miércoles, 27 de agosto de 2014

CAPITULO 150



El jet de Mindland aterrizó en el aeropuerto de San Rafael Mendoza en hora. Paula estaba feliz de llegar a su tierra y Pedro disfrutaba de su alegría. No habían avisado de que viajaban, porque querían sorprender a todos, así que, al salir del aeropuerto, alquilaron un coche con chófer para que los llevase hasta la plantación.


—Usted es la más pequeña de los Chaves, ¿verdad? —le preguntó el conductor a Paula.


—Sí, disculpe que no lo reconozca, pero hace bastante que
no vivo acá.


—Soy el sobrino de Patricio, Mariano. No sé si me recuerda,
pero yo iba seguido a la plantación y jugaba con su hermano.


—¡Ah! ¿Cómo estás, Mariano? Disculpame el despiste. Te
presento a mi esposo, Pedro —Éste le extendió la mano muy amablemente.


—Mi tío y mi tía nos contaron que se han casado. ¡Uf! Si los
hubieran visto, no paraban de hablar del fiestón.


—Pues nos costó mucho subir al avión a ese viejo para que fuera, pero al final lo logramos —dijo Paula con gran cariño.


—¿Vinieron de visita?


—Sí, sólo por este fin de semana. —Siguieron en silencio un
rato, Pedro contemplaba el paisaje mientras le acariciaba la mano—. Mariano, ¿podrías parar el coche que me siento descompuesta?


Pedro la miró asustado,ella estaba muy pálida. El chófer
paró de inmediato en el arcén y Paula salió despedida del
compartimento y empezó a hacer arcadas. Pedro, que ya estaba junto a ella, le sostenía la frente mientras ella vomitaba.


—¿Te sentís mejor?


—Sí, pasame un pañuelo de mi bolso y la botella de agua, por favor.


— ¿Te habrá caído mal algo que comimos en el avión?


—Espero que sea eso, porque si es que voy a empezar con
náuseas diarias realmente es horrible. No sé, pero me encontré mal muy de golpe.


—¿Estás mejor? ¿Seguimos?


—Sí, continuemos.


Subieron de nuevo al coche y Paula se recostó en el hombro de Pedro mientras él la cobijaba en su abrazo. Poco a poco fue recobrando el color. Finalmente, llegaron al portón de rejas que servía de entrada a Saint Paule. Sobre el arco de medio punto se erigían las letras de hierro forjado que resaltaban el nombre de la bodega. Entraron por el camino que los llevaba hasta la casona y Mariano aparcó el automóvil frente a la puerta de entrada. Guillermina salió de inmediato al oír el ruido del vehículo. Al ver que descendían Paula y Pedro, empezó a dar gritos para llamar a todos. La primera en salir fue Clara y, por detrás, venía tambaleándose Francisco.


—¡Hola, mi tesoro! ¿Cómo estás?


—¡Tía, qué sorpresa!


—¿Verdad que los sorprendí? Pero ¡yo también lo estoy! Mirá, este muchachito ya camina, ¡ya era hora, Francisco! —Levantó al pequeño Pedro la miró y se lo quitó de los
brazos y lo aupó él, pero como el niño era muy dócil no se quejó.


Paula saludó cálidamente a Guillermina y Patricio, que no
había tardado en llegar hasta la entrada. Pedro también les dedicó un amistoso saludo a los caseros.


El chófer ya había bajado las maletas, saludó a sus tíos y se
despidió, pero antes Pedro le dio una suculenta propina.


—Adiós, Mariano, un gusto haberte visto —le dijo Paula antes de perderse dentro de la casa. Sofía estaba aferrada a su mano y no la soltaba—. Pero ¿dónde están todos?


Están en la bodega —le informó Patricio—. Hay visitas.


—¿Visitas? —preguntó Paula extrañada, pues era obvio que quien había llegado no conocía la bodega y por eso estaban mostrándosela.


—Sí tía, creo que es un amigo de la abuela —dijo Clara, y Paula y Pedro se miraron—. Habla raro, pero también habla como Pedro, en inglés, y no sabe español. Yo no fui con ellos porque ya conozco la bodega y preferí quedarme jugando.Y Francisco, cuando se fueron, estaba durmiendo.


—¿A quién se refiere Clara? —preguntó Paula.


—Al señor Luc y su hija, que llegaron anoche de Francia —le contestó Guillermina.


—¡Ah, bueno! Creo que la sorprendida soy yo, entonces.


Pedro la abrazó y le besó el pelo.


—¿Querés que vayamos a un hotel? —le preguntó Pedro a Paula.


—No es necesario. —Se miraron a los ojos—. Te acabo de
decir que no es necesario, ¿o sí lo es? —le preguntó ella con sorna.


—Paula... —le contestó él en tono de advertencia.


—¿Hace mucho que se fueron? —le preguntó él a Patricio.


—No, cuando ustedes llegaron hacía muy poquito que ellos se habían marchado. ¿Quieren una de las camionetas para ir hasta allá?


—No sé lo que quiere hacer Paula, Patricio —La miró
esperando una respuesta.


—Sí, vamos, pero nosotros buscamos la camioneta, no te
preocupes, viejito.


—Miren que para mí no es molestia, al contrario.


—Está bien, Patricio, sólo traiga las llaves, nosotros la vamos a buscar —insistió Pedro mientras le palmeaba la espalda.


—¿Puedo ir con ustedes, tía?


—Voy a conducir yo, así que me tenés que preguntar a mí si te llevo —le contestó Pedro.


Entre ellos no había habido mucho feeling, pues la niña se
había mostrado muy celosa cuando lo había conocido en Nueva York.


Clara miró a Paula para que interviniera, pero ella no lo
desautorizó.


—Además, ¿me parece a mí o no saludaste a Pedro cuando
llegamos?


—No me acuerdo —respondió la niña.


— Yo sí me acuerdo bien y no me saludaste. —Pedro se inclinó y le señaló su carrillo. Clara no tuvo más remedio que darle un beso.Pedro le dio otro a ella y la cogió de la mano.
—Por supuesto que podés venir con nosotros —concluyó.
Francisco se quedó con Guillermina y los tres partieron rumbo a la bodega. Cuando llegaron, los empleados los saludaron de inmediato y Paula se cercioró de si su madre y compañía aún estaban ahí.


—Sí, señora, están en la cava —le dijo el capataz.
Bajaron por la escalera y, cuando estaban llegando, la cara de Pedro se transfiguró.


—¡Bingo, mi amor! Por lo visto. yo voy a tener que aguantar a la francesa, pero a ti te va a tocar Gaby. ¡Claro, corrés con ventaja! Seguro que Gaby no se queda a dormir.


— Muy chistosa, pero no entiendo qué mierda hace ese idiota acá.


Gonzalo sintió el murmullo de ellos hablando y se dio la vuelta y los vio bajar.


—¡Paula, Pedro! ¡Qué sorpresa!


—¡Hija querida, no puedo creer que estén acá! —Alejandra salió casi corriendo a su encuentro, se abrazó a su hija y la llenó de besos; luego la soltó, cogió a Pedro por la cara y también lo llenó de besos—. Pero ¿por qué no avisaron de que venían?


—Queríamos sorprenderlos, mamá. —Gonzalo también se acercó a ellos, junto con Mariana, y se abrazaron.


—Pero ¡qué bronceados están! Todavía guardan un color muy caribeño —hizo notar Alejandra mientras tomaba distancia para mirarlos. Se acercaron hasta donde estaban los demás.


—Bonjour, Luc, Chloé.


—Bonjour, Paula —le contestaron a la vez, y la saludaron
con dos besos. Pedro también los saludó.


— Hola, Gabriel. —Ella se acercó y le dio un respetuoso beso en la mejilla.


—Hola, Paula, Pedro... — Gabriel le extendió la mano pero
Pedro se la dejó extendida, sólo le contestó de forma tosca con una inclinación de cabeza.



—Estábamos mostrándole a Luc y a Chloé la bodega y ahora íbamos para la plantación —dijo Alejandra rápidamente tratando de salvar el mal momento.



—Bueno, yo los dejo —se disculpó Gabriel.


—¡Pero si ibas a quedarte a comer un asado con nosotros...! — se quejó Gonzalo.


—Te lo agradezco, de verdad, pero mejor lo dejamos para otro día.


—Por mí podés quedarte, para mí no existís —le dijo Pedro.


Pedro —le dijo Paula entre dientes.


—¿Qué? —se encogió de hombros mientras la miraba—.
Acabo de decirle que para mí no existe, ¿que querés? Que le ruegue que se quede a comer, si quiere hacerlo que lo haga, no me interesa.


Pedro, Gabriel es mi invitado y mi amigo —intervino Gonzalo.


—Pero da la casualidad de que tu amigo quiere hincarle el
diente a mi esposa... Pero no hay problema, cuñado, no te preocupes. Como veo que preferís a tu amigo, mi esposa y yo nos vamos. —La cogió de la mano y quiso irse.


—Un momento —le dijo Paula poniéndose firme—. Si yo puedo hacer el esfuerzo, vos también podés hacerlo.


Chloé hundió su mirada en el suelo, y Pedro miró a Paula
fulminándola.



—Vamos, Luc, Chloé.
Sigamos recorriendo la bodega, vayamos a la embotelladora y luego a la plantación, acompañadme — los invitó Alejandra a que la siguieran.


Todos salieron de ahí y Pedro y Paula se quedaron solos en la cava.
El aire se cortaba de la tensión acumulada.


—¿Tanto te interesa que tu amiguito se quede?


Pedro, no seas irracional.
Fue muy desagradable lo que le dijiste a Gabriel. ¿Cómo quedo yo frente a Luc? Además, no me olvido de que la zorra de Chloé, según vos, se te desnudó y la rechazaste.



—¿Qué? ¿Todavía tenés dudas sobre lo que pasó con Chloé?


—¿Debo tenerlas? ¡No soy yo quien se está comportando como una troglodita! Y creo que tendría motivos de sobra como para hacerlo.


—Si no lo estás haciendo es porque ella es la hija de la pareja de tu madre.


—Por eso mismo. ¿Sabés lo importante que es para ella que Luc y su hija estén acá? Es la primera vez que entra un hombre en esta casa desde que mi padre falleció.—Hizo una pausa—. Por supuesto que no me faltan ganas de mandarla a la mierda, porque, por más que Chloé me pidiera disculpas en París, no me olvido. Pero ¡lo intento, por mi madre, pero sobre todo por el respeto que merece
nuestro amor! Para mí tampoco es fácil. ¿Sabés, Pedro? Fue muy molesto que los demás se dieran cuenta de nuestras inseguridades.


Pedro se quedó mirándola con chispazos de fuego en sus ojos azules. —¿Por qué guardás una tarjeta con su dirección?


—¿Qué?


—No te hagas la desentendida, Paula, la tenés en tu monedero.


—¿Anduviste hurgando en mi monedero?


—No, no anduve hurgando. La vi el otro día cuando me mandaste a buscar la tarjeta de Callinger. ¿Para qué la guardás? ¿Acaso pensás ir a visitarlo?


—¡Sos un... pelotudo, no es justo Pedro! —Se puso a llorar—. Ni me acordaba de que estaba ahí, vinimos a contarles a mi familia nuestro embarazo y mirá con lo que me salís.


—Es que no soporto a ese tipo, sé perfectamente que te habló mal de mí en el aeropuerto.


—¡Ah, veo que tu soplón hizo muy bien los deberes aquel día! Bueno, pedile entonces que te relate el cuento completo, porque ese día, cuando él me habló mal de vos, saqué mis uñas para defenderte.


—Sí, pero aceptaste su tarjeta y aún la conservás.


—Sos insufrible, Pedrosiempre querés tener la razón. ¿Qué tendría que haber hecho yo cuando llegamos y saludaste a Chloé como si nada? ¡Incluso acepté que le enviáramos una invitación a nuestra boda! ¿Vos habrías permitido que yo invitara a Gabriel? A mí también me duele lo de Chloé y encima me la tengo que tragar, porque tenemos negocios con ellos y, por si fuera poco, ahora mi madre tiene un asunto amoroso con su padre. — Paula se echó a llorar con verdadera congoja; entonces, Pedro sacó las manos de sus bolsillos e intentó abrazarla—. ¡Dejame! No quiero que sientas lástima por mí, ya es suficiente la lástima que siento yo de mí misma.



—No es lástima, Paula, te amo, por eso me pongo así.


—Pero me hacés daño, no te doy motivos para que desconfíes de mí de esta forma.


—Lo sé, lo sé, no te angusties, te va a hacer mal a vos y a los bebés. No nos peleemos más. Es que yo sé que él babea por vos y no lo soporto, no aguanto que nadie te desee más que yo.


—Imaginate entonces la visión que yo tengo de ella desnuda frente a vos.


Basta, Paula, no quiero que te angusties más. Vinimos a
compartir con tu familia nuestra felicidad y mirá en lo que hemos terminado.


—No es culpa mía.


—Ya sé que no es culpa tuya,no llores más.

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