sábado, 30 de agosto de 2014
CAPITULO 160
Dormían profundamente, Pedro la tenía abrazada por detrás, con una mano aferrada al vientre. Paula se despertó de madrugada, se sintió mojada y de inmediato se dio cuenta de que estaba teniendo una contracción, aunque no era muy dolorosa. Entonces, reparó en que había roto aguas.
—¡Pedro! —Paula le dio un pequeño codazo—. ¡Pedro, mi amor, despertate!
—¿Qué pasa, Paula? Dormite, es de madrugada.
—Rompí aguas, Pedro.
—Bueno, dormite.
De pronto, se dio cuenta de lo que Paula le había dicho y se sentó en la cama como si le hubieran puesto un resorte y se tocó el pijama; él también estaba todo mojado.
—Chis, Paula, ¿te sentís bien?
—Sí, aún no siento dolores fuertes, pero tengo contracciones; eso fue lo que me despertó. Andá a llamar a mi mamá y avisale a la doctora de que vamos para allá;
quiero ducharme, dale, ayudame. — Pedro estaba de pie al lado del cama y se rascaba la cabeza—. ¡Pedro, reaccioná, por favor! Movete, hacé lo que te dije y andá a llamar por teléfono al resto de la familia, por favor.
—Sí, sí ahí voy. —Salió despedido del dormitorio hacia el
que Alejandra ocupaba—. ¡Ale, despertate, por favor! ¡Paula rompió aguas!
Alejandra había saltado de la cama en cuanto oyó los golpes en su puerta y abrió con premura. Ambos corrieron hacia el dormitorio principal.
—¿Estás bien, hija?
—Sí, mamá, tengo contracciones pero son leves.
Quiero darme una ducha.
—Yo te ayudo —dijo Pedro—, también necesito una porque estoy todo mojado.
—¿Llamaste a la doctora? — le preguntó Paula; Pedro estaba atontado, parecía no reaccionar.
—Ahora lo hago.
—Bueno, yo los dejo. Si quieren puedo colaborar llamando
al resto de la familia.
—No te lo tomes mal, Ale, pero quisiera avisarles yo.
—¡Cómo me lo voy a tomar mal, tesoro! Me parece muy tierno por tu parte. —Alejandra besó a Pedro en la mejilla, después abrazó a Paula conmovida y se marchó para cambiarse.
Cuando llegaron a la clínica, todos los Alfonso estaban ahí,
pues a ellos les quedaba más cerca.
La obstetra también los estaba esperando. Las contracciones, a esas alturas, ya eran más frecuentes y eran bastante más dolorosas.
Metieron a Paula en una habitación y comenzó el control previo.
Primero, la conectaron a un monitor fetal; luego, la doctora Martín Toribio le hizo un tacto y pudo comprobar que ya había dilatado un poco más de la mitad.
—Paula, ¿no quieres que te pongamos la epidural?
—No, doctora, estoy bien así, quiero sentir nacer a mis hijos.
—No seas tozuda, Paula — protestó Pedro. En ese momento, llegó una nueva contracción y ella le estrujó la mano, mientras respiraba como le habían enseñado en el curso de preparación al parto.
—Tranquilo, Pedro, todo está bien y si Paula desea parir así, no es bueno que la pongamos nerviosa.
Cuando pase la contracción, estaría muy bien que te sentaras un rato y tú, Pedro, le masajearas la espalda para que se relaje un poco. Vuelvo dentro de un rato.
Pasó otra media hora y las contracciones cada vez se volvían más intensas.
—Vale, Paula, recuéstate un momento —le pidió la ginecóloga, que había regresado—. Voy a mirarte para ver la dilatación del cérvix. Mientras se estaba recostando, llegó otra contracción más intensa.
Entonces, la doctora Martín Toribio esperó a que pasara e hizo la revisión después.
—Vale, Paula, lo estás haciendo muy bien. Recuerda que
siempre estamos a tiempo de ponerte la epidural o, si lo
prefieres, de hacer una cesárea.
—No quiero —contestó Paula de forma entrecortada mientras tenía una nueva contracción.
—Vale, vale, tranquila, no haremos nada que tú no desees.
Pedro no estaba muy de acuerdo, le parecía un sufrimiento
innecesario, pero como no deseaba que se pusiera nerviosa, no la contradecía, sólo se encargaba de acompañarla y contenerla. Él estaba sobre la cama y, cuando venía la contracción, le masajeaba la espalda y la abrazaba con fuerza respirando junto a ella, como les habían explicado en el curso prenatal. Después de esa contracción, la doctora terminó de revisarla.
—Todo está perfecto, mejor nos vamos ya para la sala de partos.
Paula, cuando venga la próxima contracción, empuja un poco; eso te aliviará bastante. —Paula estaba aferrada a Pedro y hacía lo que la doctora le indicaba—. Basta, Paula, suficiente. Nos vamos para la sala de partos, ya has empezado a coronar. Tranquila, ya queda poco, pronto tendrás a tus bebés en los brazos.
Salieron de la habitación en camilla. La familia entera se
percató de que ya la trasladaban y se acercaron a saludarla. Una nueva contracción llegó a medio camino, así que Pedro los apartó a todos de mala manera para que los dejaran caminar; estaba muy nervioso.
En la sala de partos, todo estaba preparado para recibir al
primer bebé, el varón.
—Vale, Pedro, sostén la espalda de tu esposa. Paula, cuando venga la contracción empujarás con energía y de manera continuada. Haz fuerza hacia abajo y tú, Pedro, tienes que sostenerla. Ahí viene, ¡vamos, empuja!
—¡Aaaaaah!
—¡Empuja, empuja! No dejes de hacerlo hasta que sientas que la contracción se va. Bien, muy bien.
Ahora relájate, mamá, lo estás haciendo muy bien, Paula. Descansa un poco, toma aire que ahí viene la otra. Volverás a empujar igual, ¿de acuerdo? ¡Vamos, va, ahora!
—¡Aaaaaah!
—Ven,Pedro, ven a ver cómo nace tu hijo. La enfermera sostendrá a Paula. Con la próxima ya lo tendremos afuera. Toma aire y prepárate, porque ya está a punto de nacer. Cógete al potro y emplea toda tu fuerza para ayudarlo a salir.
Vamos, respira hondo que ahí viene la contracción.
—¡Aaaaaah!
—Sigue así, vamos, continúa —le indicaba la doctora.
—Dale, mi amor, ya salió la cabeza. —Pedro tenía los ojos
llorosos y estaba filmando el momento del nacimiento.
—Ahí viene la otra, vamos que con ésta ya sale —la animó la obstetra.
Paula hizo una fuerza mucho más intensa y el bebé finalmente nació. Lo sacaron y lo apoyaron en su pecho. Le entregaron unas tijeras a Pedro y él, con los ojos embargados de emoción, cortó el cordón umbilical. Luego se movió y apresó los labios de su esposa, mientras sostenía la manita de su hijo. Ambos lloraban conmovidos.
Pedro tenía un nudo en la garganta, pero todavía estaba nervioso.
Rápidamente, cogieron al bebé y se lo llevaron para hacerle las primeras revisiones. Pedro estaba expectante a lo que los médicos dijeran.
—Está perfecto, su test de Apgar ha dado 9. Tranquilo, papá, su hijo está increíblemente sano — le explicó el neonatólogo a Pedro. Y entonces él volvió con Paula, que aún tenía que dar a luz a su hija.
—Benjamin está perfecto —le informó.—. Pesa 2,550 kilos.
¿Cómo estás, mi amor?
—Estoy bien, cansada, pero bien, aún tengo energía. ¡Qué
tranquilidad saber que todo va bien!
—¿Realmente te parece que vas a poder? ¿No querés aliviarte el dolor con la epidural?
—Estoy bien, mi vida, quiero sentir nacer a mi hija también.
Una nueva contracción interrumpió la conversación.
—Con la próxima contracción, empujarás un poco, Paula, para ayudarla a descender —le indicó la doctora—. Toma aire, inspira con fuerza y así preparas bien tus pulmones. Ahí viene, Paula, empuja mientras dure.
—¡Aaaaaah!
—Vale, vale, tranquila, ya es suficiente, ya ha descendido
bastante. —La obstetra también manipuló un poco su barriga para ayudar a que la niña se colocara mejor. ¿Te sientes con fuerzas suficientes, Paula?
—Sí, estoy bien —contestó fatigada, pero muy decidida.
—Perfecto, cuando venga la siguiente contracción, no empujes, tan sólo respira y, en la próxima, iremos con toda tu energía, ¿sí?
Hizo dos pujos más y un último, en que, incitada por Pedro y la ginecóloga, sacó fuerzas de donde ya no le quedaban.
—¡No puedo más, no podré!
—Una más mi vida, ¡vamos! Su cabecita ya está fuera, ¡vamos, sí que podés!
—Vale, Paula, tan sólo un esfuerzo más y todo terminará. ¡Ahí viene! ¡Empuja, mujer, que ya nace tu hija!
— ¡Aaaaaah!
El llanto de la pequeña fue casi inmediato. La pusieron en
seguida sobre el pecho de su madre y, mientras Pedro cortaba el cordón, los tres dieron un verdadero concierto de gimoteos. Se llevaron a la pequeña para hacerle las primeras evaluaciones y su test de Apgar dio 8, que también era muy bueno. Pedro estaba atento a la niña,mientras Paula expulsaba las placentas. Iban a comenzar a suturarle la episiotomía, cuando apareció Pedro con ambos bebés en sus brazos. Con la ayuda de una de las enfermeras, se los colocaron a Paula encima, que otra vez se puso a llorar de emoción.
—¡Son hermosos, mi amor! ¡Gracias! Soy el hombre más feliz de esta Tierra.
—Gracias a vos por permitirme ser la madre de tus
hijos. No puedo creer que ya estén con nosotros.
—Yo tampoco puedo creerlo, ¡son tan bonitos...!
—Ambos son igualitos a vos, Pedro.
—Paula, aún no se puede saber, están recién nacidos.
—¡Felicidades, mamá, papá! No quisiera interrumpir este idilio con vuestros hijos —les dijo la doctora—, pero tengo que coserte, Paula. Pedro, ¿por qué no vas a presentarlos en sociedad mientras yo termino aquí con esta madre tan valiente?
—¡Ya lo creo que es muy valiente! —exclamó él henchido de orgullo y le dio un beso en la boca a Paula—. Mi esposa es sumamente valiente. Te amo, ya vuelvo.
—Te infinito, mi vida, regresá pronto.
Todos estaban expectantes en la sala de espera. Ya sabían que los mellizos habían nacido y que estaban bien, porque Luciana y Hernan, utilizando sus privilegios, habían recopilado información. De improviso, por la puerta de la sala de partos, apareció Pedro con sus dos hijos en brazos y una sonrisa que ocupaba toda su cara.
Todos se abalanzaron sobre él.
Alejandra, sumamente conmovida, no paraba de llorar y de besar las manitas de sus nietos, al igual que Ana. Horacio le palmeaba la espalda a su hijo y le besaba la mejilla. Luciana lloraba emocionada abrazada a Ruben y los demás no paraban de felicitar a Pedro que estaba extremadamente feliz, exultante.
—Son idénticos a vos, mi cielo.
—No exageres, mamá, son recién nacidos.
—Pues me temo que tu madre tiene razón, Pedro, no tienen nada de Paula. La recuerdo muy bien de recién nacida —comentó Ale.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario