miércoles, 13 de agosto de 2014

CAPITULO 106



El miércoles por la tarde, Pedro partía hacia París en un Boeing 777 de Air France, que salía a las 18.15 horas desde el aeropuerto JFK.


Paula lo había acompañado para despedirlo: se iba durante seis días y era la primera vez que se separaban tras el ataque.


—Mañana, cuando salgas del médico, me llamás para contarme qué te dijo y no te olvides de preguntarle cuándo podremos volver a hacer el amor. —Le guiñó un ojo.


— Sí, mi amor, no te preocupes: también yo estoy
interesada en eso —se carcajearon y Alex le mordió la barbilla—. Lo que no tengo muy claro es cómo voy a hacerlo para consultarlo con Ana a mi lado, acordate de que ella me quiere acompañar.


—Buscá la manera, Paula, por favor, me urge saber cuándo
podremos retomar nuestra intimidad. Te deseo, nena.


—Yo también siento esa urgencia, Pedro. Espero que el
doctor Callinger me dé el alta ya.


—Bueno, no te apures, todo a su debido tiempo. Si tenemos que seguir esperando, esperaremos. Después de todo, mi «amiga» — dijo mientras levantaba su mano y se la enseñaba— se está portando muy bien. —Se carcajearon.


Ella le dio un sonoro beso y luego le delimitó los labios con su dedo índice.


—Ojitos, llamame en cuanto llegues a París. Mirá que voy a
estar despierta, esperando que lo hagas. —Se habían quedado abrazados; Pedro la tenía pegada a su cuerpo y ella estaba aferrada a su cuello.


—Prometo que, en cuanto pise el aeropuerto, te llamo. —Se
miraron y se olisquearon un instante más—. ¡Uf, nena! ¡Cómo nos cuesta separarnos! —Habían empezado a llamar a los pasajeros del vuelo de Pedro.


—Pero tenemos que hacerlo, debemos retomar nuestras vidas y cumplir con nuestras obligaciones.
No podemos vivir pegados, necesitamos recuperar una vida
normal, en todos los sentidos, para dejar atrás todo lo malo que nos ha pasado.


—Es cierto, tenés toda la razón, necesitamos cierta
normalidad en nuestras vidas, pero me encanta vivir pegado a vos; se me da muy bien hacerlo. — Sonrieron y se besaron—. ¿Vas a extrañarme?


—Ya estoy extrañándote —le contestó ella de forma marrullera; a Pedro le encantaba que le hablara así.


Volvieron a llamar al vuelo de Air France con destino a París y no podían estirar más la despedida.


Se besaron de manera arrebatadora y se abrazaron con
desmesura; no podían apartarse, pero tenían que hacerlo. Pedro le dio otro beso y luego la soltó, deslizó
sus manos por los brazos de Paula hasta llegar a sus manos, le lanzó un último beso al aire y empezó a caminar, alejándose de ella.


Mientras lo miraba partir, Paula se acariciaba los labios que él había poseído hasta último momento.


Pedro se dio la vuelta una última vez, antes de traspasar la
puerta, y entonces ella le gesticuló un «Te amo» silencioso, que Pedro contestó diciéndole: «Yo más».


Luego, se marchó.


Paula dio media vuelta y salió del lounge. A pesar de lo que
significaba la despedida, no podía dejar de sonreír, se sentía amada, Pedro era todo lo que alguna vez había soñado que fuera y eso la contentaba, la hacía sentir plena y dichosa. Afuera de la sala vip, Oscar la esperaba, pacientemente sentado en una de las banquetas de la terminal, para llevarla hasta el Belaire. El aeropuerto era un caos, acababan de llegar varios vuelos y la gente bullía. Le pareció oír gritar su nombre y la voz le resultó conocida, pero no le dio importancia. Siguió caminando hacia donde la esperaba Oscar; él se puso de pie para escoltarla hasta
el estacionamiento, pues Pedro le había encargado que no la dejara ni por un instante. Era imposible que no sintiera miedo después de lo que le había pasado. En ese mismo
instante, volvieron a gritar su nombre y entonces ella sí se dio la vuelta y se encontró con Gabriel Iturbe, que venía caminando desde la zona de llegadas, bastante apremiado por alcanzarla; no paraba de hacerle señas.


—Aguarde un segundo, Oscar,ya vamos.


—Por supuesto, señorita Paula, no se preocupe.


Gabriel continuó apurando su paso, hasta que llegó a su lado.


—Paula, cuando te vi, imaginé que eras una visión.


—Hola, Gabriel —le contestó ella con frialdad, sin darse por
enterada de su insinuación.


—¿Cómo estás? —La cogió por un brazo, le dio un beso en la mejilla y la estudió a conciencia de los pies a la cabeza—. Vengo de Mendoza, vi a tu hermano y me contó lo que te había ocurrido.
¿Estás bien, Paula? Me preocupé mucho cuando me enteré. En realidad, me hubiese gustado saberlo cuando ocurrió, para poder acompañarte.


—Estoy perfectamente bien, gracias; ya pasó todo.


—¡Dios! Me explicó que habías estado muy grave, estuve
llamándote —le dijo con angustia,la abrazó y ella tensó su cuerpo; Gabriel notó su incomodidad y la soltó de inmediato—, pero nunca me devolviste las llamadas.


—Lo siento, es que mi móvil se perdió y ahora tengo otro
número, uno local —le explicó ella.


—¡Ah, ya entiendo! Entonces, ¿no es que no me hayas querido contestar? —le preguntó y la miró ilusionado, pero ella no le contestó


—. Tomemos algo en el Starbucks de la terminal.


—Me está esperando el chofer —se excusó ella, aunque el
argumento resultó tonto y débil, pero fue el único que se le ocurrió.


—Paula, es sólo un café.


Ella se quedó mirándolo y él también, mientras esperaba una respuesta. Resignada y sin poder encontrar mejor excusa para rechazarlo, aceptó su propuesta. Se dio la vuelta y le pidió a Oscar que la acompañara: no quería
malentendidos con Pedro.


Caminaron hacia el local.


Oscar, como siempre muy discreto, los seguía rezagado a escasos metros y pensaba en lo mucho que se iba a disgustar su jefe cuando se enterase. De todos modos, decidió que no iba a contarle nada si no le preguntaba, pues asumía que ella lo haría. Sencillamente, no deseaba quedar como un soplón.


Paula, mientras caminaba, discurría lo mismo que Oscar y,
aunque Gabriel le hablaba, ella realmente no lo escuchaba. En su mente, sólo cabía Pedro y su reacción cuando se enterase.


Finalmente, se acomodaron en una de las mesas del café. Gabriel se pidió un frapuccino y Paula un té Earl Grey.


—¿Qué hacías en el aeropuerto?


—Vine a despedir a Pedro, que tuvo que viajar por trabajo. ¿Y vos me dijiste que venías de Mendoza?


—Mi papá no anda muy bien y aproveché un parón en el trabajo para ir a verlo.


—¿Es grave?


—Debe tener cuidado, anda con la tensión un poco alta, pero además es bastante cabezón y no se cuida. Precisamente, por eso fui, para sermonearlo y que le facilite
las cosas a mi mamá, que sólo se preocupa por cuidarlo; la está volviendo loca, pobrecita.


—Lo siento, espero que se estabilice.


Él asintió con un movimiento de cabeza.


—Y vos, ¿cómo estás? —le cogió la mano y Paula, con premura aunque sin ser muy brusca, la retiró; sabía que Oscar los observaba. En seguida, tomó el recipiente que
contenía el té y bebió un poco para disimular.


—¿Qué pasa? ¿El chofer es el informante de tu novio?


Paula lo miró, él estaba en lo cierto pero no pensaba aceptarlo.


—No entiendo a lo que te referís. Por otro lado, de ser así no habría nada que pudiera contarle más que esto —dijo y señaló con su mano las cosas que había sobre la mesa—, sólo estamos tomando un café y un té, mientras charlamos
como dos amigos.


Gabriel clavó su mirada en la de ella y Paula no pudo
sostenérsela. Acto seguido, cogió un sobre de edulcorante y fingió juguetear con él mientras lo esquivaba. Él sonrió con
resignación.


—Te pregunté cómo estabas, aunque se te ve bastante repuesta, pero mucho más delgada.


—Estoy muy bien, te lo dije antes, apenas nos encontramos y, sí, estás en lo cierto, perdí bastante peso, pero ahora estoy recuperándolo.


—Estás muy distante conmigo, no parecemos los mismos de Mendoza. —Ella no le contestó—. ¡Cuántas complicaciones te provoca ese tipo!


Paula lo miró fijamente.


—A mí no me lo parece, lo que me ocurrió no es culpa de Pedro.
No sabés el trasfondo como para poder emitir esa opinión, así que te informo de que no resulta nada correcta tu teoría.


—¿No es acertada? ¡Paula! — exclamó Gabriel y la cogió del mentón para que lo mirara—. En San Rafael, no dejabas de llorar por los rincones recordándolo, aunque te había abandonado; luego te dijo dos palabras y te engatusó de nuevo y, ahora, ¡te pegaron un tiro por su culpa!


—Dejame decirte que tu análisis de la situación es bastante
superficial. Para empezar, Pedro no me engatusó con dos palabras. Que vos creas eso realmente me ofende, pues me da a entender que me considerás una mujer muy fácil. Él
me enamora a diario, nuestra relación es un compromiso que reforzamos cada día con la inmensidad de nuestro amor, y es por eso por lo que vamos a casarnos. En segundo lugar, el disparo que recibí fue producto de la locura de una mujer despechada, una historia sin importancia que él tuvo mientras no estaba conmigo,
sólo que ella no lo asumió del mismo modo —le explicó Paula en un tono hostil.


—Lo siento, no quise ofenderte, pero es que, aunque quiero evitarlo, no puedo dejar de sentirme celoso. Paula, no puedo olvidarte. En Mendoza, me ilusioné con que lo nuestro podría ir más allá de una amistad, pero sólo te
veo pasando penas por él y vos aceptás que no te respete.


—Creo que mejor me voy, los dos estamos perdiendo el tiempo acá. Amo a Pedro y no puedo quedarme sentada escuchándote, sin pensar en que estoy faltándole al hombre que adoro. No está bien que me quede consintiendo que te me declares.


—¡Vaya, no conocía a esta Paula aguerrida! Me duele mucho que lo defiendas con tanta vehemencia. Aunque no te interese oírme, ésta es la única oportunidad que tengo para decirte lo que pienso. Paula, si hubieses estado a mi lado te hubiese cuidado con mi vida y nada de esto te hubiera pasado. Estoy enamorado de vos, te dije una vez que te esperaría y hoy vuelvo a repetírtelo. Estoy seguro de que él te defraudará de nuevo. El hombre con quien estás no tiene un buen historial con las mujeres, no sabe asumir compromisos profundos con nadie.


—No sé de dónde sacaste algo así, creo que vos y Pedro no se conocen lo suficiente como para que afirmes todo eso.


—Ordené que lo investigaran, no te enojes —volvió a coger su mano; ella no podía creer lo que estaba oyendo—, porque creo que necesitás saber con quién estás.
Creeme, él no te conviene, es un niño bonito que sólo sabe seducir y dejar a las mujeres con las que sale; si no mirá cómo enloqueció a esa que terminó disparándote. Paula, te
quiero bien y debo prevenirte: ese hombre no te conviene.


—Lo siento, Gabriel, no quiero ser grosera. Acepté venir
porque creí que habías entendido que vos y yo sólo podíamos ser amigos, pero si vas a insinuarte y, por si fuera poco, atreverte a hablarme con tanto desparpajo de Pedro, creo que es mejor que me vaya.


Paula se puso de pie y él le cogió la mano. Se quedaron
mirando.


—¿Me das tu teléfono? —Ella clavó sus ojos en él, pero no le contestó y apartó la mano—. ¡Esperá, Paula! —Gabriel extrajo de su billetera una tarjeta de presentación y un bolígrafo; garabateó con premura su dirección y se la entregó—. Por favor, quiero que tengas mi dirección por si
necesitas cualquier cosa. No estás sola en Nueva York, me tenés a mí para lo que necesites.


Ella no dijo nada pero aceptó la tarjeta que él le puso en la mano, luego salió del lugar. Gabriel no intentó retenerla. Paula fue hacia la salida y él se quedó observándola
alejarse mientras se acariciaba el pelo. 


«Sé que es cuestión de tiempo. Voy a esperarte, hermosa, él te va a desencantar de nuevo y ahí voy a estar yo para consolarte y ofrecerte mi amor.»

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