domingo, 24 de agosto de 2014
CAPITULO 141
Esa noche Paula cayó rendida en la cama muy temprano, mientras Pedro se tomaba un mojito en la terraza. Luego entró y se quedó mirándola dormir; estaba desvelado, así que se sentó junto a la ventana y aprovechó para enviarle algunos mensajes con fotos a su madre. Desde donde estaba, podía contemplar el sueño reparador de Paula y se sintió afortunado de poder observarla así, serena y reposada. No pudo resistir la tentación de acercarse y se desvistió para meterse en la cama y embriagarse con su olor. Se puso frente a ella y la abrazó por la cintura; entonces, Paula se acurrucó en su abrazo. Él se quedó mirándola embelesado, hasta que el ritmo sosegado de su respiración lo embriagó y se durmió.
Pedro se despertó antes que ella. Tenía todo planeado y
estaba ansioso, se vistió a hurtadillas y, cuando estaba
terminando, oyó que golpeaban a la puerta y se apresuró para que Paula no se enterara. Era muy temprano, estaba amaneciendo, y él recibió el desayuno que había pedido en la habitación.
—Vamos, bonita, es hora de despertarse.
—¿Qué hora es, Pedro? Tengo sueño y estoy cansada, creo que nadar con tiburones me dejó sin fuerzas.
—Lo sé, mi amor, es muy temprano, pero hoy es nuestro
último día en Mérida y tengo una sorpresa muy especial para vos.
Que Pedro hubiera dicho «sorpresa» era suficiente para que
ella se despabilara. Después de desayunar con abundancia, y confiada a donde él la quisiera llevar, se vistió con rapidez y partieron.
A mitad de camino, Pedro frenó la camioneta que había alquilado y le cubrió los ojos con un pañuelo de seda púrpura.
—¿Falta para que lleguemos? —preguntó ella intrigada.
—Estamos a mitad de camino, aún falta.
—Entonces, ¿por qué me cubrís los ojos desde ahora?
—Porque no quiero que veas los carteles; si no te darías cuenta de adónde vamos y realmente quiero sorprenderte. Además, me costó mucho conseguir esto.
—Después de un rato, Paula volvió a insistir.—No llegamos más, Pedro, ¿falta mucho?
—¿Trajiste tu iPod?
—Sí, está en mi bolso.
Pedro se detuvo a un costado del camino para conectar el
dispositivo.
—¡Tenés una carpeta de Axel acá! —exclamó al encontrarla.
—Sí.
—Bueno, entonces lo escucharemos, me gustó mucho. A
ver si escuchando música dejás de quejarte.
—Lo siento, tenés razón, soy una quejicosa, ¡vos siempre
sorprendiéndome y yo protestando por todo! Creo que deberíamos haber planeado la luna de miel juntos, te esforzaste mucho para complacerme. —Buscó su rostro a
ciegas y lo besó.
—No seas tonta, mi amor, me encantó hacerlo, sólo pienso en mimarte.
Cuando llegaron, Pedro la ayudó a bajar y le hizo señas a
quien los estaba esperando para que permaneciera en silencio.
—¿Camina alguien junto a nosotros? —preguntó Paula.
Pedro miró al guía y le guiñó un ojo.
—Es posible... Tranquila, ya casi estamos. —Finalmente
llegaron a la entrada. Pedro le extendió la mano al guía para
estrechársela y el hombre desapareció—. Bien, ya estamos.
Le descubrió los ojos y estaban en la entrada de una
caverna. Paula se quedó ciega por un instante después de tanto rato con los ojos vendados.
Descendieron por una escalera de piedra hasta el primer nivel. La inmensidad del lugar era apabullante, igual que el cristalino azul turquesa del agua, iluminada a través de un orificio abierto en la parte superior de la caverna; desde
allí colgaban multitud de raíces.
Paula se tapó la boca.
—¡Pedro, me he quedado sin palabras! Este lugar es... un paraíso subterráneo, ¿qué es eso que cuelga de ahí?
—Son las raíces de un árbol que está en la superficie y que
fueron cortadas, aunque aún viven por la humedad del agua. ¿Te gusta? Será nuestro paraíso personal durante un par de horas.
—¿Cómo?
—Sí, tenemos el lugar reservado para nosotros solos por
dos horas; sigamos descendiendo.
Paula se lo quedó mirando atónita; no sabía si había entendido bien.
—¿Estás loco?
—Sí, mi amor, loco de amor por vos. —De pronto se sintió
sumamente emocionada y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin contención—. ¡Hey! ¿No te gustó mi sorpresa? —Paula se abrazó a su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas mientras lo besaba sin parar por todo el rostro.
—¡Gracias, gracias! ¡Sos increíble! No puedo creer lo especial y amada que me hacés sentir a cada instante.
—Vos también sos increíble, nena, y también me hacés sentir especial y amado a cada momento.
Amo mucho eso de vos: tu sencillez, tu emoción, tu entrega y tu agradecimiento constante.
—¡Cómo no voy a agradecerte las cosas, mi cielo, si sos el hombre más dulce que existe en esta tierra!
Te amo, Ojitos, te amo por lo que sos, no por lo que me das. No me importaría que fueses un indigente, amo lo que tenés acá dentro, ya te lo dije muchas veces —le confesó señalándole su corazón.
Descendieron hasta el otro nivel de la caverna por una escalera de madera. Se quedaron unos instantes admirando el lugar y luego volvieron a bajar un poco más, hasta una plataforma desde donde se podían tirar al agua.
—Quitate la ropa.
—Pero ¡no traje el biquini!
—Vamos, Paula, estamos solos.
—¿Estás seguro?
—¿Creés acaso que me gustaría que alguien viera a mi
esposa desnuda?
Se despojaron de todas sus vestimentas y se arrojaron al agua, nadaron durante un rato y luego se acercaron hasta la parte más baja.
Allá, rodeados de ese entorno magnífico y natural, no pudieron evitar que los besos y las caricias se apoderaran de ellos. Se gozaron, probándose una y otra vez. Él la penetró con ansiedad y le hizo el amor en el agua, entre besos, gemidos, grititos, mordiscos y vaivenes interminables. Así cedieron al derroche de pasión salvaje que los consumía. Después siguieron disfrutando durante un rato del tiempo en que ese paraíso personal les pertenecía.
—Jamás voy a olvidar este lugar, quedará para siempre
grabado en mi retina, Pedro.
—En la mía también; es nuestro paraíso propio. —La besó
—. Te prometo que algún día regresaremos.
—Te tomo la palabra y sé de sobra que la palabra de mi esposo tiene mucho valor. Esperaré ese día con anhelo.
Salieron de la caverna y recorrieron los alrededores del
cenote, donde también compraron algunas piezas de artesanía. Tras hacer algunas averiguaciones, fueron hasta la ciudad de Valladolid para almorzar en la
Taberna de los Frailes, un lugar con un ambiente exquisito y una comida y unos vinos excelsos.
Al salir, pasearon hasta algunos puntos significativos de la
ciudad y luego regresaron a la carretera. Estaban a medio camino de Cancún, su última parada del viaje. Casi al atardecer, llegaron al resort Live Aqua, uno de los más exclusivos del lugar, donde un botones los recibió y los ayudó con el equipaje. Después de comprobar las reservas, el personal del hotel los acompañó hasta la suite Sol y Luna, con vistas al mar y a la laguna. Entraron al recibidor y caminaron hasta el salón. Mientras Pedro se quedó dándole una propina al amabilísimo empleado, Paula se
fue directa al baño para llenar la bañera con hidromasaje y empezó a quitarse la ropa.
—Pedí servicio de habitaciones para la cena. A ver qué te parece: pescados, mariscos y algunos aperitivos más. ¿Te gusta o preferís que bajemos al restaurante?
—¡No! Sin duda, cenar acá es la mejor opción; hoy estoy muerta de cansancio.
—Yo también estoy agotado, aunque el viaje no fue demasiado largo, conducir por carretera me dejó hecho polvo. —Pedro estiró sus brazos y su columna vertebral.
—Hum, en ese caso, señor Alfonso, nunca mereció tanto un baño con su esposa en el jacuzzi y, como broche de oro, unos buenos masajes en la espalda.
—Es el mejor plan que se me ocurre, no tengo duda alguna.
Se dieron un beso. Paula estaba en ropa interior y él la había cogido por las nalgas. Ella lo llevó hacia el salón de la mano.
—Quiero ver el resto de la suite. Enséñamela mientras se llena la bañera.
De pasada, Pedro cogió una botella de agua del minibar y Paula le pidió una gaseosa. Salieron a la terraza desde donde se podía disfrutar de una asombrosa vista panorámica del mar Caribe.
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