domingo, 31 de agosto de 2014

CAPITULO 163





Paula y Doreen recorrieron las tiendas de Saks junto a los niños.


Entraron en D&G, y Paula se enamoró de inmediato de un
hermoso vestido para Astrid y,aunque la señora Doreen se negaba a que le comprara algo a su hija, lo hizo de todos modos. Cuando salieron, fueron hasta la tienda de Óscar de la Renta y ahí encontró unos modelos increíbles para Olivia; luego, en Ralph Lauren,compraron prendas para Benjamin.


Paula le envió fotos a Pedro para que viera lo guapo que su hijo estaría con esa ropa. Al salir de ese local, y como última parada,entraron en Burberry y ahí también adquirió cosas bellísimas para ambos bebés. Al final, cuando ya se
marchaban, pasaron por la tienda de Michel Kors y ella no pudo resistir la tentación y se compró algunas prendas para ella, también bolsos, zapatos y algunas camisetas para la señora Doreen.


Cuando salieron de Saks,caminaron hasta el aparcamiento
donde habían dejado el coche salieron de allí y buscaron un
estacionamiento cercano a Gucci.


Al entrar, Ettore reconoció a Paula de inmediato y entonces, atendiendo a su demanda, le buscó rápidamente los últimos modelos de camisas que habían llegado, también se llevó unos jersey y unas camisetas de la nueva colección. Benjamin estaba ya bastante molesto, con hambre y empezaba a reclamar la teta, así que volvieron raudas hacia el aparcamiento.


—¡Aaaaaah, señora, me olvidé mi bolso sobre el mostrador! Siga caminando que yo vuelvo a buscarlo.


—Bueno, tranquila, Doreen, seguro que Ettore lo guardó.
Camina despacio con la chiquitina. Yo me adelantaré y así le doy un poco el pecho a este tragón antes de salir, a ver si se calma.


—De acuerdo, señora.


Paula estaba guardando los paquetes en el maletero, mientras intentaba calmar a su hijo, que no paraba de llorar. 


Cuando acabó, lo cerró y se dio la vuelta. Casi se muere del susto, se quedó paralizada y sintió que las piernas le fallaban.


—Hola, Paula.


Ella estaba diferente. Su fisonomía había cambiado, se le
había oscurecido el pelo y su aspecto era desaliñado. Aunque vestía con ropa modesta, Paula la reconoció de inmediato, sobre todo cuando le habló. Ella temblaba frente a Rachel, el miedo la había invadido, pero aquella mujer no la miraba, sus ojos estaban clavados en el pequeño. En un primer momento, Paula creyó que se trataba de una visión, pero cuando oyó su voz, todas sus dudas se disiparon. Rachel estiró su mano y quiso tocar al bebé. Como un acto reflejo y temiendo que pudiera hacerle daño, Paula se apartó. En ese momento, recordó que la última llamada que había hecho había sido Pedro, así que metió la mano en el bolso con disimulo y apretó el botón de rellamada; no sabía a ciencia cierta si lo había logrado, pero al menos lo intentó.


—No nos hagas nada, Rachel, por favor —le rogó—, déjame que ponga al bebé en su silla.


Paula intentaba hablar alto para que Pedro la oyera. Él había atendido la llamada, pero ella no podía contestar. Con el teléfono en la oreja y sin entender nada, Pedro se disponía a cortar y volver a llamarla para ver lo que ocurría, pero en ese instante la oyó con claridad. Casi se muere del susto cuando escuchó en boca de Paula el nombre de Rachel y salió despedido de su oficina hacia la de Federico.  


Llamá a la policía, Federico, Rachel está con Paula, la tengo en línea. ¡Date prisa, hermano!


—¡Mierda, no es posible!


—Sí lo es, Paula me llamó hábilmente para que pudiese oírlas. Mandá a la policía, yo salgo para allá.


—Pero ¿dónde están, Pedro?


—¡Mierda, mierda! ¿Dónde están? ¡No sé dónde están! —Pedro se puso pálido. Los dos hermanos corrían de un lado al otro sin saber qué hacer. Pedro estaba desencajado, al otro lado de la línea no se oía nada y él se cogía la cabeza mientras intentaba encontrar una solución—. ¡Hace más de
media hora me envió fotos desde Saks! —dijo desesperado.



Salió de la oficina, bajó en el ascensor, corrió hasta el
estacionamiento y se montó en su deportivo; le faltaba el aire, conectó el teléfono al sistema de manos libres y rogaba que Paula volviera a hablar. De pronto, la oyó gritar y creyó que iba a morirse de la desesperación.


—¡Paula! ¡Paula! ¡Mi amor, contestame...! ¡Por favor,
contestame! ¡Decime que están bien, me estoy muriendo! —le gritaba al teléfono, pero al otro lado nadie le respondía.


Pedro pensó en llamar a la señora Doreen, pero no quería
cortar la comunicación. Además, el tráfico a esa hora estaba terrible, había atascos por todos lados.


Seguía hablando, pero ya se había dado cuenta de que no tenía sentido.


Llegó a Saks, dejó el automóvil aparcado en cualquier parte y bajó como un rayo de él. Cortó y, cuando se disponía a marcar el número de la señora Doreen, entró una llamada precisamente de ella.


—¿Dónde está Paula?


—¡Estamos en el aparcamiento contiguo a Gucci, señor! ¡La han atacado! ¡Venga pronto, está desmayada con un golpe en la cabeza! ¡Ya he llamado al 112!


—¿Y los niños?


—¡Perdóneme, señor! —La empleada lloraba, gritaba y le
hablaba entre sollozos; pudo oír que la pequeña Olivia también berreaba—. ¡Perdón por dejarlos solos, perdón, señor! ¡El bebé no está, Benjamin ha desaparecido!


Pedro se sintió ahogado, se arqueó apoyándose en sus piernas y lo invadieron las náuseas; no podía dar crédito a lo que estaba pasando.


—Voy para allá —le dijo y cortó. Se subió de nuevo a su coche y salió conduciendo enloquecido; se saltó varios stops pero nada le importaba. En el trayecto, llamó a Federico para contárselo.


—¡No te entiendo, Pedrocalmate por favor!


—Se ha llevado a Benjamin — volvió a repetirle—. ¡Paula está inconsciente con un golpe en la cabeza en el estacionamiento contiguo a Gucci!

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