lunes, 18 de agosto de 2014
CAPITULO 120
Había hecho un mes de tratamiento y la habían sometido a
diferentes evaluaciones psiquiátricas. Ese día, se había
dispuesto una nueva revisión de la salud mental de Rachel Evans, solicitada por el juez, para decidir su curso legal.
Una psiquiatra del sistema médico correccional junto con otros profesionales que representaban a ambas partes, acusado y demandante, habían diagnosticado a Rachel y su resultado era devastador, claro e irrefutable: tenía esquizofrenia de tipo catatónico, paranoide no residual y un trastorno bipolar importante.
El criterio para el diagnóstico de este tipo incluía: la poca
reacción a los estímulos y el mutismo presentado en ciertas
ocasiones; la inmovilidad que implicaba la resistencia a ser
físicamente trasladada; las formas extravagantes, bizarras y de exaltación que se le habían manifestado durante el brote; y la desconfianza, delirios y alucinaciones que seguía manifestando aún medicada. Entre los síntomas evidenciados, presentaba ansiedad, enfado y violencia ocasional, sin motivo aparente, contra el personal que la atendía y a quien confundía a veces con otras personas. Sospechaba continuamente y manifestaba ideas extrañas y falsas. Demostraba, además, falta de contacto con la realidad, pues se quejaba de que los médicos intentaban leerle el pensamiento para conchabarse contra ella; o decía que, por las noches, la vigilaban en secreto y urdían un plan, junto a Paula, para matarla. Por último, manifestaba
que los enfermeros la amenazaban para someterla. Todo era producto de su imaginación perturbada.
Jason Parker había decidido transmitirles el veredicto del juez personalmente. Tras la audiencia, se trasladó a Mindland y fue recibido por todos los Alfonso y por Paula en la sala de juntas. Alison y Ruben también los acompañaron.
El letrado fue lapidario y categórico a la hora de informarles
de la decisión tomada con Rachel,basada en los informes médicos.
Había sido declarada mentalmente insana y no iba a ser sometida a juicio, pues la conclusión era que el estado actual era idéntico al que presentaba en el momento del ataque contra Paula. Por consiguiente, quedaba en libertad aunque la obligaban a cumplir un tratamiento psiquiátrico que incluyera informes periódicos a los médicos judiciales. Por último, también quedaba expresamente asentado que Rachel debía permanecer confinada en un centro mental de máxima seguridad para continuar el tratamiento.
—Pero, si se mejora, ¿saldrá de ahí? —preguntó Paula con un hilo de voz y Pedro le cogió la mano con fuerza.
—Lo siento, Paula, es muy probable, no quiero mentirte, pero ten en cuenta que los médicos también han sido categóricos al decir que su estado mental es prácticamente irrecuperable.
Ella asintió con la cabeza.
Alison, que estaba sentada a su lado, le acarició la espalda.
Horacio, de pie junto al ventanal, miraba hacia afuera con las manos en los bolsillos. Pensaba en los sobresaltos que amenazarían siempre la paz en la vida de su hijo y su nuera, pero también tuvo un recuerdo para su amigo y se apenó por él, desde el lugar de padre. Su familia había quedado destrozada.
—Paula, de todas maneras y llegado el caso, un juez tendrá que dictaminar su salida del establecimiento y seremos
pertinentemente informados,¿verdad, Jason? —intervino su
cuñado.
—Así es, Federico.
Pedro había permanecido en silencio, impávido y con la
mandíbula apretada. Pegó un grito que retumbó en la sala, se levantó furioso tirando la silla y le dio una patada a una papelera. Después cogió la silla volcada y la arrojó incrustándola sobre la puerta vidriada que se hizo añicos.
Todos saltaron de sus asientos, atónitos ante la intempestiva reacción de Pedro. Paula se angustió, tembló,pero en vez de abandonarse a la desesperación, reunió fuerzas y se abrazó a la espalda de Pedro.
Él se dio la vuelta y la abrazó, las lágrimas empezaron a brotar incontenibles, y la separó para mirarla a los ojos.
—Perdoname, mi amor, te fallé. Te prometí que no iba a dejar que saliera y no pude cumplirlo.
—Chis, no permitamos que esto paralice nuestras vidas.
Anoche lo hablamos, Pedro; sabíamos que podía pasar algo así.
Ella le cogió con dulzura el rostro angustiado y lo acunó entre sus manos.
—Tenemos planes, mi amor, pensemos en ello. Quizá no tuvo el castigo que pretendíamos, pero tampoco lo está pasando bien: su mente está perdida.
—Lo sé, pero tenía esperanzas de que ocurriera un milagro. ¡Sos tan buena persona!
—No es verdad, no entiendo mucho lo que está pasando, pero debemos continuar con nuestras vidas y aceptar las cosas como son.
Siempre me dices, que no debo permitir que el miedo me obnubile y ahora estás dejándote llevar vos.
—No es justo, Paula, que vivamos todo el tiempo con miedo.
Horacio se acercó y acarició la espalda de su hijo para
tranquilizarlo.
—Ya has escuchado a tu hermano y también al doctor Parker.
En caso de que se presente una modificación, nos avisarán. —Pedro levantó la vista y, sin soltar del todo a Paula, miró a Parker.
—Necesito esa tranquilidad, Jason.
—Calma, Pedro, nos notificarán cualquier cambio en la situación. Y, si no lo hacen, patearemos muchos traseros.
—No quiero patear el trasero de nadie, Parker —le dijo en un tono nada amistoso—. Sólo quiero tener la seguridad de que me enteraré en seguida. Quiero tener la certeza de estar siempre un paso por delante de este sistema de
mierda.
—Tranquilo, mi amor, el abogado dice que así será.
—Parker me ha dicho muchas cosas que, al final, no se han
cumplido.
—Pedro... Jason ha hecho su trabajo de manera impecable, no seas injusto —intervino Jeffrey—. Con el giro que ha dado la salud de Rachel, era poco lo que podía hacerse.
—Tranquilo, entiendo el estado emocional de Pedro —
le explicó el letrado, evitando un enfrentamiento entre ambos hermanos—, y también entiendo que él, en su profesión, se maneja con cifras exactas —se justificó sin dejar de mirarlo—. Esto también es exacto, el Estado debe notificar a los damnificados cualquier cambio
—Eso espero. —Volvió su vista a Alison—. Liquídale los
honorarios al abogado —le indicó a su secretaria—; Paula y yo nos vamos.
Cogió a Paula de la mano y fueron a que recoger sus cosas en sus respectivas oficinas.
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