inmóviles del contacto que sus cuerpos anhelaban y empezaron a contonearse resguardados por la penumbra de la noche.
—Nena, sos irresistible, cómo me calentás.
—Pedro, no puedo creer que te haya pedido que hagamos el amor acá, en la playa, pero ¡me calentás tanto, mi amor, y hace muchos días que tenía ganas de hacerlo! Sólo que no me animaba a decírtelo. Con vos, quiero probarlo todo, todo...
Pedro empezó a embestirla violentamente, la acometía con su sexo, mientras ella le clavaba los dedos en la cintura y lo recibía gustosa, con los ojos apretados. Lo sentía acoplado a ella de manera perfecta y, aunque quería contener los gemidos que él le provocaba, se le escapaban de manera
involuntaria.
—Te adoro, mi amor, me encanta estar dentro de ti. Dejate ir, nena, estoy advirtiendo la opresión de tu vagina; dejame demostrarte que puedo darte mucho placer, permitime llevarte a donde te gusta tanto estar y saber que únicamente
yo te transporto hasta ahí.
Paula se arqueó y él se dio cuenta de que el orgasmo estaba próximo, entonces la embistió con agresividad, casi de forma inhumana, mientras él también se corría. Se quedaron unos instantes asimilando las sensaciones que sus cuerpos habían experimentado, boqueando en busca de oxígeno e intentando calmar sus resuellos.
Pedro le besó la frente, le apartó el cabello y le habló sobre los labios sin salir de ella:
—Quisiera inventar una palabra para decirte lo mucho que
te amo, porque decirte simplemente «te amo» ya no es suficiente. Sos mi luz, mi noche, mi vida, mi muerte, sos todo para mí, sos mi mundo, Paula.
— Inventemos un verbo para definir lo que sentimos, porque me pasa lo mismo que a vos; así que busquemos un verbo exclusivo para nosotros.
—«Te infinito», sos mi infinito de pasión, nena, mi amor por vos no tiene ni puede tener fin. De ahora en adelante, te lo diré así.
—«Te infinito», Pedro —probó a decir Paula—. Me gusta, también sos mi infinito, porque mi amor por vos tampoco tiene final.
Se limpiaron con unos pañuelos de papel que Paula tenía
en el bolso, se pusieron bien la ropa y se quedaron recostados mirando el cielo. De pronto, se oyó a lo lejos a Axel cantando Eso.
Pedro se puso de lado y se apoyó en un codo.
—Tú eres la mujer de esa canción, así eres para mí, esa eres tú —repitió y la besó, la abrazó y se quedaron así, disfrutando de la música que les llegaba desde lejos.
Tú eres ese tipo de mujer
que de pronto aparece y no da
tiempo a pensar...
Eso que me dices con los
gestos, eso que me quita el
resto cada vez que estoy
contigo, eso que es poesía sin
palabras.
Una espina que se clava en
el centro de mi instinto.
Oye, si te arriesgas, lo
vivimos,
y después tú me lo cuentas,
si es que hay algo más bonito.
Tengo la manera más
directa, más hermosa y más
perfecta, que no va si no es
contigo...
Tú eres ese tipo de mujer,
que me atrapa y me retiene en
la punta de su imán. Esas que
te llegan por sorpresa y no
sabes si es por ellas o es por
ti que va a pasar.
Tú eres ese tipo de mujer
que uno sueña y pocas veces
es posible de encontrar.