domingo, 10 de agosto de 2014

CAPITULO 97



Habían llegado a la ciudad del sol, el cielo era azul intenso y la temperatura muy cálida.


Descendieron del jet, Pedro llevaba abrazada a Paula como si fuese su trofeo, caminaba feliz a su lado y estaba exultante, pues los amigos les habían levantado el ánimo.


Se acercaron a la oficina de alquiler de vehículos, en la que, el día anterior, Pedro había encargado una furgoneta por
teléfono para que pudieran trasladarse juntos hasta su
apartamento. Mikel, que conocía muy bien el camino, se puso al volante y se encaminó hacia Miami Beach. El trecho que debían recorrer no era extenso, tan sólo estaban a veinte minutos de su destino. Llegaron a la carretera
estatal de Florida, pasaron por la isla Watson, cruzaron el McArthur y tomaron Alton Road hasta llegar al 100 de South Point Drive.


—¡Vaya! ¡Ese edificio es enorme! Miami es como la
imaginaba —acotó Paula, mientras miraba los alrededores.


—Lo pasaremos muy bien, mi amor. Este lugar es muy tranquilo, propicio para que descanses y te recuperes del todo.


—Siempre y cuando esté a tu lado, estoy bien; no me importa dónde. Bajaron de la furgoneta y accedieron al vestíbulo del edificio. Tras saludar al portero, Pedro los guió hasta la zona de los ascensores, donde tuvieron que subir en diferentes aparatos. En el ático, Pedro, aferrado a Paula y con su llave en la mano, abrió la puerta.


Al entrar, dejó el equipaje de ambos en el recibidor.


Un pasillo revestido en madera oscura les dio la bienvenida. Pasaron frente a un ascensor y a una escalera, siguieron
caminando por el pasillo hasta acceder al salón principal, de
grandes dimensiones, cuyas paredes estaban vidriadas por todos lados, ofreciendo una espectacular vista del mar


—¿Dios, Pedro, este lugar es tuyo?


—Mi amor, lo usamos todos, es patrimonio de la familia.


—¡Es enorme! No sé qué es más impactante, si la casa de Los Hamptons o esto.


Como Mikel ya lo conocía, no estaba asombrado, pero los demás se habían quedado boquiabiertos.


—Es un lugar precioso —dijo María Paz. Los otros estaban tan apabullados por el lujo que no emitían sonido alguno.


—Siéntanse como si estuvieran en su casa. Sé que, a
simple vista, este lugar intimida, pero, por favor, no quiero que lo sientan así. Lo digo con humildad, pues que mi familia tenga una buena posición económica no cambia la
esencia de las personas, sigo siendo el mismo que conocieron en Buenos Aires, ¿verdad, mi amor?


—Sí, por supuesto. Si no fuera así, no podría estar con él, ustedes me conocen. Quiero pasear por este lugar, mostranos las estancias, mi vida.


—Claro, ¡hey, vamos! Relájense o me van a hacer sentir
mal —les pidió Pedro, mientras le palmeaba la espalda a Mati, al tiempo que Mikel hacía lo mismo con su primo.


—Perdón, Pedro, es que este lugar es realmente apabullante. Tu apartamento es muy bonito, pero esto es increíble —se sinceró Mati.


—Hace muchos años que pertenece a mi familia, pero mi
hermana, mi cuñada y mi madre se encargaron de remodelarlo hace un par de años.


—¡Vaya! Tienen un gusto espectacular —exclamó Daiana.


—Sí, mi suegra y mi cuñada son exquisitas y Lorraine, la cuñada de Pedro, también lo es. No me extraña que hayan dejado este lugar así.


—¡Yo quiero una foto en cada rincón para mostrar en la empresa que estuve en la casa del big boss!


—¡Ay, Mati, sos tremendo! —dijo Carla—. ¡Sólo a vos se te
puede ocurrir decir eso! —Todos se carcajearon.


Pedro acaba de decir que me sienta como en mi casa, así que no me voy a poner a fingir, soy así.


—Me parece perfecto, Mati, vamos a recorrer el ático.


El comedor y el salón estaban integrados; en el espacio había una mesa para doce comensales, sobre la cual pendía una lámpara de caireles enorme y majestuosa; a su
alrededor, sillas de estilo barroco español con altos cabezales. La fastuosa sala, en tonos crema, que había dejado a todos patidifusos, tenía tres lugares de reunión
delimitados y, en el punto central, había un armario de ébano de grandes dimensiones, que llegaba hasta el techo artesonado; una obra arquitectónica que parecía el altar
de una iglesia. Esa pieza antigua contrastaba con el estilo moderno del resto de los muebles y del ambiente en sí.


Salieron a la terraza que rodeaba el piso. Desde la altura, el
mar ofrecía un espectáculo indescriptible. Caminaron hasta dar con una glorieta, montada sobre una plataforma de madera, donde había sillones preparados para disfrutar de la pantalla que ocupaba toda la pared trasera. Junto a la
construcción había una mesa para catorce personas, armarios de almacenaje, un bar y una barbacoa.


Desde ahí, se podía subir por una escalera hasta la otra planta del ático, donde estaban las otras habitaciones.


Siguieron recorriendo la terraza y bordeando el apartamento.


Así llegaron a la sauna y a una piscina climatizada con pérgolas alrededor, donde estaban montadas algunas tumbonas sobre plataformas de madera y un jacuzzi al aire libre.


Pedro, este lugar es precioso, gracias por invitarnos —dijo
nuevamente María Paz.


—Vamos a disfrutar mucho — le contestó él. Los demás siguieron paseando por la terraza, pero Paula Pedro se quedaron un poco rezagados.


—Te odio, porque no te voy a poder disfrutar en esta casa como me gustaría —le dijo Paula al oído y él echó su cabeza hacia atrás y sonrió en silencio. Iba con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, sacó una y la aferró por la cintura.
— Tranquila, la tortura será mutua. Ambos imaginaremos lo que podríamos hacer pero no podemos


—enarcó una ceja—; apenas estés repuesta, volveremos —le susurró


—. Te prometo que, cuando regresemos, te haré el amor en cada uno de estos lugares. —Paula se tapó la cara.


—Dios, no te digo lo que me acaba de pasar, porque en el estado en el que estoy creo que es hasta vergonzoso sentirse así.


—Te amo, Paula, quiero que toda esta pesadilla se acabe pronto, que recuperemos nuestra vida, que llegue la fecha de nuestra boda y que el mundo entero se entere de
que sos mi esposa, porque no hay otra cosa que desee más en este momento; sólo sueño con el día en que te conviertas en la señora Alfonso

.
Pedro Alfonsono hay nada que anhele más que llevar tu apellido, aunque ya me siento tuya en todos los sentidos. —
Mientras le hablaba, le acariciaba la frente, él se acercó
seductoramente y la besó.


—Perdón, señor Pedro,bienvenidos.


—Oh, Berta, ¡buenos días!


—Mi amor, ella es la casera del lugar y será la responsable de nuestra alimentación durante nuestra estadía. Berta cocina como los dioses, ya verás. Le presento a mi
prometida, la señorita Paula.


—Un gusto, señorita.


—El gusto es mío, Berta. —Paula le extendió la mano—. La
felicito, este sitio está impecable.


—Muchas gracias, pero no lo atiendo sola; la verdad, no creo que pudiera, es tan grande... aunque casi nunca hay gente. Cuento con la colaboración de mi esposo.


—Por cierto, ¿y Felipe?


—Fue a buscar las compras que hice esta mañana temprano, como usted me avisó ayer de que vendría, hubo que surtir la despensa.


—Claro, Berta. Venga que voy a presentarle al resto de nuestros invitados.


—Déjeme decirle a la señorita que arreglé la habitación grande para ustedes. Si falta algo, sólo tiene que avisarme y, con gusto, se lo solucionaré.


—Tranquila, Berta, soy muy sencilla, seguro que todo va a estar perfecto.


Se acercaron a los demás, que se habían quedado en el borde de la piscina climatizada. Mikel ya conocía a Berta, así es que se levantó para saludarla y le presentó a María Paz en seguida, dándola a conocer como su pareja. Después
de los saludos, entraron en la casa y terminaron de recorrerla.


—Hagan y deshagan en la casa como si fuera de ustedes —les volvió a repetir Pedro, para que se sintieran verdaderamente a gusto—. Hagan uso de todo y siéntanse muy cómodos, por favor.


Paula y Pedro se fueron hasta la habitación principal; Berta se había encargado de subir sus pertenencias cuando aún estaban de paseo por el ático.


Paula se detuvo frente a uno de los ventanales y se quedó con la vista perdida, extasiada mirando al infinito. Y es que el diseño de la vivienda invitaba a ello, pues parecía un mirador gigante con vistas a la bahía, al mar y a la ciudad. 


Pedro se acercó por detrás y la abrazó cogiéndola por sorpresa.


—¿No estás cansada? —le preguntó al oído, mientras le besaba el cuello.


—No, me siento increíblemente bien, no te preocupes.


—Hum, me gusta mucho cómo te vestiste hoy. Ese color te sienta muy bien.


Paula levantó su mano sin darse la vuelta y le acarició la nuca.


Pedro le rozaba el torso con cuidado, sus manos la recorrían y la adoraban; ella cerró los ojos para percibir mejor la magia de sus caricias... En ese instante sintió un tirón en la herida, pero se aguantó e intentó que Pedro no lo notara.


Desde el ataque, los momentos íntimos con él habían sido muy pocos y no quería estropearlo. Se volvió, le ofreció la boca de manera muy seductora y lo besó.


Sus lenguas se encontraron de forma exquisita. Entonces, se arrullaron y se mimaron como pudieron, pero sus cuerpos no lograban detener las sensaciones que se les despertaban. Pedro le recorría la espalda con las palmas de las manos, quería devorarla y, de pronto, se apartó, porque a ambos les faltaba el aire. La miró con amor y deseo y, sin contenerse, la levantó para depositarla en la cama. Se quedó unos instantes mirándola, se acostó a su lado, le
apartó el pelo de la cara y le acarició los labios con sus manos.


La besó con desenfreno, apresó su boca y mordió sus labios, le dio pequeños tironcitos y luego se los lamió.—
Hermosa.


—Hermoso.


Volvió a lamérselos y Paula le dio entrada a su boca. Pedro no pudo controlarse más y la besó de forma
arrebatadora, desató el lazo de la blusa y metió su mano bajo la tela hasta apoderarse de sus senos.


Desmedido y sediento de su cuerpo, los acarició sobre el encaje del sostén, violento, ardiente. Su mano le apretaba uno de sus pechos y se sintió su dueño. Con su boca, bajó
hasta el cuello y dejó un sendero de besos en él, hundió su cara por encima de la blusa, pero, de pronto, reaccionó y se quedó estático,suspirando con dificultad.


—Perdón, mi amor, no sé lo que me pasó.


—No,Pedro, no te disculpes. Tus besos y tus caricias son la
evidencia de que estoy viva para sentirte.


—Me dejé llevar, Paula, parezco muy inmaduro.


—Durante el tiempo que dure mi postoperatorio, quizá podríamos mimarnos como si fuéramos adolescentes. No está mal, después de todo, besos, caricias y guardarnos las ganas de algo más para cuando pueda. A mí no me molesta... Ahora, si para vos es muy incómodo, podemos evitarlo.


—Dios, me había olvidado de cómo era quedarse con tantas ganas de más —suspiró Pedro y recostó la cabeza en los senos de Paula mientras intentaba calmar su respiración—. Hum, es hermoso sentir cómo late tu corazón.

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