domingo, 17 de agosto de 2014
CAPITULO 117
Pedro se despertó aturdido y recordó, de pronto, que tenían que ir a cenar a casa de sus padres. La habitación estaba sumida en la penumbra, así que imaginó que debía de ser bastante tarde.
Preocupado, cogió su iPhone y miró la hora; efectivamente, rendidos por el esfuerzo en la práctica del sexo, se habían quedado dormidos hasta casi las ocho de la noche. Miró a
Paula, que dormía a su lado, desnuda y boca abajo, en ligueros y medias, y se rió recordando lo bien que se lo habían pasado. No pudo resistirse y besó y acarició su espalda; después, con voz de arrullo, la llamó para que se despertase:
—Vamos, nena, nos esperan en el Belaire.
—Hum...
—Venga, Pau, vamos a darnos una ducha rápida y nos vamos.
—¿Qué hora es?
—Las ocho.
—¡Dios! ¡A tus padres les gusta cenar temprano! Pero estoy
rendida no puedo levantarme, me duele cada uno de los músculos de mi cuerpo.
—Vamos, bonita, ¿querés que te cargue hasta la ducha?
—No, dejame descansar un poquito más. —Paula se dio la
vuelta y Pedro le apartó los mechones de pelo que le tapaban la cara. Sus ojos brillaban en la semioscuridad—. Soy verdaderamente afortunada.
—¿Ah, sí?, ¿por qué?
—Porque no hay nada más hermoso que despertarme y
encontrarme con tus ojos azules que me miran amándome.
Él le dio un casto beso en la boca.
—Vamos, señorita Chaves, debemos irnos.
La reunión en el Belaire, junto a toda la familia, fue encantadora. Lucas y Noah, los mellizos de Hernan y Lorena, estaban mucho más grandes y compartían más
tiempo con sus tíos y abuelos, puesto que ya no dormían tanto.
Paula se pasó la noche con Lucas en brazos, porque el pequeño tenía predilección por ella y, cada vez que la veía, quería sentarse en su regazo.
—Creo que Lucas está enamorado de ti, Paula —le dijo
Lorena mientras intentaba cogerlo en brazos para darle el biberón.
Noah ya se lo había tomado y se había dormido, pero el otro
pequeñín lloraba y se aferraba al cuello de la joven; no quería ir con su madre.
—¿Sabés? Con mis sobrinos me pasa lo mismo, cuando voy a la plantación no hay quien los despegue de mí, parecen pequeñas garrapatas; mi hermano dice que soy su ídolo.
—Tienes feeling con los niños, se nota —le dijo Lorena,
mientras Lucas chupaba el mentón de Paula.
—¡Oh, Dios, Pedro! ¡Mirá a tu sobrino! Creo que quiere robarte la novia. Su cuñada llamó la atención de Pedro, que estaba un poco lejos, bebiendo una copa de champán junto a Ruben. Sonrió mientras se les acercaba, besó la mejilla del niño y le hizo monerías en su regordete cuello.
—¡Vamos mal, entonces! Pero te entiendo, Lucas, es imposible resistirse a esta belleza, ¿verdad? Creo que definitivamente tiene tan buen gusto como su tío. —El niño pareció escucharlo con atención, pues le clavó la mirada y sonrió achinando sus ojitos y dejando escapar una carcajada. Después agitó las manitas y le estiró los brazos a Pedro, que no pudo resistirse y se agachó para levantarlo, después de entregarle su copa a Paula. Pero cuando el pequeño vio que se separaba de ella, se tiró de nuevo en sus brazos haciendo un puchero—. ¡Hey, hey, no llores! Tu tía no se va a ningún lado, se queda acá con nosotros.
Pero Lucas no lo entendía así y Paula decidió cogerlo en brazos otra vez.
—Dame, Lorena, yo le doy el biberón y me encargo de que
duerma —se ofreció gustosa Paula.
—Pero mirá que tenés que acostarte en la cama con él; Lucas es el más difícil de dormir.
—No te preocupes, será un placer.
A Pedro le generó muchísima ternura descubrir ese lado tan
maternal de Paula y, de pronto, empezó a fantasear.
—Ya vuelvo, amor, voy a darle de comer a este tragón y a
hacerlo dormir.
Pedro sonrió con el corazón en la mano y le guiñó un ojo.
Paula estaba tardando más de la cuenta, así que decidió ir hasta el dormitorio que Ana había preparado para sus nietos. En cuanto entró, ella le indicó que no hiciera ruido, llevándose un dedo sobre los labios. Se quedó mirando
a Paula y a Lucas, que dormía aferrado a su cuello. Su corazón dio un vuelco ante esa imagen tan entrañable y sintió cosquillas en el alma. Especuló una vez más con tener un hijo propio y esa idea le gustó más que nunca. Se acostó con sigilo al otro lado de la cama.
—Chis, se acaba de dormir — le susurró ella.
—Estás hermosa con un bebé en los brazos... —le dijo él bajito, con un codo apoyado en la cama.
—Me encantan los niños y Lucas parece estar encantado
conmigo.
—Creeme que lo entiendo.
—Tonto. —Ella hizo una pausa—. Mientras lo hacía dormir
imaginaba cómo sería un hijo nuestro.
—Hermoso, como la mamá.
—Hum, yo quiero que se parezca a vos.
—Y yo quiero que se parezca a ambos.
—¿Te gustaría tener hijos pronto?
— No me molestaría, sería la forma de perpetuar nuestro amor. ¿Y a vos te gustaría?
—Sí, me encantaría que fuera rápido, porque así cuando ya sea grande, tendremos tiempo para nosotros.
—De todos modos, tendremos tiempo para nosotros.
—Sí, lo sé, pero deberemos repartirlo con él.
—O con ella.
—O con él y ella, o con dos varoncitos o dos nenitas; no te
olvides de que, siendo vos mellizo, las posibilidades son altas.
—Hum, eso sí que sería complicado, ¿verdad? Con dos
niños, necesitaríamos ayuda.
—En mi próxima consulta con el doctor Callinger, le preguntaré cuál es el tiempo prudencial que tiene que pasar para que me pueda quedar embarazada.
—Me parece perfecto.
—No puedo creerlo.
—¿El qué?
—Que estemos planeando tener hijos.
—A mí también me cuesta creerlo, antes nunca... nunca me
imaginé con un hijo en brazos y hoy, Paula, debo confesar que es uno de mis más grandes anhelos, después de que nos casemos.
Pedro la besó y Lucas hizo un ruidito, se removió y se estiró,
dándole con el pequeño puño en la cara a Pedro.
—No quiere que me beses — le advirtió Paula. Se rieron y
Pedro le dio un beso en la manita a Lucas... ¡Olía tan bien!—. Dejame ponerlo en la cuna, así podemos volver con los demás.
—Sí, además Ana estáesperando para servir la cena.
Como de costumbre, cuando terminaron de cenar, la reunión se extendió al salón, donde tomaron café y siguieron charlando. Los temas de conversación en familia
siempre eran variados e inagotables; pero, ese día, Luciana
y Ruben estaban esperando ansiosos que todos estuvieran preparados porque querían comunicarles algo.
—Tenemos una noticia que darles. —En cuanto Ana oyó
esas palabras, supo en seguida lo que iba a decir su hija y se cubrió la boca—. Sí, mamá, emocionate, porque en ocho meses va a llegar el primer McCarthy.
Pedro fue el más efusivo, se levantó como un resorte y se abrazó a su hermana; le besó el cabello y el cuello y se mostró realmente conmovido, y es que la unión que ellos tenían desde el útero era imposible de disimular. La apartó
para contemplarla y le palpó el vientre con perplejidad.
—No puedo creerlo, pendeja, ¡vas a ser mamá!
—Sí, hermanito, podés creértelo porque es cierto.
—¡Dios! ¡Estoy contento como si el padre fuera yo!
Todos se rieron, Ruben le palmeó la espalda y Pedro lo abrazó
—¡No quiero imaginar cómo te vas a poner el día que te enteres de que vas a ser padre!
—Es cierto que con mis otros sobrinos también lo disfruté —le dijo Pedro a Hernan—, pero con el embarazo de Lorena estábamos todos tan asustados...
—Te entiendo, hermano, no hace falta que te justifiques.
—Además, todos sabemos cuán unidos están ustedes —añadió Federico—. La época de los celos ya se nos pasó. No somos críos.
—¡Desde luego que no sois críos, está a punto de llegar mi
tercer nieto!
—O nieta, papá.
—¡Vení acá, chiquitina mía, no puedo creerlo! —Horacio también estaba muy emocionado.
Todos querían felicitar a Luciana, pero como Pedro no
acababa de soltarla, se abalanzaron a abrazar a Ruben, que esa noche también estaba muy conmovido. La noche se convirtió en un gran festejo en casa de los Alfonso. No era extraño: la familia se agrandaba y la niña mimada de todos se iba a convertir en madre.
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