viernes, 15 de agosto de 2014

CAPITULO 113



El miércoles, a las 12.35 horas, la nave de Air France
aterrizó en Nueva York. Paula lo había llamado el domingo muy brevemente y no habían hablado más, sólo alguna que otra efímera cadena de mensajes que siempre iniciaba Pedro


Oscar lo recogió en el aeropuerto.


—Bienvenido, señor, yo me encargo de su equipaje. —De allí, fueron directamente a Mindland.


—¿Alguna novedad, Oscar?


—Nada, señor. —Pedro se lo quedó mirando.


—¿Qué pasa, Oscar? ¿Ya no te interesa trabajar conmigo?


—¿Cómo, señor? No entiendo por qué dice eso. —Pedro frunció la boca.


—Creo que se te olvidó contarme que el bróquer se
encontró con Paula en el aeropuerto, ¿o acaso no pensabas
decírmelo?


—Disculpe, pensé que la señorita Paula se lo diría, no quise
saltármela. —Pedro lo miró fulminándolo.


—¡Te pago para que me mantengas al tanto de todo y eso
incluye que me informes sobre quién se acerca a Paula! —le gritó


—. Por eso te dejé en Nueva York, para que te mantuvieras alerta.
Sinceramente, me siento muy decepcionado.


—Lo siento, señor Pedro, es que fue un encuentro fortuito. La señorita Paula no lo había planeado, pero veo que ella misma se lo dijo, como supuse.


—¡Como has supuesto! ¡Y una mierda! Quiero saber todo con lujo de detalles, ¡todo, Oscar! Desde que le dijo «hola» hasta que le dijo «adiós» y espero que hayas estado lo suficientemente cerca como para oír completamente todo lo que hablaron, porque, si no, ya puedes considerarte despedido.


El horno realmente no estaba para bollos. Lo que Oscar le contó lo puso furioso, pero su enfado no era con Paula, sino con Gabriel Iturbe.


—¡Ese malnacido, parece que no entiende!


Finalmente, llegaron a Mindland. Pedro entró en la empresa
y saludó brevemente a todos los que se cruzaron en su camino y casi ignoró a Alison, que ya se había reincorporado al trabajo. Sus pasos eran urgentes, necesitaba verla; necesitaba que, de una vez por todas, las cosas se arreglasen entre ellos, que entendiera que la amaba, que la necesitaba como nunca creyó que podría necesitar a otro ser humano. Entró en la oficina de Paula y encontró allí a Federico, que estaba discutiendo con ella la legalidad de unos contratos. En pocas zancadas, llegó hasta donde su amada estaba sentada, hermosa como siempre. Su corazón se derretía cuando la tenía enfrente.


Sin importarle que estuviera su hermano, la puso de pie y se fundió en un abrazo desmedido con ella; su gesto fue tan colosal que empezó a tener efectos curativos. Ese simple contacto físico, de pronto, compensó y mejoró la angustia contenida durante tantos días. Pedro sintió un gran alivio emocional.


Ella, en un primer momento, reaccionó con frialdad, pero luego, al captar las connotaciones que tenía ese abrazo, levantó sus brazos y también lo envolvió; ella también lo necesitaba. Pedro cerró sus ojos y hundió sus dedos en la espalda de Paula, la quería traspasar, y ella simplemente se echó a llorar en su hombro. Federico se dio cuenta de que estaba de más y, sin que lo advirtieran, salió de la oficina y los dejó solos.


Entonces, Pedro se apartó de ella y le cogió el rostro entre sus manos, la besó y le habló sobre los labios.— No llores, nena. Basta de lágrimas, por favor, no quiero que llores más. Te aseguro que te amo mucho más de lo que tus dudas te dejan ver.


La incertidumbre de Paula se disipó al verlo y supo, en ese
mismo instante en que él la aprisionó contra su pecho, que
utilizaría su sabiduría intuitiva y escucharía a su corazón; ese que le decía que necesitaba a ese hombre en su vida, con sus aciertos y sus errores, con todo y más. Ese abrazo significó la sanación a tantas indecisiones, alguien que no la amara realmente no hubiera podido abrazarla como Pedro lo había hecho; se sintió protegida, en confianza, con fortaleza y segura, por encima de todo.


Pedro tocó el borde de su boca con la lengua, la palpó y examinó esos labios, dulces como la miel y ardientes como el fuego, que ansiaba poseer con locura; los sedujo con los suyos, los acarició una y otra vez con su lengua experta, proporcionándoles cariño y cuidado, hasta que se abrieron
dándole paso a todos los rincones de su boca. Entonces su lengua ansiosa y voluptuosa se encontró con la suave y mansa de Paula, que se entregaba para permitir que la complaciera. Trazó con ella una danza alocada de pasión y urgencia que parecía no tener fin. En ese momento, se separó de sus labios por un instante y, sin aliento y de manera exacerbada, le habló:
—No puedo esperar para tenerte. No es la forma en que soñé volver a reanudar nuestra intimidad, pero no puedo aguardar más, Paula.


Se alejó un poco de ella y trabó la puerta. Luego se acercó de nuevo y volvió a asaltar su boca, probando el sabor de su aliento y las caricias de su respiración. Le levantó el vestido hasta la cintura y se aferró a sus nalgas con posesión,
marcando territorio mientras le hundía sus dedos abrasadores. La alzó sosteniéndola por el trasero y apretándola contra su cuerpo.


Paula, entonces, le enredó las piernas en la cintura y afianzó los dedos en su espeso cabello para darle más profundidad al beso.


Pedro la apoyó contra la pared y se refregó en su entrepierna; no podía pensar, sólo anhelaba que ella sintiera cuánto la deseaba. Sin soltarle las nalgas, la sentó en el escritorio y se apartó unos minutos para admirarla. 


Necesitaba que sus ojos azules se fundieran con su cuerpo, quería glorificarla; para sus pupilas, era una celebración poder encandilarse con ella. Se acercó de nuevo y se perdió en el escote de Paula, lamió el nacimiento de sus senos y, aunque intentó liberar uno de ellos, la hechura del vestido no se lo permitió, pero no iba a seguir perdiendo el tiempo. Bajó sus manos hasta sus caderas y se las acarició, la sedosidad de su piel era perfecta, ella estaba expuesta y
casi sin respiración frente a él.


Enganchó sus dedos en el tanga y lo deslizó por sus piernas, se agachó y besó su bajo vientre. Se quedó embelesado durante un momento con su monte de Venus depilado; lo acarició y deslizó sus dedos entre los pliegues de su vagina. Ella estaba muy húmeda, preparada para él, se había hecho agua entre sus manos y, entonces, un cúmulo de ansiedad se apoderó de sus entrañas. Pedro se bajó los pantalones hasta la rodilla y blandió su erección, dirigió su pene hasta la entrada de su vagina y se introdujo en ella despacio, mientras cerraba los ojos. En ese mismo instante, dejó escapar un gemido contenido y tembló; Paula, en cambio, permanecía expectante a todas sus emociones: necesitaba verlo gozar más que nunca, estudiar cada una de sus expresiones, pues descubriría en ellas lo que Pedro sentía de verdad. Aquel hombre estaba perdido, entregado; su rostro, extasiado, era más perfecto aún. Los músculos de su cara estaban en tensión. En ese preciso momento, abrió los ojos y clavó su profunda mirada azul en la de Paula.


—Esto es todo lo que necesito, esto es la gloria.


Tras permanecer unos segundos hundido en ella, comenzó
a moverse muy lentamente, una y otra vez; se balanceaba dentro y fuera, acariciándola con su sexo, le apretaba las caderas sin dejar de mirarla; la boca de Pedro estaba entreabierta y, con cada penetración, dejaba escapar el aliento. Paula metió sus manos por dentro de la camiseta para enterrar las uñas en su espalda y ayudarlo a ir más allá en sus embestidas, mientras abría sus piernas lo más que podía para que Pedro se encastrara en ella más y más profundamente.


—No me duele, Pedro, acelerá un poco, por favor, necesito más.


—Nena, tengo miedo de hacerte daño.


—Es mi cuerpo, yo te diré hasta dónde, más fuerte, por favor.


Susurraban para que nadie los oyese. Entonces, Pedro le cogió las piernas y se contoneó como ella le pedía, aunque sintió que así todo iría más rápido de lo que quería.
Sin embargo, en una ráfaga de conciencia, pensó que estaban en la oficina y decidió que era lo mejor.
Paula le habló al oído.


—Podés terminar adentro, ya he comenzado a tomar los
anticonceptivos de nuevo.


Pedro enarcó una ceja y le sonrió oscuramente, la contempló mientras seguía bamboleándose en su interior y buscaba ese éxtasis al que sólo ella podía hacerlo llegar.


Paula esperaba ansiosa esas cosquillas en su vientre, sentía que estaban muy cerca y, aunque le hubiese encantado que el momento no terminase nunca, tuvo la lucidez de pensar que estaban en Mindland.


Su vagina empezó a presionarlo y Pedro lo notó de inmediato: ambos estaban muy receptivos a pesar de la urgencia.


—Te amo, nena, te amo... Esto es sublime.


—Voy a correrme.


 —Lo sé, yo también, terminemos juntos, mi vida.


Se menearon algunas veces más hasta que un abanico de
sensaciones los invadió y expelieron todos sus fluidos. Se
quedaron respirando sin resuello, jadeando. Él la tenía aferrada de las caderas y mantenía su frente apoyada en ella; Paula le había clavado sus manos en la nuca. Pedro levantó los brazos, le acarició la espalda y la aprisionó un poco más contra él, para brindarle calor. Ella se agarró con fuerza a su cintura y lo rodeó con las piernas.


—Te amo, Pedro, necesito confiar en vos.


—Podés hacerlo, nena. Te juro que, desde que me enamoré de vos cuando te conocí, me he convertido en la persona más transparente del mundo. Me has cambiado la vida, Paula. 


Se limpiaron y compusieron sus ropas.


—¡Qué vergüenza, Pedro! ¿En qué momento se fue Federico?


—No te aflijas.


—Pero ¿cómo salgo ahora de acá?


—De mi mano, nena.


—Estamos locos. —Se carcajearon.


—Vayamos a saludar a mi hermano y a mi padre, y nos vamos a casa, ¿te parece?


—No, esperá, dejame recomponerme un poco; me siento
avergonzada. —Se abanicó con la mano. 


—Vamos, Paula, nadie notará lo que acaba de pasar acá.


Fueron al despacho de Federico y entraron sonrientes. Pedro soltó a Paula y abrazó a su hermano, a quien no había visto desde la boda; se palmearon la espalda.


—¡Ah, veo que te acordaste de que tenías un hermano!


—Lo siento, no quería ser desconsiderado, pero fue una
semana intensa en París y no veía la hora de encontrarme con Paula.


—Ya me di cuenta, ni siquiera se enteraron cuando me fui, me quedó bastante claro que estaban en su mundo. —Paula se removió incómoda—. Pero los comprendo; hoy, antes de venir para acá, comentábamos con Alison que
tenemos suerte de trabajar en el mismo lugar, porque después de los días compartidos en la luna de miel, nos hubiera costado horrores separarnos.


Pedro había vuelto a cobijar a Paula entre sus brazos y le besaba el cabello, la sien y la nariz.


—¿Cómo fue esa luna de miel?


—¡Increíble! Un viaje soñado.—Federico le palmeó la espalda a su hermano—. Les recomiendo esa escapada para ustedes también. ¿Ya saben dónde van a ir de luna de
miel?


—Aún no lo hemos decidido —contestó Paula, mientras se daba la vuelta y miraba a Pedro a los ojos.


—Pasaron tantas cosas que nuestros planes se detuvieron un poco, recién ahora estamos retomando nuestra normalidad — explicó Pedro y Federico hizo una mueca para demostrarles que lo sentía.


— Pero no cambiaron la fecha, ¿verdad?


—¡No! —contestaron ambos al unísono.


Llamaron a la puerta y Horacio se asomó, después de que Federico le indicara que entrase.


—Alison me dijo que estaban acá. Me enteré de que habías
llegado, Pedro, y fui a tu oficina. — Se estrecharon en un abrazo que los dos necesitaban desde hacía semanas. Horacio le guiñó un ojo a Paula, para indicarle que todo volvería a estar bien con su hijo; luego se apartó, le palmeó el carrillo y le retiró el pelo de la cara —. ¿Todo bien por Francia?


—Todo perfecto, papá.


—Paula me contó alguna cosa.


—Cuando llegaste, estábamos revisando todo lo que nos habías enviado —acotó Federico.


—¿Por qué no van a casa? — les sugirió Horacio a Pedro y a Paula —. Andá a descansar del viaje, hijo, y por la noche vienen a cenar al Belaire con nosotros. Ahora que estamos todos en el país de nuevo, tu madre estará encantada de
tenerlos allí. Le pediré que avise a Hernan y a Luciana también. ¿Qué les parece? —Buscó la mirada de Federico, que asintió.


—Me parece perfecto — contestó Pedro—. La verdad es que necesito descansar unas cuantas horas, uno nunca duerme del todo bien en un avión.


En realidad, en este último viaje no había pegado ni ojo,
porque sólo deseaba llegar y ver a Paula. —Ustedes también vienen, ¿verdad? —insistió Horacio mirando a su otro hijo.


—Sí, viejo, seguro —le prometió Federico.

6 comentarios:

  1. hayyyy que lindo que se reconciliaron!!!!!!!!!!!

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  2. Buenísimos los 3 caps. Finde largo, como q podríamos recibir + de 3 caps jaja

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  3. JAJA NOP POR QUE YA TENGO ARMADOS LOS 3 DE MAÑANA

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  4. Que alivio !!! Ahora a disffutarse, lindos capítulos

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  5. Q capítulos!!! Menos mal q pudo convencerla! No pueden tener una vida en paz! Amo esta novela! tiene todo: amor, tragedia, pasión y más amor!

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  6. Me encanto!!! Que suerte que se reconciliaron!!!

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