lunes, 11 de agosto de 2014

CAPITULO 100




—Hum, qué maravilla despertar con tantos besos.


—¡Dormilón, es casi media mañana!


Pedro se desperezó y abrió los ojos a desgano. Una mesa con ruedas estaba al lado de la cama y, sobre ella, había un desayuno variado al que no le faltaba absolutamente nada.


—¿Y todo esto? ¿Cómo lo subiste?


—Chis, no me regañes, todo el esfuerzo lo hizo Berta, yo sólo lo acarreé de la entrada hasta acá.
Sentate, hoy me toca mimarte a mí.


Desayunaron en la habitación.


Zumo de frutas, café, té, diferentes tipos de rosquillas, otras piezas de bollería, donuts, mantequilla, queso cremoso, jalea, mermeladas, también había frutas frescas, cereales secos con yogur, gofres, cruasanes, huevos revueltos con
tocino, crepes, sándwiches, tostadas francesas con jarabe de arce y chocolate, huevos fritos sobre tostadas y algo de jamón.


—Cuánto hacía que no comía porridge —dijo Pedro refiriéndose a una especie de papilla de avena.


Paula le daba de comer en la boca y, con cada cucharada, recibía un guiño y un beso—. ¡Mi amor, cuánta comida!


—¡Ah! Es que te quiero fuerte.
Hoy estoy exigente y ese cuerpo hay que mantenerlo bien alimentado...
Yo he adelgazado y vos también.


—Es que no quiero ser menos que vos —se rieron—. ¡Te
despertaste de muy buen humor!


—Sí, despertarme a tu lado me pone de buen humor. ¿Sabés? Se me ocurrió que, después de desayunar,
podríamos bajar a la playa a caminar un rato, ya que el doctor dijo que debía hacerlo.


—Me parece una idea perfecta, pero iremos a recorrer las
playas del Soho que son más tranquilas que las de acá. Luego podemos ir a almorzar al Soho Beach House.


—Como siempre, me pondré en tus manos.


—Me gusta cómo suena eso. Pedro se incorporó ligeramente en la cama y se quedó a centímetros de
ella. Se la bebió con la mirada—.¿Te gusta ponerte en mis manos? — le habló seductoramente mientras enarcaba una ceja y clavaba sus profunda mirada azul en la de ella,
y recorría con sus ojos la boca de Paula.


Amo ponerme en tus manos,confío plenamente en ellas.


—Hum, cómo quisiera, en este momento, poder hacerte con ellas todo lo que estoy imaginando; pero mejor me voy a bañar, así salimos; presiento que estos días van a ser
cada vez más tortuosos. —Le comió la boca de un beso, luego se apartó y se levantó.


Ya estaban listos para salir y se dirigieron al garaje del edificio.


Felipe se había encargado de devolver la furgoneta con la que habían llegado desde el aeropuerto, así que estaban esperando que trajeran los dos coches de Pedro y el
BMW Serie 6 que normalmente usaba la familia cuando estaba en Miami; tenían planeado ir a las playas del norte. Cuando el aparcacoches aparcó el Bugatti Veyron azul y negro de Pedro,Ezequiel y Mati no podían creer lo que estaban viendo; se habían quedado alucinados con el
automóvil.


—¡Noooooo, esto es una nave!


—Tomá, Mati, conducilo vos —lo invitó Pedro mientras le daba las llaves.


—¿Yo voy a ir en este bólido?


—¡Ah, bueno! Me voy a poner celoso, creo que tenés preferencia por Matias...


En ese preciso momento, llegó el aparcacoches de nuevo con un Lamborghini Veneno rojo que rajaba la tierra.


—¿De qué te quejabas? — ironizó Pedro mientras le arrojaba las llaves al aire para que las pillara al vuelo—. Nosotros iremos en el BMW y, de regreso,cambiamos. ¿O preferís éste?


—¡Pedro, sos un condenado presuntuoso! Durante el vuelo,
cuando Mikel dijo que nos moriríamos cuando los viésemos,
nunca creí que tenías estos coches.


Ezequiel y todos los demás no salían de su asombro; Paula no tanto: ya había empezado a acostumbrarse a la familia
Alfonso.


—Tranquilos, no es para tanto; son sólo automóviles. Espero que disfruten del paseo... Sé que los dejo en buenas manos; yo iré adelante para guiarlos.


Llegaron al Soho Beach House, un hotel situado en el paseo
marítimo de Miami Beach, entregaron las llaves a los
aparcacoches y entraron. Pedro se presentó en la recepción donde, por supuesto, ya lo conocían porque era miembro del Club House; los demás entraron como sus invitados.


—Buenos días, señor Alfonso, bienvenido; es un gusto
tenerlo aquí nuevamente.


—Buenos días, he venido a pasar el día con unos amigos y voy a necesitar que registren como miembro también a mi prometida.


—Por supuesto, será un honor contarla entre nuestros socios.


Pedro hizo todos los trámites para que pudieran acceder al
exclusivo club, aunque el verdadero pase para todos era su Morgan Palladium.


—Adelante, les deseamos una magnífica estancia en el Club House.


El lugar era un paraíso, con tumbonas y cabañas de playa entre el paseo marítimo y el océano Atlántico. Se acomodaron y en seguida se les aproximó un camarero. 


Después de consultar brevemente con todos, Pedro hizo el
pedido: frutas frescas, salpicón de mariscos, guacamole y patatas fritas, agua mineral para Paula, pues no podía beber alcohol, daiquiris de la casa y un Perrier Jouet Grand Brut; la atención en el lugar era excelente. Todos decidieron bañarse en el mar, pero ellos se quedaron recostados en las
tumbonas, cogidos de la mano, bajo una sombrilla.


—¿Dónde te gustaría ir de luna de miel, Paula?


—La verdad es que no lo sé, no lo he pensado, pero me
encantaría viajar a un lugar con playa; me encanta el mar.


—¿Querés ir a Europa? Me dijiste que no la conocías.


—Pues no lo tengo claro, porque ahora, con Mindland en
París y en Italia, supongo que iremos seguido para allá; creo que preferiría un lugar caribeño. No sé, sorprendeme, me fascina que lo hagas.


¿De verdad no querés elegir el lugar?


Pedro, mi amor, aunque lo pasemos bajo un puente, si es con vos, no me importa dónde. Ya te expliqué más o menos mis gustos, decidí vos, pues estoy segura de que allá donde me lleves me placerá.


—Muy bien, intentaré sorprenderte, veré qué puedo hacer.
¿Tenés ganas de caminar un rato?


—Sí, por supuesto.


—Dejame pasarte un poco de protector solar y poneme un poco a mí también, por favor; el sol está muy fuerte. —Salieron caminando hacia el norte, cogidos de la mano por la orilla del mar—. En cuanto te canses, me avisás y volvemos.


—Sí, tranquilo, recién empezamos a andar.


—Acá se casó Luciana, en el Fontainebleau. —A medida que avanzaban, él le describía los lugares que iban dejando atrás; parecía que se los conocía todos.


—¡Vaya, es muy bonito!


—Durante la semana, vendremos para que lo conozcas;
hay tiendas donde podés comprarte cosas muy bellas. También hay restaurantes; iremos a cenar a Scarpetta, te encantará. Y podríamos alquilar algún bote y salir a navegar. Aquí hay uno de los clubes nocturnos más famosos de Miami... En fin, aún nos quedan varios días para disfrutar.


—¿Estamos muy lejos de Hollywood?


—No, ¿querés que vayamos?


—Sí, me gustaría.


—Muy bien, también iremos; quiero que te distraigas y que dejes de pensar en cosas feas, porque todo lo que nos espera de ahora en adelante es felicidad; ya verás, voy
a hacerte la mujer más feliz del mundo.


— Soy la mujer más feliz del mundo sólo con despertar a tu lado cada día.


Se detuvieron un instante, él cogió su rostro entre las manos, la besó y reanudaron la caminata.


—¡Pedro...! —llamó alguien desde lejos—. ¡Pedro Alfonso! —volvieron a repetir.


—Es a vos a quien llaman. —Paula se detuvo para ver de dónde venían los gritos; se hizo sombra con la mano para evitar el sol y divisar a la persona—. ¿Quiénes son? —Él agitó su mano y quiso seguir la marcha.


—Unos amigos.


—¿No querés saludarlos?


—No, está bien, sigamos. —Él frunció la nariz, pero aquellos individuos siguieron vociferando.


—¡Vamos! No seas descortés con tus amigos, parece que se alegran de verte. Además, el único amigo tuyo que conozco es Mikel, ¿tan desagradables son que no querés presentármelos? —Pedro aceptó ir a desgano.


—¡Pedro, estabas perdido! — Una rubia se acercó a saludarlo a medio camino.


—Hola, Audrey, te presento a Paula.— ¡Hola, Paula!


—¡Hola!


Se saludaron con un beso en la mejilla y él siguió con las
presentaciones.


—Brenda, Michelle, Liliam, Brandon, David, Jacob, os presento a Paula, mi prometida.


Pedro la mantenía aferrada de la cintura; ella advirtió que la
primera rubia buscaba el anillo de compromiso en su mano.


—¡Vaya, felicidades! Ahora entendemos por qué estabas tan
ausente —lo palmeó Brandon en la espalda.


—Gracias.


—¿Dónde os hospedáis? — preguntó Michelle.


—Estamos en mi casa, pero hemos venido a pasar el día al
Soho.


—¿Mikel? —se interesó Jacob. —Se ha quedado en el Club
House.


 —¡No me ha llamado! —se quejó Michelle y Pedro sonrió.


—Suelta a tu novia, Pedro, no le vamos a hacer nada —bromeó la rubia, que lo había llamado insistentemente, y a quien él había presentado como Audrey.


—¡Qué ocurrencias, Audrey! —le dijo Pedro pausadamente.


—Paula es un nombre latino, ¿verdad? —preguntó Liliam.


—Sí, soy argentina —le contestó ella.


—Ven, Paula, siéntate —la invitó Brenda, mientras se
incorporaba en la tumbona y le dejaba un sitio.


Pedro se quedó hablando con sus amigos y las mujeres
rodearon a Paula, le ofrecieron champán y los cócteles que bebían, pero ella los rechazó.


—Te lo agradezco mucho, Liliam. ¿Es ése tu nombre?


—Sí, así me llamo.


—Es que no puedo beber alcohol —les explicó—. Me
operaron hace poco y aún no me lo permiten.


—¿Hace mucho que conoces a Pedro? —se interesó Audrey, mientras bebía un cóctel y la miraba por encima de sus gafas de sol.


Paula se dio la vuelta y admiró a su hombre antes de contestarle.


—Casi cinco meses.


Pedro dijo que estáis comprometidos, pero ¿no te ha
regalado un anillo?


Paula levantó la mano y les enseñó que no lo llevaba. «Sabía que me estaba mirando la mano», pensó para sí misma y respondió:


—Me lo robaron en un asalto en Nueva York —sintetizó. No
tenía ganas de dar demasiadas explicaciones. Todas se azoraron.


A Paula no le gustaba la forma en que Audrey la interrogaba.


Pedro es un hueso duro de roer... ¿Cómo has conseguido
atraparlo, nena? Porque mira que a Julieta le costó y, pobrecita, cuando lo consiguió...


No terminó la frase. «¡Qué comentario tan odioso y fuera de
lugar. Sabía que no me había equivocado con esta tipa. Menuda grosera. ¿Acaso habrá tenido algo que ver con Pedro? ¿Se habrá acostado con ella?», caviló Paula con rapidez y, después de mirarla de hito en hito, le contestó:


—¿Atraparlo? No, no lo considero así, nos hemos enamorado —le respondió con serenidad y sorna.


—Sabías que Pedro estuvo casado, ¿no?


—Sí, Audrey, estoy a punto de casarme con él, sé todo acerca de su vida. —Paula fue muy tajante. Las otras tres mujeres se notaban incómodas ante la falta de tacto en los comentarios de su amiga.


—¿Cuándo os casáis? — preguntó Liliam.


—En agosto. —No quiso dar la fecha exacta.


—¡Ah, no falta nada! Supongo que estarás a tope con los
preparativos.


—Ahora estoy en un impasse, precisamente vinimos a Miami para terminar de recuperarme de mi operación y luego poder continuar con todo lo que falta. ¿Hace mucho que conocen a Pedro?


—¡Uf, nos conocemos desde el bachillerato! —le aseguró Brenda.


—¡Ah...! —Paula comenzaba a entender: «Quizá por eso Pedro no quería que nos acercáramos; todas eran amigas de Julieta».


—No tienes ni idea de quién soy, ¿verdad?


—¿Debería? Ilumíname, Audrey.


—Basta, Audrey —la amonestó Michelle.


—¿Qué? ¿Acaso no acaba de contestarme que está a punto de casarse con él y que sabe todo de su vida? —Se quedó mirándola desafiante e hizo una pausa—. Soy su cuñada, la hermana de Julieta.


Paula, en un primer momento, se sintió turbada, pero en seguida intentó recobrar la calma.


—Creo que Pedro no tenía obligación de hablarme de ti; sí de tu hermana, por supuesto. Aunque no me creas, siento mucho lo que le pasó. —Se puso de pie.


—Paula, nos encantará contarte entre nuestros amigos,
apreciamos mucho a Pedro.


—Gracias, Brenda.


Audrey dio media vuelta y se alejó sin despedirse.


—Lo siento, no ha estado bien lo que ha hecho. Ya han pasado dos años, Pedro tiene derecho a ser feliz.


—¡Qué puedo decirte, Michelle! Supongo que hay que
entenderla, para ella debe de ser doloroso verme con el marido de su hermana.


Pedro no se merece esto — afirmó Liliam—. ¡Por favor!
Además, ¿se hace la ofendida? Si Pedro le diera una mínima oportunidad, te aseguro que de inmediato se olvidaría de su hermana muerta... ¡No la soporto cuando se pone en plan de mártir!
Como si no supiéramos que siempre le quiso quitar el novio a Julieta — Paula no podía creer de lo que se estaba enterando.


—Bueno, bueno, cambiemos de tema —sugirió Michelle—.
Estamos incomodando a Paula, que nos acaba de conocer. A este paso, presiento que no querrá vernos más.


—¡Mira, Michelle, que no me toquen a Pedro porque me pongo como una fiera! Él merece ser feliz —le espetó Liliam mientras cogía de una mano a Paula—. ¿Sabes,Paula? Lo aprecio mucho, es una gran persona y sólo hace falta ver
cómo te mira para darse cuenta de lo que siente por ti. Yo, que lo conozco, te lo puedo garantizar.
Audrey estaba aquí por casualidad, no vino con nosotros; sólo se había acercado a saludar. Ya me he dado cuenta de que Pedro dudaba en acercarse cuando ella lo ha llamado. No sé a vosotras, pero a mí no me interesa caerle bien a ella: si no me habla más, no me importará; en cambio a ti, que serás la esposa de mi amigo, sí quiero conocerte. No voy a seguirle el juego a esa zorra... Ella buscó nuestra complicidad para hacerte sentir mal y no lo voy a permitir.
Déjame decirte que, además, no pudiste contestarle de mejor manera.


Paula se quedó en silencio, sonrió incómodamente sin saber
muy bien qué decir, pero notó que Liliam era muy sincera con ella.


—Dime, ¿así que Mikel está con vosotros? —la interrogó
Michelle—. Como te habrás dado cuenta, me vuelve loca.


—Sí, él también ha venido, estamos con otros amigos —
contestó Paula con timidez, no sabía cómo decirle que Mikel estaba con su amiga.


—Hace meses que no lo veo,pero ¿cómo explicarte?, la relación con él es así. Paula, ¿no me digas que está con alguien?


Ella se mordió los labios e hizo un mohín; no quería meterse en la vida de Mikel, pero tampoco iba a ser cómplice de una aventura; no estaba bien para María Paz.


—No te aflijas, Paula, entre él y yo funciona así, es una ida y vuelta continua; yo también tengo lo mío.


—¿Alguno de ellos es vuestra pareja? —preguntó Paula para cambiar de tema.


—Jacob y yo somos pareja — contestó Liliam—, estamos
casados.


—¿En serio? ¡Felicidades! ¿Y hace mucho?


—Dos años, nos encontramos en bachillerato; todos somos
amigos desde ese entonces.


—¿Cómo conociste a Pedro? — la interrogó Brenda.


—Por casualidad. Mikel es primo de uno de mis mejores
amigos.


—¿En Nueva York?


—No, Michelle, en mi país.


—¿Pedro y Mikel estuvieron en Argentina? Esos dos, de un tiempo a esta parte, se han vuelto inseparables —dijo Liliam con convicción.


—Sí, creo que se llevan muy bien. Pedro fue por trabajo y Mikel lo acompañó y aprovechó para visitar a su familia.


—¿Interrogatorio exhaustivo? Pedro se había acercado y abrazó a Paula por detrás; los demás también se arrimaron.


-no estaba contando como os conocisteis —le contestó Brenda.


—Nos presentó Mikel — corroboró él.


—Sí, Paula nos lo estaba contando.


—Así que les estabas contando... —La miró y le besó el
carrillo—. ¿Les estabas contando todo?


—No, chismoso, no se lo he explicado todo.


—Hablad, quiero saber.


—¡Ah, Liliam! Nos conocimos un fin de semana y pensamos que no nos veríamos más, pero luego nos encontramos en la empresa y resultó que yo era su jefe.


—¡Noooo, me muero! —Las tres mujeres no podían salir de su asombro.


—¿Y de qué hablasteis para no daros cuenta?


—Piensa, mi amor, piensa un poquito; es obvio que no hablaron demasiado —le dijo Jacob a Liliam. Paula estaba tan roja como el Bloody Mary que Brandon se tomaba


—¡Oh, Dios mío! ¡No hablaron, claro!


—No te avergüences, amor, son de confianza; ellos, para mí, son como tus amigos para ti.


—Sí, Paula, no te sientas mal,somos de confianza —intentó
tranquilizarla Jacob.


—¿Por qué no venís a cenar a casa esta noche? ¿O tenéis otros planes? —Todos se apuntaron a la invitación de Pedro—. Perfecto, haremos una barbacoa.


Pedro se mostró entusiasmado y Paula se puso feliz al verlo tan contento y distendido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario