lunes, 18 de agosto de 2014
CAPITULO 121
Se metieron en el Competizione de Pedro y él condujo
por Madison Avenue, buscó aparcamiento y la llevó hasta el
interior de la catedral de San Patricio. Paula estaba extrañada, pero él estaba tan acongojado que no se atrevió a preguntarle y se limitó a seguirlo.
—Sabés que no soy un creyente ferviente, sólo practico lo
justo y necesario, pero después de que esa bala se hundiera en tu cuerpo, empecé a creer que las manos de Dios habían guiado a las de los médicos para que hoy yo pudiera estar acá diciéndote todo esto.
—Tranquilizate, Pedro.
—No puedo. Estoy asustado y me duele sentirme así, porque sé que debo ser tu sostén; pero la angustia se ha apoderado de mí. Te traje hasta aquí porque creo que es oportuno pedirle a Dios que bendiga nuestro amor.
Se sentaron en uno de los bancos del frente y Paula acarició a Pedro.
—Todo irá bien, porque nuestro amor es muy grande.
—Lamento haberte fallado.
—No me fallaste, Pedro; a veces las cosas pasan porque sí, y se nos hace difícil encontrarle una explicación lógica. Lo aprendí con la muerte de mi papá. Mi amor,Dios nos puso a prueba con lo que nos está pasando para unirnos más.
Él asintió con la cabeza y cerró los ojos, mientras ella seguía
sosteniéndole la cara; ladeó el rostro y le besó la mano. Emitió un suspiro y sacó una caja de joyería del bolsillo de su americana.
—Deseo reafirmar mi promesa de pedirte matrimonio, creo que es un día especial para hacerlo, porque hoy, más que nunca, quiero que sepas que defenderé nuestro amor con mi vida.
—Mi amor, nunca imaginé que llegaría a vivir momentos como éste. Cosas así son las que hacen que el resto se vuelva insignificante; no sabía que se podía amar tanto a alguien. —Él abrió el estuche, sacó el anillo y cogió su mano.
—Sólo deseo convertirte en mi esposa.
—Sólo deseo serlo.
—En tus brazos... y huir de todo mal. —Pedro leyó la
inscripción que había hecho grabar en la sortija, se la puso en el dedo y la besó.
El anillo era más impresionante que el anterior. Se trataba de un auténtico Harry Winston, con un diamante central en corte esmeralda, flanqueado a cada lado por unos más pequeños del mismo formato y contenidos por una hermosa banda de platino, también adornada con diminutas gemas.
Paula se quedó extasiada mirando la exclusiva pieza de joyería que Pedro había colocado en su dedo.
—¿Te gusta?
—Me fascina, me gusta incluso más que el anterior.
—¡Qué suerte, porque me costó mucho decidirme! El otro
tenía un valor emocional diferente; estuve tentado de comprarte el mismo, pero nos hubiera traído malos recuerdos, así que opté por uno distinto, para que su historia también se diferenciase.
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