miércoles, 20 de agosto de 2014
CAPITULO 129
La pasión entre ellos había emergido ya dentro del ascensor
que los llevaba al piso de la Suite Royal. —Paula, no puedo creer cómo te deseo, nena. Anoche no pude pegar ojo, di mil vueltas en la cama porque no te tenía a mi lado.
—Yo también te deseo, Pedro.
Con ese chaqué estás muy hermoso y, con el último baile, juro que tuve ganas de cogerte de la mano y salir corriendo del escenario hacia la suite nupcial.
Pedro la besó mientras la sostenía por la espalda, le lamió los labios y extravió su lengua dentro de su boca. Salieron del ascensor y cuando él se disponía a abrir la puerta de la habitación y Paula iba a escurrirse adentro de inmediato,
él la detuvo.
—Un momento, debo entrarte en brazos.
En el interior de la suite, todo era suntuoso; destacaban los
dorados y los géneros de fina tapicería en beige y marrón, igual que el piano de cola emplazado en una de las esquinas del salón. Pedro entró y cerró la puerta de un puntapié y, sin demora, se apoderó de sus labios, los acarició con la lengua y los agasajó con ella, una y otra vez, hasta que Paula abrió su boca. Se desató así una danza loca de lenguas enredadas, de lametazos urgentes.
—¡Al fin solos! —exclamó ella aferrada a su cuello.
—Al fin solos, señora Alfonso —corroboró él guiñándole un ojo.
Pedro la dejó en el suelo y le hizo una sutil caricia con el reverso de su mano, palpando la sedosidad de su piel. Deslizó sus dedos por el hombro de Paula y por su brazo, hasta llegar a la mano; entonces, enredó sus dedos con los de ella y la separó de su cuerpo para admirarla. La adoró con los ojos de hito en hito, la anheló con gula.
—¿Sos feliz, mi vida?
—Soy el hombre más feliz del mundo. Cada uno de los momentos que hemos vivido esta noche quedarán por siempre en mi memoria. He disfrutado de todos los detalles.
—Yo también. Gracias, Pedro, por mirarme como lo estás
haciendo en este mismo instante.Gracias por hacerme sentir tan amada.
—Te amo, bonita, te amo con todo mi ser.
—Lo sé, no hace falta que lo digas, porque me lo hacés notar a cada instante. De todas formas, te pido que nunca dejes de hacerlo, me encanta oírlo.
—Cuando te vi hoy por primera vez, en la escalera, con tu
vestido de novia, me faltó la respiración —le explicó él mientras la abrazaba y Paula lo escuchaba ilusionada—. Estabas esplendorosa, increíblemente bella, lucías muy actual, sofisticada y glamorosa. Luego, cuando entraste
en el salón de ceremonias, ¡Dios!, casi me muero de emoción;parecías una ilusión óptica caminando hacia mí, de tu cuerpo salían destellos que se mezclaban con la luz de las velas. Tenías un aureola irreal con ese traje, eras un
sueño, mi sueño —le dijo con voz marrullera—. Y, ahora... —le susurró, acarició sus labios, la separó de su cuerpo extendiendo el brazo y volvió a recorrerla con la mirada—, con este vestido... sos Afrodita, Paula. Sos mi diosa hecha
mujer, cada traje que escogiste fue perfectamente acorde a cada momento de la noche, porque con este vestido me ponés muy caliente.
Esta tela se adapta como un guante a las formas de tu cuerpo y te juro que sólo estoy deseando quitártelo para descubrir una vez más la sinuosidad de tus curvas.
—Pedro, mi cuerpo te pertenece, como también mi alma y
todo mi ser. —Se besaron y luego Paula continuó hablando—: Hoy, cuando te vi por primera vez, en la escalera, con tu traje de novio, tuve la misma sensación que el día en que te conocí en el Faena. Fue entonces cuando supe que había sido en ese instante, justo cuando Mikel anunció que venías y yo ladeé mi cabeza para mirarte, cuando me había enamorado de vos.—Él la atrapó nuevamente entre sus
brazos.
—Hoy tienen vetas marrones. Increíblemente, tus ojos lucen hoy del mismo verde que el día que me desperté por primera vez a tu lado. Anoche estaban diferentes.
—¡Dios, recuerdo esa mañana!
Casi me muero de un paro cardíaco cuando me dijiste eso.
—Esa mañana, yo también estuve al borde del infarto. En
aquel momento, no supe entender lo que sentía, pero ahora lo sé muy bien. Cuando abriste los ojos y me miraste, noté mariposas en la barriga y mi cuerpo se estremeció de pasión al ver que me honrabas con tus ojos. Vos también me tenías
perdidamente enamorado, aunque yo todavía no lo sabía. —Se quedaron mirando durante un rato —. Hagamos un brindis, brindemos por nuestro amor, señora Alfonso.
—Me encanta cómo suena, me embarga saber que ésa soy yo.
Pedro sonrió con franqueza y le besó la punta de la nariz. Luego, destapó la botella de La Grande Dame que descansaba en la cubitera, sirvió dos copas y cruzaron sus brazos chistosamente para beberse el champán.
—¿Querés comer algo de lo que hay acá? —le preguntó él
señalando una bandeja con frutas y tentempiés; también les habían llevado pastel de boda.
—A vos, quiero comerte.
Haceme el amor, Pedro, eso es lo que quiero. Deseo sentirme tuya, más tuya que nunca, quiero tenerte dentro de mi cuerpo, ya no quiero esperar más, mi vida.
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