martes, 19 de agosto de 2014

CAPITULO 123



El sábado fue la inauguración de Mindland. Se abrían las tres tiendas parisinas a la vez, pero la ceremonia central y más rimbombante se llevaba a cabo en el local de Saint-Honoré.


Luc Renau y Paula se habían conocido por videoconferencia, así que en cuanto entraron en el local el empresario y ella se saludaron.


—Señorita Chaves, es un placer; por fin, podemos
conocernos en persona.


—Lo mismo digo, Luc; aunque, si mal no recuerdo, nos
tuteábamos. ¿No quedamos así en nuestro último contacto vía Skype?


—Cierto, Paula, tienes razón.


—Te presento a la señora Ana Alfonso, mi futura suegra y la madre de Pedro.


—Un placer, madame. —El francés cogió su mano y se la
estrechó con muchísima caballerosidad.


—Y ella es mi madre, Luc.


—Alejandra Shultz, encantada.—Ale le extendió su mano mientras se presentaba.


—Bienvenidas a París, espero que disfrutéis de la ciudad.


—Sin duda, así lo haremos — contestó Alejandra con vehemencia—. Además de la inauguración de Mindland, hemos venido a buscar el vestido de novia de Paula.


—Por cierto, Paula, nos llegó la invitación a la boda. Muchas
gracias por tenernos en cuenta a Chloé y a mí para compartir ese momento.


—Esperamos que podáis venir.


— Es muy posible que vaya,esta semana te lo confirmaré; sin embargo, la que lo tiene un poco complicado con la fecha es mi hija —Paula respiró aliviada al oír eso, pues habían hecho la invitación sólo por cumplir con el protocolo.
Aunque tanto Pedro como ella esperaban que Chloé no tuviera la desfachatez de asistir—. Ocupémonos ahora del negocio, Paula, quiero presentarte a los empresarios que han venido. Hay algunos amigos inversores que estarían interesados en abrir filiales de Mindland en España, en concreto en Madrid.


—¡Oh, por supuesto, Luc! Cuidemos el negocio, quizá el
domingo podrías invitarnos a almorzar y mostrarnos un poco la ciudad, si no estás ocupado.


—Será un placer pasearme por París con estas tres bellas damas. Despreocupaos, yo me encargo de todo, os sorprenderé —dijo el francés mientras fijaba sus ojos en Ale. Luego se alejó con Paula.


—Amiga, el francés te acaba de echar el ojo —le susurró
Ana a Alejandra en cuanto se quedaron solas.


—¡Ana, estoy un poco mayorcita para eso!


—¡Para el amor no hay edad, Ale! Acordate de lo que te contó Paula en el hotel: él también es viudo, y encima es muy buen partido, ¿o me vas a decir que no es atractivo?


—Dios, me muero de vergüenza, Ana, ¡estoy acá con
mi hija! Además, ya te conté que, después de enviudar, no volví nunca a estar con otro hombre.


—¡Porque estás loca, mujer! Con lo atractiva que sos, te
consagraste al celibato. Por otro lado, estoy segura de que tu hija nos habló del estado civil de Renau con doble intención. Tenemos que revertir tu situación, Ale, debemos encontrarte un buen compañero.


—Ni lo sueñes, no estoy en subasta —afirmó Ana clamando al cielo.



Casi al final del evento...


—Paula, ahí llega Chloé. — Luc le hizo señas para que los
localizara y se acercara. Pero no venía sola, estaba entrando de la mano de un hombre. Paula le hizo una rápida radiografía a la francesa; tenía una figura escultural y aparentaba ser una auténtica devoradora de hombres, tal como la había imaginado.


—Hola, papá, he venido directamente desde el aeropuerto,
así que espero no tener muy mal aspecto. Por suerte, Damien fue a buscarme; si no, no hubiese podido llegar a tiempo.


Su padre la cobijó en su abrazo y le dio un beso en la sien.
Paula, al verla de cerca, sintió más rabia todavía. Su inmensa belleza le causó una punzada de ira y los celos se apoderaron por completo de ella al recordar lo sucedido en la suite de Pedro, meses atrás.


—Hola, Damien —saludó Luc de forma cordial y con un abrazo.


—Supongo que tú debes de ser Paula, ¿no?


—Hola, Chloé, supones bien. —Le extendió la mano, pero la
francesa se acercó y le dio un beso en cada mejilla.


—Te presento a Damien Duval, mi novio. 


Paula se puso contenta al saber que ella no estaba sola, pero, de todas formas, la conversación fue un tanto incómoda.


—Alejandra Shultz, mi madre, y Ana Alfonso, mi futura
suegra.


Se saludaron con dos besos y Damien estrechó la mano de ambas.


—Vaya, has venido muy bien acompañada; veo que Pedro te mandó con guardaespaldas.


—No, nada de eso —le replicó Ana, percatándose de la
ironía en la voz de la francesa—. Mi hijo confía plenamente en esta belleza, están muy enamorados y no existen desconfianzas entre ellos.


Paula le sonrió con dulzura y su futura suegra le hizo una caricia en el mentón. Lo que Paula no sabía era que Luciana, cuando se había enterado de que su madre viajaría a París con ella, la había puesto sobre aviso de lo ocurrido meses atrás con Chloé. «¡Zorra, tomá, chupate esa!», pensó Ana satisfecha mientras le ofrecía una sonrisa de lo más falsa.


—Sucede que, aparte de venir por negocios, he decidido comprar mi vestido de novia. Ana y mi madre me acompañan porque deseo hacerlas partícipes de este momento tan importante para mí; por eso las he invitado.


Paula se aferró a la cintura de su futura suegra, que la abrazó cariñosamente, y se sintió feliz al demostrarle el vínculo que tenían.


Luc parecía no darse cuenta de la tirantez de la situación: ese hombre estaba tan contento con la inauguración y tan obnubilado con la madre de Paula que todo el resto había pasado a un segundo plano.


Alejandra no terminaba de comprender muy bien el porqué de tan antipáticos comentarios; notaba la tensión en la voz de Paula, pero tampoco pudo prestar demasiada atención, pues la mirada constante y la conversación de Renau la tenían un tanto nerviosa.


Como quedaba poco rato para que la inauguración se acabara, Luc invitó a Damien, que era un abogado muy reconocido en París, a que lo acompañara, pues deseaba presentarle a algunas personas. Se excusaron brevemente y se alejaron, dejando a las mujeres solas. Chloé aprovechó entonces y, disculpándose frente a Alejandra y la madre de Pedro, llevó a Paula a un rincón. Ella aceptó, aunque bastante incómoda.


—Te debo una disculpa. —Paula no le contestó, pero Chloé
siguió hablando—: Me he portado como una verdadera zorra y, aunque no me creas, te aseguro que no soy así. Estaba muy mal anímicamente. Damien me había abandonado, habíamos roto y, aunque Pedro jamás me dio pie a que yo creyera que podíamos tener algo más... Yo estaba tan mal que vi en él a un hombre tan caballeroso y atractivo, para qué negarlo... —Su discurso era inconexo; las palabras le fallaban en la disculpa y parecía apenada—. ¡Qué puedo contarte que tú no sepas! Lo siento. Quiero decirte que me tomé libertades que no me correspondían y te pido perdón. Paula, sé que enviarte esa foto fue algo muy bajo, pero cuando lo hice estaba en pleno ataque de estupidez irracional. Me sentí rechazada, y por aquel entonces todo me salía mal; lo lamento, me siento muy avergonzada, sólo espero que puedas aceptar mis disculpas.


—Disculpas aceptadas — contestó Paula con sequedad.


—Quiero decirte, además, que Damien es la persona que amo. Lo que intenté con Pedro fue una gran estupidez y debo reconocer que sólo lo probé porque quería darle su merecido a mi novio y demostrarle que yo podía olvidarlo.
Él nos había visto juntos por casualidad y quise que pensara que... Bueno, mejor no te explico nada más porque tengo miedo de empañar más todo este embrollo.
En realidad, Pedro siempre se comportó de forma muy correcta conmigo; nuestro trato, por su parte, siempre fue muy profesional.


—Gracias por la aclaración, Chloé, aunque no hacía falta. En realidad, cuando Pedro me lo explicó, todo me quedó más que claro, cristalino. Nuestro amor es muy grande y la confianza que nos tenemos es infinita.


—Me alegro mucho, Paula, y me quitas un gran peso de encima, porque cada vez que recordaba mi estupidez me sentía muy afligida.
Estuve incluso tentada de llamarte, pero no quería seguir faltándote al respeto. Yo sabía que hubieras preferido que no estuviera aquí hoy, pero me fue imposible mantenerme alejada, pues mi padre está muy ilusionado en Mindland y me rogó que asistiera a la inauguración. — Paula cerró los ojos asintiendo—. Una cosa más y no te robo más tiempo: gracias por la deferencia en la invitación a la boda. Puedes estar tranquila, porque no iré; será mi padre quien vaya en representación de la empresa.


—Si lo deseas, puedes venir con tu pareja y no habrá problema.
Tu actitud de hoy habla muy bien de ti y, además, tendremos que seguir haciendo negocios, así que estaría bien que fuéramos subsanando nuestras diferencias, en pro del trato comercial que nos confiere.


—Gracias, lo pensaré, pero no quiero que el día más feliz de tu vida te sientas incómoda con mi presencia. Espero que mientras estés en mi país lo pases muy bien y que encuentres un vestido muy especial para tu boda.


—Gracias, Chloé.


Tras la inauguración, todos se fueron a cenar, menos Chloé, que se disculpó poniendo como excusa su cansancio por el viaje.

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