lunes, 25 de agosto de 2014

CAPITULO 143



Aterrizaron en el aeropuerto JFK y, después de todos los trámites,salieron por la puerta de llegadas.


Oscar estaba allí, muy atento, y les hizo señas de inmediato para que lo vieran. Pedro empujaba el carrito con las maletas de ambos.


—Bienvenido, señor, señora...
Espero que lo hayan pasado muy bien, traen un muy buen bronceado caribeño.


—Lo pasamos genial, Oscar, gracias por venir a buscarnos.


—Sí, Oscar, gracias. Lo hemos disfrutado tanto que los días
pasaron volado.


—Me alegro. Señor, señora, para mí es un placer haber venido a recibirlos.


—Me parece todo tan extraño; siempre me ocurre lo mismo cuando regreso de viaje —dijo Paula. Pedro sonrió y le besó el cabello mientras la abrazaba más fuerte todavía.


Llegaron al apartamento de la calle Greene y se encontraron con la señora Doreen, que estaba guardando las compras que había realizado por la mañana.


—Señor, señora, ¡bienvenidos! Espero que disfrutaran.


—Ha sido espectacular, Doreen —le contestó Pedro y Paula
lo corroboró; como ella era más cálida, se acercó y le dio un beso a la empleada.


—Gracias, Doreen, por esperarnos con la despensa y la
nevera llenas.


En ese momento, Astrid, la niña de la señora Doreen, salió del baño, y al ver a Oscar salió corriendo hacia él y se echó en sus brazos.— ¡Papá!


Paula miró sin entender.


—Lo siento, señora, he traído a Astrid conmigo porque su maestra estaba enferma; espero que no le moleste.


—¡No, Doreen! ¿Cómo va a molestarme Astrid? No se preocupe por eso, pero, perdone, ¿he oído mal o Astrid le ha dicho «papá» a Oscar?


Sí, señora, él es el padre;Oscar es mi esposo —contestó
extrañada la señora Doreen.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro mientras se acercaba a la cocina, donde ellas estaban hablando.


—Me siento la mujer más idiota y despistada del mundo.
¿Oscar y Doreen son matrimonio?


—¡Claro, mi amor! ¿Acaso no lo sabías?


—¡No, Pedro, acabo de enterarme! ¡Nunca me lo habían dicho! Bueno, claro, no es que tengan ninguna obligación de comunicarme nada, pero...Oscar, lo siento, le juro que asumí que usted era soltero.


—Perdón, mi amor, porque nunca te lo haya explicado, creo
que di por supuesto que lo sabías.


—Juro que me siento muy estúpida. ¡Astrid, no me has
saludado! —exclamó Paula y la señora Doreen y Oscar regañaron a la niña. Pedro sonrió por el asombro de Paula—. ¡No la regañen, por favor! —Astrid fue con timidez hacia Paula y ella se agachó y le señaló su mejilla para que le diera un beso; la pequeña, que tan sólo tenía cuatro años, se aproximó—.¿Te acuerdas de mí, Astrid? —La niña asintió con la cabeza—. ¡Ah, qué bueno, porque tengo un regalo para ti!


Señora, no hacía falta que le trajera nada.


—Sí que hacía falta, Doreen, he traído regalos para todos, para usted también, Oscar; así que prepare un rico café mientras yo los busco en las maletas; así compartimos la entrega entre todos.—La mujer la miró algo cohibida.


—Vamos, Doreen, ya ha oído a la señora. —Pedro le guiñó un ojo.


—Sí, señor Pedro, claro.


Paula se acercó a la entrada, donde Oscar había dejado el
equipaje, con la niña de la mano.


—Permiso, yo me retiro.


—¿Adónde va, Oscar? ¡Tengo un obsequio para usted también!
Además, su señora está preparando café para todos. —Oscar miró a Pedro.


—¡Basta, Oscar! ¿Tú también me miras? ¿Soy un ogro acaso?
Para empezar, me siento supermal porque Paula no sabía que los dos estabais casados; después, si ella os dice que quiere tomar café con vosotros, tiene tanta autoridad como yo para decidirlo. ¿No os dais cuenta, acaso, de que ya ha acabado la luna de miel? Presiento que su duro carácter, cuando algo no le guste, ha acabado muy pronto. ¡Aprovechemos!


Todos se rieron, incluso Paula.


Mientras ella buscaba los regalos, Oscar se acercó a Doreen para ayudarla con el café y Pedro se metió en el baño.



 Paula le regaló a Doreen unas piezas de joyería de plata que habían comprado en Todos Santos. A la niña, le puso una cadenita con la virgen de Guadalupe y le dio un juego artesanal tallado en madera; Astrid estaba fascinada. Y Oscar recibió una botella de mezcal y un jarocho mexicano, un sombrero hecho de palma.— Oscar, tienes que tomar el mezcal con sal y limón, como el tequila. Allí escarchan el vasito con ambos ingredientes, así nos lo sirvieron.


—Gracias, señora, ha sido muy considerada en pensar en todos nosotros.


—¡Cómo no voy a hacerlo, si vosotros vivís pensando en mí y en Pedro!


—Además, no os imagináis con el gusto que eligió cada uno de los obsequios —agregó Pedro.


—Gracias a los dos, señor Pedro —dijo la señora Doreen.


—Astrid, ¿te gusta tu virgencita?


—Sí, Pedro, además Paula dice que me protegerá.


—Tienes que decirle «señor Pedro», Astrid, ¿desde cuándo tanta confianza? —la regañó su padre.


—Está bien, Oscar. Sabes que hace mucho que pretendo que tanto tú como Doreen me llaméis simplemente «Pedro», sólo que os empeñáis en no hacerlo; al menos dejad que Astrid lo diga así. — Paula le acarició la cara a su esposo, satisfecha por su sencillez.

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