miércoles, 13 de agosto de 2014
CAPITULO 102
Poco a poco, pudieron distenderse; los amigos, la buena
comida y la música fueron el condimento especial para una noche tranquila. Estaban sentados en las tumbonas junto a la piscina, algunos dentro del agua disfrutando del
maravilloso clima de Miami y otros conversando en la pérgola, al lado de la parrilla.
Paula y Pedro tenían sus manos entrelazadas, mientras escuchaban a Liliam y Jacob, que les contaban que, si era necesario, iban a empezar un tratamiento para encargar un bebé.
—¿No te contó tu hermana que fuimos a su clínica?
—No me dijo nada. —Pedro intentó hacer memoria, pero no lo recordaba. Es posible que Luciana le hubiera comentado algo, pero, con todo lo que le había pasado a Paula, él estaba seguro de no haberlo registrado.
—Estuvimos allí la semana pasada; estamos cansados de
intentarlo sin éxito. De todos modos, hace poco que nos
decidimos, pero preferimos que nos hagan todos los estudios y saber de antemano que no hay nada extraño
que me impida quedarme embarazada.
—Es que está imposible, Pedro, ¿sabes lo que es aguantarla cada mes cuando le llega el período?
Liliam besó a Jacob en la mano, mientras preguntaba:
—¿Vosotros pensáis encargar uno pronto?
—No lo sé, aún no nos lo hemos planteado —dijo Paula
mirando a Pedro.
—Pues no sé si esperaremos mucho. Yo sé que quiero muchos niños, eso ya se lo dije, pero el cuándo dependerá de lo que nos diga el médico sobre su recuperación.
—¿De qué te han operado, Paula? —Liliam se mostró
intrigada.
Pedro y Paula cruzaron una mirada furtiva.
—¿Te acuerdas de Rachel, la hija de mi tío Bob?
—Sí, la rubia odiosa que siempre estaba en tu casa.
—Sí, ésa —corroboró Paula —, se le cruzaron los cables y me pegó un tiro.
—¿Qué? Es broma, ¿verdad?
—No, Liliam, no lo es. —Pedro fue muy rotundo y abrazó a Paula y la besó en la sien mientras lo decía.
—Sé que no hay una razón válida para terminar con la vida de nadie, pero ¿por qué lo hizo?
—¡Ah, Jacob, es que tu amigo despierta pasiones incontrolables! —intentó bromear Paula para quitarle presión al momento.
—¡Maldición! ¿Y estás bien, Paula?
— Viva de milagro —afirmó Pedro.
—No puedo creerlo, me acabo de quedar sin palabras. —Liliam estaba verdaderamente azorada y con los ojos muy abiertos—. ¿Dónde te disparó? ¿En qué lugar recibiste el tiro?
—En el hígado.
—Pero ¿estás bien? —Seguían preguntándole sin salir de su asombro—. Tienes buen aspecto, pero ¿no te ha dejado ninguna secuela?
—Aparentemente, no. Por ahora, estoy en plena recuperación, pero el doctor dice que voy bien.
Debo cuidarme bastante todavía;comer cada tres o cuatro horas raciones pequeñas para ayudar a que el hígado no produzca tanta bilis y, bueno, no puedo hacer demasiado esfuerzo físico.
—Nunca hubiese imaginado algo así. Cuando dijiste, en la
playa, que te habían operado, supuse que había sido una
operación común. —Liliam se había estirado y había cogido la mano de Paula.
—En ese momento, no quise entrar en detalles, os acababa de conocer.
—¿Y ella? Está presa, ¿no, Pedro?
—Sí, Liliam, por supuesto, está donde debe estar, pero mejor cambiemos de tema.
—Lo siento, Paula, no fue mi intención que revivas recuerdos tan desagradables.
—No te preocupes, Liliam.
—Dijisteis que os casaréis en agosto, ¿no?
—Sí, el 24 —respondieron los dos al unísono.
—¡Pedro, no puedo creer que vayas a contraer matrimonio! — bromeó Jacob—. No es por ti, Paula, no vayas a creer que no creo que pueda casarse contigo; sólo que ver a Pedro, así, tan hogareño, se me hace extraño. —Todos rieron.
—¡Menos mal que eres mi amigo, me estás haciendo quedar
genial! Después de todo, ya he estado casado antes.
—No te aflijas, Jacob, creo entender a lo que te refieres. Sé que mi hombre no pasa desapercibido allá donde entra. —Le acarició la barba a contrapelo y Pedro le sonrió por el halago.
—Ese matrimonio, Pedro, aunque no te haga gracia que lo
diga, no cuenta. Eso fue un acto de compasión, siempre te lo hemos dicho. —Pedro se empezó a sentir incómodo con los derroteros que estaba tomando la conversación.
Paula le cogió la cara y lo besó en los labios.
—Vendréis a nuestra boda, ¿verdad? —Ella intentó cambiar de tema.
—¡Por supuesto! No me la perdería por nada del mundo. ¿Será en Nueva York?
—Sí, estamos preparando todo allá.
—¿Vosotros vivís aquí?
—No, mi amor, ellos también viven en Nueva York, y muy cerca de casa.
—¡Ah, entonces, ahora que ya nos conocemos, espero que nos veamos a menudo! Realmente es una casualidad que estén mis amigos aquí. Salvo a Luciana, no veo a nadie más en la ciudad.
—Ya te llamaré y saldremos de compras para vaciar las cuentas de nuestros hombres.
—¡Más quisiera...! —exclamó Pedro, mientras ella se acurrucaba entre sus brazos.
—¡Ah, no, nena! Yo te voy a enseñar; a los hombres no hay que acostumbrarlos a gastar poco, porque, si no, cuando gastas de más ponen el grito en el cielo.
Jacob puso los ojos en blanco ante el comentario de Lilian.
—Si Paula se empieza a juntar con mi mujercita, creo que muy pronto tendrás tus cuentas en números rojos; no te lo aconsejo.
—La verdad es que no lo creo. —Pedro se dio la vuelta para
mirarla y luego se dirigió a sus amigos para explicarles—: Paula es administradora de la empresa y ésa es su especialidad, que no haya números rojos. Es más, no me vais a creer, pero aún no ha aceptado una extensión de mi tarjeta.
—¡Miserable! ¡Te has buscado una mujer que cuide de tu fortuna!
Paula, yo que tú desconfiaría cuando éste dice que te ama, creo que sólo te está usando.
Todos se rieron; Paula se apretaba el vientre y, aun así, no
podía parar.
—¡Si supierais cómo me cuida! —lo defendió ella frente a
las bromas de su amiga.
—¡Por supuesto! Son puras mentiras, mi vida, no la escuches.
También es mentira lo que te he dicho hoy sobre que la conocía muy bien. —No podían dejar de reírse.
—Realmente, Paula, no sé cómo lo has hecho, pero lo tienes embobado. No se ha separado en toda la noche de tu lado. Amigo, es obvio que te ha picado el bichito del amor. ¿Me entiendes ahora?
Cuando llega, no se puede evitar y te conviertes en un perrito faldero.
Pedro y Jacob chocaron sus copas de champán y Liliam le
ofreció un guiño cómplice a Paula.
—Necesito tomar mis medicamentos, vuelvo en seguida.
Cuando se quedaron los tres solos conversando, Liliam y Jacob aprovecharon para interrogar a Pedro y enterarse a fondo del episodio de Rachel, hechos que él les resumió, centrándose en las cosas más puntuales, antes de que
Paula regresara. También les refirió brevemente el estado de la causa y lo angustiada que estaba ella con eso.
—No es para menos, yo creo que si me pasara algo así, no podría salir de casa. Sólo espero que se pudra en la cárcel, no quisiera estar en la piel de Paula. No te preocupes, Pedro —le dijo su amiga mientras le daba una palmadita en la mano—, intentaré distraerla cuando sus amigos se vayan.
Además me ha caído más que bien, me gusta la pareja que hacéis.
—Gracias, Liliam, la semana que viene viajaré a París y Paula se quedará en Nueva York, porque aún no tiene autorización médica para hacer un viaje tan largo. Creo que
su madre volverá a Argentina y ella se quedará en el Belaire con mis padres, pero, si pudieses, creo que estaría muy bien que la visitases, para distraerla.
—Cuenta con ello.
—Aprecio tu amistad... La verdad que supuse que no te caería bien, como eras tan amiga de Julieta...
—¿Qué estupidez es ésa? Yo era tan amiga de Julieta como tuya, y muchas veces os aconsejé que dejaseis esa relación absurda que os empeñasteis en continuar.
Cualquiera podía darse cuenta de que ninguno de los dos se quería realmente; ella estaba obsesionada contigo y, cuando parecía convencida de terminar con todo, su madre la presionaba para que lo arreglarais.
—Ni me hables de Rose, por favor.—¿Qué pasa?
—Audrey se encargó de comerle la cabeza. Hoy me ha
llamado y está dispuesta a hacerme la vida imposible.
—¡Esa sucia de Audrey!
—Chis, que vuelve Paula, ya hablaremos en otro momento.
—Voy a la piscina, ¿vamos, mi amor?
Liliam se levantó, cogió a Jacob de la mano y se alejaron.
Paula volvió a ocupar su lugar junto a Pedro— ¿No querés ir a la piscina?
Hace calor, date un chapuzón con tus amigos; yo disfruto mirándote desde acá.
—No, mi amor, prefiero quedarme con vos.
—Todos lo están pasando muy bien. Tus amigos y los míos se han integrado en seguida. —Pedro sonrió. —¿No estás cansada? Hoy no has parado.
—No, me siento de maravilla.
Creo que el doctor tenía razón:poco a poco, voy a ir recobrando mi energía. Además me pasé todo el día sentada, sólo me moví en la caminata, que fue cortita, y ya está.
—Vení, recostémonos acá. — Se echaron hacia atrás.
Ella se puso de espaldas y Pedro, a su lado, de costado, con un codo apoyado en los almohadones de la tumbona.
—Pensaba que tus amigos eran de Miami.
—No, todos viven en Nueva York, pero, con todas las cosas que nos han estado pasando últimamente, no tuve oportunidad de presentarte a nadie.
—Sí, es verdad, pasaron muchas cosas en muy corto tiempo.
Hemos ido de fiesta en fiesta y, después, esas pequeñas vacaciones en el hospital.
—Eso fue lo menos divertido de todo.
—Ya lo creo. —Pedro le besó la punta de la nariz—. De todas formas, aunque hubiera preferido que no ocurriera, siento que ha servido para unirnos más.
—Yo también lo creo así.
—Haber pasado por un momento tan crítico, afrontar la
posibilidad de perderte definitivamente, me hizo reafirmar
aún más que lo que deseo es tomarte en matrimonio y vivir a tu lado el resto de mi vida.
—A mí me pasó lo mismo. Antes de que esto ocurriera,
¿tuviste dudas de si estábamos haciendo lo correcto al casarnos tan pronto?
— A decir verdad, cuando compré el anillo, era lo que más
anhelaba, pero cuando empezamos a discutir tanto, tuve mis dudas y me planteé varias veces si no era todo un tanto apresurado.
—Yo también lo pensé y me lo pregunté una y otra vez, muchas veces. También tenía miedo de que nos estuviéramos equivocando, pero luego pasó todo esto y supe que era a tu lado donde quería estar. ¿Sabés, Pedro? Yo estoy criada a la antigua. En mi familia, el matrimonio es para toda la vida, por eso ésta no era una decisión que tomar a la ligera, aunque una vez estuviera a punto de equivocarme.
—Yo siempre he admirado el matrimonio de mis padres: ellos son una pareja muy sólida, se complementan, se acompañan, nos transmiten su vínculo y nos unen.
Por eso, cuando te conocí, supe que eras la persona indicada. Aunque vivías sola y de forma muy independiente, cuando te oí hablar de tu madre y de tu hermano y de tu
familia, me transmitiste cuáles eran los verdaderos valores en tu vida.
Por otra parte, ahora tengo claro que si Julieta no hubiese enfermado jamás le hubiera pedido matrimonio, y eso lo entendí gracias al amor que te profeso.
Se hizo un silencio. Paula estaba encantada de escuchar eso, pero no quería interrumpir la magia del momento, así que le acarició las cejas y decidió sincerarse también ella:
—Si mi padre no hubiera muerto, estoy segura de que amaría a mi madre como el primer día en que la conoció. ¿Sabés? Ellos se encontraron en una fiesta. Mi padre había llegado a Buenos Aires con uno de sus amigos, para ir al
cumpleaños de una prima; mi madre era amiga de la homenajeada y los presentaron. Mamá siempre me cuenta que, al principio, todo era muy platónico; se pasaban el día
hablando por teléfono, pues antes no se podía viajar tan fácilmente y la distancia entre Buenos Aires y San Rafael era considerable. Una tarde, mi padre la llamó y le dijo que estaba en la capital. Mi madre no podía creerlo. Ese mismo día, se encontraron y nunca más se separaron. Sin embargo, mi padre no lograba conseguir un buen empleo en Buenos Aires y, entonces, decidieron casarse para
irse a vivir juntos a Mendoza, para que él trabajara en la plantación de mi abuelo, donde, además, conseguirían casa y comida. Sólo habían estado tres meses de novios.
Creo que lo de ellos fue un gran amor, pues no me explico por qué mi mamá no volvió a casarse nunca más. Una vez le pregunté y me contestó: «Paula, lo que viví con tu padre fue tan hermoso que, realmente, no tengo ganas de probar otra cosa».
—¿Nunca volvió a estar en pareja? Alejandra es una mujer muy linda y debía de ser muy joven cuando enviudó.
—Pues, la verdad es que no lo sé, Pedro. Supongo que con alguien habrá salido, lo desconozco, porque ella siempre fue muy reservada. A casa jamás entró otro hombre después de que mi papá muriese y yo me acostumbré a verla sola, pero, ahora que lo pienso, me
gustaría que no terminara sus días en soledad. Ella es aún una mujer muy bonita y, aunque no fuera un amor como el que vivió junto a mi padre, bien podría conseguirse otro
compañero, alguien que le pusiera el hombro. Mi hermano tiene su familia y, por otra parte, sería egoísta que él se ocupara toda la vida de ella. En cierto modo, al morir papá, Gonzalo se hizo cargo de todo. Yo, en cambio, aunque
tampoco me considero mala hija, reconozco que pensé mucho más en mí.
—Tenés una buena relación con tu hermano, ¿no?
—Sí, Gonzalo siempre ha sido uno de mis ídolos. ¡Uf!, mi hermano es un ser pensante desde que se levanta hasta que se acuesta; y creo que, mientras duerme, también
cavila. Piensa en mi mamá, en su esposa, en sus hijos, en mí, pero, sobre todo, en la bodega: Gonzalo ama ese viñedo. Cuando papá murió y parecía que todo se iba a pique, él se convirtió en nuestra ave fénix. Estoy convencida de que se exige tanto porque, en cierto modo, desde ese día ocupó el lugar de nuestro padre. Ahora estoy intentando ayudarlo en lo que sé hacer, llevar los libros, pues no me parece justo que me envíe cheques
sin que yo mueva siquiera un dedo.
Sin embargo, aunque amo esa tierra, no puedo llegar a involucrarme del todo, porque para mí ese lugar significa la pérdida de mi padre: allá se quedaron todos los recuerdos que guardo de él y, muchas veces, me resulta doloroso
volver.
—¿Lo extrañás?
—Mucho. Si bien la resignación me acompaña, porque
la vida sigue, siempre hay un momento del día en que lo
recuerdo, es inevitable. ¡Cuánto le hubiera gustado que le pidieras mi mano! Él era muy tradicional, todo un caballero, así como vos, que siempre vivís pendiente de mí. Mi padre también se comportaba así con mi mamá, siempre estaba
besándola, o pasaba por su lado y la acariciaba, o levantaba la vista y se quedaba embobado adorándola.
A veces, veo esa mirada en vos y me derrito, como ahora, no sé si seguir hablando o comerte esa boca a besos.
—Te amo, Paula. Si no me sintiera de este modo, no podría
mirarte así. Vos hacés que todos mis momentos sean únicos; me quedé embelesado escuchándote,porque es una historia hermosa.
Además, me encanta saber todo de vos, pero mi éxtasis viene porque recordé nuestra primera conversación en el Faena, y me di cuenta de que aquel día tuve esta misma sensación de hoy. Cuando me contaste sobre tu familia y sobre Mendoza, mientras desayunábamos, no quería que parases. Entonces, me pregunté por qué te escuchaba tan
fascinado si eras sólo una mujer con la que había tenido muy buen sexo. De pronto, te pusiste de pie y me dijiste «Me voy», y yo quería pedirte que te quedaras, pero no me
atreví. Recuerdo que te besé y ansiaba pedirte el teléfono y me contuve, pero no pude resistir la tentación de mandar a Oscar a acompañarte para saber dónde vivías. Supongo que si no te hubiese encontrado ese lunes en la empresa, quizá me hubiera apostado en la puerta de tu casa hasta verte
salir. Pensé en vos durante todo ese fin de semana. Rememoraba, como un estúpido, cada caricia, cada beso, cada gemido tuyo, y sólo quería volver a tenerte entre mis
brazos para hacerte temblar como lo había hecho. Me volviste loco, creo que te estaba esperando y apareciste en mi vida como por arte de magia.
—También podías haberle dicho a Mikel que le pidiera mi
teléfono a Ezequiel —Pedro frunció la nariz.
—No, estoy seguro de que no hubiese hecho eso. No me gusta que nadie consiga las cosas por mí. Cuanto más me cuestan, más las deseo.
—Pero yo fui bastante fácil,Pedro.
—¿Fácil? ¡Paula, me moría de celos por Mati! Estaba seguro de que tenías algo con él y también con tu profesor de tenis. —Ella largó una risotada.
—¿Con Ariel? ¡Yo quería que lo creyeras! Recuerdo aquella
llamada en el Faena: estabas muy cabreado pero no querías demostrarlo. No te culpo por creer eso, después de todo, con vos me acosté a las pocas horas de conocerte.
—Yo sabía que no eras una mujer ligera, pero los celos me
nublaban. Dios, tendremos una hermosa historia de amor para contarles a nuestros hijos y nietos.
—¿Nietos? Aún no tenemos hijos ¿y ya estás pensando en
nietos? —Pedro la besó.
Las risas de sus amigos los distrajeron, los sacaron de esa
ensoñación y, entonces, cayeron en la cuenta de que no estaban solos.
—¿Siempre vienen todos a Miami?
—Sí, desde hace muchos años.
Todos tienen propiedades acá y nos juntamos bastante seguido en la ciudad.
—¿Cuánto hacía que no venías?
—Vine justo antes de viajar a Brasil y Argentina. Desde entonces, no había vuelto; el tiempo que no estuvimos juntos, me dediqué a trabajar sin parar
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