miércoles, 13 de agosto de 2014
CAPITULO 103
La semana había pasado volando, el último día en Miami había llegado y habían decidido pasarlo en el
Fontainebleau.
Llegaron al maravilloso complejo hotelero ubicado frente a
la bahía Biscayne, en primera línea de mar y que ofrecía vistas espectaculares y un agradable ambiente caribeño.
Entregaron los vehículos al aparcacoches y se dirigieron al
lujoso vestíbulo de brillantes baldosas. Todos se quedaron
pasmados por el esplendor del espacio, que conjugaba a la
perfección el lujo, la modernidad y una exquisita arquitectura. Del techo, colgaban tres majestuosas y
frondosas lámparas de cristales Swarovski. La recepción se
encontraba a la izquierda y, a la derecha, estaba el bar Bleau, con el suelo transparente iluminado por fibra óptica, al pisar el cual daba la sensación de estar caminando sobre
el agua.
—¡Vaya, mi amor, a qué hermoso lugar nos has traído! —
Paula, aferrada a la mano de Pedro, se soltó para cogerlo por la nuca y darle un beso, que él recibió gustoso. Realmente, durante aquella semana, con la grata compañía de todos sus amigos, ambos habían logrado distraerse y olvidar sus problemas por unos días.
—Lo pasaremos genial — afirmó Mikel—; esto es lo más in
de Miami Beach.
—Chicas, acá también pueden hacer algunas compras, así que estoy seguro de que más tarde las perderemos de vista —bromeó Pedro guiñándole un ojo a Paula mientras se dirigía a la recepción para comprobar sus reservas y recoger las entradas del nightclub del complejo. Los demás esperaron en el vestíbulo y, cuando Pedro regresó, el personal del hotel los acompañó hasta una cabaña privada
junto a la piscina, que contaba con servicio de mayordomo.
—Esto es vida, Pedro — exclamó Ezequiel mientras miraba
a su alrededor.
—Tenés toda la razón — corroboró él.
A la hora de comer, les dieron ganas de disfrutar del mejor sushi en Blade, puesto que Mikel no paraba de elogiar el lugar, pero, luego, consideraron que Paula no podía comer ese tipo de comida y decidieron ir a La Côte, donde se
podía disfrutar de una excelente cocina francesa mediterránea.
El restaurante de dos pisos quedaba entre la piscina y la playa, con extraordinarias vistas al océano y rodeado de palmeras: el entorno era muy romántico. Se situaron en
la terraza para sentir que estaban almorzando en la Riviera francesa.
Mesas de pino tea y asientos con cómodos almohadones blancos conformaban un escenario muy placentero donde un disc-jockey amenizaba el ambiente con música hip hop.
—Como entrada, les recomiendo unas tapas de mezze
griego y taboulé, con sangría.
—Nunca he comido eso, Pedro —dijo María Paz—, ¿qué es? — Los demás, salvo Mikel, tampoco sabían de qué se trataba.
—Se trata de una selección de aperitivos, tacos de queso,
berenjenas, tomates, mariscos, pulpo, calamares, langostinos, entre otras cosas, que se acompañan con salsa tzatziki y pan de pita; la salsa está hecha con yogur griego y
pepino —les explicó Pedro.
—Y el taboulé es una ensalada vegetariana, a base de
sémola de trigo, con un sabor muy especial; les gustará —terminó manifestando Mikel. Todos coincidieron en que querían probarla.
—Mi amor, podrías pedirte un jugo de arándanos; es una gran bebida fresca sin alcohol —le propuso Pedro a Paula— y como es frutal, no puede hacerte daño.
—Te haré caso, estoy bastante harta de acompañar las comidas con agua. —Pedro tomó su mano, la levantó y le besó los nudillos.
Mientras esperaban el pedido,el ambiente en la mesa era muy festivo, como lo había sido durante toda la semana.
Hablaban de diferentes temas, los hombres por un lado y las mujeres por el otro.
—¿Paula, pudiste concretar la entrevista en Nueva York? —se interesó Daiana.
—Eso mismo quería comentarles. Anoche hablé con
Luciana y me confirmó que mañana a las cuatro de la tarde nos esperan para ver los vestidos de damas de honor. Mi cuñada es genial, ya van a ver que les caerá muy bien.
—¡Qué bueno que podamos dejar eso arreglado antes de
regresar a Buenos Aires!
—¡Sí! —exclamó Mapi, dirigiéndose a Daiana muy
entusiasmada.
—Para mí también será una enorme tranquilidad, chicas, al
menos ya no tendré que pensar en ello; es fantástico tenerlas a todas acá para poder concretarlo.
—¡Seguro, Paula! ¿Y qué color querés, el que nos dijiste o
vas a esperar para ver mañana lo que hay?
—Hum, Carli, creo que tengo ese color acá metido —contestó Paula señalándose la cabeza— y nada podrá hacerme cambiar de parecer.
—A mí me gusta, además me sienta muy bien. —Las demás
concluyeron lo mismo que Carla.
La comida, distendida y cómoda, pasó volando; volvieron a
la cabaña privada y estuvieron el resto de la jornada tostándose al sol, junto a la piscina. Por la tarde, las mujeres decidieron ir de compras a las tiendas del hotel,
pero los hombres, en vez de esperarlas, prefirieron regresar al apartamento.
—¿Qué les parece si nos dejan el Bugatti y el Veneno? Ustedes pueden volver en el Serie 6 —le propuso Paula exultante a Pedro que, por supuesto, la miró con cierta
duda, pues esos automóviles eran sus adquisiciones más preciadas—. ¿Qué pasa? ¿Pensás que no podemos conducirlos? —Pedro pensó durante unos instantes más,
sin contestarle; se cogió el mentón y continuó calculando los pros y contras.
—De acuerdo —aceptó al final. Paula se colgó de su cuello y lo besó—, pero, un momento, con una condición.
—Condición, ¿qué condición?
Pedro la apartó a un lado, sacó su cartera y extrajo una Morgan Palladium a nombre de Paula.
—Quiero que pagues tus compras con esto y que no te fijes
en los precios, sólo que elijas lo que te guste —le ordenó mirándola con seriedad.
—No es justo, esto es un chantaje.
—¿Por qué no es justo? No te niego nada, mi amor, te complazco en todo, ¿no te parece justo, entonces, que me devuelvas el gesto?
—¡Tramposo!
—Hermosa, me encanta cuando ponés esos morritos
calculadores. —Pedro le dio un beso y Paula cogió la tarjeta que él seguía enseñándole—. Sin mirar los precios —le recordó él nuevamente y le ofreció un guiño.
Al final, los hombres se marcharon y las mujeres se
prepararon para recorrer todas las tiendas del hotel.
Al entrar en Ida and Harry, Paula se quedó fascinada y terminó llevándose varios modelos de las estanterías de Hervé Léger. No pudo resistirse al glamour de esos
vestidos que esculpían y se adaptaban a sus formas como un guante, realzando increíblemente su figura. También compró algunos zapatos y bolsos, su perdición.
Optó por varios modelos de Sigerson Morrison y Valentino. Sus amigas también hicieron sus compras; se llevaron diseños de Cavalli, de Alice and Olivia y de Catherine Malandrino.
Llegaron al ático cargadas con muchísimos paquetes. Paula era la que más había comprado, aunque María Paz también había dejado su tarjeta temblando, con todas sus
adquisiciones.
—¡Vaya! ¿Dejaron algo en las tiendas? —preguntó Mati cuando ellas alinearon los paquetes en el salón. Pedro y Ezequiel venían desde la cocina con refrescos para todos.
—¡Llegaron! Parece que las compras fueron jugosas. —
Ezequiel saludó a su chica.
—Eze, por poco desplumamos el local —le contestó
Carla, mientras se daban un beso.
—Ya lo veo —corroboró Pedro —. ¿Y Paula? ¿Dónde está? — Ladeó su cabeza y miró a Daiana, que le estaba mostrando lo que se había comprado a Mati.
—Entró apuradísima al baño, se estaba haciendo pis —le
contestó María Paz.
—¿Quién pregunta por mí? — dijo ella mientras entraba exultante en la sala.
—Acá, quien más te ama —le respondió él en tono guasón. Paula se acercó a Pedro, le dio un sonoro beso y le habló sobre sus labios.
—Te arrepentirás de haberme dado esa tarjeta, me traje toda la tienda —se carcajeó mientras le mordía el labio—. Debo reconocer que fue divertido no preocuparse por rebasar el límite. —Le guiñó un ojo.
—Me parece perfecto, es lo que esperaba que hicieras.
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