jueves, 28 de agosto de 2014
CAPITULO 155
Estaban ambos durmiendo abrazados en el apartamento de la calle Greene, cuando de madrugada sonó el teléfono de Pedro. Paula se despertó sobresaltada.
—Pedro, mi amor, suena tu teléfono.
Adormilado, después de que su mujer lo zarandease para
despertarlo, atendió la llamada. Era Ruben— Hello...
—Cuñado, estamos en la clínica, Delfina está a punto de
nacer.
—¿Cómo está Luciana?
—Está bien, todo está bajo control, pero vení, tu hermana
quiere que estés acá con ella.
—Sí, por supuesto, se lo prometí; ya mismo voy para allá.
Paula, que había escuchado la conversación, ya estaba en el vestidor buscando ropa que ponerse.
—¿Adónde vas?
—A la clínica, ¿dónde creés que voy a ir a estas horas? —le
contestó muy fresca.
—Quedate descansando, estabas agotada.
—Estás bromeando, ¿no? ¿Mi sobrina está a punto de nacer y suponés que voy a quedarme durmiendo? ¡Ni lo sueñes! Si no me llevás, llamo a Oscar para que venga a buscarme.
Pedro sabía que era inútil discutir, pero al menos lo había
intentado.
Llegaron a la clínica y se encontraron con la noticia de que
Luciana ya estaba en la sala de partos. La familia Alfonso en pleno estaba ahí, junto a la familia de Ruben, todos expectantes. No había pasado ni media hora cuando éste salió con una sonrisa de oreja a oreja y cargando a su hija. Todos se abalanzaron de inmediato para conocer a la pequeña, que era idéntica a su padre. Después de que todos babearan durante un rato, Ana preguntó:
—¿Cómo está Luciana?
—Perfecta, el parto fue muy rápido, por suerte. Voy a
devolverle a Delfina y a ver si ya la han trasladado a la habitación Suban y esperen allá.
Hicieron lo que Ruben les decía y, a los pocos minutos de entrar en la habitación, trajeron a Luciana en camilla y a Delfina en una cuna. El orgulloso padre iba con ellas.
A pesar del esfuerzo, Luciana estaba radiante. Todos se centraron en la recién nacida, salvo Paula que quiso informarse sobre el parto.
—Contame, Luciana, ¿los dolores son muy fuertes?
—No lo sé, pues cuando empezaron, pedí la epidural, pero
ya sé que vos no la querés.
—No, por ahora es lo que pienso, aunque Pedro no está del
todo de acuerdo. Igual, te confieso que tengo un poquito de miedo a que los dolores sean realmente demasiado intensos.
—Bueno, en ese caso, siempre podrás pedirla.
—Sólo espero que pueda tener un parto natural, aunque sé que siendo dos es bastante improbable.
—Tranquila, te aseguro que en ese momento lo único que querés es ver a tu hija en tus brazos; todo el resto pasa a un segundo plano.
—Delfina es hermosa, Luciana, me siento sumamente
emocionada.
Se abrazaron con mucho cariño. En ese momento, y aunque
Luciana era la dueña de la clínica, entró la tocóloga que había asistido su parto y, como si se tratara de una paciente más, les pidió a todos que se retiraran para dejarlas descansar a ella y a la niña
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