lunes, 11 de agosto de 2014
CAPITULO 101
Habían emprendido el camino de regreso al Club House.
—Mi amor, Mikel estará con María Paz esta noche y, por lo que entendí, él y Michelle...
—No te preocupes, esos dos están acostumbrados a verse con otras parejas, pero creo que Mik está muy enganchado con Mapi. Me parece que Michelle es historia antigua... Además, no nos entrometamos, es su rollo. ¿Te cayeron bien mis amigos?
—Sí, me hicieron sentir muy bien, salvo...
—¿Qué?
—Tu cuñada —Pedro respiró hondo y la miró por encima de sus gafas oscuras.
—¿Cómo sabés que Audrey es mi excuñada? —remarcó mientras fruncía el cejo.
—Ella se encargó de explicármelo. Fue bastante grosera
y desagradable.
—Quiero saber qué te dijo exactamente.
—No tiene importancia, la puse en su lugar y tus amigas me
apoyaron; terminó marchándose.
—Lo siento. ¿Te das cuenta ahora de por qué dudaba en
acercarnos?
—Lo que sé, Pedro, es que otra vez me encontré en desventaja.
Podrías haberme advertido —le recriminó Paula.
—No creí que se comportara así. Quiero saber exactamente lo que te dijo.
—Podrías haberlo considerado, puesto que es la
hermana de tu mujer; era obvio que no le sentaría bien verme con vos.
—¿Acaso adoptó el papel de hermana dolida? ¿Me estás
queriendo decir eso?
—Quiso hacerme sentir mal, utilizando a su hermana.
—Esta conversación no vale la pena, te aseguro que es una
hipócrita.
—¿Por qué decís eso?
—Dejemos esta charla sin sentido, Paula, estamos perdiendo el tiempo hablando de Audrey; no me interesa hablar de ella ni de nadie de su familia.
—¿Te referís a tus suegros?
—Mis exsuegros y mi excuñada; basta, por favor.
—¿Tenés una mala relación con ellos? —preguntó Paula
recordando lo que Luciana le había contado de forma confidencial.
—No tengo ni buena ni mala relación con ellos. Desde que
Julieta falleció, no me hicieron la vida muy fácil, por así decirlo; no quiero ponerme de mal humor, no deseo hablar de ellos.
—Nunca querés hablar de tu pasado.
—De acuerdo, ¿querés que hablemos de mi pasado? —Pedro detuvo la marcha—. ¿Y qué hay del tuyo? ¿Qué me dirías si, en este momento, te pidiera detalles de cuando encontraste a Guillermo en la cama con tu mejor amiga? ¿Él
estaba arriba y ella abajo? ¿Cómo fue?
Paula le clavó la mirada y él se la sostuvo. Paula se había puesto muy pálida, no era necesario que la hiriera de esa manera; aunque era un tema superado, dicho de esa forma sonaba brutal. De todos modos, envalentonada, le contestó:
—Ella estaba arriba, él la sostenía por las nalgas y
escuchaban una canción que normalmente poníamos nosotros cuando follábamos. ¿Qué más querés saber? ¿Te gustaría que te contara si la tenía más o menos grande que vos? ¿O, tal vez, querés saber cuántos orgasmos me
provocaba? —prosiguió con sorna, mientras se tocaba la sien—. Dejame hacer memoria de cuánto fue lo máximo en una noche. —Se quedaron mirándose en silencio.
Pedro se la hubiera querido comer por ese último comentario y ella estaba colérica por lo grosero e hiriente que se había mostrado.
«Tomá, chupate ésa, te creés muy listo y terminaste más cabreado que yo», pensó Paula con rabia.
Siguieron caminando en silencio.
—Si estás demasiado apurado caminá solo, porque yo no puedo ir a ese paso, me tira la herida y me causa dolor. —Ella le soltó la mano bruscamente, también muy enfadada.
Pedro siguió la marcha a su lado, pero aminoró el paso. No
volvieron a hablarse durante todo el trayecto hasta el Club House.
—¡Hey, aparecieron! — exclamó Mati.
—Nos encontramos con unos amigos de Pedro —explicó Paula.
Pedro se había tirado en una de las tumbonas y no había dicho ni mu.
—¿Con quién? —preguntó Mikel intrigado.
—Jacob, Liliam, Brandon, David, Michelle y Brenda —
contestó él.
—Y Audrey —agregó Paula con sorna y se quedó mirándolo; él también la enfrentó—. Esta noche van a venir a cenar.
—¿Audrey también? — preguntó Mikel con inocencia y
algo extrañado.
—Dejá de decir idioteces,¿por qué no pensás antes de
preguntar? —espetó Pedro y, a continuación, se levantó y se zambulló en el mar. Mientras él se alejaba, Paula ocupó su lugar en la tumbona y se tiró al sol; estaba que se la llevaba los demonios. Nadie entendía nada, pero Mikel intuía lo que había ocurrido, así que, casi en un susurro, les explicó lo que suponía. Sabiendo que se habían encontrado con Audrey, no era difícil imaginar por qué el mal humor.
Tras unos minutos, Paula se había quedado algo adormecida. Se despertó sobresaltada al sentir que las gotas de agua se esparcían sobre ella; Pedro estaba todo mojado, sentado en la tumbona a su lado refrescándola con el agua que se escurría por su cuerpo y su cabello.
Entonces se acercó hasta que la distancia entre ellos fue ínfima y le habló al oído.
—Nena, tenés una lengua muy afilada.
—Vos también.
—Estuve grosero, lo sé. — Pedro cerró los ojos al hablar y le dibujó una mueca con la boca que le demostraba cuánto lo sentía.
—Muy inoportuno.
—También. Luego, en casa, hablamos; hay algo que quiero
contarte.
—¿Qué cosa?
—En casa te explico, ¿sí? Ahora sólo quiero que sepas que mi intención no era herirte, pero soy un tonto y siempre termino haciéndolo.
—Te pido disculpas, yo también fui muy poco delicada.
—Yo te provoqué. —Se besaron.
Después de pasar toda la tarde en la playa, regresaron al ático. Se bañaron y cambiaron, y Pedro fue hacia la cocina donde estaba Berta preparando todo para la barbacoa.
Había hecho varias ensaladas y unos taquitos mexicanos.
—Gracias, Berta, ya puede desentenderse del resto, nosotros nos encargaremos de lo que falta.
Después de cambiarse, Paula bajó a la sala y, guiada por el
bullicio de las voces, salió a la terraza. Allí se encontró con todos,menos con Pedro, y decidió preguntar por él.
—Está en la cocina, recién lo dejé ahí —le informó Mikel, que estaba preparando la parrilla junto a los demás.
Ella volvió a entrar, cruzó la sala, se metió en la cocina y lo vio, con una mano en el bolsillo del vaquero, junto al ventanal. Su ancha espalda estaba en tensión mientras
discutía con alguien por teléfono. Paula se quedó en la puerta, él no había advertido su presencia.
—Me importan una mierda tus motivos, que además no me creo. Han pasado dos años desde que Julieta murió y, si decidí rehacer mi vida, no tengo que darte explicaciones, ni a ti ni a nadie.
¡Encima te atreves a pedirme esto porque yo he vuelto a formar una pareja! Ya decía yo que, tarde o temprano, Audrey te iba a ir con el chisme. Ésa es otra desvergonzada,
mejor no me hagas hablar, aunque creo que no te asombraría mi opinión. Apuesto que sabes muy bien a lo que me refiero sobre tu hija.
—Veo que pretender tener un diálogo contigo es inútil, careces de sentimientos —contestó su interlocutora.
—¿Sentimientos? Parece un chiste; me hablas de sentimientos cuando, en verdad, no te importa un carajo lo que tu hija deseaba. ¿Qué se te pasa por la cabeza para
hacerme semejante proposición?
—Mi hija quería tener hijos contigo, ella anhelaba esos niños
que hoy tú me niegas. ¡No entiendo cómo no te conmueve mi dolor de madre!
—¿Que yo te niego? ¿He escuchado bien? Por Dios, ¿de qué me estás hablando? Julieta ya no está y no puedo hacer nada frente a eso. Un hijo es una decisión de dos
personas y ella ya no está aquí para decidir. Murió y yo no quiero tener hijos con una persona muerta, olvídate de que esos embriones existen y no te hagas la víctima conmigo.
—Lo que pasa es que tú nunca quisiste a mi hija.
—No me vas a hacer sentir culpable, eso ya no funciona.
¿Acaso tú sí la querías? ¡No me hagas reír! Sé que, cuando nos peleábamos, la obligabas a venir a rogarme que volviéramos. Para ti valía mucho más mi cartera que la
felicidad de Julieta. El amor por tu hija se te despertó demasiado tarde.
¿Tan desesperada estás? ¿Qué pasa? ¿Han dejado de invitarte a las fiestas? ¿La gente no te quiere en los círculos que frecuentabas cuando mi familia y la tuya estaban
vinculadas? Hum, qué extraño, ¿verdad? Aunque tú consideres lo contrario, no creo que sea por tu estatus. ¿Por qué será, Rose?
—No te voy a permitir que me hables así. Eres un insolente que cree que todo lo mido con dinero.
¡Tú eres así, el que piensas que todo se soluciona con tu abultada cartera!
—No, por supuesto que no todo se arregla con dinero. De ser así, tu hija no estaría muerta, porque habría dado toda mi fortuna para mantenerla viva.
—Perfecto, no quieres que esos embriones nazcan. Pues quiero que tengas claro que te voy a hacer la vida imposible, te voy a poner una demanda y conseguiré los óvulos. Hundiré la clínica de tu adorada hermana.
—Hazlo, interponme las demandas que quieras, pero no
podrás conseguir nada. Infórmate, tu hija firmó un contrato que te va a hacer caerte de espaldas. Te vas a dar de cara contra la pared. Ve a un psiquiatra, Rose, porque
verdaderamente creo que no estás bien.
Pedro cortó, la dejó con la palabra en la boca y luego se
guardó el teléfono en el bolsillo.
Estaba tan contrariado que Paula dudó en entrar. Él se había quedado apoyado con las dos manos en el vidrio, con la cabeza colgando.
Permaneció así unos instantes y, cuando se dio la vuelta, la vio de pie en la entrada.
—Lo siento, no pude evitar escucharte.
Pedro se cogió la frente y suspiró de manera audible; sus ojos buscaron los de ella con impaciencia.
—¿Estarás preguntándote dónde te metiste? —le preguntó con angustia. Su mirada estaba apagada, taciturna—. Te arrastro hacia todos mis problemas, Paula. Lo siento. Siento mucho tener una vida de mierda que ofrecerte.
Paula recorrió la distancia que los separaba con premura y se echó en sus brazos, lo abrazó con fuerza, con ímpetu; necesitaba demostrarle cuánto lo amaba y cuánto podía
contar con ella para lo que fuera.
Levantó sus manos y le cogió la cara, le acarició la frente para despejarla del pelo.
—Amo todo lo que viene con vos, lo bueno y lo malo, estoy a tu lado de forma incondicional. ¿Pedro, te acordás de lo que me dijiste anoche? ¿Querés que también te recite mis votos de matrimonio ahora? Porque a mí tampoco me
interesa dónde lo hago; me da lo mismo hacerlo acá o frente a un sacerdote, lo único que necesito es que lo sepas vos, mi amor. —Lo miró con mirada sincera—.Prometo cuidarte en la salud y en la enfermedad, en los buenos y en los
malos momentos, prometo amarte y respetarte siempre, acompañarte en tus logros y en tus desventuras, en tus alegrías y en tus angustias mucho más, prometo ser tu apoyo y tu sostén, siempre que lo necesites.
Él la acalló con un beso, se encontraron con desesperación,
como si ése fuera el último que fueran a darse. Pedro no quería soltarla, le acariciaba la lengua con la suya con urgencia, mientras la ceñía entre sus brazos. Necesitaba
que ella sintiera en ese beso todo el amor que le profesaba... Muy pronto el deseo empezó a consumirlos: parecían descontrolados, una pasión desmedida los ahogaba. Se apartó despacio para hablarle, sin dejar de
besarla.
—Te amo... Te amo... Sos increíblemente especial para mí,
sos la cura a todos mis males, mi paz, mi razón. Sos mi amor, Paula.
—Y vos el mío, Pedro. Sos todo y más para mí, sos mi vida.
—Te necesito tanto, Paula, abrazame por favor, abrazame
fuerte. —Permanecieron así, en silencio, hasta que Pedro decidió hablar—. ¡Dios, nena, cómo necesito hacerte el amor! ¡Cómo te deseo! Me urge demostrarte con mi cuerpo cuánto te amo, siento que si te lo digo no es suficiente —le confesó mientras le besaba la cabeza y le acariciaba la espalda en toda su extensión.
—Yo también te deseo, Ojitos, necesito tenerte dentro de mí, sólo vos me hacés sentir viva. —Pedro se separó y apoyó su frente en la de ella, mientras emitía un profundo suspiro—. ¿Es esto lo que me querías contar? ¿Es a lo que te referías en la playa?
—Sí, temo que tendré que afrontar un juicio muy pronto, pero no quiero tener hijos que no sean tuyos.
—Se solucionará, tranquilo, no te angusties. Estoy segura de que algo se podrá hacer. Hay que asesorarse y estar preparados. — Sonó el timbre—. Creo que ahí llegan tus amigos. Vayamos ahora a disfrutar de su compañía y de la
barbacoa, y desliguémonos por un rato de los problemas, mi amor.
Más tarde, si aún tenés ganas, lo hablamos. Prometo no forzarte a que me cuentes.
—Soy tan cerrado a veces... Me cuesta tanto compartir lo que me pasa..., pero no lo hago por dejarte a un lado. Siempre resolví las cosas por mi cuenta, Paula, siempre fui muy independiente y nunca compartí con nadie la intimidad que hoy tengo con vos.
—Yo tampoco tuve esta relación tan íntima con nadie, Pedro.
Quizá te cueste creerlo, puesto que estuve a punto de casarme, pero lo nuestro es diferente. El vínculo que
nosotros tenemos es auténtico, porque sale de acá. —Le tocó el pecho—. Aun así, entiendo que tenemos formas distintas y, por eso, intento entenderte, pero también me
gustaría que me comprendieras a mí.
—Lo intento, Paula. Sin embargo, a veces, mi naturaleza
hace que, por el simple instinto de protegerte, te deje a un lado. Te lo dije muchas veces, sólo ansío hacerte feliz.
—Pero la felicidad no es completa si no hay total confianza.
—No quiero que desconfíes de mí.
—No se trata de desconfianza. Hablo de que debemos tener la certeza de que nos podemos decir todo y la seguridad de expresar nuestros sentimientos sin necesidad de privarnos de ninguna de nuestras emociones. Podés confiar en mí,
quiero ser tu compañera de vida.
Los problemas compartidos siempre son más llevaderos, porque podemos apoyarnos el uno en el otro. Y las discusiones, en fin, los sinsabores también son parte
importante de una pareja, porque cultivan la relación y nos vuelven más tolerantes. No quiero decir que nos conformemos, me refiero a que aprendamos a darnos espacio, físico y emocional.
—¡Cuánto tengo que aprender de vos, mi amor! ¡Sos tan sabia en tantas cosas...!
—No, Pedro, no soy sabia, soy una gran improvisadora, pero me gusta meditar un poco las cosas.
Vos, en cambio, sos más apasionado, más visceral, quizá ésa sea la razón por la cual nos atraemos tanto, porque nos
complementamos.
—¡Y decís que no sos sabia! En mi vida, sólo he admirado a dos personas: a mi padre y a mi madre; y, ahora, a vos.
—¡Uf! Eso es mucho, no exageres! No quiero decepcionarte,
es mucha la presión que me imponés. ¡Ojitos, decís cada cosa cuando decidís expresarte...!
—Sé que jamás vas a fallarme, Paula, conozco tu alma como tu cuerpo.
—¡Dios, cómo no amarte, si me dejás tambaleante con tus halagos! Me tenés comiendo de tu mano, Ojitos, sos tan seductor. Me atarantás, me nublás la razón; con sólo mirarme, me derretís. —Pedro se reía y enarcaba una ceja por la vehemencia con que Paula describía sus emociones—. Además, cuando me ofrecés esa sonrisita de perdonavidas, se me cae el tanga, ¡me hacés decir cada
estupidez! ¡No te rías! —Paula se abanicó con la mano—. Pedro, vayamos con tus amigos, salgamos a la terraza porque necesito aire, quiero salir de esta situación. ¡Sos
un irrespetuoso! ¡No podés decirme eso sabiendo que estoy
convaleciente! —Paula lo cogió por la mano y lo arrastró afuera.
—Esperá.
—¿Qué?
—Dame un beso. Estás loca, pero me encanta tu locura.
—Vos me volviste loca ¡y encima me pedís un beso, con el
calor que siento!
—Yo también me muero por vos, me tenés totalmente
enamorado, sos la dueña de mi voluntad.
Le sostuvo el rostro y la besó despacio, con muchísima ternura.
AVISO: HOY SUBO 4 CAPITULOS POR QUE MAÑANA NO SUBO,EL MIERCOLES TAMBIEN VOY A SUBIR UN CAPITULO MAS
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Espectaculares los 4 caps!!!!!
ResponderEliminarMe encantaron estos capítulos! Hermosa novela!
ResponderEliminarbuenísimo,seguí subiendo!!!
ResponderEliminarmuy lindos los capitulos!!!!!!!!!
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