domingo, 17 de agosto de 2014
CAPITULO 118
Por la mañana, Pedro se levantó muy temprano. La noche anterior le había dicho a Paula que quería retomar su actividad física y que saldría a correr antes de ir a la empresa; así que se calzó las zapatillas deportivas, se puso un chándal y, mientras ella se quedaba remoloneando en la cama, se fue a trotar. Pero, en realidad, su verdadera intención era otra. Lo de salir a correr sólo había servido de excusa para Paula, porque él todavía tenía algo pendiente con Gabriel Iturbe y pensaba acabar de una buena vez con el asunto. Se dirigió hacia Broome Street, donde esperó al acecho la oportunidad de que alguien entrase en el edificio de Gabriel y, finalmente, logró colarse en él.
—Hola, Samo, ¿cómo le va?
—Había averiguado el nombre del portero y lo llamó por su nombre para que pensara que se trataba de alguien conocido y no lo detuviera.
Aun así, intentó ocultar su cara.
Subió hasta el ático, golpeó con decisión y, en cuanto se abrió la puerta del apartamento, se encontró con él. Entonces, sin mediar palabra, le encajó un puñetazo que cogió a Gabriel por sorpresa y lo hizo trastabillar.
—¡Hijo de perra! ¡No te acerques más a mi mujer! —le
espetó furioso.
—Paula aún no es tu mujer — le contestó Gabriel—. Además, si la quisieras tanto como decís, la hubieras cuidado mucho más; ¡casi la mata una de tus putas!
Gabriel se envalentonó y le lanzó un guantazo que Pedro supo esquivar muy bien, porque practicaba artes marciales y era muy diestro. ¡Cómo se atrevía a juzgar lo que él sentía por Paula!
Pedro respondió lanzándole otro puñetazo que le dio de lleno en la mandíbula y le cortó el labio: estaba furioso. Gaby cayó al suelo y Pedro, irascible y totalmente fuera de sí, se abalanzó sobre él y lo cogió por el cuello.
—¡No te metas más en nuestras vidas! ¡No sabés una
mierda de mí como para juzgarme de esa forma! ¿Quién te creés que sos para decirle a Paula las cosas que le dijiste? ¡Olvidate de que ella existe! ¿Me oíste? ¡Olvidate de mi mujer, porque Paula es mi mujer y muy pronto será mi esposa! No quiero volver a enterarme de que te acercás a ella. Si querés conservar tu salud, ni pienses en ella, porque la próxima vez no te voy a romper la boca, te voy a romper cada uno de tus huesos —le gritó furibundo.
Gabriel le atizó un puñetazo en el pómulo desde el suelo y esta vez sí acertó, pero Pedro le encajó otro en la nariz que le hizo brotar la sangre y lo dejó casi sin sentido por el dolor. Luego lo soltó, dejándolo tirado allí, y se escurrió por la
escalera.
Salió del edificio y corrió hasta el Washington Square Park.
Necesitaba serenarse, así que dio una vuelta al parque trotando y después paró un rato, para surtir de aire sus pulmones. Se compró un refresco en uno de los puestos que había por la zona y decidió regresar a casa.
En el ascensor, se dio cuenta de que tenía la camiseta salpicada de sangre, así que cuando entró en el vestíbulo del apartamento de la calle Greene, se la quitó y la enrolló en su mano. Paula ya estaba a punto de preparar el desayuno para ir luego a la empresa.Pedro entró, se le acercó, la abrazó y le dio un profundo beso; luego se fue a duchar. En el baño, se miró al espejo, pero no tenía rastros en su cara del puñetazo; mejor así, así no tenía que explicarle nada a Paula.
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