lunes, 25 de agosto de 2014
CAPITULO 144
Por la noche, tenían una cita impostergable en el Belaire con la familia Alfonso, en la que Paula siguió repartiendo obsequios para todos. Ofelia estaba exaltada con su huipil yucateco, el vestido tradicional bordado de la península del Yucatán.
—Mi niña, hermosa, te juro que cuando me enteré de adónde iban, rogué para mis adentros que me trajeran uno de éstos. ¿Qué te pareció mi tierra?
—¡Hermosa, Ofelia! Me encantó cada rincón que recorrimos
y lo más fascinante es la historia que guardan esas tierras.
—¿Así que fueron a Todos Santos? Ése es mi pueblo.
—Sí, Pedro me lo dijo cuando estuvimos allí.
—¿Te gustá tu hamaca,Ana? Es para que te recuestes a leer en Los Hamptons.
—Me encantó. Todo lo que trajeron es bellísimo, esas estatuas y las artesanías también lo son. Me fascina lo que le regalaron a Horacio. Estará muy apuesto con su camisa guayabera.
En ese momento, entraron en la sala Luciana y Ruben, que eran los únicos que faltaban por llegar.
Paula pegó un grito cuando vio la enorme barriga de su cuñada y se levantó a abrazarla.
—¡Me muero, Luciana, cómo te creció! —Paula se tapó la boca y se agachó para besársela.
—¿Viste? Y, además, ¿saben qué? Pedro ya podés empezar a pagarme tu apuesta, porque perdiste: ¡es una niña!
Todos se reían y se mostraban muy felices.
—¡Ay, Dios! Te compadezco, cuñado, ¡dos mujeres cuando mi hermana ya vale por tres! —bromeó Pedro.
—Y embarazada todo se potencia, ¡no te imaginás lo
histérica y caprichosa que está! — afirmó Ruben y Luciana lo miró fulminándolo.
—¡Qué hermoso bronceado caribeño traen! —añadió Alison.
—Mi hijo está hermoso —dijo Ana, mientras se acurrucaba entre sus brazos—. ¡Sus ojos están de infarto con ese bronceado!
—Mejor no toquemos ese temita —sugirió Paula—, ni te
imaginás los piropos que recibía en la playa y cómo lo miraban en todas partes. No me hagas recordar, porque yo hervía de celos y él se desternillaba de risa.
—Lo más importante es que lo disfrutaron —intervino su otra
cuñada.
—Ni te imaginás, Lorena. Lo pasamos espectacularmente bien cada día, a veces no nos alcanzaban las horas para todos los planes que hacíamos.
—Hermanito, te veo muy bien, creo que el matrimonio te sienta de maravilla, se te ve muy feliz. — Pedro chocó las manos con Federico.
—¿Muchos temas pendientes en la empresa? —le preguntó
Pedro a Alison.
—¡Ah, no! Hoy es domingo y acá ninguno es mi jefe. Ni se te ocurra pensar que voy a ponerme a hablar de trabajo ahora; mañana arrancamos.
—Mi esposa tiene razón, durante el fin de semana, nada de
hablar de trabajo. Vos vendrás muy descansado, pero nosotros no.
—Y nosotros, Ana y Ofelia, ahora que Pedro y Paula ya
están acá, mañana mismo nos mudamos a Los Hamptons — aseguró Horacio.
—¡Qué buena noticia, querido!
—Lamento el juicio que están teniendo que afrontar en la clínica —les dijo Pedro a Hernan y Luciana, muy apenado; ese tema lo tenía bastante inquieto.
—Me tiene sin cuidado la zorra de tu exsuegra, sólo es una
pérdida de tiempo, quiere hincharte las pelotas —dijo Luciana y Hernan le dio un puñetazo a Pedro en el brazo.
—¡Cambiá esa cara! Los contratos que firmó Julieta son
legales, no conseguirán nada, sólo que perdamos el tiempo nosotros y ellos.
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