jueves, 7 de agosto de 2014
CAPITULO 88
Los médicos y la policía habían llegado al baño guiados por el personal del hotel, a quien ya se había dado el aviso. Para intentar reorganizar la escena los hicieron salir a todos, salvo a Pedro, que no quería apartarse de ella.
Dos detectives interrogaron a la familia, cuyos integrantes, con grandes esfuerzos, se empeñaban en relatar los pocos hechos que podían referir de lo que allí había ocurrido.
—Voy a necesitar ver las cámaras —dijo el detective Clark
al personal del hotel mientras señalaba los dispositivos instalados en la entrada del baño.
—Por supuesto, el jefe de seguridad lo acompañará.
—¿Me permiten ir con ustedes? Quizá pueda reconocer a
alguien.
—Disculpe... ¿Qué parentesco lo une a la víctima?
—Es la prometida de mi hijo.
—Venga conmigo, por favor —le indicó el detective y Horacio lo siguió.
Trasladar a Paula al hospital era realmente urgente, porque había perdido demasiada sangre y sus constantes vitales no eran alentadoras. Dentro del baño, el servicio de urgencias se esforzaba denodadamente en detener la hemorragia, pero parecía una tarea imposible, así que en cuanto le
colocaron las vías, subieron a Paula a la camilla y partieron a toda velocidad. Pedro los acompañaba sin soltar la mano de su chica.
Ella no había vuelto a recobrar la conciencia y la urgencia de los médicos ponía de manifiesto que su estado era realmente grave.
—¿A qué hospital la llevan? —se interesó Hernan.
—Al Lenox Hill.
—Tranquilo, Pedro, nosotros te seguimos.
Pero él parecía no oír nada, sólo estaba centrado en Paula.
Subieron la camilla a la ambulancia y Pedro se acomodó donde le indicaron.
Los médicos, entretanto, advirtieron por radio al hospital que ya estaban en camino e informaron de las condiciones de la
paciente, para que supieran a qué atenerse cuando llegaran.
Dentro de la ambulancia, el personal médico hizo muchos
esfuerzos por estabilizarla.Necesitaban asegurar una
respiración y un flujo sanguíneo adecuados, para poder identificar las lesiones implicadas, pero Paula no reaccionaba a nada. En pocos minutos, entró en choque
hipovolémico, es decir, su corazón se volvió incapaz de bombear suficiente sangre al resto del cuerpo; lo que significaba que la emergencia era aún mayor. Su presión arterial había caído considerablemente y decidieron inyectarle medicación para mejorar su ritmo cardíaco.
Pedro se cogía la cabeza sin creerse del todo lo que estaba
ocurriendo; sólo quería despertarse y ver que todo había sido una pesadilla. La sirena de la ambulancia abriéndose paso en la madrugada de Manhattan retumbaba en su cabeza. Paula estaba muy mal, se daba cuenta, no hacía falta que preguntase nada para saberlo, ella parecía irse por momentos de entre las manos de los médicos.
—Paula, mi amor, estoy acá, por favor, reaccioná —le
suplicaba, mientras se mesaba el cabello con desesperación.
—¡Ha entrado en parada cardiorrespiratoria! —vociferó uno
de los médicos y, acto seguido, comenzó con la reanimación y el masaje cardíaco. Pedro se sentía sofocado, creía que él también iba a dejar de respirar junto con ella.
Llegaron al Lenox Hill, donde el equipo de urgencias los estaba esperando. La ingresaron con gran celeridad. La puerta de la sala se cerró delante de él: Pedro tuvo que quedarse fuera, ahogado en su angustia, anegado de miedos y oprimido por la congoja. Su mente repasaba lo que había pasado aquel día. Las imágenes iban y venían sin orden en su cabeza, como destellos que aparecían y desaparecían.
La veía sonriendo mientras bailaba aferrada a su mano,
desfilando para él en la habitación del Four Seasons, extasiada entre sus brazos dentro del jacuzzi, sosteniendo el ramo que había atrapado y enseñándoselo feliz y, por último, tirada en el baño sobre su propia sangre con la mirada perdida.
Estaba enloqueciendo. Su familia no tardó en llegar para
acompañarlo: Ruben se había encargado de llevar a todas las mujeres; Horacio y Hernan se habían quedado con los detectives para hacerse cargo de la situación.
—¡Hijo querido!
—Mamá —exclamó Pedro con un hilillo de voz al verla. Se abrazó a su madre con desesperanza, mientras Luciana le acariciaba la espalda para infundirle consuelo.
—¿Qué sabés?
—Estaba muy mal. Cuando llegamos había sufrido una parada cardiorrespiratoria, no sé nada más... Ya hace rato que espero, pero nadie sale para informarme y estoy desesperado. —Se aferró a su madre y hundió la cara en su cuello.
—Tranquilo, hijo, todo saldrá bien. Tengamos fe.
—No puedo tranquilizarme, mamá, no puedo imaginar que ella me falte. ¿Qué voy a hacer, mamá?
—Tranquilizate, hermanito. Escuchame, si no salieron todavía, eso indica que pudieron reanimarla —intervino Luciana.
—Claro, hijo, tu hermana tiene razón. Si hubiera empeorado, ya habrían venido a informarte.
Hacía cuarenta y cinco minutos que habían llegado y nadie había salido todavía a decirles nada.
Parecía que se habían olvidado de ellos. Pedro caminaba de un lado a otro, se sentaba y se agarraba la cabeza, se secaba las lágrimas que asomaban de sus ojos cuando temía lo peor y volvía a levantarse. De pronto, la puerta de la sala de urgencias se abrió y un médico se asomó. Pedro se abalanzó sobre él buscando información y los demás también se pusieron en pie
súbitamente y se acercaron para recibir las noticias.
—Hemos conseguido estabilizarla, ha salido de la parada
cardiorrespiratoria y ya está en quirófano. Pueden subir a la décima planta, donde les informarán más tarde.
—Pero... ¿es muy grave? — preguntó Pedro, que necesitaba saber; la incertidumbre lo estaba matando.
—Es muy grave, no quiero mentirles. Es una lesión muy
delicada y su vida corre peligro, pues la bala ha tocado el hígado y es necesario extraerla cuanto antes.
El cirujano intentará hacer todo lo posible para reparar el daño y detener la hemorragia. Por suerte, estaban muy cerca y el traslado fue muy rápido: eso juega a su favor, pero, aun así, la operación es muy complicada. Lo lamento, quizá no sean las noticias que esperaban oír, pero, aunque resulte cruel, es bueno que sean conscientes de la gravedad de la herida. Por ahora, no puedo decirles más que esto; suban al quirófano y, cuando la intervención termine, el doctor Callinger saldrá a informarlos.
—Vamos, hijo, hagamos lo que el doctor nos indica.
Pedro seguía sin creer lo que estaba sucediendo. Su mente se había oscurecido, no podía pensar, no razonaba, el dolor y el miedo que sentía eran tan grandes que notaba un hueco inmenso en su pecho; le faltaba el aire y deseaba
que la puerta del quirófano se abriera y alguien apareciera
diciéndole que Paula ya estaba bien. Sólo ansiaba que ocurriera eso con todas sus fuerzas. Pero el tiempo resulta siempre ser un tirano. Había transcurrido otra hora y nadie le explicaba nada. De repente, se abrió la puerta del ascensor y salieron de él Horacio y Hernan, que caminaron hasta donde estaba sentada toda la familia.
—¿Qué noticias hay? — preguntó éste.
—Están operándola, aún no sabemos nada, sólo que la bala ha tocado el hígado —le informaron. Hernan y Luciana tenían conocimientos médicos y no pudieron evitar cruzar sus miradas, en silencio.
—¿Estuvieron hasta ahora con la policía? —preguntó Ana.
—Esto es una pesadilla —dijo Horacio muy apesadumbrado—, han detenido a Rachel, porque se veía claramente en las cámaras que ella salía del baño guardando el arma en su bolso. He discutido con Bob, que no quería entregarla. Todo ha sido muy penoso.
Pedro ladeó la cabeza y miró a su padre: las lágrimas brotaron en sus ojos. ¡Se sentía tan culpable por no haber protegido a Paula!
Ana dejó escapar un grito y un ruego.
—¡Virgen santísima! Que la misericordia de Dios y la Virgen
puedan perdonarla. —Pedro fulminó a su madre con la mirada.
—¡Que se pudra! Esa malnacida tiene que pudrirse en la
cárcel —le espetó en la cara—. Yo no le deseo ningún perdón y mejor que no te siga diciendo lo que le deseo, porque sé que mis pensamientos te asustarían. —El tono que había empleado Pedro intimidó a Ana, que no le conocía esa mirada. Sus palabras resonaron en toda la sala de espera.
—¿Llamaron a Alejandra? — preguntó Horacio.
—Yo me encargo —dijo Pedro intentando retomar la cordura y las riendas de la situación.
—¿Querés que lo haga yo? ¿Qué te parece, Pedro, si antes
conseguimos un vuelo privado y después la llamamos? Dejame encargarme de todo, hijo, me pondré en contacto con Alan para ver qué nos puede conseguir.
Pedro no se opuso, su mente no estaba para pensar en tantas cosas, así que dejó hacer a su padre.
Cuando tuvo todos los datos, se puso de pie y se apartó de la familia para hablar en privado con su futura suegra.
Alejandra, al otro lado de la línea, lloraba con desconsuelo, mientras él le explicaba los desafortunados hechos, al otro lado de la línea. La madre de Paula estaba ahogada en un hondo clamor que terminó contagiándolo y derrumbándolo a él también. Pedro lloraba a la par de Alejandra, pues entendía perfectamente su dolor, así que Horacio le quitó el teléfono y continuó hablando él, mientras sus hermanos y su madre intentaban contenerlo. Lorena se había tenido que apartar para que no la viera llorar y se calmara. Ruben lo miraba atónito y se tapaba los oídos; cuando había muerto Julieta no lo había visto tan desesperado, parecía incontenible.
Finalmente, Horacio colgó; en Mendoza, también Alejandra había cedido el teléfono y él había terminado hablando con Gonzalo, el hermano de Paula.
Transcurridas cuatro horas, y ante la falta de noticias, Ruben había ido en busca de café para todos.
Pedro rehusó: tenía el estómago contraído y no le entraba nada.
—¡Que alguien se apiade y salga para decirme algo! ¡Por favor, me voy a volver loco! —gritó Pedro y golpeó una de las paredes.
—Calmate, hermano, es un procedimiento quirúrgico muy
delicado —le indicó Hernan.
—Pero necesito saber algo, no aguanto más.
—Pedro, tenés que tranquilizarte.
—¿Qué quieres que haga, Luciana? Me estoy muriendo con
cada minuto que transcurre.
Una enfermera salió y Pedro se abalanzó sobre ella.
—Necesito saber algo de Paula Chaves, por favor, la están
operando por una herida de bala.
—No puedo contarle nada, señor, sólo puedo decirle que la
operación aún continúa. En cuanto termine, el doctor Callinger saldrá a hablar con ustedes.
Después de casi seis horas, la puerta del quirófano se abrió y apareció el cirujano.
—¿Familiares de Paula Chaves? —preguntó cerciorándose de que se trataba de ellos; Pedro ya estaba a su lado porque había pegado un salto en cuanto lo había
visto salir.
—Soy su prometido —se dio a conocer.
—Soy el doctor Callinger y he estado a cargo de la operación.
—Pedro Alfonso —se dieron la mano—. Dígame, por
favor, ¿cómo está Paula?
—Ha sido una intervención muy complicada, complicadísima
en realidad, y aunque quisiera obviar ciertos detalles deben saber que verdaderamente es un gran milagro que permanezca con vida.
Es un gran luchadora —Ana y Horacio abrazaron a Pedro, uno a cada lado, conteniéndolo—. Ha llegado con una herida con un orificio de entrada y la bala, en su trayecto, había lesionado el hígado; de ahí la hemorragia. Le hemos
hecho una transfusión y ahora le estamos reponiendo los líquidos endovenosos; por suerte, hemos podido extraer la bala y suturar la herida. La paciente, por el momento, se encuentra estable, pero su pronóstico es muy reservado pues ha sufrido otro paro cardíaco durante la operación.
—¿Qué quiere decir eso, doctor? —se desesperó Pedro.
—Que su estado aún es muy crítico, su vida corre peligro
todavía, no quiero mentirle. —Sus palabras fueron acompañadas por un gesto de pesar en su cara. Las lágrimas de Pedro brotaron—. Le estamos administrando antibióticos para evitar un cuadro séptico. Además, hay que controlar que la herida interna en el hígado no vuelva a sangrar.
Pedro se pasó la mano por la frente, después de secarse las
lágrimas que se le habían escapado.
—¿Y cómo se darán cuenta de si la hemorragia ha cesado? —preguntó Ana.
—La tendremos en observación durante veinticuatro o
cuarenta y ocho horas. Hay signos que nos pondrán en alerta si eso ocurre. Por ahora, le administraremos sedantes y analgésicos y permanecerá en cuidados intensivos. Se encuentra con soporte ventilatorio, pues la intervención ha sido muy larga; poco a poco, se lo iremos retirando y veremos cómo evoluciona. No hay mucho más que les pueda decir de momento. Sólo resta esperar a que la paciente siga estable y comience a progresar.
—¿Puedo verla?
—Vaya a la UVI, señor Alfonso. Autorizaré su entrada.
Los demás pueden permanecer en la sala de espera, si así lo desean.
Todos asintieron. Pedro entró en la UVI. Estaba destrozado y sentía que sus fuerzas lo abandonaban; verla así fue muy doloroso, parecía frágil, indefensa y él se sentía tan impotente... No podía hacer nada y, lo peor de todo y según le había dicho el médico, no podían asegurar que ella se pusiera bien. Paula estaba conectada a un monitor cardíaco y, como le había comentado el cirujano, estaba intubada, enchufada a un respirador artificial y a otras máquinas que él no podía identificar. Le estaban pasando una unidad de sangre y, de un soporte, colgaban dos botellas de suero. En el dedo, tenía puesto un dispositivo que medía su oxigenación en sangre.
Pedro se acercó a la cabecera y le acarició la frente con sumo cuidado, como si ella fuera a romperse. Le delimitó el rostro, los ojos y las cejas, ansiaba con infinito deseo que Paula volviera a abrir los ojos para mirarlo; luego se inclinó y depositó infinidad de besos en toda su cara, parecía resquebrajada, pensó. Aferró su mano, se la besó y entonces le habló:— Ponete bien, por favor. Te necesito tanto, te amo, preciosa.
Tenés que ser fuerte, Paula, tenés que salir adelante para que podamos cumplir nuestros deseos, te necesito a mi lado. Sos mi vida, mi amor, sos la mujer de mis sueños, no me dejes, nena, no me dejes, Paula. Me urgen tus besos,
tus caricias, tu sonrisa, que me contagies con tu alegría. Necesito seguir aprendiendo de vos, escuchar tu voz a diario —le pasaba sus labios por el rostro, rozándola mientras le susurraba.
Clavado a su lado, se quedó acariciando su frente, besando su mano, colocándole bien las sábanas. Le acercaba la nariz a la mejilla mientras la arrullaba y se impregnaba de su olor. Una enfermera le alcanzó una silla para que se sentase al lado de la cama.
Pedro se acomodó y le agradeció el gesto de forma caballerosa, fiel a su estilo. Sin darse cuenta, el ruido rítmico de las máquinas a las que Paula estaba conectada lo hizo entrar en un sopor y, agotado, finalmente se durmió. De pronto, sintió que alguien le tocaba la espalda y levantó la cabeza sobresaltado y aturdido; su madre había entrado y estaba junto a él.
—Pedro, mi amor, Oscar te ha traído ropa para que te cambies — le susurró.
—No quiero.
—Yo me quedo un rato con Paula, te cambiás y volvés, estás manchado de sangre.
—No, mamá.
—No seas testarudo, yo me quedo cuidándola. Si llega Alejandra y te encuentra así, se llevará una muy fea impresión.
Tras considerar las palabras de su madre,Pedro asintió de mala gana. Afuera, aún permanecían Luciana, Hernan, Ruben y Horacio; Lorena se había ido a cuidar a los niños. Su familia, al verlo salir, se interesó en saber cómo estaba Paula.— Rodeada de máquinas e inconsciente, parece tan vulnerable. Váyanse a descansar, no tiene
sentido que se queden acá, no podemos hacer nada, sólo hay que esperar.
—¿Y vos qué vas a hacer? — le preguntó Luciana.
—¿Qué pregunta es ésa? Me quedaré con Paula, por supuesto.
—Deberías irte a descansar también —le propuso Hernan
—Si la que estuviese en esa habitación fuese Lorena, ¿te
apartarías de ella? —Su hermano hizo una mueca dándole la razón.
—Papá, andate y llevate a mamá, por favor. No se queden acá.
Pedro no tardó más de diez minutos en regresar a la habitación, sólo deseaba estar al lado de Paula y nadie iba a impedírselo.
—Ya estoy acá, mamá, volvé casa.
—No te digo que vos lo hagas, porque sé que no me vas a hacer caso, pero no me pidas que me vaya, hijo. Me quedaré en la salita contigua, nadie me va a mover de tu lado y del de Paula.
—No es necesario, mamá, de verdad.
—Vos sos cabezón y yo soy más cabezona que vos. De acá no me voy, mandaré a casa a papá para que luego vaya a recoger a Alejandra y a tu cuñado al aeropuerto. Estoy afuera, salí cada tanto y me decís cómo sigue, por favor —le besó la cara mientras lo acariciaba sin parar—. Se pondrá bien, Pedro.
Debés tener fe. Ya viste lo que dijo el médico: ella es una gran luchadora.
Ana hizo lo que había dicho, nadie iba a moverla de al lado de Pedro. Ya le habían traído ropa para cambiarse, así que
pensaba acomodarse en uno de los sillones de la sala de espera y acompañarlo desde ahí.
Pedro se instaló de nuevo junto a Paula, la observó durante
largo rato pero ella estaba inerme, totalmente sedada. Luchó contra el cansancio, temía quedarse dormido y no escucharla si necesitaba algo, aunque, así dopada, Paula ni se movía. De todas formas, y por más estúpida que pareciera, tenía la sensación de que debía estar despierto. Sin embargo, finalmente se durmió con la cabeza apoyada en la cama, mientras sostenía la mano de su chica. De repente, sintió ruido alrededor de la cama y se despertó;
había dormido varias horas y Alejandra y Gonzalo ya estaban ahí.
—Mi nena, mi nenita.
Pedro se puso de pie y se apretó para dejar que Alejandra se acercara. Gonzalo, con un gesto adusto, le extendió la mano mientras guiaba a su madre aferrado a su hombro. Ana también estaba adentro. Ale lloraba mientras besaba a su hija y le rogaba que se pusiera bien, que no la dejara. Gonzalo también se acercó y le besó la mano y la frente y, aunque no quería llorar porque debía permanecer fuerte para contener a su madre, una lágrima se deslizó por su mejilla, aunque se la enjugó con premura antes de que nadie pudiese advertirlo.
—Quiero saber cómo está. Por favor, Pedro, ¿qué te dijeron los médicos? Tiene muy mal aspecto.
Horacio nos contó un poco de camino, pero ¿no te dijeron nada más?
—No, Ale, sólo que hay que esperar.
—Por Dios, ¿cómo pudo pasar esto?
—Lo siento. Te prometí que la cuidaría y no lo hice. —Una
lágrima se escapó de sus ojos.
—Ya lo creo que no lo has hecho, eso salta a la vista —repuso Gonzalo, que se mostraba muy parco con él.
— Lo siento, Gonzalo, daría mi vida por estar yo en su lugar.
—Pero no lo estás y esa mujer se ensañó con mi hermana por tu culpa. No comprendo a Paula, desde que te conoce sólo la he visto llorar... y ahora esto. Mi hermana tiene una habilidad especial para cruzarse con gente que no le
conviene, y cuando encuentra a una buena persona, la desecha. No logro entenderla. —Su último comentario había sido en alusión a Gabriel.
—Es suficiente, hijo, por favor, no es el momento ni el sitio
—le rogó Ale.
Pedro hubiera querido contestarle, pero en el fondo
consideró que Gonzalo tenía razón. Se guardó su orgullo e intentó ponerse en su lugar.
—Cariño, entiendo que estés dolido por ver a tu hermana en este estado, pero todos la queremos mucho. —Ana intentó calmar los ánimos.
—Ya hablaremos tú y yo.
—Cuando gustes —le contestó Pedro a Gonzalo muy bien plantado—. Aunque comprendo que lo que decís es cierto, está bien que sepas que amo a Paula más que a mi vida.
La enfermera llegó y se encontró con todos ellos en la
habitación y se enfadó muchísimo.
—Señor Alfonso, sólo usted tiene autorización para quedarse aquí. Esto es una UVI.
—Por favor, son su madre y su hermano, acaban de llegar desde Argentina.
—Lo siento. Sólo puede quedarse una persona; tendrán que
pedir autorización al doctor Callinger para que pueda haber
alguien más aquí. Los comprendo perfectamente, pero están poniendo en riesgo mi trabajo. Les ruego que se retiren.
—No te preocupes, Alejandra, quedate vos en mi lugar; yo iré a buscar al doctor y le pediré otra autorización.
Pedro, Gonzalo y Ana salieron de la habitación; afuera estaba Horacio. Todos se sentaron en la sala, menos Gonzalo, que permanecía de pie mirando por la ventana
Entonces, aprovechando su distancia, Pedro se acercó
sigilosamente.
—Lamento que nos tengamos que conocer en estas circunstancias —se quedaron mirándose como dos titanes, midiéndose el uno al otro, la tirantez entre ellos era evidente y ninguno pensaba disimular— .Paula y yo teníamos planeado viajar el próximo fin de semana a Mendoza, quería ir a pedirte su mano, como corresponde.
Gonzalo ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo a los ojos. Pedro no pretendía evitar su enfado, no era su estilo no hacerse cargo de sus acciones, y estaba actuando en
consecuencia.
—Lo siento, estoy muy nervioso.
—No te preocupes. Si yo fuera vos y la que estuviera en esa cama fuese mi hermana, probablemente te hubiese partido la cara.
—¿Qué mierda pasó para que esa loca se ensañara así con Paula? Si mi hermana es más buena que el pan.
—No me gusta hacer alardes de mis conquistas, pero esa perra estaba obsesionada. Le expliqué una y mil veces que amaba a Paula.
Yo no estaba con tu hermana cuando tuve algo insignificante con ella, fue una relación pasajera, un maldito polvo de una noche, pero ella no lo entendió así y yo debía haber advertido que algo como esto podía pasar, sólo que como era la hija del mejor amigo de mi padre...
—Tu padre me ha dicho que está bajo custodia policial.
—Sinceramente, no sé nada más que eso, sólo puedo pensar en Paula. En este momento, no hay otra cosa que ocupe mis pensamientos.
—Espero que pague lo que le ha hecho a mi hermana.
—No te preocupes, dalo por hecho. Acá, en Estados Unidos, las leyes se cumplen y ella, por mucho dinero y prestigio que mi tío tenga, no saldrá en libertad. No lo
permitiré, ansío tanto como vos que pague por esto, quiero
sencillamente que se pudra en la cárcel. Pero ahora sólo estoy centrado en que Paula se ponga bien. Cuando ella esté repuesta, te aseguro que me encargaré de eso.
A medida que la conversación avanzaba, la tirantez había
empezado a disiparse, aunque de todas maneras, cada vez que Gonzalo se daba cuenta de las condiciones en que estaba su hermana, no podía dejar de enfadarse con Pedro.
Se habían cumplido las cuarenta y ocho horas del
postoperatorio y Pedro no se había despegado de su lado. Por supuesto, el doctor Callinger había autorizado a que él, Gonzalo y Alejandra pudieran permanecer allí.
Paula estaba estable y respondía de manera satisfactoria,
no había tenido fiebre y todos los signos eran alentadores.
Era martes a primera hora de la noche, Pedro estaba de pie
al lado de la cabecera de la cama y le hablaba al oído. Era lo que hacía durante la mayor parte del tiempo y, aunque no sabía a ciencia cierta si ella lo escuchaba, no podía dejar de probarlo; necesitaba decirle a cada momento cuánto la amaba.
—Mi amor, me urge que te pongas bien, tenemos que seguir planeando nuestra boda, preciosa.
Hay tantas cosas para resolver, por favor, bonita, seguí luchando.
Verla con ese tubo en la boca era desgarrador para él, no
soportaba más el estado de indefensión en el que ella se
encontraba, se sentía inútil por no poder hacer nada.
Aunque el sonido le diera la seguridad de que ella respiraba, el ruido del respirador era lastimoso. El médico le había explicado que era mejor mantenerla sedada para que no sintiese el dolor, pero obviamente la intubación implicaba un riesgo.
Sólo esperaba que Paula saliera de ese proceso sin ninguna
complicación.
Ella, que siempre era tan avispada y movida, estaba ahora tan quieta que a Pedro le dolía. La miraba dormida en esa cama, llena de máquinas, y no podía creerlo.
Era una imagen que quería desterrar pronto.
La puerta de la habitación se abrió y el doctor Callinger entró junto a otro médico, el doctor Fergouson, un anestesista que ya había estado varias veces controlando la sedación de Paula.
Saludaron a todos y se acercaron a evaluarla, leyeron los monitores, el informe clínico y, entonces, después de deliberar entre ellos en términos médicos, Callinger les informó de que pensaban terminar con la sedación para intentar quitarle el respirador. La enfermera, que también se encontraba en el lugar, siguió las indicaciones del médico y le retiró una de las botellas de suero. Ahora había que esperar que Paula despertase.
Esa noche fue interminable. Al final, de madrugada, los tres habían terminado rindiéndose y se habían dormido.
Alejandra y Gonzalo estaban en la sala de espera, adormilados en los sillones, y Pedro, como cada noche desde que ella estaba en el hospital, permanecía sentado junto a ella con la cabeza apoyada en la cama y aferrado a su mano.
Paula abrió los ojos con lentitud y gran esfuerzo, le pesaban
los párpados, sentía que había dormido durante un mes seguido.
Miró a su alrededor y a priori no reconoció dónde se encontraba.
Entonces, quiso moverse pero no pudo, no tenía fuerzas, su cuerpo parecía entumecido. Notó que la tenían aferrada de la mano, así que bajó su vista y vio a Pedro dormido.
Intentó hablarle, pero tampoco lo consiguió. Se sintió confundida, no sabía si estaba despierta o si estaba dentro de un sueño; intentó mover la mano que Pedro agarraba, para llamarlo, pero no supo a ciencia cierta si lo había conseguido. De repente, éste despertó, había notado
moverse la mano de Paula, así que se puso de pie y ahí la vio, mirándolo con aquellos hermosos ojos verdes que lo extasiaban. No pudo contener su emoción.
La besó por doquier, mientras le hablaba entre beso y beso.
—Te amo, nena, te amo, te amo tanto... mi amor. —Paula
intentaba hablar pero estaba intubada y no podía hacerlo—.
Tranquila, mi vida, no intentes hablar. Estás con un tubo en la tráquea y te podés hacer daño. No lo pruebes, nena, por favor.
Pedro comenzó a tocar el timbre con desespero, para llamar a la enfermera. Se alejó de ella con un movimiento fugaz y se asomó vehemente por la puerta.
—¡Gonzalo, Alejandra! —los llamó con apremio—. ¡Paula se despertó! —les gritó a bocajarro para que se despabilaran. Ellos, sobresaltados, salieron despedidos para la habitación.
—¡Hija querida de mi corazón! —Ale la besaba mientras
le acariciaba la frente y Gonzalo, apostado al lado de su madre, le besaba la mano.
—Hermanita, te quiero tanto..., ¡qué susto nos diste!
Pedro acariciaba sus piernas. Estaba emocionado, pero intentaba contenerse. En seguida, llegó la enfermera y se encontró con un gran alboroto.
—¡Ah, no, no! Si no se tranquilizan, los hago salir a todos;
la paciente necesita estar tranquila.
Llegó el doctor Callinger y les pidió a todos que lo dejasen
acercarse.
—Hola, Paula, no intentes hablar porque te harás daño. Sólo cierra los ojos cuando yo te pregunte. Un parpadeo será un sí, dos veces será un no. ¿Sabes dónde estás?
Paula se quedó mirándolo durante unos instantes. Aún se
sentía muy aturdida, pero había empezado a recordar lo ocurrido en el baño del Four Seasons y entonces supo que estaba en un hospital. Cerró los ojos y los abrió.
—Bien, ¿recuerdas lo que te pasó? —Ella volvió a parpadear una vez y entonces una lágrima afloró a sus ojos. Buscó a Pedro con la mirada; él estaba expectante a los pies de la cama.
—Tranquila, todo va a salir bien. —Pedro intentó sosegarla, notó la angustia en su mirada y ella asintió con la cabeza. Él le tiró un beso estirando los labios.
—Bien, Paula, bien, buena reacción. Soy el doctor Callinger,
tu médico. Vamos a extraerte el tubo para que comiences a respirar por tus propios medios. Por favor, debes estar serena, prometo que será muy rápido, aunque no puedo prometerte que no sea incómodo. ¿Estás preparada?
Movió la cabeza levemente y, con gran esfuerzo, levantó la mano para que su prometido se la cogiera. El doctor esperó a que se acercara y, entonces, Pedro mientras se la besaba le rogó calma.
—Tranquila, mi amor, acá estoy. Tenés que hacer todo lo que te indican, no me separaré de tu lado. —Ella volvió a asentir.
Le quitaron la almohada, bajaron la cama y entonces le
retiraron la cinta adhesiva que fijaba el tubo. Paula apretó la mano de Pedro. Luego, el médico, asistido por la enfermera, le indicó que inspirara y, con un rápido movimiento, se lo quitó, provocándole una arcada y una tos inmediata. Acto seguido, le proporcionaron oxígeno por vía.
—Muy bien, Paula, lo estás haciendo muy bien. Ya está, ahora respira tranquila. —El doctor se quedó evaluando las lecturas del monitor cardíaco y le tomó la presión sanguínea. Dados los resultados, se mostró muy optimista
—: Te molestará la garganta, así que no hables demasiado. Necesitas mantenerte tranquila, en un rato volveré a verte de nuevo.
El médico y la enfermera se retiraron y Paula se quedó con su madre, su hermano y Pedro, que se agolparon alrededor de su cama
Pedro, por supuesto, se apoderó de sus labios de inmediato, los besó con mimo, con delicadeza y volvió a decirle cuánto la amaba.
Ella levantó su mano, se aferró a su cuello y empezó a llorar.
—Paula, por favor, nena, ya pasó todo. Si no te tranquilizás, te juro que me voy a ir —le advirtió Pedro y ella intentó serenarse.
—¡Mamá!
—Chis, hija, no hables. Ya oíste lo que decía el doctor. —Alejandra se acercó también para besarla por todo el rostro.
Pedro se apartó un momento para permitirle a Gonzalo que se aproximara a saludarla. Mientras tanto, se acercó a la ventana y aprovechó para secar las lágrimas que se le habían escapado y que, por todos los medios, intentaba
contener. Sacó su iPhone y llamó a Ana.
—¡Se ha despertado! ¡Está bien, mamá, ya nos dijo alguna
palabra incluso! —le convino atropelladamente, sin ocultar su felicidad.
—¡Mi amor! ¡Qué buena noticia! Siempre supe que se
pondría bien. Mandale mis besos y decile que mañana la voy a ver. — Horacio había saltado de la cama al oír el teléfono: vivían en un continuo sobresalto desde que
Paula estaba hospitalizada. Ana le transmitió lo que ocurría para tranquilizarlo. —Acá, a mi lado, está papá, que también le envía cariños.
Alejandra estaba agotada. A Pedro le costó convencerla, pero entre Gonzalo y él lograron convencerla de que se fuera a descansar. Oscar recogió a madre e hijo en el hospital y los llevó al apartamento de la calle Greene. Por supuesto, él se quedó junto a Paula. No iba a irse de su lado bajo ningún concepto.
—Tengo la boca seca, necesito tomar agua. —Paula
hablaba con la voz rasposa y en un tono muy bajo.
—Mi amor, voy a llamar a la enfermera para ver si podés beber.
Después de que el médico lo autorizara, la enfermera regresó con agua y una pajita para que Paula bebiese tan sólo algunos sorbos, que tragó con muchísima dificultad, pues le dolía horrores la garganta.
—Me duele mucho el vientre
—le informó a la enfermera—. Los dolores que siento son realmente insoportables.
—En un rato te toca la medicación, pero ahora averiguo si
puedo adelantarla. No falta tanto, intenta descansar —le dijo con dulzura.
—Es imposible, me duele demasiado.
—Ya vuelvo, mañana ya estarás más aliviada. —La
cincuentona y cálida enfermera no tardó en regresar con los calmantes para Paula—. Tienes un enfermero de lujo —bromeó ella, mientras le inyectaba el medicamento en la vía
—. El bombón de tu novio no se ha movido de tu lado en dos días. — Paula sonrió mientras Pedro le besaba la frente—. No hables porque comenzarás a toser y te va a doler mucho la herida. En seguida se te calmará el dolor, ya lo verás.
Al marcharse la mujer, Pedro se dirigió a su novia:
—Ya has oído a la enfermera,no hables, no te esfuerces y no te preocupes por mí. Acá, lo único que cuenta es que vos te pongas bien.
—¿Por qué, Pedro? ¿Por qué se ensañó tanto conmigo? Tuve tanto miedo de morirme, cuando me disparó sólo pensaba en vos.
—Chis, no te angusties. No quiero que te mortifiques porque ya pasó todo y ella está donde debe estar, en la cárcel, y te aseguro que me ocuparé de que no salga de ahí.
No debés pensar más en eso. Sólo quiero que sepas que te amo, que sos lo más importante en mi vida y que ella nunca significó nada, jamás le prometí nada para que creyera que podíamos tener una relación importante, ni antes de conocerte ni después. No podría soportar que lo dudases. —Le dio un mullido beso en los labios. —Ella asintió con la
cabeza y le correspondió el beso.
—¿Me operaron? Quiero saberlo todo.
—Si me prometés que no vas a hablar más, te cuento todo. —Paula tosió y una mueca de dolor se evidenció en su rostro—. ¿Ves? — Pedro abrió los ojos como platos—.Eso es por hablar. —Le dio un sonoro beso; no podía contenerse, estaba feliz de que estuviera consciente y en plena mejoría.
Luego, empezó a explicarle—:Te quitaron la bala, ha sido una operación muy larga y muy difícil porque la tenías alojada en el hígado, pero muy pronto estarás repuesta. La espera de noticias, mientras te intervenían, se me hizo eterna, creí que iba a volverme loco. Vine con vos en la ambulancia y, cuando llegamos al hospital, habías sufrido una parada cardiorrespiratoria, estuviste muy mal, Paula, y yo casi me muero con vos.
—Dijo tantas incoherencias...y disfrutó tanto cuando me disparó.
Creí que seguiría y que vaciaría todo el cargador en mi cuerpo; fue horrible, Pedro. Recuerdo que noté cómo se me desgarraba la carne por dentro. —Mientras recordaba, las
lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.
—Paula, por favor, no hables.
Luego tendremos tiempo; no quiero que te pase nada, el doctor fue muy claro, hacele caso.
—Estoy bien.
—No, mi amor, no estás bien estás operada de hace dos días.
—¿Pasaron dos días? —Ella tenía un vacío en su memoria,
porque había estado sedada.
—Así es, pero si seguís hablando me voy a ir y te voy a
dejar sola.
—Está bien, está bien, me callo, rezongón. Dame un beso y te prometo que no hablaré más.
Pedro acercó la silla de nuevo y se acomodó a su lado, mientras le acariciaba los nudillos.
—En cuanto el doctor nos autorice, nos iremos unos días a
Miami para que te recuperes allá.
Quiero alejarte de esta ciudad y que te sientas relajada. Y, cuando estés mejor, viajaremos a Mendoza para pasar unos días en tu tierra, mientras terminamos de planificar nuestra boda. Quiero cuidarte hasta que estés bien... en realidad, quiero cuidarte el resto de mi vida.
—Te amo, Pedro.
—¡Yo más!
—Imposible amar más de lo que te amo, Ojitos. ¿Sabés? Mis últimos recuerdos del baño del hotel son de tus ojos. Tu mirada me dio fuerzas porque constantemente pensaba que no quería dejar de verlos. —Volvió a toser.
—Si seguís tosiendo, te va a doler la herida. Paula, por favor, no hables más, intentá dormir.
—De acuerdo, ¿qué hora es?
—Pedro miró su reloj. —Las cinco y veinticinco de
la madrugada. Dormite.
—Vos también, pero buscá un lugar más cómodo. No podés
quedarte ahí, en esa silla.
—No existe mejor lugar que a tu lado.
Ella sonrió feliz y se calló.
Estaba cansada, su cuerpo experimentaba un debilitamiento
importante y la pequeña charla la había agotado. Pedro apoyó su cabeza en la cama y le dio infinidad de besos en la mano que tenía aferrada a la suya.
«Gracias, Dios, por devolvérmela, la amo tanto...
Prometo cuidarla mejor; de ahora en adelante, viviré por y para ella.Gracias por permitirme volver a oír su voz y por conceder que esos ojos que me enamoraron desde el primer momento vuelvan a glorificarme con su luz», elevó su pensamiento a Dios.
Pedro estaba medio adormecido cuando escuchó que
ella emitía un quejido.
—Pedro, mi amor.
—¿Qué pasa, Paula? ¿Te sentís mal? —Dio un respingo y se puso de pie mientras le acariciaba la frente—. ¿Llamo a la enfermera?
—No, no te asustes. Sólo que recordé algo. —Ella levantó su mano izquierda levemente y con mucha dificultad—. Me quitó el anillo. —Se puso a llorar—. Ella era quien llamaba, me lo dijo, y también que si yo me hubiese alejado de vos no hubiese tenido que hacer esto.
—Chis, preciosa, no te angusties. Dejá el brazo quieto,
tenés colocada una vía y te vas a hacer daño. No te preocupes por nada y mucho menos te angusties por eso. Te regalaré otra sortija. Ahora descansá, mi amor, estoy acá
a tu lado.
—Prometeme que no va a salir nunca más de la cárcel.
—Hey, Paula, mirame. ¿Creés que me quedaría tranquilo si no fuese así? Sos mi prioridad. —Ella asintió y Pedro se quedó de pie a su lado, mientras le secaba las lágrimas con sus besos y la acariciaba para calmarla—. Chis, dormí mi vida, acá estoy cuidándote. Descansá que yo no me voy a mover de tu lado. —Recostó su cabeza en la almohada, junto a la suya, y se quedó acariciándole el rostro hasta que ella se durmió.
Después, caminó hasta la ventana y apoyó su frente en el
vidrio, cerró su puño y lo apretó con fuerza. Estaba realmente furioso.
«¡Maldita hija de puta! Te vas a pudrir en la cárcel, no permitiré que salgas, lo juro, aunque sea lo último que haga en mi vida. ¿Cómo es que no me di cuenta? Me siento el más estúpido, juro que esa zorra va a pagar por todo.»
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Wowwwwwwwwwww, re intensos los 3 caps!!!!!
ResponderEliminarWow que intenso!!!buenisimos los capitulos!!!
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