jueves, 21 de agosto de 2014

CAPITULO 132


Estaban listos para partir. Oscar acababa de avisar a
Pedro que los esperaba abajo para llevarlos al aeropuerto.


Bajaron en el ascensor, muy risueños y felices.


—Nos espera un mes muy intenso para amarnos mucho.


—Estoy deseando llegar de una vez a esas playas soñadas.
Ojitos, gracias por mimarme tanto.


Ya en la planta baja, se detuvieron en conserjería para
firmar la cuenta. Pedro se aproximó al mostrador y Paula siguió caminando para esperarlo junto a la salida. Cuando él terminó de pagar, se dio la vuelta para ir en busca de su esposa y, en ese mismo instante, la vio hablando con una mujer a la que reconoció de inmediato; le estaba entregando un sobre. Caminó hacia ellas con premura y, después de dar unas pocas zancadas, llegó con el rostro desfigurado y la respiración entrecortada. Estaba preso de una mezcla de sofocación e ira.


—¿Qué mierda quieres de mi mujer, Rose?


—Simplemente, he venido a desearos muchas felicidades,
querido yerno, y a entregaros mi regalo de bodas. —Pedro la cogió del brazo y la fulminó con la mirada, pero aquella elegante mujer no se amedrentó: sus ojos destilaban el mismo veneno que los de Pedro—. Ahí le he dejado mi obsequio a tu nuevo caprichito, espero que lo disfrutéis tanto como lo haré yo. Querida, ojalá que Pedro no se canse muy pronto de ti, pues suele ser muy inestable con sus sentimientos.


—¡Lárgate de una vez o te juro que te saco a empujones de aquí!


La mujer se soltó toscamente de Pedro y se dispuso a salir del hotel, pero antes de hacerlo se dio la vuelta y volvió a hablarles:
—Happy honeymoon! Bye bye, dear!


Paula ya había abierto el sobre que Rose le había entregado y encontró en él una citación formal del Tribunal de Justicia de Nueva York, donde se especificaba el inicio de una demanda a Pedro reclamándole los óvulos y embriones fecundados. Grapada a la citación había una elocuente
fotografía de Pedro y Julieta besándose de forma muy
escandalosa; se notaba que la foto la había hecho Pedro con el móvil extendiendo la mano. Paula se puso pálida, pues ver esa imagen era realmente desagradable. Las cuchilladas que le produjo la hicieron sentir como si nadara en el hielo y, aunque le dolió en el alma, intentó serenarse y encontrar cierta mesura. Pedro se la arrebató de las manos y maldijo una y otra vez, mientras insultaba en voz alta a su exsuegra. Cerró los ojos con fuerza y sólo atinó a disculparse:
—Lo siento, preciosa.


—Tranquilo —le contestó ella con la voz temblorosa—. Verlo es muy diferente a imaginarlo, pero ya sé que es tu pasado y no se puede borrar. —Él hizo ademán de romper la fotografía, pero ella se lo impidió—. ¡No! ¿Qué hacés?
Entrégasela a Federico, se la daremos a Oscar para que se la haga llegar. —Miró hacia arriba y le señaló una cámara que había en la entrada del hotel—. Ahí está la prueba de su acoso. Tranquilo, mi amor, estamos juntos en esto.


—Sos increíble, Paula. —Él estaba verdaderamente
amedrentado.


—Te amo, mi amor. Definitivamente, hoy las cámaras
seguirán siendo nuestras cómplices. —Sonrieron recordando lo vivido en la habitación—. Vamos, Ojitos, o perderemos nuestro avión. No dejemos que nada empañe nuestra felicidad.


—Estoy asustado, no deseo tener hijos que no sean tuyos.


—Es nuestra luna de miel, Pedro —le cogió el rostro con las
manos y lo acunó y besó—. Borrá toda esa basura de tus
pensamientos; Federico se encargará de eso. Ahora no pensemos en nada más que en nosotros, no permitamos que esa mujer consiga lo que vino a buscar.


Pedro se pasó la mano por la frente, asintió con la cabeza y se fundieron en un abrazo gigantesco y sanador. Se colocaron sus Ray-Ban y salieron del hotel. Oscar los estaba esperando para llevarlos al JFK.


—Buenas tardes, señor Pedroseñora Paula.


—Buenas tardes, Oscar — contestaron ambos a la vez.


Paula entró en la camioneta y se acomodó en ella. Su ánimo, por más que intentara levantarlo, estaba amilanado; no podía borrar de su mente la imagen de Pedro besando apasionadamente a Julieta.
Pedro, antes de subir, intercambió algunas palabras con su
empleado y le entregó el sobre.


—Necesito que hoy mismo le facilites esto a mi hermano y le
refieras lo sucedido. Y, por favor, coméntale lo de las cámaras de seguridad del hotel, donde seguro que quedó grabado lo que acaba de acontecer.


—Puede estar tranquilo, señor, que así lo haré. Lamento el mal rato que seguramente han pasado. He visto salir a la señora Rose, pero no la he visto entrar; si no, lo hubiera puesto sobre aviso.


—No te preocupes,Oscar. Ahora llévanos a tomar nuestro
vuelo. —Pedro subió a la camioneta y abrazó a Paula con fuerza; en seguida, notó su cambio de humor, por más que ella intentara disimularlo—. ¿Estás bien, mi amor?


—Sí, no te preocupes, tratemos de olvidarnos de lo
ocurrido.


—Yo también quiero eso, pero te noto triste y no deseo que estés así. Te amo, nena, te amo mucho.


—Lo sé, Ojitos, no te aflijas, ya pasó todo.


—Siento que hayas visto esa fotografía, pero...


—Chis, mi amor. No tenés nada que explicarme, besame y
haceme sentir que tus besos son únicos y que son solamente míos; con eso me bastará, porque cuando me besás me olvido del mundo.


Pedro no le costó mucho trabajo acceder a su petición y muy pronto recobraron el buen humor, pues juntos sentían que todo era posible, siempre.
Llegaron al JFK y Oscar se ocupó del equipaje. En la pista, ya los estaba esperando un jet privado para llevarlos en su vuelo al paraíso.


—¡Sorpresa, mi amor! Te presento la nueva adquisición de
Mindland Inc.


—Oh, my God! ¡Pedrofinalmente te has dado el gusto! —
Él sonrió con autosuficiencia, mientras Paula exclamaba, se
tapaba la boca y se aferraba a su cuello.

Federico y yo acabamos convenciendo a papá, ¿te gusta?


—¡Es genial! —aseguró ella ante el pasmo que le producía el Gulfstream G650 que había en la pista—. ¡Ay, Dios! Qué bien queda el nombre de la empresa en él, ¡me encantaaaa! —gritó Paula emocionada.


Sabía que Pedro ansiaba hacía tiempo que la empresa poseyera un jet privado, porque se lo había comentado en varias ocasiones.
Horacio y ella, por su parte, siempre se habían mostrado un poco reticentes a una inversión de esa índole; su suegro mucho más que ella, aunque también era cierto que la empresa podía permitirse ese pequeño lujo.


—Espera a verlo por dentro, te fascinará.


—¿Cómo es que no me enteré antes de esto?


—Era una sorpresa que me ayudaron a mantener en secreto
para vos.


—¡Tramposo, no cambiás más! —Se besaron.


En cuanto se acercaron a los pies de la aeronave, la tripulación les dio la bienvenida. Ascendieron por la escalerilla e inmediatamente se encontraron con la cocina, ubicada en la parte frontal del jet; después, estaba el sector de descanso de la tripulación y, separado por una división y una puerta de exquisitos acabados en madera lacada oscura, se hallaban los asientos, una mesa, un sofá cama y, al final, el baño. Paula miraba todo embelesada y Pedro se mostraba muy divertido, escudriñando el interior junto a ella. La nave estaba equipada con la última tecnología y muchas comodidades, incluso podía realizar viajes transatlánticos.


Después de ese primer contacto, se colocaron y despegaron. Hicieron el itinerario en la mitad de tiempo que si hubieran viajado en un vuelo comercial. Llegaron al aeropuerto de Los Cabos, en San José del Cabo, ciudad ubicada en la Baja California Sur, de México. Tras los trámites migratorios, subieron a un vehículo que los esperaba fuera del aeropuerto para llevarlos al complejo turístico donde Pedro había hecho la reserva. Rodaron por la carretera federal no más de veinte minutos y, después, se desviaron hacia la transpeninsular.


Estaba cayendo la tarde cuando llegaron al resort Las
Ventanas al Paraíso. En cuanto entraron, percibieron que allí hallarían paz, relax y disfrute, pues el lugar conjugaba a la perfección la belleza natural del espacio con la propia de la región. Allí los estaban esperando; todo parecía muy bien
organizado. De muy buen ánimo y con acentuada cordialidad, el personal del hotel los guió a la residencia que tenían reservada con vistas al océano. Ingresaron en la amplia sala de estar y comedor, donde el lujo y la calidez los avasallaron. La persona que los había acompañado se retiró muy discretamente, tras dejar las maletas donde le habían indicado.

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