lunes, 1 de septiembre de 2014

CAPITULO 166



Pedro no sabía a ciencia cierta qué iba a hacer y tampoco tenía idea de dónde buscar, pero estaba decidido a desentrañar el misterio de la desaparición de Benjamin. Sin que nadie lo advirtiera salió de la casa, él único que lo vio partir fue Oscar que le abrió el portón para que se fuera. Decidió ir directamente al domicilio de los Evans, en Sands Point, y, cuando llegó, comenzó a golpear y a tocar el timbre del portón frenéticamente.


Las luces del interior se encendieron pero nadie salió a
recibirle. Desquiciado y dispuesto a todo, se subió de nuevo al coche y derribó el portón de entrada de la vivienda con su deportivo. Entró en la propiedad como un lunático y sólo entonces el matrimonio Evans se atrevió a salir en bata a la
explanada de la mansión. Pedro derribó a Bob de un puñetazo y siguió golpeándolo en el suelo mientras le exigía que le dijese el paradero de Rachel. Estaba furioso y arremetía con ira contra él porque lo consideraba responsable directo de la situación; después de todo, él era quien le entregaba el dinero a su hija.


—¡Basta, Pedro, lo vas a matar, por favor! —le rogó Serena Evans tironeando de él. Pedro paró, se puso de pie y tropezó mirándolo desquiciado—. Ve a su casa de playa, puede que esté ahí. ¡No sabemos dónde está, te lo juro, pero debes frenarla! ¡Mi hija ya no puede hacerle más daño a nadie, por Dios!


Alex sacudió la mano, dolorida por los puñetazos y con los nudillos lastimados, pero nada le importaba. Se subió a su
magullado coche y emprendió viaje hacia Jamesport. No recordaba muy bien el camino a la finca, sólo había ido una vez a ese lugar y no le había prestado demasiada atención a la ruta. Finalmente, después de dar varias vueltas, lo encontró. En el garaje, estaba estacionado el automóvil de alquiler que lo había seguido durante la mañana. Bajó de su vehículo con discreción e intentó espiar a través de la ventana; pero las cortinas estaban cerradas.


Buscó alrededor de la casa y, al final, encontró una rendija por donde mirar. Ahí estaba Rachel, recostada en uno de los sofás, con su hijo dormido sobre su cuerpo.


Creyó que el corazón se le iba a escapar del pecho por lo fuerte que le latía. Tomó una bocanada de aire y pensó qué hacer; no sabía cómo actuar. Siguió espiando durante un rato más mientras decidía cómo proceder. De repente, Benjamin se despertó y empezó a llorar; Pedro se desesperó, pero Rachel parecía tratarlo con cariño, lo acunó en sus brazos y se levantó, quedando fuera de su campo visual. La desesperación de Pedro iba in crescendo porque no podía ver lo que aquella desquiciada mujer estaba haciendo con su hijo, pero Rachel no tardó en regresar al sofá.


Se sentó con el pequeño en su regazo y se dispuso a alimentarlo con un biberón. Ese gesto le demostró que, al menos, no tenía intenciones de hacer daño a su pequeño. No obstante, aun así debía actuar con prudencia, pues la mente de Rachel era inestable y nada le garantizaba que en determinado momento decidiera ensañarse con el niño y lastimarlo. Cogió otra bocanada de aire, fue hacia la puerta de entrada y golpeó, sin saber si estaba haciendo bien.


—¡Rachel, soy Pedro, he llegado! —Pasaron unos instantes
hasta que ella finalmente contestó.


—¿A qué has venido? ¡Vete, no queremos verte! —le gritó desde adentro.


—¿Cómo que a qué he venido?
He venido a estar contigo y con mi hijo.


—¡Vete, Pedro, nos abandonaste para irte con esa golfa,
ya no te necesitamos, estamos bien sin ti!


—¡Ábreme, Rachel, quiero veros, quiero estar con vosotros!
Después de unos cuantos intentos y de seguir probando frases que la convencieran, oyó que quitaba el cerrojo y vio que ella, lentamente, abría la puerta. Alex estiró los brazos de inmediato para coger al pequeño, necesitaba resguardarlo contra su pecho, pero Rachel se lo negó, se apartó y sacó un arma de atrás de la cintura de su pantalón.


—¡Entra! —le ordenó, mientras manipulaba el revólver.


—¿Por qué el arma? No es necesaria, Rachel, nadie va a venir a hacernos daño aquí. No me parece seguro para nuestro hijo que la manipules tan cerca de él. — Pedro intentaba hablarle con calma.


—Sé que quieren venir a llevárselo y debo protegerlo —le
espetó ella y lo miró con desconfianza—. ¡No te lo vas a
llevar! —Levantó el arma y lo apuntó.


—¡Hey, hey, Rachel! No sé quién te hizo creer eso, pero te
aseguro que lo único que anhelo es estar con vosotros. —Pedro intentó engatusarla y dio un paso al frente para acercarse, pero frenó en seguida porque ella volvió a apuntarle. Entonces, él respiró hondo y consideró apropiado darse la vuelta para ir a cerrar la puerta.


Cuando se volvió a mirarla, le sonrió con dulzura; necesitaba que confiara en él.


—Te he echado de menos, Pedro, te hemos echado mucho de menos


—Yo también os he echado de menos, Rachel. —Pedro miró hacia la mesita baja—. ¿Estabas dándole el biberón? ¿Por qué no nos sentamos y lo sigues alimentando? —Ella asintió con la cabeza, Pedro se sentó en el sofá, cogió el biberón y se lo alcanzó, pero ella todavía no estaba del todo relajada y lo rechazó. En ese preciso momento, ella vio sus nudillos ensangrentados.


—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Rachel en un tono que
delataba una profunda preocupación.


—Nada, no es nada —le contestó Pedro quitándole hierro al asunto, no te preocupes.


—Iré a buscar algo para curarte.


—Después, Rachel, demosle de comer al bebé primero y más tarde buscas algo para vendarme.
Ven, siéntate a mi lado. —Ella negó con la cabeza—. ¿No me dejas darle el biberón? —siguió probando él, pero ella no aceptaba.


—No, es mi hijo.


—Ya lo sé, Rachel, lo sé. Es nuestro bebé.


—¿Te quedarás con nosotros?


—Por supuesto, a eso vine.
¿Me dejas cogerlo?


—No —le contestó rotundamente y movió el arma que
aún tenía en la otra mano.


—Tranquila, Rachel, no quiero que te pase nada. —Ella lo
miraba con desconfianza y analizaba sus palabras. El niño
comenzó a llorar y Pedro se puso nervioso—. Déjame que lo coja, Rachel, por favor.


Él siguió insistiendo con paciencia y suavidad hasta que,
finalmente, ella le entregó al bebé, aunque no abandonó el arma. En cuanto lo tuvo entre sus brazos,Pedro lo apretó contra su cuerpo y lo besó; Benjamin pareció reconocerlo de inmediato porque emitió unos ruiditos y le sonrió,mientras él le besuqueaba la mejilla.


—Todo va a salir bien, hijo, papá está con vos —le susurró con ternura.


Pedro cogió el biberón y se lo dio para que tomara la leche.
Rachel no les quitaba el ojo de encima a ninguno de los dos, atenta con la pistola en la mano. Pedro entonces hizo una mueca de dolor.


—¿Qué te ocurre? —le preguntó ella con aflicción.


—Me duele mucho la mano, Rachel, ¿por qué no buscas eso que me ofreciste antes para curarme? Te esperamos aquí. Ven a darme un beso antes de irte —le pidió Pedroprobando cómo engatusarla. No quería poner en peligro a Benjamin actuando de una forma demasiado heroica, así que pensó que si ella se alejaba, correría con su bebé en brazos para sacarlo de allí.
Rachel se animó mucho con la petición de Pedro y se acercó para besarlo, pero él sólo permitió que le rozara los labios; en seguida volvió a quejarse.


—¿Te duele?


—Sí, muchísimo, ve a buscar algo para vendarme la mano, por favor. Rachel accedió, se levantó llevándose consigo el arma y subió la escalera. Pedro había logrado que ella se alejara.


Sin perder más tiempo, se puso en pie para salir, se movió con rapidez, quitó el cerrojo de la puerta intentando no hacer ruido y, en el mismo instante en que se disponía a traspasar la puerta, sintió el estallido de un disparo y notó que algo impactaba en su brazo derecho y lo hacía tambalearse. El balazo le quemó la carne y empezó a ensangrentar su bíceps, pero no tenía tiempo para nada más que cubrir con su cuerpo al pequeño Benjamin y convertirse en su escudo humano. Con los ojos cerrados, esperó que ella siguiera vaciando la carga en él, pero entonces, en una ráfaga de segundos, un uniformado con máscara y chaleco antibalas abatió la puerta y se abalanzó sobre él. Después, se oyó otro disparo, que impactó sobre la pared, y acto seguido, una última detonación.

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