sábado, 9 de agosto de 2014

CAPITULO 94




Cuando llegaron al consultorio del doctor Callinger, la recepcionista los anunció y los hizo pasar en seguida. Tras evaluar la buena cicatrización que Paula presentaba
en la herida, el médico decidió quitarle los puntos.


—Paula, ¡es asombroso lo bien que estás recuperándote!
Todos los resultados están perfectos.
Acababa de hacerle un ultrasonido y una resonancia
magnética y tanto los análisis de sangre como los cardiológicos también eran correctos. Callinger se mostró optimista.


Paula estaba sentada en la camilla y Pedro, a su lado, le
sostenía la mano. Se agachó y la besó en la frente.


—Ahora, cuando te quite los puntos, te sentirás más aliviada: se terminarán esos tironcitos, aunque de todas formas deberás seguir con todos los cuidados. Sin embargo,
tendrás más libertad de movimiento. Lo estás haciendo bien, Paula, eres una paciente muy dócil.


— Espero ir recobrando la movilidad poco a poco, tengo la sensación de ir a cámara lenta.


—Es normal, Paula, tu lesión fue muy grave, la bala tocó un
órgano de vital importancia y sufriste un shock que te provocó una parada cardiorrespiratoria. Eso, sumado a que perdiste mucha sangre, hace que tu organismo esté
resentido. Debes tener paciencia, ya volverás a ser quien eras.


—¿Ves, cabezona? Poco a poco —le insistió Pedro también.
Después de que el cirujano le extrajera los puntos, Pedro la ayudó a vestirse y a incorporarse en la camilla.


—Te espero dentro de diez días para que te sometas a un nuevo control.


—Muchas gracias, doctor.


Intercambiaron una cordial despedida, se estrecharon las
manos y salieron del consultorio.



Era cierto lo que el médico le había dicho; si bien seguía
caminando despacio, los tirones habían desaparecido, ahora sólo notaba una pequeña molestia.


Llegaron al aparcamiento y Pedro la ayudó a subir al automóvil.


Habían ido hasta allí en uno de los Audi A8 híbridos de la empresa, porque el deportivo de Pedro era demasiado bajo para Paula. De regreso al apartamento de la calle Greene, el tráfico era un caos en Manhattan.


—¿Y la sorpresa de la que me hablaste anoche?


—Ansiosa, todo a su debido tiempo. —Pero, al menos, dame una pista.


—Cuando lleguemos a casa, te lo diré.


Sonó el teléfono de Pedrollamaban de la oficina, así que
respondió por el manos libres.


—Dime, Mandy.


—Señor, tengo en línea a la señorita Chloé Renau, que quería hablar con la señorita Paula, pero le contesté que intentaría ver si la podía atender usted, ¿se la paso?


—Sí, por favor.


Pedro se quedó en línea a la espera.


— Puedo atenderla perfectamente, hablar por teléfono no me supone ningún esfuerzo, Pedro —insistió Paula.


—Tranquila, amor, vos no te preocupes por nada que no sea recuperarte. Horacio aún está en la empresa y yo te cubriré mientras tanto. —Le tiró un beso—. Sólo descansá y recuperate pronto para mí. —Le guiñó un ojo.


—Allô.


—Hello, Chloé.


—¡Pedro, qué sorpresa! Pensaba que ya no tendría más trato contigo —dijo ella en un inglés bastante bueno y con cierta melosidad en su voz.


—Paula ha tenido un problema de salud, pero muy pronto estará con nosotros nuevamente.


—Espero que no sea nada grave, aunque también me gusta
tratar contigo, inicialmente fue con quien imaginé que tendría que hacerlo.


—Hola, Chloé, estoy bien, no te preocupes. Me han tenido que operar, pero Pedro es un poco exagerado y no quiere que atienda ni al teléfono, aunque bien podría seguir con las negociaciones que habíamos comenzado —intervino Paula sin contenerse.


—¡Oh, no sabía que estabas ahí! —Pedro sonrió sin apartar la vista del camino, extendió su mano para acariciarle el hombro y agitó su cabeza—. Perdón, pero no entiendo. La persona que me atendió me dijo que no estabas y que me pasaría con Pedro, ¿estás en la empresa?


—No, en el coche, estamos en un atasco en medio del tránsito de Nueva York.


—Paula es mi novia, Chloé, por eso estamos juntos —le aclaró sin dejar de reírse.


—Tu prometida, mi amor, soy tu prometida.


—Ah, no lo sabía, disculpad la indiscreción. —Chloé se había quedado algo cortada, no esperaba esa noticia.


—Claro, Chloé, no te preocupes. Sólo deseaba saludarte,
pero habla con Pedro, él seguirá con esto hasta que yo me encuentre del todo bien. Espero que no te incomoden tantos cambios, aunque... creo que dijiste que no.


«¡Ah, gabacha, ahora ya sabés que estoy en el medio! Sí, claro, ¿cómo no? ¿Querés trato con él? Pues andá sabiendo que lo vas a tener, pero sólo profesionalmente.»


—¡Oh, Paula, te deseo una pronta recuperación, por supuesto que no me molesta!


—Sé que estaban planeando un encuentro con Paula —interrumpió Pedro.


—Sí, así es, como mi viaje a Washington se pospuso, quedamos en que buscaría un emplazamiento para Mindland en París y después le enviaría una lista de los lugares para que viniera a conocerlos. Entonces firmaríamos todos los contratos.


—Pues, como verás, eso no será posible por el momento.


—Es que acabo de encontrar tres lugares perfectos y no me
gustaría perderlos. Tengo un contacto en el mercado inmobiliario y me dio cierta prioridad, pero no me esperará por mucho tiempo. Uno de los locales está sobre Champs
Elysées, otro en la Rue du Faubourg Saint-Honoré y el último, en las galerías Lafayette Haussmann.


—¡Vaya lugares! —exclamó


Pedro mirando a Paula. Ella llevó su mano sobre la de él, que descansaba en la palanca de cambios y sonrió exultante. Pedro le guiñó un ojo con complicidad.


—Necesito que venga alguien para darme su aprobación y hacer la reserva cuanto antes.


—Envíame toda la información a mi correo electrónico, lo revisaré hoy mismo. Yo tampoco quiero perderlos,Chloé.—
Mindland en tres lugares emblemáticos de París est un rêve
devenu réalité pour tous! Excuse moi, con la emoción he mezclado los idiomas; te decía que es un sueño hecho realidad para todos.


—Te he entendido, no te preocupes.


—De acuerdo, Pedro, espero tu respuesta cuanto antes. Te mando un abrazo.

— Gracias, Paula también te envía saludos —dijo él cortés,
aunque ella hizo una mueca como que no era verdad. Pedro se carcajeó en silencio.


—Otro para ella. Un beso, Pedro.


La llamada había terminado.


—¿Eso significa que deberás viajar en mi lugar?


—Paula, mi amor, vos no estás en condiciones de hacer un viaje de esa magnitud.


—Lo sé, pero, aun así, me fastidia. —Pedro sonrió—. ¿Mis
celos te dan risa?


—No tenés por qué sentirlos, no tengo ojos más que para vos, mi amor.


—Pero las demás sí los tienen y sos condenadamente lindo y sé que esa gabacha te tiene ganas.


—Paula, ¿de dónde sacaste eso?


—Intuición femenina, mi vida, y el tono de alegría que mostró cuando la atendiste.


—La alegría en su voz es por lo de los locales. Vamos, preciosa, ya casi estamos llegando a casa y vas a recibir tu sorpresa. No perdamos el tiempo hablando de tonterías.


Se quedaron callados.


—Muy buena ubicación tienen los locales que consiguió, ¿verdad?


—Sí, al parecer son muy buenos emplazamientos.


—¿Podremos ver juntos lo que te envíe? Me había ilusionado con gestionar este proyecto.


—Claro, hermosa, no pensaba hacerlo solo —respondió él y le acarició el carrillo. Ella cogió su mano y se la besó.


—Gracias.


Llegaron al número 60 de la calle Green y entraron bromeando, subieron en el ascensor y, cuando llegaron al cuarto piso, Pedro le hizo cerrar los ojos y se los
cubrió con las manos, mientras la guiaba por atrás.


—Tengo miedo de caerme.


—No lo permitiré. Vamos, yo te conduzco, ¿querés tu sorpresa o no?


—Sí, claro.


—Bueno, dale, entonces caminá. Debemos entrar en casa,
porque la sorpresa está en el salón.


Entraron al apartamento y Pedro se detuvo en cuanto lo hicieron y le preguntó:
—¿Estás preparada?


—Sí, por supuesto.


Pedro le descubrió la vista y ella abrió los ojos. De inmediato, comenzó a gritar y a llorar. Hubiese querido salir corriendo y abrazarse a ellos, pero entre la emoción y su estado de salud, le era imposible. No podía creer lo que estaba viendo, se cubrió la cara y siguió sollozando con gran desconsuelo.


Mati, Ezequiel, Daiana, Carla y María Paz estaban en el
salón del apartamento y ella no podía creerlo. Sus amigos habían venido desde Buenos Aires y estaban en su casa. Mati se acercó y la abrazó, aunque lo hizo con mucha suavidad, pues temía hacerle daño. Ezequiel se aproximó y le besó la cabeza y le acariciaba la espalda para tranquilizarla.


—¡Hey, si hubiéramos sabido que te pondrías tan triste no
habríamos venido! ¿Querés que nos vayamos? Pará de llorar, tonta —la instó Mati, mientras la llenaba de besos.


— Lo siento, me cogieron por sorpresa. —Todas las demás
también se acercaron a saludarla—. Y, además, estoy más sensible que de costumbre.


—Se lo debés a Pedro —le dijo Daiana—, fue idea suya.


—Mi amor, gracias. —Se dio la vuelta, le agarró la cara entre sus manos y lo besó—. Sos único. — Pedro le guiñó el ojo, muy feliz por verla tan emocionada.


—¿Mamá, vos lo sabías?


—Claro, pero era una sorpresa —Alejandra también se secaba las lágrimas, mientras dejaba una bandeja con refrescos en la mesita baja del salón.


—¡Ay, Dios, no puedo creer que estén acá!


—Vamos a sentarnos — sugirió Pedro, que quería que Paula se sintiera entre algodones.


Se acomodaron en el sofá, Mati y Ezequiel sentados uno a
cada lado de Paula.


—¿Cómo estás, Pau? ¿Te sentís mejor? —le preguntó Mati.


—Me acaban de quitar los puntos y estoy más suelta sin ellos, aunque ya vieron, parezco un robot al caminar. —Se carcajearon—. No quiero reírme mucho, porque después me duele la herida y estoy harta de tantos calmantes. —Se tocó
el vientre.


—¡Qué susto nos diste! En cuanto me enteré, juro que hubiera cogido el primer avión, a no ser porque justo estaba en medio de un juicio y no podía. —Ezequiel le acariciaba la mejilla mientras le hablaba.


—Y yo justo con un desbarajuste en sueldos.


—Me disculpo una vez más por no haberlos llamado cuando
pasó todo, pero no me daba la cabeza para pensar en nada. Cuando Mikel se puso en contacto conmigo me di cuenta de que no los había avisado —se excusó Pedro.


—No te preocupes, Pedro, lo entendimos perfectamente y Mikel nos puso al corriente de inmediato —intervino Mati.


—Ni siquiera él, que estaba acá, se había enterado. Fue una casualidad que justo me llamara.


—Intento imaginarme lo que pasaron y me cuesta. Fue un shock cuando nos enteramos en Buenos Aires, pero ahora lo importante es que Paula ya está bien y casi repuesta. —Daiana, como siempre, había sido muy sincera.


—Hay dos días que se perdieron en mi memoria —les
contó ella—. Recuerdo el momento en que pasó todo, aunque preferiría borrarlo de mi mente —explicó e
hizo una mueca, mezcla de consternación e incredulidad— y, luego, cuando me desperté, estuve bastante aturdida. Mamá y Pedro dicen que estuve muy mal.


—Volviste a nacer, hija. El médico nos dijo que muy pocas
personas sobreviven a una herida como la que tenías. La mayoría mueren desangrados.


—No era tu momento, Pau.Creo que tenés un ángel que, desde el Cielo, te cuidó con cariño —le manifestó Carla, refiriéndose a su padre


— Opino lo mismo, amiga — afirmó María Paz— y sabés que no soy muy dogmática, pero mi hermana, que es cirujana, también me explicó que era increíble que estuvieras viva con semejante lesión.


Sonó el timbre. Pedro hizo un ademán para ir a atender.
—Dejá, querido, voy yo. — Alejandra se dirigió al interfono, luego regresó y anunció que Mikel había llegado.


María Paz se puso de pie para recibirlo y se fundieron en un
abrazo y un beso. Hacía veinte días que no se veían y la distancia les pesaba a ambos. Todos silbaron alentando ese encuentro.


Almorzaron en el apartamento.


Pedro pidió comida en Van Dam Diner; comieron camarones y pasta fresca y, de postre, pastel de manzana y lemon pie.
La mesa del comedor rebosaba de gente, Paula estaba muy animada y eso a Pedro lo alegraba mucho.


Desde la cocina, mientras destapaba unos vinos, la miraba
extasiado, porque de esa forma es como él quería verla siempre, feliz y sin preocupaciones, al menos no con más de las normales. La hora de comer había pasado volando y
también la tarde.


Mati y Daiana se quedaron en el apartamento como huéspedes, mientras que los demás se fueron a casa de Mikel. Como los recién llegados estaban agotados por el
viaje, después de cenar, se fueron a dormir.


Paula estaba bastante cansada también; el día había sido muy intenso y con muchas emociones, así que, en la intimidad de su habitación, Pedro llenó el jacuzzi y se entregaron al placer de meterse juntos en él.


—Hum, esto es vida. Nada es comparable a un baño de inmersión en tu compañía. Por suerte me quitaron los puntos y ya podemos hacerlo.


Pedro la tenía aferrada por detrás, rodeándola con sus brazos, y ella estaba apoyada contra su pecho en el hueco entre sus piernas.


—¿Te dije, Paula...?


—¿Qué cosa?


—Que te amo.


—Tonto, yo también te amo.


—Me encanta verte feliz. Hoy se han vuelto a iluminar tus ojos, con tus amigos cerca, aunque debo confesar que he sentido un poco de celos.


¡Hey, creí que eso estaba superado! Tu lugar es
irreemplazable... Si no, pregúntales cómo andaba yo cuando no estábamos juntos.


—No me refiero a eso, sé que este sitio es mío. —Puso su mano sobre el corazón de Paula.


—Y, entonces, ¿por qué los celos?


Porque ellos te levantaron el ánimo de una forma que yo, en todos estos días, no logré.


—A mí me parece que sos un egocéntrico, porque si ellos están acá es gracias a vos. Pedro, mi amor, comparto con vos otros sentimientos que con ellos no puedo. Aunque Mati y Ezequiel siempre estuvieron a mi lado en los momentos difíciles, no es comparable a lo que me provoca tu compañía. Sé que tu dolor es el mismo que el mío, te siento en el alma. —Pedro frunció la boca y cerró los ojos—. Gracias por pensar siempre en lo que me hará bien. —Él puso carita de perdonavidas y Paula lo salpicó con el agua—. ¡Ojitos, sos un creído! ¿Te lo dije alguna vez? —
Pedro se carcajeó—. ¡Ay, cómo te gusta que te adule! —Paula entrecerró los ojos, calculadora, y él sonrió con picardía mientras arqueaba una ceja—. Pero me encanta, así que no dejaré de hacerlo. —Se besaron—. Tus besos
me alucinan, ¿te dijeron que besás muy bien? —Él hizo una mueca indicándole que lo estaba pensando



—. No me contestes, engreído. —Él volvió a besarla.


—No puedo creer cómo has cambiado mi vida. Conocerte ha
sido lo más hermoso que me pudo pasar. Sos mi alegría, le das sentido a mis días. Todo lo que hago a tu lado es diferente, lo disfruto de otra forma; Paula, nunca imaginé que estar enamorado sería así de lindo. Pedro le acariciaba la mano mientras le hablaba—. Debo regalarte otro anillo, no quiero seguir viendo tu mano sin él.


—Lo siento, no es justo que tengas que volver a gastar, pero el detective Clark dijo que no lo habían encontrado.


—Chis, no tenés que sentirte apenada. Te compraré uno mejor aún.


—No, quiero que sea más sencillo, no deseo que gastes mucho dinero.

— De eso me encargo yo, vos no te preocupes.


—¿Sabés? Se me ocurrió que, como las chicas están acá,
podríamos aprovechar para ir a ver los vestidos de las damas de honor. Mañana llamaré a Luciana.


—No quiero que camines mucho todavía, ya oíste al doctor
Te quitó los puntos, pero aún debés guardar reposo.


—Bueno, iremos antes que vuelvan a Argentina —aceptó ella e hizo un mohín—. Igual, mañana hablaré con tu hermana para que nos pase algunas páginas y poder mirarlo en Internet. O, mejor, le diré que venga. No me gustaría que Luciana se pusiera celosa.


—Bien pensado, porque si no la invitás estoy seguro de que se pondrá celosa, y Luciana celosa es insufrible —se rieron—. Salgamos ya, parecemos viejitos de tan arrugados que estamos.


—No quiero salir, quiero quedarme acá con vos y sentir tu
cuerpo junto al mío. Extraño mucho que me hagas el amor.


—Paula... mi cuerpo reacciona a tus palabras; no soy de piedra, mi amor.


—Perdón, lo siento.


—No te disculpes, me encantan las sensaciones que
despertás en mí, pero calmarlas es imposible en tu estado y debo confesar que es un poco como un suplicio.


—¿Creés que para mí no lo es? Echo de menos nuestra
intimidad, aunque así, tan cuidadoso, también me gustás
mucho. Me embriaga que estés todo el tiempo pendiente de mí, voy a extrañar todos estos mimos cuando ya esté bien.


—¿Y quién te dijo que voy a dejar de mimarte? —Chasqueó su lengua—. Estás muy equivocada si pensás eso. —Se besaron de nuevo —. Salgamos, Paula, el agua está
fría y no quiero que te resfríes, tus defensas están bajas. Tenemos que seguir todas las indicaciones del doctor.


Lo sé, protestón, y también sé que no me dejarás olvidarlo, me ha quedado muy claro.


Pedro se puso de pie y, después de envolverse una toalla en la cintura, salió de la bañera y fue a por más toallas para Paula.


Obsesionado por su cuidado, sólo entonces la hizo salir del agua y la secó con diligencia para que no cogiese frío. Ambos se arroparon con batas y Pedro le secó el cabello,
pues ella lo había intentado pero, cuando levantaba el brazo, todavía le dolía la herida.


—Listo, ahora te traigo el pijama y te metés en la cama. Hoy
estuviste todo el día en danza.


—Sí, estoy cansada —admitió Paula y respiró hondo. En ese instante sonó su teléfono—. ¡Mami! —respondió contenta.


—Hija, llamo para avisarte de que me quedo a dormir en el
Belaire.


—Claro, imagino que estarás poniéndote al día con Ana.


—Como de costumbre —se carcajearon—. Esperá que te la
paso, quiere saludarte.


—Paula, mi amor, ¿cómo estás? —le preguntó la madre de
Pedro.


—Hola, Ana, estoy bien, gracias. Ahora un poco cansada, porque esta mañana fuimos al médico y luego llegaron mis amigos de Argentina.


—Sí, Ale me contó que tenías visitas y, al mediodía, hablé con Pedro y también me lo explicó. Sólo quería mandarte un beso aprovechando la comunicación, pero ya me despido; si no, mi hijo se va a quejar de que no te permito descansar y de que te asfixio. Ya ves, hoy, en vez de llamarte a vos para saber cómo te había ido en el doctor, me comuniqué con él
porque dice que no te dejo respirar si te llamo tantas veces al día.


—¿Tu hijo quejándose? Imposible, no te creo. —Paula lo
miró y Pedro elevó sus ojos al cielo —. Últimamente, está hecho un gruñón, no le hagas caso, a mí me encanta que me llames a diario, al menos me divierto hablando con vos.


—Sí, pero ese hijo mío es un acaparador, sólo quiere que hables con él. —Pedro se acercó al teléfono.


—Chao, Ana, hasta mañana. Paula se estaba acostando.
—Ella lo amonestó con la mirada.


—¿Ves lo que te digo? — protestó su futura suegra.


—No le hagas caso, Ana. ¿Cómo está Horacio?


—Por el quinto sueño, más o menos. —Mandale saludos a mi suegro y preguntale si dejé de ser su nuera favorita, porque, desde que salí del hospital, no me ha venido a ver.


—¿Cómo que no te fue a visitar todavía? Ya me va a
escuchar.


—No lo regañes, sé por Pedro que está muy ocupado en la
empresa; sólo era una broma.


—Por supuesto, querida. Ofelia también te manda saludos.


—Mandale un beso a esa vieja hermosa. Acá, el celoso de tu hijo se queja de que Ofelia me envía saludos sólo a mí.


—No me extraña, pero que se aguante. Es tu momento, mi vida, nos toca a todos mimarte.


—No me hagas reír, que recién salgo de bañarme y estoy sin la faja.— Sorry! I’m so sorry, baby,andá a la cama a descansar o, si no,mañana mi hijo me llamará y me dará un sermón. Sweet dreams, baby, y un beso a mi bebote.


—Gracias, hasta mañana, se lo daré de tu parte.


—De parte de Ofelia también, pero hacelo sufrir, no se lo digas todavía.


—Basta, me hacés reír, ciao —se despidió Paula y cortó—. Tu madre es imparable, ¡cómo la quiero!


— Mamá puede llegar a ser muy abrumadora, lo sé, pero tiene un corazón único.

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