miércoles, 27 de agosto de 2014

CAPITULO 149




El día había sido extenuante,con demasiadas emociones, todas ellas muy placenteras, y Paula se sentía agotada. Ya se habían metido en la cama y Pedro la cobijaba mientras ella le apoyaba la mejilla en el pecho.


—Tendremos que acelerar la búsqueda del nuevo apartamento, para poder preparar los cuartos de los bebés con tiempo —sentenció Pedro.


—Sí, eso mismo estaba pensando. —Paula levantó la
cabeza y se quedó mirándolo, le mordió la barbilla y dijo—: Pedro,sé que igual te suena un poco injusto, pero... ¿sabés? He sentido un poco de envidia del abrazo que te diste con Ana. Me encantaría poder estrujarme así con mi mami cuando se entere.


—¿Y qué te hace pensar que no lo harás? Iba a preguntarte si querías que el fin de semana fuéramos a Mendoza.


—¿En serio? —Paula pegó un salto en la cama y se sentó a
horcajadas sobre él—. ¿Que si quiero? ¡Claro que quiero! —Se inclinó y lo besó por todo el rostro —. Tengo el esposo más bueno, el más lindo y el mejor. ¡Y es mío, todo mío! —le decía entre beso y beso.


—Paula, despacio, no saltes tanto.


Pedro, hasta buceo he practicado cuando no sabíamos que estaba embarazada.


—Bueno, pero ahora lo sabemos y debemos cuidarlos.


—Y los cuidaremos, pero tampoco exageres. Ya oíste lo que
dijo hoy la doctora: no estoy enferma, estoy embarazada y, ahora mismo, lo que más quiero es que mi esposo me haga el amor.


—Ay, Paula, te juro que tengo cada una de las palabras de la obstetra grabadas en mi mente, pero me da miedo hacerles daño; ¡es que son dos! —Paula se quedó mirándolo, luego se inclinó y le pasó la lengua por los labios.


—Te deseo, mi amor, prometo que si algo me duele te lo haré saber. Además, lo haremos despacito, como cuando me dieron el alta después del balazo. ¡Bah!
Aunque ese día que volviste de París, no fuiste muy cuidadoso en la oficina. —Se rieron. Luego Paula lo miró de forma provocadora y él se perdió en sus ojos—. Te amo, Pedrosaber que llevo a tus hijos en mi vientre me convierte en la persona más afortunada del mundo, ¿te das cuenta, mi amor? ¡Pronto seremos cuatro!


—Es increíble, cierro los ojos y me parece que fue ayer cuando entré en el Faena y rogué que no fueras la novia de ninguno de los que estaban ahí. Hoy sos mi esposa y la madre de mis hijos. ¡Guau!
¡Qué grande es esa palabra! Nunca tuve verdadera conciencia de lo mucho que significa hasta ahora, los voy a cuidar siempre a los tres.


—Lo sé, sé de sobra que nos amarás mucho. A mí me lo hacés sentir a diario.


—¡Dios, es que de golpe me han surgido tantos miedos...! Sé muy bien lo que siento por vos, y lo que ya siento por ellos, pero me da terror no ser un buen padre.


—De eso no me cabe duda, mi amor, sos una gran persona y sé que a nuestros hijos les darás tanto amor como a mí, aunque a veces nos equivoquemos. Pero ¡es que no hay un manual donde se aprenda a ser padre, Pedro!


—Vos, en cambio, serás una gran mamá, te he visto actuar con mis sobrinos.


—Y vos también serás un gran papá. Imaginémoslo, dale, cerrá esos hermosos ojos que tenés y figúrate con ellos en los brazos. — Pedro asintió e hizo lo que le pedía —. ¿Te los estás imaginando?


—Sí, me veo supertieso,hablándoles de manera muy cursi.
—Abrió los ojos—. No quiero ser un padre ausente, Paula, quiero participar en todo desde que nazcan, cambiarles los pañales, darles el biberón, bañarlos. Deseo que compartamos todo, pero tampoco quiero ser un padre
obsesivo, sólo darles lugar para que crezcan con sus ideales, pero con mi guía.


—¿Y tenés miedo de ser un mal padre? ¿Acaso no te estás
escuchando? Serás el mejor, Pedro.


Él la hizo girar y la dejó bajo su cuerpo.


—Te amo, Paula, me siento completo en todos los sentidos. Sos mi amor, mi vida, y no me voy a cansar nunca de decírtelo. Gracias por todo lo que me das a diario, por tu amor, y ahora por esos hijos hermosos que tendremos. —La
besó, luego se apartó y le confesó —: Es contradictorio, pero aunque no quiero perderme ni un solo instante del embarazo, también quisiera cerrar los ojos y que ya
estuvieran junto a nosotros.


—Lo sé, me pasa lo mismo. —Ella le acarició el puente de la
nariz—. Quiero que se parezcan a vos, estoy enamorada de tu cara,¡sos tan lindo...!


—Y yo deseo, con todas mis fuerzas, que se parezcan a vos. Me encantan tus facciones, tu boca, ¡sos tan linda...!


Se miraron con mucho amor y el momento se transformó, los miedos desaparecieron de pronto y fluyó esa pasión que los quemaba por dentro. Pedro la olisqueó, le pasó la nariz por el rostro, la miró mientras le sostenía la frente y le
dijo gesticulando:
—Te infinito.


—Te infinito —le respondió Paula de la misma manera y, acto seguido, le habló en su idioma, porque sabía que eso lo ponía muy caliente—: I love you too... you’re my world... I wish too much... [Yo también te quiero... Eres mi mundo... Te deseo tanto...]


Pedro frotó su sexo contra su pelvis: que ella le hablara así era suficiente para desencajarlo. Bajó su mano y se desprendió del calzoncillo. Con habilidad, le quitó el tanga y tocó su vagina. Paula estaba más que preparada.


—Baby, my love... —Tomó su pene y lo situó en la entrada de su vagina; la penetró lentamente y se quedó mirándola—. Te amo, sos sublime.


Empezó a moverse mansamente, mientras Paula se
meneaba también para encontrarlo.
Era un vaivén continuo de sus pelvis, una danza pausada pero exquisita, un baile ritual que ese día no parecía tener fin ni pausa. Paula se mantenía aferrada a su espalda y él le hundía la cara en su cuello, mientras ahogaba sus gemidos.
Sentía que su cuerpo se licuaba con cada embestida, que sus entrañas se derretían con cada roce.


—Así, Pedro, así te quiero.


Tenés la misma expresión que cuando lo hicimos la primera vez,jamás la voy a olvidar.


—Mi razón y mis deseos se extravían en tu cuerpo, Paula, como aquel día en que te tuve por primera vez entre mis brazos.


Siguieron contoneándose, encontrándose y, entonces, mientras ella se perdía extasiada en sus ojos, comenzó a sentir un fuego que estaba a punto de quemarla viva, sus entrañas empezaron a convulsionar, sus extremidades se
crisparon en torno a él y lo apretó con fuerza contra su cuerpo, le enredó las piernas en la cintura y gritó su nombre. Pedro exhaló la respiración contenida, mientras la espoleaba con su pene y, casi al filo de la locura, vació sus ganas dentro de ella. Cayó desmembrado a un costado, como un buen padre cuidadoso de sus retoños.


—¿Estás bien? —le preguntó él con un hilo de voz.


—Perfecta, feliz y satisfecha, como cada vez que me hacés el amor. —Unos cuantos minutos después, Paula interrumpió el silencio—: ¿Te has dormido?


—No, Pau, aún no.


—¿Sabés? Hoy, mientras me bañaba, pensé en lo que dijo la doctora de que estoy de 5,3 semanas y me puse a sacar cuentas.


—Fue en Punta Mita, en la ducha o en la cama, cuando
estábamos partiendo para Cancún —se adelantó Pedro.


—Sí, ¿también estuviste sacando cuentas?


—No he parado de pensar en eso desde que nos hemos enterado —corroboró él.


—Yo tampoco

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