viernes, 22 de agosto de 2014
CAPITULO 135
Aunque el lugar era tentador para quedarse día y noche en él, el resto de las jornadas no pararon. Había tantas actividades para hacer que no querían privarse de nada. Por otra parte, Pedro había planificado todo muy bien. Durante el día, salían y disfrutaban de las atracciones de la región y, por la noche, no paraban de amarse y de entregarse a esa pasión descontrolada que anhelaba sin saciedad la fusión de sus cuerpos.
Les quedaban dos días allí y luego partirían hacia un nuevo
destino, así que decidieron prepararse para disfrutar de la
sorpresa de la jornada. Pedro había reservado una travesía en velero. A bordo, se dejaron llevar, a la velocidad del viento tropical, por las aguas azul turquesa hacia las playas naturales del mar de Cortés. En el trayecto, avistaron
delfines, que parecían atraídos con la estela de la embarcación.
Saltaron un rato sobre ella, ofreciéndoles un espectáculo
fascinante, hasta que finalmente se alejaron cansados. El velero se detuvo mar adentro, en una zona propicia para tirar el ancla, y Pedro, entusiasmado, animó a Paula a hacer snorkeling. Ella nunca lo había probado, pero como no podía negarse a nada que él le pidiese, aceptó gustosa.
—Confiá en mí y nos lo pasaremos genial. Además estaré a
tu lado y no permitiré que te pase nada, verás que te encantará. — Pedro mojó bien su pelo y se lo echó hacia atrás. Le pasaba las manos con entusiasmo y, como siempre que se ponía a hacer algo, su cara de concentración era un poema. Con ahínco, le despejó el rostro y, luego, hábilmente le colocó la máscara—. Tranquila, mi amor, respirá un poco por la nariz, así provocás que se adhiera a tu piel y quede bien sellada. Ahora relajate para poder disfrutar mucho más. — Ella asentía con la cabeza, entregada a su experiencia, mientras él, con conocimiento, le ajustaba la correa en la parte ancha de la cabeza—. ¿La sentís demasiado ajustada?
—No, está bien ahí.
Luego le colocó el tubo, asegurándose de que estaba en
buena posición, junto a la parte delantera de la oreja. Después, la ayudó a ponerse las aletas.
—Bueno, ahora colocate la boquilla en la boca y practiquemos la respiración. Tratá de respirar por el tubo. —Paula, como una buena alumna, hizo todo como Pedro le indicaba—. Bien, bonita, ¿ves qué sencillo? —Ella asintió y él volvió a quitarle la boquilla—. Lo mismo será cuando tu cara esté sumergida bajo el agua, te juro que te sentirás igual.
—Sí, parece fácil.
—Lo es, mi amor —le aseguró y la besó—. Por último, cuando patalees, hacelo desde la cadera. ¿Te animás a probarlo? —Paula asintió de nuevo, así que Pedro se colocó su equipo con rapidez y se lanzaron al agua—. Bien, primero, hasta que te acostumbres a respirar, lo haremos sólo con el tubo fuera del agua y disfrutaremos de la vista hacia el fondo. Cuando me indiques que te sentís confiada, nos sumergiremos y entonces contendrás la respiración. Luego saldremos para volver a respirar, pero no levantarás tu cabeza hasta cerciorarte de que has vaciado bien toda el agua del tubo, ¿de acuerdo?
Soplarás bien fuerte para expulsarla y, si hemos visto algo que nos ha interesado, no dejaremos de mirarlo, porque, si no lo vigilamos, se nos perderá. Respiraremos unas cuantas veces más y volveremos a sumergirnos para seguir
contemplando lo que nos había gustado. Sólo descenderemos unos poquitos metros; así que tranquila:
el aire con el que puedas llenar tus pulmones, te alcanzará de sobra, ¿me entendiste? ¿Querés preguntarme algo?
—No, creo que he entendido todo, quiero probar ya.
—En ese caso, ponete la boquilla y aventurémonos. Abajo
nos hablaremos con señas, dame la mano, no te soltaré.
Paula, fascinada, no quería salir del agua, y no paraba de sacar fotografías y de filmar.
—¡Me encanta, Pedro, me encanta! —Se impulsaban con las aletas en el agua mientras se abrazaban y se besaban.
—Ah, ¡me alegra mucho que lo estés disfrutando! Cuando
regresemos a Miami, perfeccionaremos tu técnica y te
prometo que iremos a bucear.
Después de la aventura, se tendieron en las tumbonas sobre la cubierta del velero para disfrutar del sol. Se tomaron unas bebidas bien heladas y, entre besos y caricias, comieron unos aperitivos de camarón, ceviche, tacos y guacamole.
Luego, Paula se puso a revisar lo que había filmado en el fondo del mar y, al rebobinar la cinta, se encontró con una filmación que no sabía que existía. Se ruborizó de inmediato y Pedro notó su cambio de expresión.
—¿Qué pasa? —Ella se cubrió la boca y dejó escapar una risita—. ¿Qué, Paula? —insistió él. Paula le pasó la cámara para que Pedro viera las imágenes y, en cuanto las miró, volvió sus ojos hacia ella, su mirada se oscureció y su
entrepierna comenzó a latir.
La joven se acercó a su oído mirando la pantalla junto a él.
—Señor Alfonso, por lo que puedo ver, cuando dejó la cámara en la mesilla de noche olvidó apagarla. Tengo la sensación de que estaba usted muy desencajado a la mañana siguiente de nuestra noche de bodas y hasta me atrevería a decirle que perdió su autocontrol.
Pedro sonrió y le dijo muy bajito: —Nena, tu cara era un primor; acepto que me descontrolé un poco, pero vos también estabas bastante perdida, mi vida. —Se quedaron mirando las escenas en que ellos eran los protagonistas durante un rato y luego Pedro la miró fijamente a los ojos y le habló en un tono casi marcial—: Bajá al camarote y esperame en el baño.
Paula dudó un momento, pero se sintió tentada por la propuesta de su esposo, así que sonrió con picardía e hizo lo que él le pedía.
Pedro no tardó demasiado. Ella lo esperaba expectante, con su corazón latiendo desacompasado por la ansiedad. De
pronto, oyó unos golpecitos en la puerta y Paula abrió para que entrara.
—Pedro, está toda la tripulación arriba en la cubierta. Se
darán cuenta. No sé si hemos hecho bien en venir aquí.
—Están todos muy entretenidos, tranquila. Vamos,
nena, lo haremos rápido.
Con premura la giró, le corrió el biquini y le acarició su hendidura. Paula estaba húmeda: era obvio que la filmación también la había excitado a ella. Sin pérdida de tiempo, Pedro se bajó el bañador y la penetró; él también estaba sólido y preparado para enterrarse en ella. Se hundió de una estocada y comenzó su vaivén, al mismo ritmo que el oleaje que mecía al velero. Pedro se aferró a sus caderas mientras se movía cadencioso y se bamboleaba sin parar. Después de unas cuantas idas y venidas, Paula giró su torso para que él se apoderase de su boca, y él la besó carnal y desesperadamente. De repente, apartó sus labios, le dio una palmadita en la nalga y le dijo entre dientes:
—Levantá la pierna sobre el inodoro, nena, quiero entrar más profundo en vos.
Así comenzó una despiadada intromisión que perseguía el rápido alivio para ambos.
—¿Te gustó vernos follando? —le preguntó él.
—Fue muy excitante, Pedro, me encantó mucho vernos en esa intimidad. ¿Y a vos?
—¿No se nota, nena, cuánto me gustó? Me puso loco verme
perdido en vos, y sólo deseé volver a estar así, enterrado en tu sexo. — Hablaban entre susurros.
Pedro se movió unas cuantas veces más hasta que ambos se corrieron, se guardaron los gemidos para sí y apretaron los dientes cuando consiguieron el ansiado orgasmo.
Cuando la adrenalina del momento se pasó y Paula reflexionó un poco, se sintió un poco avergonzada.
—Mi amor, tranquila, somos recién casados. De todos modos, te prometo que nadie se dio cuenta, aunque te juro que esta gente debe de estar más que acostumbrada.
—Si me decís eso, no voy a poder salir de este baño.
—Venga, nena, fue muy lindo. Además, es tarde para
arrepentimientos y soy tu esposo, mi vida. —Le guiñó un ojo—Como en Lupa, ¿sí?, primero salgo yo con mi mejor cara de póquer y después vos. Te amo, nena.
Pedro subió a cubierta y, después de unos minutos, lo hizo
Paula. Volvieron a tumbarse al sol, cogidos de la mano; a ratos, se miraban con complicidad. Pasaron el resto del día relajados con los sonidos balsámicos del océano de fondo. Divisaron ballenas jorobadas y se deleitaron con el
atardecer más bello que jamás habían imaginado contemplar. Los tonos rojizos y dorados en el cielo inundaron el ambiente y el sol desapareció lentamente en el horizonte, hasta casi quitarles el aliento por la belleza del momento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario