martes, 19 de agosto de 2014
CAPITULO 124
A media manzana de Saint- Honoré, estaba la tienda de
Pronovias donde Paula había elegido comprar su vestido.
En la página de Internet de esa firma comercial, había visto algunos modelos que le encantaron y concertó una cita. Llegaron puntuales y la gerente las recibió a las tres. Paula pidió ver de inmediato los tres modelos que más le habían gustado y, cuando se los probó, no era capaz de decidirse.
Ana y Alejandra estaban tan emocionadas viéndola vestida de novia, que no paraban de abrazarse y llorar, y tampoco eran muy objetivas. Finalmente, con la ayuda de la vendedora, y cuando su madre y su suegra se serenaron, logró tomar una decisión.
El domingo por la mañana, Paula alegó que le dolía la cabeza y que prefería no salir. Ana también se disculpó aduciendo que iba a aprovechar para visitar a una amiga que vivía en la ciudad, aunque la realidad era otra: ambas
se habían confabulado para no ir a la comida con Renau, dado que el francés había expresado sus intenciones con claridad y había llamado a Paula por teléfono para decirle que no se lo tomase mal, pero que estaba interesado en su
madre.
—¿Luc, me estás pidiendo permiso?
—No, Paula, sólo deseo ser sincero. Tu madre me gusta y me parece una mujer super interesante.
Sólo necesito su permiso para las intenciones que tengo, pero como tú y yo tenemos un trato comercial, no me gustaría que las cosas se mezclaran y, por eso, he preferido poner las cartas sobre la mesa.
—Pues adelante, Luc; mi madre es mayor de edad y ella
decide sobre su vida.
—En ese caso, ¿podría pedirte que buscaras la forma de que viniera sólo ella a la comida del domingo? —Paula sonreía en silencio al otro lado de la línea telefónica.
—Veré qué puedo hacer, Luc, a veces hay que darle un
empujoncito al destino. Te paso un dato útil: mi madre, por encima de todo, ama el buen humor de las personas. Dicho esto, te deseo suerte.
Alejandra no quería saber nada de ir sola a la comida.
—¡Mamá, no podemos dejarlo plantado! Andá vos, por favor, ¿qué tiene de malo? Yo prefiero quedarme acostada acá o el viaje de esta noche será un suplicio; no logré conciliar el sueño por la migraña.
Ana había quedado con una amiga y, como era su último día en París, no tenía posibilidad para arreglar otro encuentro.
Finalmente, Alejandra accedió y Luc Renau la pasó a buscar por el hotel para ir a almorzar.
—Espero no resultarte atrevido —le dijo el francés saliendo del restaurante—, pero considerando que esta noche os vais, me gustaría decirte que me encantaría que nos volviéramos a ver. Lo he pasado muy bien en tu compañía, Alejandra, tanto en la cena anterior como en esta comida.
—Gracias, Luc, yo también he disfrutado, pero, a nuestra edad, tu proposición suena un poco fuera de lugar.
—¿A nuestra edad? Perdón, Alejandra, pero creo que para los sentimientos no hay edad. Eres una mujer bellísima.
—Gracias —respondió ella y bajó la mirada, mientras paseaban por los jardines del Trocadéro, tras haber almorzado en la Torre Eiffel.
Luc sacó su móvil y le hizo una fotografía por sorpresa. Alejandra sonrió y posó para él con cierta timidez.
—Un pajarito me ha contado que para conseguir enamorarte tenía que hacerte reír, pero cada vez que te ríes, el que se enamora soy yo.
—¡Luc, qué vergüenza! ¿Acaso Paula...? —Él le guiñó un ojo, se aproximó a ella, la abrazó y la besó. Alejandra le siguió la corriente titubeando, pero era imposible ocultar que ese hombre la atraía.
—Lo siento, no pude contenerme. Quiero seguir viéndote,
Alejandra, aunque, en realidad, me encantaría que prolongaras este viaje para que pudiéramos conocernos mejor.
—Debo regresar, pero tengo que confesarte que también me encantaría poder conocerte más profundamente.
—En ese caso, ¿por qué no dar rienda suelta a esta historia? —le dijo el francés y volvió a besarla.
—¡Me siento una quinceañera, Luc! Desde que enviudé no he estado con nadie y ya no recordaba cómo era sentirse así.
—Me ocurre lo mismo. Me quedé viudo hace tres años y, en
todo este tiempo, ninguna mujer me ha provocado esta atracción que siento por ti.
El coche de alquiler que las iba a llevar al aeropuerto las
aguardaba en la puerta del hotel.
Las tres mujeres estaban en el vestíbulo.
—Tranquila, mamá, no te sientas mal por la decisión que
acabás de tomar. ¿Sabés? Me hace muy feliz que hayas optado por quedarte unos días más.
—Debo confesarte que me da un poco de vergüenza, hija mía.
—¡Fuera esa vergüenza, mami! ¡Animate a ser feliz! Realmente te lo merecés. Quizá Luc no sea el indicado, o tal vez sí, pero si no lo intentás nunca lo sabrás. ¡Vamos! ¡Arriba ese ánimo! Te juro que me voy pletórica dejándote acá, en París. —Le guiñó un ojo, la besó y después de despedirse, ella y Ana salieron del hotel rumbo al Charles de Gaulle.
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