viernes, 8 de agosto de 2014
CAPITULO 90
La noche había llegado.
Pedro había terminado de darse una ducha y estaba secándose enérgicamente el pelo con una toalla mientras tenía otra enrollada en la cintura. Paula lo admiraba desde la cama. Su hombre era muy deseable y se lo estaba comiendo con los ojos. Él sintió que ella no lo perdía de vista, lo estaba repasando de pies a cabeza. Entonces,
Pedro se dio la vuelta, sonrió y le guiñó un ojo. ¡Menuda sensación la que le causaba que la pillara!
Ella también se rió y se llevó un dedo a la boca mientras su mente la trasladaba al día en que se habían conocido; su memoria retrocedió, precisamente, al momento en que él la había pescado observándolo embobada, mientras hablaba por teléfono en el Bistró del Faena.
Aquel día parecía tan lejano y, en realidad, tan sólo habían pasado unos pocos meses, aunque si lo pensaba un poco, todo lo que había sucedido entre ellos había sido increíblemente intenso.
Pedro fue al vestidor y salió con un bóxer negro, preparado
para meterse en la cama con ella.
Se sentó contra el respaldo y la invitó a acurrucarse bajo su abrazo, mientras le besaba la coronilla.
—¿Estás cansada?
—No —negó ella con la cabeza—, dormí toda la tarde.
¿Sabés? Estoy muy feliz de estar en casa.
—Yo también estoy feliz, y me encanta que digas «en casa»: me fascina saber que lo sentís así. — Ella aún se movía con dificultad por los tironcitos que le daban los
puntos de la herida, pero eso no le impidió darse la vuelta y olerlo.
—Hum, ¡qué bien olés siempre, mi amor! —le dijo y le
besó el cuello. Él se retorció con el gesto—. No soportaba más esa cama de hospital, no hay nada mejor que esto, extrañaba mucho tu contacto.
—También yo, aunque sólo podamos mimarnos así. —
Profundizó su abrazo—. Sentir tu cuerpo es de ensueño.
—Te amo, Pedro, te amo tanto..., mi amor. Tuve tanto miedo
de no poder decírtelo nunca más...
—Hey... —la apartó y la miró —. ¿Otra vez con esa angustia? Preciosa —le dijo, e hizo una pausa para abrigarla más aún entre sus brazos, con posesión y el
convencimiento de que nada más podría pasarle—, no pensemos más en cosas tristes.
—Pero necesito hablar. Sé que no querés que recuerde el ataque de... —dudó antes de decir su nombre— Rachel, pero necesito hacerlo, me urge contártelo y quitarme de encima todas esas sensaciones horribles que tengo
guardadas adentro. Ahora recuerdo bien todo; los primeros días me sentía aturdida y sólo rememoraba algunos momentos, pero ahora tengo todo más claro.
—A ver, dejame decirte algo.—La miró a los ojos profundamente —. Hoy no, Paula. Mañana vendrá
un abogado y vas a tener que hacerlo con todo lujo de detalles.
Después, por la tarde, se acercará a casa el detective Clark para tomarte declaración. ¿Es necesario que la primera noche que volvemos a casa lo repasemos también? —Paula dio un respingo.
—¿Mañana tendré que declarar?
—Sí, preciosa, ya no podemos postergarlo más, ¿te parece que podrás?
—Sí, por supuesto, lo haré.
—Bien. De todos modos, el abogado nos instruirá por la
mañana; me lo ha recomendado Federico, que ya se enteró.
—¿Cuándo se enteró?
—Hoy, y se enfadó mucho porque no los habíamos avisado,
pero... ahora vamos a acostarnos y a dormir en la paz de nuestro dormitorio. —Ella asintió con la cabeza y se deslizó en la cama con dificultad. Pedro la ayudó y esperó
pacientemente para arroparla, luego se acostó a su lado.
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