domingo, 24 de agosto de 2014

CAPITULO 142




El resto de los días se dedicaron a tomar el sol. Aquella
última semana gozaron bastante de la privacidad de la habitación, ya que contaban con una amplia terraza para ellos solos, un salón, un comedor, un bar y un jacuzzi.


Algunos días, sin embargo, decidieron bajar a la playa, donde alquilaron una cabaña privada y se deleitaron con las bebidas que Mauro, el asistente privado, les servía muy atentamente. La música chill out del disc-jockey del lugar
invadía el ambiente y llegaba discretamente hasta sus oídos.


Una de aquellas noches cayeron en un antro de lo más
exclusivo y cosmopolita de Cancún,el Mandala, donde disfrutaron debebidas y buena música. El resto delos días, ya fuera para comer o cenar, probaron las viandas de todos los restaurantes del resort, pero para la última noche habían
reservado mesa en el MB. Allí, la exquisita cocina de autor hacía un énfasis especial en los ingredientes mexicanos. 


Cuando terminaron de cenar, Paula se levantó al baño.


—¿Tomamos unos mojitos antes de irnos?


—Dale, mi amor, pedilos que regreso en seguida.


Cuando salió del baño, pasó por una mesa donde dos mujeres miraban a su marido sin ningún disimulo y comentaban lo apuesto que se le veía vestido de blanco con ese bronceado. Ella, sin ninguna diplomacia, las miró de
mala manera y cuando llegó a la mesa, cogiéndolo desprevenido, tomó a Pedro por la barbilla y le encajó un besazo que le quitó el aliento a más de uno de los que estaban allí sentados. Después se sentó en su sitio y, adrede, se aferró a la mano de su esposo, entrelazó sus dedos con los suyos y le besó la alianza. Acto seguido, regaló a las mujeres una mueca de desprecio que les demostró con claridad que él no estaba disponible.


—¿Qué mirás? —Pedro dirigió sus ojos hacia el lado donde Paula miraba con tanto ahínco y se encontró con la fisgona mirada de ambas damas—. ¿Paula, te estás peleando con esas mujeres?


—Son unas atrevidas. Llevan toda la noche mirándote de forma descarada.


Él sonrió, se acercó a ella y le habló muy cerquita.


—Sos vos quien me calienta,bonita.


Ella se rió satisfecha, apresó sus labios y se los mordió con
posesión.


Terminaron de tomarse el mojito y Paula le pidió que
caminaran por la orilla de la playa.
Se quitaron el calzado, Pedro se levantó los bajos de los pantalones y empezaron a pasear.


—No quiero irme de nuestro paraíso personal —le dijo él—,
¡ah, tendremos que regresar al mundo real mi amor!


—Yo tampoco quiero, Pedropero debemos de tener miles de asuntos pendientes en la empresa.
Además, estaría bien que empezáramos a buscar un
apartamento más grande para mudarnos.


—Sí, lo sé, de todos modos, aunque me encantó que
estuviéramos este mes tan juntos, también es bueno regresar a la realidad.


—Así es, mi amor, a nuestra realidad y a disfrutar del día a día, porque eso también forma parte de nuestra vida como pareja.


Habían caminado lo suficiente como para alejarse de las luces del hotel y estaban en una zona bastante solitaria y oscura; Paula miró hacia todos lados y, después de besarlo, le dijo:— Quiero que me hagas el amor acá, en la playa.


—¡Señora Alfonso, está usted muy osada! —Pedro miró
hacia todos lados también, pero el lugar estaba realmente muy desolado—. Vení, alejémonos un poco de la orilla.


Resguardados junto a la vegetación de la zona,Pedro se quitó la camisa y la tendió en la arena para que Paula se acostara. Él se tendió sobre ella, la oprimió con su cuerpo y empezó a besarla con desenfreno. Su mano reptó despacio
para comprobar las esculturales formas de su esposa, le recorrió cada curva hasta que dio con el bajo del vestido. Celoso de que nadie que pasara viera más de la cuenta, Pedro metió su mano bajo el tanga y descubrió que Paula estaba empapada. Resbaló un dedo por su vagina, lo giró y exclamó:
—¡Mi amor, estás muy excitada!


—Sí, Pedro, creo que este lugar me estimula en demasía.


Mientras atrapaba nuevamente su boca, Pedro llevó la mano a su bragueta, se desprendió el botón y bajó su cremallera liberando su miembro. Sin demasiados preámbulos, pues el lugar donde estaban realmente no lo permitía, y empalmado como estaba, hábilmente apartó el tanga y la penetró. Una exhalación se escapó de la boca de ambos, disfrutaron
inmóviles del contacto que sus cuerpos anhelaban y empezaron a contonearse resguardados por la penumbra de la noche.


—Nena, sos irresistible, cómo me calentás.


Pedro, no puedo creer que te haya pedido que hagamos el amor acá, en la playa, pero ¡me calentás tanto, mi amor, y hace muchos días que tenía ganas de hacerlo! Sólo que no me animaba a decírtelo. Con vos, quiero probarlo todo, todo...


Pedro empezó a embestirla violentamente, la acometía con su sexo, mientras ella le clavaba los dedos en la cintura y lo recibía gustosa, con los ojos apretados. Lo sentía acoplado a ella de manera perfecta y, aunque quería contener los gemidos que él le provocaba, se le escapaban de manera
involuntaria.


—Te adoro, mi amor, me encanta estar dentro de ti. Dejate ir, nena, estoy advirtiendo la opresión de tu vagina; dejame demostrarte que puedo darte mucho placer, permitime llevarte a donde te gusta tanto estar y saber que únicamente
yo te transporto hasta ahí.


Paula se arqueó y él se dio cuenta de que el orgasmo estaba próximo, entonces la embistió con agresividad, casi de forma inhumana, mientras él también se corría. Se quedaron unos instantes asimilando las sensaciones que sus cuerpos habían experimentado, boqueando en busca de oxígeno e intentando calmar sus resuellos.


Pedro le besó la frente, le apartó el cabello y le habló sobre los labios sin salir de ella:


—Quisiera inventar una palabra para decirte lo mucho que
te amo, porque decirte simplemente «te amo» ya no es suficiente. Sos mi luz, mi noche, mi vida, mi muerte, sos todo para mí, sos mi mundo, Paula.


— Inventemos un verbo para definir lo que sentimos, porque me pasa lo mismo que a vos; así que busquemos un verbo exclusivo para nosotros.


—«Te infinito», sos mi infinito de pasión, nena, mi amor por vos no tiene ni puede tener fin. De ahora en adelante, te lo diré así.


—«Te infinito», Pedro —probó a decir Paula—. Me gusta, también sos mi infinito, porque mi amor por vos tampoco tiene final.


Se limpiaron con unos pañuelos de papel que Paula tenía
en el bolso, se pusieron bien la ropa y se quedaron recostados mirando el cielo. De pronto, se oyó a lo lejos a Axel cantando Eso.


Pedro se puso de lado y se apoyó en un codo.


—Tú eres la mujer de esa canción, así eres para mí, esa eres tú —repitió y la besó, la abrazó y se quedaron así, disfrutando de la música que les llegaba desde lejos.




Tú eres ese tipo de mujer
que de pronto aparece y no da
tiempo a pensar...
Eso que me dices con los
gestos, eso que me quita el
resto cada vez que estoy
contigo, eso que es poesía sin
palabras.
Una espina que se clava en
el centro de mi instinto.
Oye, si te arriesgas, lo
vivimos,
y después tú me lo cuentas,
si es que hay algo más bonito.
Tengo la manera más
directa, más hermosa y más
perfecta, que no va si no es
contigo...
Tú eres ese tipo de mujer,
que me atrapa y me retiene en
la punta de su imán. Esas que
te llegan por sorpresa y no
sabes si es por ellas o es por
ti que va a pasar.
Tú eres ese tipo de mujer
que uno sueña y pocas veces
es posible de encontrar.

CAPITULO 141



Esa noche Paula cayó rendida en la cama muy temprano, mientras Pedro se tomaba un mojito en la terraza. Luego entró y se quedó mirándola dormir; estaba desvelado, así que se sentó junto a la ventana y aprovechó para enviarle algunos mensajes con fotos a su madre. Desde donde estaba, podía contemplar el sueño reparador de Paula y se sintió afortunado de poder observarla así, serena y reposada. No pudo resistir la tentación de acercarse y se desvistió para meterse en la cama y embriagarse con su olor. Se puso frente a ella y la abrazó por la cintura; entonces, Paula se acurrucó en su abrazo. Él se quedó mirándola embelesado, hasta que el ritmo sosegado de su respiración lo embriagó y se durmió.



Pedro se despertó antes que ella. Tenía todo planeado y
estaba ansioso, se vistió a hurtadillas y, cuando estaba
terminando, oyó que golpeaban a la puerta y se apresuró para que Paula no se enterara. Era muy temprano, estaba amaneciendo, y él recibió el desayuno que había pedido en la habitación.


—Vamos, bonita, es hora de despertarse.


—¿Qué hora es, Pedro? Tengo sueño y estoy cansada, creo que nadar con tiburones me dejó sin fuerzas.


—Lo sé, mi amor, es muy temprano, pero hoy es nuestro
último día en Mérida y tengo una sorpresa muy especial para vos.


Que Pedro hubiera dicho «sorpresa» era suficiente para que
ella se despabilara. Después de desayunar con abundancia, y confiada a donde él la quisiera llevar, se vistió con rapidez y partieron.


A mitad de camino, Pedro frenó la camioneta que había alquilado y le cubrió los ojos con un pañuelo de seda púrpura.


—¿Falta para que lleguemos? —preguntó ella intrigada.


—Estamos a mitad de camino, aún falta.


—Entonces, ¿por qué me cubrís los ojos desde ahora?


—Porque no quiero que veas los carteles; si no te darías cuenta de adónde vamos y realmente quiero sorprenderte. Además, me costó mucho conseguir esto. 


Después de un rato, Paula volvió a insistir.—No llegamos más, Pedro¿falta mucho?


—¿Trajiste tu iPod?


—Sí, está en mi bolso.


Pedro se detuvo a un costado del camino para conectar el
dispositivo.


—¡Tenés una carpeta de Axel acá! —exclamó al encontrarla.


—Sí.


—Bueno, entonces lo escucharemos, me gustó mucho. A
ver si escuchando música dejás de quejarte.


—Lo siento, tenés razón, soy una quejicosa, ¡vos siempre
sorprendiéndome y yo protestando por todo! Creo que deberíamos haber planeado la luna de miel juntos, te esforzaste mucho para complacerme. —Buscó su rostro a
ciegas y lo besó.


—No seas tonta, mi amor, me encantó hacerlo, sólo pienso en mimarte.


Cuando llegaron, Pedro la ayudó a bajar y le hizo señas a
quien los estaba esperando para que permaneciera en silencio.


—¿Camina alguien junto a nosotros? —preguntó Paula.
Pedro miró al guía y le guiñó un ojo.


—Es posible... Tranquila, ya casi estamos. —Finalmente
llegaron a la entrada. Pedro le extendió la mano al guía para
estrechársela y el hombre desapareció—. Bien, ya estamos.


Le descubrió los ojos y estaban en la entrada de una
caverna. Paula se quedó ciega por un instante después de tanto rato con los ojos vendados.


Descendieron por una escalera de piedra hasta el primer nivel. La inmensidad del lugar era apabullante, igual que el cristalino azul turquesa del agua, iluminada a través de un orificio abierto en la parte superior de la caverna; desde
allí colgaban multitud de raíces.


Paula se tapó la boca.
—¡Pedro, me he quedado sin palabras! Este lugar es... un paraíso subterráneo, ¿qué es eso que cuelga de ahí?


—Son las raíces de un árbol que está en la superficie y que
fueron cortadas, aunque aún viven por la humedad del agua. ¿Te gusta? Será nuestro paraíso personal durante un par de horas.


—¿Cómo?


—Sí, tenemos el lugar reservado para nosotros solos por
dos horas; sigamos descendiendo.


Paula se lo quedó mirando atónita; no sabía si había entendido bien.


—¿Estás loco?


—Sí, mi amor, loco de amor por vos. —De pronto se sintió
sumamente emocionada y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin contención—. ¡Hey! ¿No te gustó mi sorpresa? —Paula se abrazó a su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas mientras lo besaba sin parar por todo el rostro.


—¡Gracias, gracias! ¡Sos increíble! No puedo creer lo especial y amada que me hacés sentir a cada instante.


—Vos también sos increíble, nena, y también me hacés sentir especial y amado a cada momento.
Amo mucho eso de vos: tu sencillez, tu emoción, tu entrega y tu agradecimiento constante.


—¡Cómo no voy a agradecerte las cosas, mi cielo, si sos el hombre más dulce que existe en esta tierra!
Te amo, Ojitos, te amo por lo que sos, no por lo que me das. No me importaría que fueses un indigente, amo lo que tenés acá dentro, ya te lo dije muchas veces —le confesó señalándole su corazón.


Descendieron hasta el otro nivel de la caverna por una escalera de madera. Se quedaron unos instantes admirando el lugar y luego volvieron a bajar un poco más, hasta una plataforma desde donde se podían tirar al agua.


—Quitate la ropa.


—Pero ¡no traje el biquini!


—Vamos, Paula, estamos solos.


 —¿Estás seguro?


—¿Creés acaso que me gustaría que alguien viera a mi
esposa desnuda?


Se despojaron de todas sus vestimentas y se arrojaron al agua, nadaron durante un rato y luego se acercaron hasta la parte más baja.


Allá, rodeados de ese entorno magnífico y natural, no pudieron evitar que los besos y las caricias se apoderaran de ellos. Se gozaron, probándose una y otra vez. Él la penetró con ansiedad y le hizo el amor en el agua, entre besos, gemidos, grititos, mordiscos y vaivenes interminables. Así cedieron al derroche de pasión salvaje que los consumía. Después siguieron disfrutando durante un rato del tiempo en que ese paraíso personal les pertenecía.


—Jamás voy a olvidar este lugar, quedará para siempre
grabado en mi retina, Pedro.


—En la mía también; es nuestro paraíso propio. —La besó
—. Te prometo que algún día regresaremos.


—Te tomo la palabra y sé de sobra que la palabra de mi esposo tiene mucho valor. Esperaré ese día con anhelo.


Salieron de la caverna y recorrieron los alrededores del
cenote, donde también compraron algunas piezas de artesanía. Tras hacer algunas averiguaciones, fueron hasta la ciudad de Valladolid para almorzar en la
Taberna de los Frailes, un lugar con un ambiente exquisito y una comida y unos vinos excelsos.


Al salir, pasearon hasta algunos puntos significativos de la
ciudad y luego regresaron a la carretera. Estaban a medio camino de Cancún, su última parada del viaje. Casi al atardecer, llegaron al resort Live Aqua, uno de los más exclusivos del lugar, donde un botones los recibió y los ayudó con el equipaje. Después de comprobar las reservas, el personal del hotel los acompañó hasta la suite Sol y Luna, con vistas al mar y a la laguna. Entraron al recibidor y caminaron hasta el salón. Mientras Pedro se quedó dándole una propina al amabilísimo empleado, Paula se
fue directa al baño para llenar la bañera con hidromasaje y empezó a quitarse la ropa.


—Pedí servicio de habitaciones para la cena. A ver qué te parece: pescados, mariscos y algunos aperitivos más. ¿Te gusta o preferís que bajemos al restaurante?


—¡No! Sin duda, cenar acá es la mejor opción; hoy estoy muerta de cansancio.


—Yo también estoy agotado, aunque el viaje no fue demasiado largo, conducir por carretera me dejó hecho polvo. —Pedro estiró sus brazos y su columna vertebral.


—Hum, en ese caso, señor Alfonso, nunca mereció tanto un baño con su esposa en el jacuzzi y, como broche de oro, unos buenos masajes en la espalda.


—Es el mejor plan que se me ocurre, no tengo duda alguna.


Se dieron un beso. Paula estaba en ropa interior y él la había cogido por las nalgas. Ella lo llevó hacia el salón de la mano.


—Quiero ver el resto de la suite. Enséñamela mientras se llena la bañera.


De pasada, Pedro cogió una botella de agua del minibar y Paula le pidió una gaseosa. Salieron a la terraza desde donde se podía disfrutar de una asombrosa vista panorámica del mar Caribe.

CAPITULO 140



Al día siguiente visitaron la zona arqueológica y exploraron las maravillas del mundo maya que aún permanecían en pie allí.


Recorrieron la imponente y majestuosa pirámide del Kukulcán, descendieron por la pasarela, admiraron la belleza natural del Cenote Sagrado, se deleitaron con las leyendas referidas por el guía y escucharon con atención todas las explicaciones acerca de la intrigante construcción que se conoce como «el Caracol». La jornada siguiente la pasaron en Celestún. Salieron muy temprano para ver amanecer por el camino y poder apreciar los cientos de
flamencos que exponían sus plumajes rosados a orillas del río.
Era un espectáculo inolvidable que, sin duda, guardarían en sus retinas para siempre.


—¿Conocías todo esto, mi amor?


—Habíamos venido en un viaje familiar, pero Luciana y yo
éramos muy pequeños. Sólo recuerdo lo que he visto en las
fotografías que mamá guarda de ese viaje. De adulto, estuve en DF, en Cancún y en Playa del Carmen.


—O sea que sólo el último tramo de nuestro viaje será
conocido para vos.


—En cierta forma, porque ahora he planeado un itinerario
diferente. Sinceramente, cuando fui a Cancún me dediqué sobre todo a conocer la noche y el descontrol.


—Mejor no me cuentes más, prefiero no saberlo.


Pedro la besó.




Era su penúltimo día en Mérida y habían previsto un viaje
hasta la isla Holbox, donde realizarían un tour y se embarcarían en una lancha para bucear junto con tiburones ballena. Paula no estaba muy convencida de esta última parte y después de ver el tamaño de semejantes animales, mucho menos.


—No, no —decía con pavor —. Cariño, creo que no voy a
atreverme a bajar con semejante monstruo en el agua. Es demasiado grande, estoy asustada, Pedro.


—Vamos, Paula, no seas miedosa, es muy seguro. Viste los
vídeos que nos mostró Raúl —se refería al guía e instructor—. Además, él nos acompañará, ¿verdad?


—Por supuesto, yo estaré con ustedes en todo momento. Anímese, señora, le aseguro que será una experiencia inolvidable y que, cuando termine, sólo querrá volver a pasar por ella. El señor Pedro me dijo que estuvieron haciendo
snorkeling en Los Cabos y que le gustó mucho. Le aseguro que esto es mucho más emocionante; no dará crédito al subidón de adrenalina que notará.
Al fin, entre ambos lograron convencerla.


—Definitivamente, meterse en el agua con un tiburón ballena es de locos,Pedro.


—Chis, tranquila, si no te sentís segura regresaremos, no
quiero que hagas nada de lo que no vayas a disfrutar realmente, Paula.
Pero, mi amor, te aseguro que es un animal inofensivo y que les gusta la compañía humana como a los delfines. Sabés que jamás te pondría en peligro.


—Lo sé.


—¿Querés que volvamos a subir a la lancha?


—No, vamos, ya estamos acá, hagámoslo. Ya nos metimos en el agua, pero no me sueltes la mano, por favor.


—Tranquila, señora, sólo nos acercaremos hasta donde usted quiera. De todas formas, la distancia mínima es de dos metros.


—¡Oh, Dios! ¿Dos metros le parece una buena distancia? ¡Yo quiero estar a mil metros de ella! Pedro y Raúl se carcajeaban.


—¿Confiás en mí, bonita?


—Siempre, mi amor, por eso estoy metida en el agua en este momento.


—Bien, entonces intentemos relajarnos y respiremos hondo.
Dame un beso, ¿creés que eso te calmará un poco?


—Seguramente.


Raúl tenía razón, Paula se había enloquecido con aquella
experiencia y sólo pensaba en volver a realizarla.


—¡Dios, Pedro! Gracias por animarme a hacerlo.


—A mí también me encantó, fue algo único. ¡Qué subidón, madre mía!


Pedro, no puedo creer todas las cosas que has organizado para que hagamos juntos.