domingo, 10 de agosto de 2014

CAPITULO 96



Por la mañana, Paula despertó con las piernas enredadas a Pedro, que aún dormía. Tenía la mano aferrada a sus nalgas y ella se quedó extasiada mirándolo dormir; como cada día que abría los ojos, le pareció que estaba soñando despierta. 


La alarma empezó a sonar, pero Paula no se pudo dar la
vuelta con rapidez para detenerla.


Le extrañó que él la hubiera puesto, sobre todo porque estaban Mati y Daiana en la casa. «Qué raro, no me dijo que pensaba ir a la empresa», pensó.


Pedro abrió los ojos y la vio observándolo; le dio un beso, luego se estiró por encima de su cuerpo y apagó la alarma del teléfono, que había quedado sobre la mesilla de noche.—¡Buenos días!


—Buenos días, lindo, ¿vas a ir a la empresa que pusiste la alarma tan temprano?


—No, vamos a salir de paseo. ¿Dormiste bien? —le preguntó algo adormilado aún.


—¿De paseo? ¿Adónde? Ayer no me dijiste nada —dijo ella
intrigada.


—Porque quería sorprenderte otra vez. ¿Dormiste bien? —volvió a insistir.


—Espectacularmente bien.


—Vamos a levantarnos o se hará tarde, Mati y Daiana ya deben de estar poniéndose en marcha.


—¿Ellos sabían que íbamos a salir?


—Todos lo saben, por eso ayer tu mamá se fue al Belaire; la
sorpresa es para vos.


—Pues gracias por la sorpresa, pero me siento la más
estúpida. Esto es como que te pongan los cuernos, parece que soy la última en enterarme.


—Si te ofende, no vamos.


—No, no es eso. —Paula se sintió apenada por su falta de tacto —. ¡Ay, no me hagas caso, PedroSoy una bruta, perdoname; sé que es con buena intención. En realidad,
creo que sentí celos de tu complicidad con ellos.


—¡Ah, no me digas eso!, porque entonces el que se pondrá
celoso seré yo por querer la exclusividad con tus amigos. —Se rieron y Pedro le dio un sonoro beso


—. Vamos o va a hacerse tarde.


—¿Adónde vamos? Supongo que debe de ser algo tranquilo, porque, si no, no lo hubieses planeado.


—Chis, por supuesto que tomé todas las precauciones, tu salud es lo primero; ¡ahora a vestirse! Pedro ya se había
levantado y estaba dentro de unos vaqueros que le quedaban que ni pintados. Se estaba poniendo una
camiseta blanca, cuando Paula justo empezaba a incorporarse en la cama. —¿Te ayudo?


—No, amor, está bien, aunque lo haga lentamente, tengo que comenzar a arreglármelas sola. No puedo depender siempre de vos y mamá. Aspiro a que cada uno vaya
recobrando su vida poco a poco.


—Bien, pero te echo una mano con la ropa, Paula, para mí no es molestia.


—Si no puedo, te aviso.


—Vestite con ropa liviana, con algo informal.


—¿Adónde vamos?


—No seas curiosa, ya te enterarás.


Pedro y los demás estaban en la cocina preparando el desayuno y parloteando cuando ella entró en el salón. 


Estaba impecable: se había vestido con unos vaqueros blancos, una camisola que parecía un pañuelo, ceñida a la cintura con un lazo, en tonos blancos, celestes y azules, y unas sandalias a juego.


—¡No sean tan obvios! Ya sé que no debo enterarme de adónde vamos, pero dejen de cuchichear y disimulen un poco cuando entro.


—¿Y para qué vamos a disimular si ya estás enterada? No
te hagas la ofendida, que no te pega —le dijo Mati cuando se acercó para darle un beso en la mejilla—.¡La sorpresa te va a gustar!


—¡Traidor! —le espetó Paula en la cara.


—¡Ah, ya veo por dónde va la cosa! —Mati levantó un dedo a modo de advertencia—. ¡Traidor no! —Le aclaró—. Vos sos mi amiga y como tal deberías saber que sé guardar un secreto. Sentate que ahora te servimos el desayuno.


Cuando terminaron de Desayunar, acabaron de prepararse;
Paula fue a por su bolso y,finalmente, salieron todos juntos del apartamento. En la calle, estaba estacionado el automóvil de Paula.


—Le pedí a Oscar que trajera tu coche, en el mío no íbamos a caber.


¿Éste es tu coche, Pau?


—Sí, amiguito mío, ¿te gusta? Me lo regaló Pedro.


Mati silbó.


—¿Que si me gusta? ¡Está de muerte!


A mitad de camino, Paula volvió a insistir.


—¿Adónde vamos, Pedro?


—Ya estamos a punto de llegar.


¿Me parece a mí que estamos yendo hacia el aeropuerto?


Él la miró y sonrió, pero no le contestó


—. ¡Ay, díganme, ya no aguanto más la intriga! —Entraron en el estacionamiento del aeropuerto—. ¿Adónde vamos, el doctor autorizó este viaje?


—Tranquila, es un trayecto muy corto. Lo llamé y te dio
permiso, aunque me extraña que lo preguntes, ya sabés que no haría nada que él no autorizase. Además, no será un viaje común. Esperá un poco y vas a ver.


Dentro de la terminal, Pedro sacó el móvil y llamó a Oscar, que se había encargado del equipaje de todos. Después de facturar, les indicaron la puerta, pasaron por migraciones y fueron directos a la pista.


Un jet Bombardier Challenger 850 los esperaba allí.


—¿Vamos a viajar en un jet privado?


—¡Ajá! Necesitaba cerciorarme de que ibas a poder
viajar cómoda y de que no serían muchas horas de vuelo.


—¡Pedro, esto es una exageración! —Iban caminando de
la mano; cuando llegaron a los pies de la escalinata, la azafata los aguardaba con una silla de ruedas


—. No voy a sentarme ahí — protestó Paula—, voy a subir por la escalera; no estoy enferma.


—No lo harás, no te esforzarás y, con respecto a que no estés enferma, no es del todo cierto, porque estás en pleno
postoperatorio —la retó Pedro en tono autoritario.


—¡No quiero que me suban en una silla de ruedas!


—Muy bien, entonces te levantaré yo y no habrá más
discusión.


—¡Pedro!


—¡Paula! ¿Vamos a seguir discutiendo? Por más privado que sea el vuelo, debe salir en hora. Basta de caprichos, no pienso ceder. Si no, nos volveremos a casa y les arruinaremos la estancia a tus amigos, vos decidís. —Se quedaron mirando a los ojos fijamente.


—Está bien, subiré como vos creas que es mejor.


—¿Silla o...? —Levantó los brazos y se los enseñó.


—Como vos quieras.


La levantó y la llevó en brazos hasta que entraron en la cabina, donde estaban todos ya acomodados. Los demás habían subido mientras ellos discutían a los pies de la escalera. Al entrar, el piloto les dio la bienvenida y les
presentó a la tripulación. Paula y Pedro los saludaron amablemente con un apretón de manos, entraron y allí se encontraron con sus amigos.


La tapicería de la aeronave era de cuero en las butacas y de felpilla gris en el diván emplazado en el segundo compartimento del reactor.


La mesa extensible era de madera lacada oscura, igual que el resto de los espacios para almacenaje que había en el jet. 


Se colocaron en las butacas y, entonces, el piloto dio las indicaciones del vuelo por el altavoz, el tiempo aproximado para llegar a destino y les contó, además, que el clima era excelente. Paula se enteró en ese momento adónde iban.


—¿Vamos a Miami?


—Así es, pasaremos la semana en compañía de nuestros
amigos. Te lo dije en el hospital, cuando te despertaste de la sedación. ¿No te acordás de que te avisé de que iríamos a terminar tu recuperación allá? Creí que, a estas alturas, ya te habrías dado cuenta del destino. —Paula cogió su cara
entre las manos y lo besó apasionadamente delante de todos.


Pedro, basta de tantas atenciones. La verdad es que no lo
recordaba, esos días en el hospital estaba bastante aturdida.


—Todos queremos colaborar en tu recuperación, así que te vamos a mimar mucho, Pau —dijo Ezequiel.


—Tenerlos acá para mí es más que suficiente, debo confesar que los extrañaba mucho.


—Y nosotros a vos. Ahora, dejame decirte algo: sea acá o en Argentina, los problemas te siguen, Paula, ¿cómo mierda hacés para conseguirte tantos?


—¡Ay, Eze, tengo que reconocer que tenés razón! Soy una
experta en atraerlos, ya sabés que es lo que les digo siempre, conmigo jamás se van a aburrir. —Todos se rieron—. Aunque hoy, en particular, deberían agradecérmelo —bromeó mientras asentía con la cabeza—. ¡Sí, miren dónde estamos, en un avión de lujo volando hacia Miami!
—Se carcajearon—. Y, a propósito, déjenme decirles que son todos unos traidores, porque estaban confabulados con Pedro y yo no sabía nada.


—¿Te miman así y encima te quejás? —Mati puso los ojos en blanco—. Lo tuyo es vergonzoso.


—No me quejo de Pedro—Lo miró y levantó la mano que tenía aferrada a la suya para besársela—. Lo digo por ustedes, que se alían con él y dicen después que son mis
amigos.


—Lo que pasa es que estás celosa. Creo que Pedro te está
consintiendo más de la cuenta, estás realmente insufrible; sé lo que te digo, hombre, estás alimentando a un monstruo.


—¡Ezequiel García! No puedo creer lo que estoy oyendo,
ese comentario podía haberlo esperado de Matias, pero ¿de vos? ¡Y después te atrevés a decir que sos mi mejor amigo!


—¡Basta! Empiezan bromeando y terminan enojándose
en serio, los conozco —los amonestó Daiana.


—Paula, no puedo creer que nos vayamos a pasar una semanita en Miami, ¡y pensar que nosotras teníamos planes para venir en estas vacaciones de invierno! —María Paz se estiró y aferró la mano de su amiga.


¿Pensabas venir a Miami?


—Sí, Pedro, ésos eran nuestros planes. Había arreglado mis
vacaciones de verano con Mati y Dai, y las de invierno con Mapi.


—¡Vaya! ¡Cómo han cambiado las cosas! —intervino Mikel
cogiendo la cara de su chica y estampándole un beso en los labios.


—Ya lo creo. Ese viaje a Argentina nos cambió la vida,
amigo. —Pedro y Mikel chocaron sus puños.


—¡Y menos mal que fuimos a Argentina y las conocimos! ¡No quiero ni imaginarme lo que hubieran hecho ellas dos solas en Miami! 


—Yo tampoco quiero imaginármelo.


—¡Uf! ¿Estas dos solas en Miami? No, Pedro, mejor no te lo
imagines —se carcajearon todos con la última acotación de Mati.


—¿Conocés Miami, María Paz?


—Sí, Pedro, y como me gustó tanto, tenté a Paula para que
viniéramos durante el invierno argentino.


—¡Estás jodido, primo, tu chica ya estuvo en Miami! ¡Ja! Vos
te salvaste, Pedro.


—¡Ja! Esa acotación estuvo de más, Matias Estanislao, pues tu novia es como la cuarta vez que viene, así que mejor callate. — María Paz le sacó la lengua.


—Conmigo no se metan, que yo no me metí con nadie. Además, no entiendo qué tiene de malo venir a Miami con amigas.


Pedro y Mikel se miraron con complicidad.


—Mejor acabemos esta conversación aquí —dijo Pedro con rotundidad.


—¿De qué te estarás acordando que querés que esto se
acabe? Sos un zorro, ya vi cómo mirabas a Mikel —le espetó Paula pellizcándole el brazo a Pedro—. Creo que nosotras distamos mucho de las señoritas que frecuentarían ustedes dos.


—¡Ay, eso ha dolido!


—Fue lo que quería, listillo.Pedro se llevó la mano de Paula a la boca y le besó los nudillos—. No sé a qué amiguitas habrán conocido, pero seguro que ninguna de nosotras somos como ésas.


—¡Eso, amiga! —contestaron al unísono las implicadas.


—¿Y tu anillo de compromiso, Paula? —preguntó Daiana al no vérselo puesto en la mano.


—Me lo quitó la zorra de Rachel en el ataque —contestó
Paula con verdadero pesar y Dai no supo dónde meterse; se sintió fatal por haber preguntado y haberla hecho recordar ese trago


—. No te apenes, no podías saberlo.


—Lo siento, pregunté sin pensar.


Pronto le regalaré otro, pero no tuve tiempo de comprarlo.


—Cambiando de tema, Paulita, amiga de mi corazón... Cuando regresemos a Nueva York, quiero conducir tu coche. —Mati buscó la mirada de su amigo para desviar el
tema a propósito—. ¡Ezequiel, esta pendeja lleva un Maserati GranTurismo!


—¿Qué? —exclamó Eze abriendo los ojos como platos.


—Me lo ha regalado Pedro — contó Paula, mientras le acariciaba el mentón.


—Me lo tenés que agradecer a mí también, Paulita, si no hubiera sido por mis contactos no hubiese conseguido ese coche —se pavoneó Mikel. 


—Sí, es cierto. Mikel lo encontró idéntico al que quería y en
un tiempo récord. En realidad, todos mis vehículos me los ha procurado él, también los de la compañía —explicó Pedro.


—¿Qué coches tenés, Pedro? — le preguntó Ezequiel con verdadero interés. 


—En Nueva York, tengo un Alfa-Competizione y también uso los Audi de la empresa.


—No les cuentes los que tenés en Miami —lo interrumpió Mikel —. Dejá que se sorprendan cuando los vean, les aseguro que se volverán locos por conducirlos.


—¿Qué vehículos tenés, mi amor? Yo tampoco lo sé, aunque recuerdo una conversación en tu casa cuando compraste el mío. Tu madre dijo, en esa oportunidad, que
en Miami tenías otros coches italianos.


—¡Ah, bueno! Ya estoy intrigado yo también. ¿Tenés un
Ferrari? —preguntó Mati sin contenerse.


—No —dijo Pedro con una sonrisa—. En realidad, era lo que pensaba comprarme, pero acá mi adorado amigo me terminó convenciendo de que optara por los dos que tengo.


La voz del piloto interrumpió la conversación de repente y les anunció que estaban aproximándose al aeropuerto internacional de Miami y les pidió que se ajustaran los cinturones.


—¡Que rápido se pasó el viaje! —exclamó Paula y suspiró
sobresaltada—: ¡Pedro, no traje equipaje y vos tampoco!


—Tranquila, mi amor, ayer cuando nos fuimos al médico, Alejandra nos preparó todo y Oscar nos lo ha traído.


¡Qué bien que lo organizaron todo! Me tenés tan
atarantada que no me di ni cuenta. Y también tenés de cómplice a mi mamá, ¿eh? Ojitos, sos realmente
peligroso. —Lo cogió por el mentón y le dio un besazo.

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